Читать книгу Un fin de semana con la esposa de mi amante - Yerleny Nuñez - Страница 6
ОглавлениеCAPÍTULO 1
Fue ese día uno de los tantos lunes en que yo Leny esperaba con tanto entusiasmo a que llegara. Era el primer triunfo de la compañía de cosméticos que había creado. La empresa había ganado el primer millón de dólares americanos en un año. Y como toda persona que triunfa desea hacer una celebración, y más cuando se viene de una extrema pobreza. Así que ocurrió. Yo y mis socias: Yani, quien también era mi mejor amiga desde la infancia, y mi otra colega, Cami a la que conocí en la secundaria. Las tres creimos en una idea que consistía en hacer que un cliente quede satisfecho en un solo lugar con todo tipo de cosméticos. La empresa Maquíllate Inc. tuvo éxito en el mercado femenino rápidamente.
Y lo que ayer era un sueño de chicas, hoy se estaba convirtiendo en el primer millón de dólares más productivo que se podía tener.
Provengo de raices latinas, con origen de unos de los pueblos de El Cibao, la hermosa novia del atlántico, Puerto Plata en la República Dominicana. Venía de una familia pobre en donde a temprana edad tuve que trabajar; con una infancia dura pero hermosa. También, como muchos, fuí a la escuela con los zapatos rotos. No tenía para comer, pero tenía esa esperanza de crecer económicamente.
Me casé a los dieciocho años y tuve un matrimonio a temprana edad que marcó mi vida, pero entendí que, aunque amara a esa persona, yo debía amarme más y lograr mis sueños, así que dejé a esa persona que en ese momento no me era favorable. Con un corazón gigante para los demás y, a la vez, un sufrimiento en este que parecía eterno, pero me levanté de las cenizas y me preparé para seguir recibiendo todo lo que el universo tenía para mi.
Amante de mi cuerpo, lo cual es maravilloso, con un tono de piel mulata, ojos grandes y negros, y una cabellera engrifada, aunque por los tratamientos lucen lacio. Mi estatura 1,6 m y con mi 55 kg me considero una mujer hermosa con veintiséis años. Era típico de la mayoría de latinas: usar extensiones y hacerse liposucción y nalgas. Pero yo aun soy totalmente natural, excepto por mis largos postizos en el pelo.
Decidí emprender en uno de los tantos países en donde, si no te acostabas con un funcionario o una persona de los medios de comunicación, no crecías. Así que fue más difícil para mi llegar donde estoy, ya que no accedí a tales propuestas. Aunque sé que sigo siendo el deseo de cada hombre, pero ya estoy nuevamente casada.
—Chicas, ¿listas para celebrar nuestro triunfo? —dije.
—Lista —proclamó Yani, llena de felicidad por el éxito de una idea que cambió su vida.
Yani, una mujer alta de unos 1,7 m, un poco más blanca que yo, un cuerpo hermoso acorde a su estatura; al igual que yo lucía de grandes nalgas, pues la mayoría de dominicanas eran nalgonas. Yani era muy apasionada de las ventas, tenía la paciencia de escuchar, aunque no fuera escuchada. Ella era de esas mejores amigas que ya no existen, de esas que son tus cómplices y ojála existieran otras como ella.
—Entonces, ¿qué tal si vamos a un lugar a cenar? —dijo Cami.
Cami tenía un rostro bellísimo y un pelo que chorreaba; era muy directa y le encantaban las fiestas.
—Sí, me parece perfecto. Vamos a disfrutar, pues estamos en Santo Domingo, la capital de la República Dominicana, una de las ciudades más antiguas del Caribe. —dije.
Pues la capital de la republica dominicana con un su centro histórico amurallado y con adoquines, la Zona Colonial, tiene edificios que datan del siglo xvi, incluida la catedral, que fue la primera construida en el Nuevo Mundo. En la Plaza de España, bordeada de cafés, se encuentra el palacio Alcázar de Colón. Actualmente, es uno de los diversos museos de la ciudad que exhiben obras de arte medievales y renacentistas destacadas.
Y, aunque vivo en otro país, cómo pasar por alto sus playas, sus ríos, su clima siempre al gusto del huésped, su gente siempre amable, a la que no le importa dejar de comer para darle a su vecino, gente alegre, de trabajo honesto; su comida es deliciosa con la excelencia del plato de la bandera dominicana: arroz, habichuela y carne. Su merengue, bachata y algo que marca estos tiempos: una música que crearon los dominicanos, llamado el género urbano, el excelentísimo Dembow. Con unos de los mejores puntos turísticos del mundo, su historia, su narturaleza y más, hacen de mi hermosa Quisqueya el lugar perfecto para crear un estilo de vida maravilloso. listo para irse de retirada.
—¡Sííí, disfrutemos! —dijo Yani—. ¿Qué tal si vamos al restaurante de la última noche? Es cerca del centro de la ciudad. Tomamos algo ligero y, como es lunes, podemos compartir hasta medianoche.
—¡Listo! —dijo Cami.
Allí estaba, a la vuelta de la esquina, en la avenida Winston Churchill, un hermoso bar resturante lleno de carros de lujo, con una hermosa terraza que podía deleitarte viendo tan hermosa ciudad y contemplando a su hermosa gente; la amabilidad de las personas se les notaba por encima de la ropa.
Decidimos entrar y allí nos esperaba el valet parking para darnos la bienvenida.
—Bienevenidas, señoritas. Buenas noches, es un placer tenerlas por aquí.
—Muchas gracias, señor. ¿Tendrá un sitio en la terraza para nosotras? Pregunté.
—No, lamentablemente está lleno, pero pueden pasar y preguntarle al camarero.
Desgraciadamente, el camarero nos confirmó que no había lugar afuera, pero aceptamos sentarnos dentro. Era un lugar hermoso, lleno de luces y un ambiente propicio para lo que en ese momento necesitábamos.
Nos sentiamos bellas, empoderadas, en ese lugar; todos los ojos de los comensales que estaban allí nos observaban deslumbrados por nuestra belleza.
—¿Qué desean tomar, señoritas?
—Tráete una botella de champagne, la más cara que tengas, hoy se celebra —proclamó Cami.
Llenas de alegría, recordando cómo había sido cada proceso de la compañía, llorabamos y a la vez reíamo de felicidad. Era una noche mágica. En aquel salón del resturante solo había tres mesas ocupadas, además de la de ellas, porque la mayoría de las personas amaban la hermosa terraza y ya era un poco tarde.
En aquel momento, observamos llegar a dos hombres que le preguntaron al camarero si había lugar en la terraza.
—No, señor —respondió el camarero—. Las señoritas también esperan.
Escuchamos desde la mesa y Yani le dijo al camarero:
—No, no hay problema por nosotras; nos quedamos aquí. Puede cederle a ellos la terraza. Estamos disfrutando de lo que realmente vale la pena: una buena conversación entre amigas.
Me paré camino al baño. Esa noche lucía un hermoso enterizo de color negro con escote; estaba muy atractiva, era como un mix de Cleopatra: seductora, encantadora y una voz que fascinaba; y de Marilyn Monroe, quien, a pesar de la sensualidad en mi ropa, mostraba a esa niña que llevaba dentro. Mientras dije: «Chicas, voy al baño», los ojos de aquellos desconocidos se quedaron pasmados en este arte de mujer. Palabras que escuché susurradas desde un lado del restaurante. Y fue cuando estos caballeros le dijeron al camarero: «Nos quedamos también aquí detrás». Regresé del baño y, entre risas y amigas, la noche estaba terminando.
—Mujeres, nos tomamos esta última copa y nos vamos —dije.
El camarero llegó con otra botella y dijo que alguien preguntaba si podíamos permanecer un rato más. Era muy típico que alguien les brindara a chicas lindas.
Ni siquiera preguntamos quién había enviado la champagne, pues indicaba compromiso y tener que hablar con un baboso, que no quisiéramos, pero la aceptamos. Cualquier cosa éramos muejeres independientes y se la regresábamos.
—Dígale que gracias —contesté—. Chicas, una tendrá que llamar un taxi.
Todas nos reímos.
Se levantaron Cami y Yani, y dijeron que iban al baño.
Me quedé sola en aquella mesa solo con unas cuantas personas; intentaba mirar mi cel, porque no había más nada que contemplar más que las luces y las personas que aún quedaban. Pero no resistí, al mirar hacia los lados.
De repente, una voz me atrapó:
—Señorita, es usted hermosa, dijo un chico alto y guapo.
—Gracias —respondí.
—¿Qué hace usted por aquí?
—De vacaciones con mis amigas.
—Muy bien, yo también. ¿Puedo pasar a su mesa?
—Muy rápido, niño —respondí.
No le llamaba niño porque aparentase tener menos de dieciocho años, sino porque acostumbraban a llamarme la atención los hombres mayores. Pero el niño era un guapetón de 1,8 m, unos ojos marrones claros y un pelo hermoso. Realmente el hombre que cualquier chica, a la que le gusten los hombres jóvenes, deasearía. Lucía una hermosa camisa verde estampada y se veía muy humilde. Le respondí:
—Sí, caballero, puede pasar a nuestra mesa. Disculpe, ¿fue usted quién brindó la champagne?
—¡No! Señorita, soy Ernesto Díaz, un joven empresario .
-—Mucho gusto, señor Díaz.
—Ese es mi hermano, Frank Díaz.
—Un gusto para ambos.
Llegaron mis amigas un poco asombradas ante los nuevos integrantes de la mesa y exclamaron: «¡Ah!, pero ¿qué nos perdimos?».
—Chicas, ellos son empresarios, como nosotras.
Acababa la noche y terminamos hablando con dos interesantes desconocidos, aunque para mí no eran tan interesantes.
—Buenas noches, chicos, nos tenemos que ir. Ha sido un largo día.
Intercambiamos tarjetas.
—Chicas, ¿tienen tiempo para mañana para ir a cenar? —dijo Ernesto.
Este hombre había quedado profundamente fascinado, pues luego de la belleza física que lo atrajo de mi , pudo parpar esa chica llena de sueños y aunque con una figura provocativa y sensual, mis ojos gritaban «ámame». Y a la vez sobresalía esa inocencia que insinuaba no solo un «ámame», sino también un «protégeme».
—Mañana en la mañana te avisamos, chao. Buenas noches —dije rápidamente y con voz desinteresada.
Antes de salir al parqueo, teníamos la curiosidad de saber quién había enviado la botella de champagne.
—Señor, ¿quiénes nos brindaron la botella? Pregunté
—Justamente los que estaban sentados con ustedes en la mesa —respondió.
—Puta mierda, me cago en la madre, me tomaron el pelo. Gracias.
—Chicas, ¿pueden creer que nos mintieron? Dijeron que no habían brindado la botella, y sí fueron.
—¿En serio, Leny? Pero se comportaron como dos cabelleros. Y, además, le gustaste a Ernesto, no te dejaba de mirar durante toda la noche —rió Cami.
—¡Claro que no! ¿Qué dicen? Saben que no soy niñera —contesté.
—Sí, señora de las cuatro décadas... —sarcasticamente dijo cami.
—¿Por qué me dices así, si solo tengo veintiséis?
—Sí, pero te encantan los mayores y debes entender que la edad son números, porque Ernesto se portó como más que un caballero teniendo solo treinta años. Y, además, está guapísimo. Sería el hombre que cualquier mujer desearía tener. Joven, guapo, caballero, empresario…, en conclusión: el hombre diez. Continuó cami.
—Chicas, no es mi tipo y, recuerden, soy casada.
—Sí, casada pero no capada —exclamó Yani.
Todas nos reímos.
Decíamos esa frase popular para permitirnos, en cierta forma, la infidelidad que, en estos tiempos, es cien por cien.
Al llegar al apartameto me quedé profundamente dormida hasta el día siguiente. Tomé mi cel y vi un mensaje de la noche anterior de Ernesto: Deseo que hayan llegado bien.
Y otro de hoy en la mañana: Buen día princesa. Espero tu respuesta para salir a cenar hoy.
«Ummmm», pensé, «salir a comer nuevamente con un desconocido; le preguntaré a las chicas».
—¡Ey! ¡Vamos, despierten! —Con la almohada les pegaba—. Chicas, Ernesto pregunta si la cita sigue en pie.
—¿Qué Ernesto? —respondió Cami.
—¿Es en serio, Cami? Anoche me decías que estaba guapo, ¿y hoy ni recuerdas?
—¡Ay, amigas! ¡Ya! —dijo Yani—. Vamos a esa cena; total, solo tenemos como diez días disponibles en Santo Domingo. Vamos a ir para vivir una aventura.
Le respondí en un texto a Ernesto: Acepto. Nos vemos hoy a las 7.00 de la tarde.
Y volvió ese perfecto caballero que toda chica desea y preguntó: ¿Prefieres que te busque o te envío la dirección del restaurante?
Yo voy en coche, respondí.
Cuídate, mi amor, escribió él.
De inmediato, pensé sorprendida: «¡Ah! ¿Cómo que “mi amor”? ¿Qué le pasa a este mocoso?». Porque, en realidad, no me producía nada en ese momento, sino que era otro más sin importancia.
Pasó el día superrápido; ya casi eran las 7.00 de la tarde y estábamos en un mall comprando ropa. «¿Qué me pongo, qué no?», pensé.
—Chicas, faltan diez minutos para las 7.00 p. m. y tenemos una cita —dije.
—Ya casi terminamos —respondió Yani.
—Puta mierda, me llama Ernesto —respondí un poco estresada—: Sí, ¿qué tal, Ernesto? Oye, creo que llegaré un poco tarde. Me disculpas.
—No hay problema, aquí te espero —me contestó él al otro lado del teléfono.
Llegamos tres horas después, a las 10.00 p. m., y él aún esperaba por mí.
—Ya estamos aquí —le dije mirándolo a los ojos—. ¿En serio no te fuiste?
—Sí, ¿por qué me iba a ir? Hay mujeres a las que vale la pena esperar —exclamó de nuevo este caballeroso hombre.
Mientras sus ojos se quedaron clavados sobre mi, que belleza de mujer, eres lo más parecido a una princesa de esos cuentos de hadas. Pero sexi —dijo Ernesto.
—Gracias. Pero ¿tres horas, Ernesto? —pregunté.
—Esperaría más por usted, señorita, si es necesario.
Ese hombre diez empezó con sus halagos de nuevo y sentí que lo que mi amiga Cami dijo, con respecto a que le gustaba, era verdad.
—Sí, todo hombre hace lo que sea cuando quiere tener a una mujer —dijo Cami—. Los hombres, cuando quieren a una mujer por primera vez —continuó—, son capaces de bajarle la luna, si es necesario. Siempre se están divorciando o se quedan con su mujer por los niños y bienes. Cuando un hombre quiere obtener a una mujer no esperaría tres, esperaría diez horas.
Cami era muy directa y clara.
—¡Cami! —grité—. Cálmate, por favor.
Pero Cami prosiguió:
—Todo esto pasa mientras la mujer dice que no, insinuándole un sí. Aunque son temas de mujeres, me los reservo. Tienes razón, Leny, aprovechemos la noche.
La miré a Cami con cara de «te mato».
—¡¡Salud!! —dije rápidamente. El comentario de Cami me hizo sentir un poco comprometida con Ernesto.
Todos alzamos las copas.
—Brindemos por una mujer que desde el primer día impactó mi corazón. Y sé que estará conmigo hasta el último día de mi vida. Pues esta mujer me ha dejado profundamente atraído. Leny es una mujer que irradia dulzura, pero a la vez frialdad y, no sé, eso me gusta —dijo Ernesto.
Pensé que Ernesto estaba loco con lo que decía, y no me imaginaba una vida con él. Pero brindamos; total, era parte de la noche de aventuras.
Pasaba otra mágica noche, después del triunfo, estaba apareciendo un hombre. Aunque no era el soñado por mi, sí había cosas que me impactaban de ese caballero joven.
Parece que, cuando pides algo al universo, este conspira con todo. Dicen que, cuando te va bien en los negocios, hay un 90 % de posibilidad de que te vaya a ir bien en el amor. Y atraes todo lo bueno y positivo. Solo basta con dar el primer paso a un viaje, a una nueva vida, una salida, un nuevo negocio, e ir a por todo lo extraordinario. Aunque no tengas las herramientas ni estrategias en ese momento. Ya diste el primer paso para que el universo conspire a tu favor.
Ernesto se puso de pie y dijo que iba al baño.
—Ya no aguanto, chicas. Este hombre no me gusta, no es mi tipo, me voy —dijo Leny.
—Aguanta un poco más, no lo podemos dejar así; es más, dale un besito —dijo Cami.
Todas reímos.
—¿Qué dicen?, ¿están locas?
—Pues no le dejarás así como si nada después de que se ha portado tan bien —dijo esta vez Yani.
—Chicas, pero ¿un beso, en serio?, ¿están locas?
—Ahí viene. Ya sabes.
—Chicas, ¿adónde vamos ahora? Sigue la rumba —dijo Ernesto.
—A la casa, Ernesto —dije.
—No, vámonos a otro lugar, quiero bailar —proclamó Cami.
—Seguro que no —contesté.
—Está bien. Si Leny quiere irse a casa, yo la llevo —dijo Ernesto.
—Gracias, Ernesto. Ustedes tomen el coche pueden adelantar chicas, yo me voy con Ernesto —dijé.
Llegamos a mi apartahotel y me dijo:
—Eres la mujer mas hermosa que he conocido.
—Gracias —le respondí—. Tú también eres bien guapo.
—¿Te puedo dar un beso?
Ahí vino la pregunta de intercambio. No entiendo por qué el hombre no puede dar nada sin pedir algo a cambio. Pero pensé: «Solo es un beso. Sí, lo sé, soy casada, pero es solo un beso, nada más. Total, no es feo; lo voy a besar, a ver qué se siente con unos labios carnosos llenos de juventud, qué se siente al besar puro colágeno».
—Por supuesto —respondí—. ¿No te importa que sea el primer y el último beso?
—Será el primero, pero no el último —respondió él con seguridad.
Sus labios empezaron a pegarse a los míos, sentía su saliva fría, su aliento refrescante en ellos. Continué, me dejé llevar por el beso. Abrí mi boca y le di continuidad a un beso que me estaba empezando a gustar, él paró. Le pregunté por qué.
Lo agarré por el pelo mientras continuábamos en su coche. Lo besé más fuerte, con más pasión. Sentía que era el mejor beso que me habían dado en muchos años, que, si tuviera que recordar, sería el segundo mejor beso, después de aquel a los doce años de edad . Me paró de besar. Me miraba a los ojos y me dijo con una sonrisa pícara: «¿Viste que no será el último beso?».
Yo me sonreí, porque no niego que me encantó. Y más cuando acerqué su olor a piel exquisita: me fascinó. No puedo creer cómo estoy hablando de esa manera de un chico de treinta años. Pero él era más que solo un chico, sabía tratar a una dama.
—¿Salimos mañana a desayunar? —me preguntó.
«Otra cita más», pensé. Esto era peligroso para mí estando casada, aunque él aún no lo sabía. Pero estaba de vacaciones; lo que pasa en Santo Domingo, se queda en Santo Domingo.
—Acepto —y le di un último beso esa noche.
—¿Te parece, mi reina, a las 10.00 a.m.?
—Sí, perfecto. Es más, búscame —respondí—, para estar puntual.
Porque, aunque vivía en el país de la puntualidad, de los relojes, de los chocolates, del queso y de los bancos, nunca había dejado mis costumbres latinas.
Subí a la habitación y allí ya estaban las chicas. Yo tenía una sonrisa extraña.
—Cuéntanos, ¿cómo te fue con el galanazo de Ernesto?
Chicas, no piensen que soy una mujer que a la primera se va con quien la besa, pero debo reconocer que hoy he tenido el beso más emocionante de mi vida. Era tan profundo, había tanta conexión… Increíble.
—¡Guau, Leny! Necesitabas un beso así, que te hiciera sentir viva. Tu relación con tu esposo es solo costumbre, fría; necesitas fuego, pasión —dijo Yani.
—Chicas, ¿cómo creen que le puedo ser infiel a un hombre que me ama tanto?
—Recuerda esto: antes de serle fiel a otros sé fiel a ti misma, tu cuerpo pide fuego. Dale fuego. Tómalo, que son tus vacaciones y no volverás a verlo más —comentó Cami.
—¡Tienen razón, chicas! ¡A vivir esta aventura!
Al día siguiente a las 9.59 de la mañana. sonó mi teléfono. Era Ernesto. Me empezó a emocionar su nombre en mi celular.
—Hallo.
-—Estoy aquí abajo esperando, mi reina.
—Ya bajo. Perfecto.
—Tómate el tiempo que necesites —dijo Ernesto.
Me abrió las puertas del coche.
—¡Hola, amor!
—Hola —respondí
—Mi vida, no dormí en toda la noche pensando en ti.
—Ya somos dos. —Volví y lo besé .
Queria estar segura de que la conexión que existía la noche antes y ese fuego intenso en nuestros labios, cuando nos dimos ese primer beso, era real. Y, justamente, era el mismo beso de la última noche.
Llegamos al restaurante.
—¿Sabes que eres más hermosa de día? —me dijo Ernesto.
Me sonreí porque me deleitaban sus piropos.
—¿Sí, lo crees? —respondí.
—Sí, soy muy afortunado.
—Ernesto, ¿tienes pareja?
Fue la pregunta mas difícil, la que no se necesitaba hacer. Era como paralizar todo lo bonito que estaba surgiendo.
—Sí, me estoy divorciando —respondió.
Típico en hombres que quieres coger. Quedé pasmada, sabía que un hombre que me estaba empezando a parecer interesante no iba a estar soltero, era demasiado hermoso para ser real.
—¿Y tú? —Ernesto devolvió la pregunta.
«Puta mierda, ¿por qué pregunté?». Iba a terminar de arruinar aquella mañana si daba mi respuesta. Pero me llené de valor y respondí mintiendo:
—Sí, tengo novio.
Los dos nos quedamos pensativos, pues ya estábamos hablando de alguien más. ¿Qué podría destruir lo que ese día estaba a punto de pasar?
Obvié el tema, él creo que también; solo quería disfrutar de lo nuevo que estaba experimentando en mi vida.
—¿Qué harás el fin de semana? —preguntó.
—Iré a Punta Cana. ¿Quieres ir conmigo?
—Mi vuelo es el domingo; no podría ir. Partiré de regreso a mi destino.
«¿Quééé? O sea, que toda esta aventura llegará a su final. Porque él ya partía», pensé.
Nuevamente, salió ese príncipe encantado que, poco a poco, te va ilusionando e involucrando en un sentimiento extraño al que aún no podía llamar «amor». Él, con aquella voz dulce, pero estúpido y cursi a la vez, exclamó:
—Pero si me convences con otra de tus sonrisas, cancelo el vuelo y nos vamos.
—¿Qué? ¿Cancelarás tu vuelo?—pregunté.
—No me creíste cuando te dije, en nuestra primera cita juntos, que por ti haría todo.
—Tampoco exageres, pero ¿estás dispuesto a vivir esto conmigo?
—Hasta que te vayas —respondió él.
No podía creer lo que estaba escuchando. Un hombre estaba dispuesto a cancelar un viaje por mí, por permanecer a mi lado. Por seguir viviendo juntos esa sensación maravillosa de aventura, de retos, pero de miedos a la vez.
—Debo reconocer que me has impactado; es que mirarte a los ojos es irresistible, tu olor, tu risa…, es más, quédate a mi lado —le dije.
Quería sentir eso y despertó ese deseo que los humanos llamamos carnal. No tuve que insistir mucho cuando me respondió:
—Pues me quedo.
Fue maravilloso escuchar eso. Estábamos comprometidos, pero ambos deseábamos entrar en ese infierno interesante de ser amantes.
—Tengo mucho que hacer hoy; te veo mañana en el apartamento, quiero cocinar para ti —le dije.
Otra cita más, las cosas cada vez se volvían más significativas. Qué le podíamos hacer si dos personas comprometidas buscaban desesperadas ahogarse en una aventura de amor maravillosa.
Llegó la siguiente noche romántica, ya mis amigas habían partido a sus casas. Estábamos solos, en el balcón de aquel piso número 9, en una torre y con dos copas de vino. Sentía que él esperaba de mí todo lo que un hombre y una mujer desean. Penetrarnos.
¡Pero no! Había una confesión antes de iniciar este juego de amantes, incluso antes de que cambiara su vuelo aquel domingo.
—Soy casada —dije fríamente, como dispuesta a enfrentar lo que venga—. Y sé que a partir de que se acabe esta cena no querrás verme y te sentirás feliz de no haber cancelado tu vuelo aún.
—Soy casado con niños —respondió él.
Tragué lento, no podía creer que estuviese entregando mi tiempo a una persona casada, aunque yo también lo estaba. Era algo egoísta este pensar.
Y entonces él continuó:
—Ahora, por tu honestidad, te admiro más, y estoy dispuesto a pagar un precio y correr el riesgo para tenerte a mi lado.
—¿De verdad? Yo tenía miedo de que pensaras lo contrario —le dije.
—Solo déjame decirte que eres una mujer increíble.
—Entonces, ¿amantes? —pregunté atrevidamente.
Y él, con su encantadora voz, respondió:
—Sí, amantes, aunque pertenezcamos a camas diferentes, aunque juzgue la gente.
Hubo risas, estábamos tan felices que no importaba nada más que nuestro mundo. Un beso cerró aquella propuesta.
Aunque esa noche no hubo sexo, empezamos a ser amantes de corazón, de almas, de necesidad el uno del otro. Otra noche más que terminaba conociendo a un ser increíble, que aún seguía aceptándome con mi cruz.
Ernesto viajó a Punta Cana, primero que yo. Y nuevamente, esperaba horas por mí.
Otra vez llegué tarde, pero ahora sentía tristeza por haberlo dejado esperando tres horas más. No era justo. Aunque él estaba dispuesto a esperarme, no se lo merecía.
Llegué, él me miró, me abrazó y se olvidó del tiempo de espera. Me besó y dijo:
—Si hay alguien a quien estaré siempre dispuesto a esperar el resto de mi vida, es a ti, Leny. Te lo juro. Eres mi alma gemela.
—No me digas eso, Ernesto.
Eran las palabras que necesitaba escuchar desde hacía años. Lloré por un momento, no podía creer que una noche en un restaurante pudiera ser tan maravillosa y que, esa noche que brindamos, sellásemos un pacto de un amor que estaba empezando a renacer. Volví, me dirijí hacia él y le pregunté:
—¿Te arrepientes de cancelar tu vuelo?
—La próxima vez que me llegue a arrepentir de algo será de no haberlo intentado.
Llegamos al apartamento, estábamos en el sofá cuando llegó el momento de volvernos a besar, a tocar. Con una pasión salvaje, empezamos a desvestirnos y nos entregamos con intenso deseo. Me rompió el sostén, con su boca me quitó el panty y empezó a lamer mi vagina; sentí que volaba, era algo inexplicable. ¿Dónde estaba escondida tanta pasión, tanta química? Cuando nuestras pieles se tocaron, pecho con pecho, era como si nos hubiésemos conocido de toda la vida, éramos almas gemelas y llegó el momento esperado: la penetración fue mágica, suave pero salvaje e intensa a la vez; tan deliciosa que sentí que lo amaba. Nos desconectamos de este mundo y entrábamos en otro. Un mundo donde no importaba nadie más, convirtiéndonos en uno solo. En una sola piel, en una sola alma, un solo respirar, en un solo orgasmo. Fue una noche prohibida, pero fue una noche para siempre.
Era algo desenfrenado, cada cinco minutos queríamos estar encima del otro y así pasamos toda la noche.
Al día siguiente me desperté y vi que no estaba a mi lado. Me puse nerviosa. «Será que fue un sueño. No, no, ahí está su ropa». Vi una nota en la mesa: Amor, fui a comprar desayuno.
Así que, rápidamente, aproveché la oportunidad para llamar a mi esposo y decirle que todo estaba bien, aunque sé que él fue a hacer lo mismo y que quizás por respeto no me lo dijo. Estuve más tranquila cuando llamé a mi esposo.
Empecé a recordar cada minuto de esa noche y me dije: «¿Quién es este hombre?».
Será que Paulo Coelho tenía razón cuando mostró en su libro, La bruja de Portobello, que si un hombre, que no conocemos en lo absoluto, nos llama hoy por teléfono, charlamos un poco, no insinúa nada, no dice nada especial, pero aun así nos presta la atención que realmente no recibimos por nuestra actual pareja, somos capaces de acostarnos con él esa misma noche relativamente enamoradas. Y, es que, somos así, y no hay nada de malo en ello; es propio de nuestra naturaleza femenina: abrirse al amor con gran facilidad.
Después de tanto tiempo de leer este párrafo, entiendo que sí tenía razón, porque no solo fue su conexión, sino que estaba también en la necesidad de encontrar a un hombre que no fuera mi esposo, aunque me convirtiera en su amante. Un amante que volviera despertar lo que despertó Ernesto anoche.
Y la necesidad hace que los ladrones no sean tan culpables. «Adiós, culpa, disfrutaré de esta semana». Sonreí.
Llegó Ernesto con unos shorts, sandalias y una bolsa en la mano.
—Te traje un bikini. Vamos a la playa.
Me sonreí nuevamente y con un beso le di las gracias. Caminamos, fuimos a la playa y en un restaurante frente al mar hablamos de negocios. Era todo exquisito, excelente. El clima estaba delicioso, con unos treinta grados y, junto con el viento del mar, hacían el ambiente perfecto.
Al llegar la noche subimos a la azotea de aquel penthouse en Punta Cana. Ese lugar es uno de los destinos turísticos más hermosos y reclamados del país por sus grandes variaciones de hoteles con el «todo incluido», pero lo que lo hace sensacional son sus hermosas playas. La playa es un buen ejemplo de maravillosa costa tropical con blancas arenas y cristalinas aguas azules, rodeada por numerosas palmeras. En esas aguas se pueden practicar todo tipo de deportes acuáticos, como snorkel y buceo, pudiendo explorar el mayor arrecife de coral de toda la isla, de unos 30 km de extensión. Además, se puede realizar un circuito en barco con fondo de cristal en el que se puede observar el arrecife.
Estábamos en un penthouse, en la azotea, y mientras Ernesto se bañaba preparé dos almohadas, un vino y dos copas. La vista eran la luna y las estrellas. Quería cerrar con un broche de oro aquel fin de semana en Punta Cana.
Acompañados de esa hermosa noche, más la sensacion de tenernos el uno al otro. Tirados en el piso mirando al cielo, contemplamos aquella luna y celebramos el encuentro de nuestras partes.
Ernesto comenzó a hablar con voz de plenitud.
—Estamos locos. No pensé vivir tanto en tan poco.
—Tampoco yo me hubiese imaginado una noche tan especial con un desconocido.
—Mi amor, ¿dónde estabas? —me preguntó Ernesto.
—Estaba ocupada, pero no sé en qué.
—¡Qué encuentro, amor, el de nosotros sin planearlos!
—Tienes razón, Ernesto. Al restaurante al que fui esa noche no era al que tenía pensado ir. Y a Santo Domingo tenía planes de venir el próximo mes. Pero todo pasó así.
—El destino te pone personas frente a ti, y no precisamente con un traje de gala. La vida, el universo, te ponen lo extraordinario, en frente de ti. Está en ti si tomas ese amor o lo dejas ir.
—¿Cómo nos damos cuenta de que sí es amor?
—Concéntrate en darle la oportunidad a que tu energía fluya, en cómo habla, en cómo miras la persona que esta en frente de ti.
—¿Sabes? Agradezco a la vida por corresponder a la invitación de la felicidad.
Se acercó más a mi y me besó.
—¿Sabes, mi reina? Anoche, el rato que pudimos dormir, fue como un sueño mágico, porque al sentirte a mi lado era como si nos perteneciéramos. Sentir tu calor, tus suspiros, el latido de tu corazón con el mío, eran como un volcán a punto de entrar en erupción; tus delicadas manos sobre mi pecho, tus piernas enlazadas con las mías. Fue el sueño que no tenía desde hace años —dijo Ernesto.
—Yo dormí de la misma manera, como si estuviera en el paraíso, sin miedo a nada.
Se dice que tienes mejor sueño y puedes dormir la noche completa si estás al lado de la persona correcta.
Volteé y lo miré, con mis grandes y hechizantes ojos, los cuales conteplaban los de mi otra parte, y le pregunté:
—¿Qué es esto? ¿Cómo se llama a lo que sentimos en tan poco?
—No tengo una definición, mi reina, pero sí sé que esto es amor.
—¿Lo crees? —sonreí con picardía.
—Estoy seguro, o explícame cuántos besos van después del primero. —Él sonrió—. Amor, todo lo que declaré será manifestado.
—Hablando de declaraciones, ¿crees en Dios? —pregunté .
—Sí. No solo creo, lo conozco.
—Y esto que estamos haciendo, ¿está mal? Siento que somos amantes inocentes de lo que sentimos.
—Sí, está mal, de eso estamos conscientes.
—¿Podría Dios escuchar la oración de dos amantes?
—Oremos —dijo Ernesto.
Mientras volvíamos nuestro rostro al cielo, decíamos: «No somos dignos de hablarte, pero aquí estamos sabiendo que somos pecadores. Solo queremos agradecerte por ponernos en el camino. Y que nos perdones por sentir esta energía sobrenatural tan fuerte; al final queremos ser dirigidos por tu camino. Amén».
—¿Crees que Dios escuchó a estos dos amantes? —pregunté.
—Dios no tiene acepción de personas . Cuánto me hubiese gustado encontrarte en otra circunstancia y ser feliz en los estatutos de Dios. Eres la mujer perfecta para mí, pero qué tarde te conocí.
—Ernesto, nunca es tarde para amar y cumplir con los estatutos de Dios.
A pesar de ser una pecadora , tenía un cierto temor a un ser supremo. Lo sorprendente de esto es que ambos sentíamos el mismo fervor hacia Dios, aunque nuestras almas estuvieran descarriadas.
Estaba a punto de terminar otra noche, donde la luna y las estrellas se hicieron las anfitrionas. Se terminó la botella de vino, se terminó el deseo de hablar, el deseo de preguntar; ahí fue cuando las estrellas brillaban más que nunca. Empezó su cuerpo frío por la noche a calentar como el mío, empezaron sus ojos marrones claros a llenarme todo mi cuerpo, empezaron sus manos a acariciar las mías, empezaron nuestros corazones a latir rápidamente. La noche estaba a nuestro favor, y el universo conspiró para abrazanos. Nos pusimos de pie y bailabamos; empezó a nublarse y una nube de lluvia cayó sobre nosotros, pero bailabamos, bailabamos al ritmo de la noche. Dos extraños bailando bajo la lluvia convirtiendonos en amantes al compás.
Dos extraños bailando como si se conocieramos de toda la vida, como si en una época pasada hubiesemos estado juntos y ahora nos hubieramos reencontrado. Mientras bailabamos nuestros cuerpos estaban más y más cerca, la sensación de su suspiro era maravillosa, era un exquisito éxtasis. Nuevamente empezamos a besarnos, y ese beso volvió a llevarnos a lo prohibido. Pero para nosotros era la gloria.
De esos momentos pasamos muchos días y noches juntos de esa última semana, aún regresando a Santo Domingo. Ya casi se acercaba la hora de su partida; estaban llegando las horas de volver a la realidad. Ya en la madrugada él partía a su destino, con su vida, y en dos días yo a la mía. Era difícil dar tanto en una semana y perderlo así, de repente.
No sabíamos si nos volveríamos a ver o qué pasaría con nuestras vidas. A Santo Domingo, desde ese día, la llamé «la ciudad del reecuentro», y no cualquier reencuentro, sino el de dos almas que se reecontraron teniendo sus parejas, pero sí, sabíamos que eramos mitad. En la comida del día anterior, mientras estábamos en el bar del hotel en el que él estaba hospedado, volví a mirarlo, pues era mi parte favorita al estar junto a el: mirarlo. Le comenté:
—Estoy segura de que eres mi otra parte.
—¿Por qué lo piensas? ¿Qué es para ti la otra parte?
—Según la leyenda, en la antigüedad, no había tantas personas como ahora, y creo en la rencarnación, en una vida después de la muerte. Confirmo que con lo que nos pasó en este poco tiempo, y ese amor que resurgió, no es normal ni una casualidad. Tuviste que ser parte de mi existencia en una vida pasada.
»Cuando una persona muere, según la leyenda, su alma se divide en dos mitades: una masculina y otra femenina. Y solo cuando se siente un amor inmediato, ese brillo en los ojos cuando me miras confirmó que eres mi mitad.
»Y nos basta con saber que ambos somos felices. ¿Hay días que te has sentido triste y no tienes idea de por qué? En ese momento tu mitad está pasando por una mala situación. Tu alma gemela, que esta en alguna parte del mundo, necesita un abrazo tuyo.
»Entonces es cuando la desesperación de encontrar a la otra parte se apodera de nosotros, y, aunque tenemos una pareja, no nos sentimos llenos, porque sabemos que no es nuestra otra parte. Y es ahí cuando empezamos a buscar el amor en otras almas.
—¿Cómo sé que eres mi mitad?
—A ver, Ernesto, ¡mírame! ¿Qué sientes?
—Siento que mis ojos se mezclan con los tuyos.
—Ahora, ¡bésame! ¿Qué sientes?
—Siento que tu mundo está ligado al mío.
—Ahora, ¡abrázame! ¿Qué sientes?
—Que somos uno y que tú eres mi otra parte.
—Listo, es todo lo que quería escuchar. ¿Y sabes qué es lo más increíble? Que para volver a juntarnos pasamos hasta más de cien reencarnaciones. Pero hoy estás aquí.
—Nos encontramos, mi amor, nos reencontramos.
Si las demás mujeres supieran que, aunque pasen desengaños, decepciones o malos amores, nunca deben dejar de buscar el amor verdadero… No importa que te digan «puta», no importa que te digan «cuero». Este es el objetivo principal: que vinimos a este mundo a encontrar nuestra otra parte.
Pero ese día teníamos la última cena con mi amiga Yani y su hermano Frank, el cual preguntó:
—¿Qué tal si vamos a la discoteca?
—Lo siento, pero en unas horas me voy y prefiero estar con el amor de mi vida. Hasta el último momento —respondió Ernesto.
—Guau. Es determinado, el niño —respondí.
Llegó el momento en el que empezó a caer la madrugada.
—Amor, ya en unas horas me voy. ¿Qué tal si hacemos cositas ricas? —rió Ernesto.
—A ver, ¡mírame! Ahora, ¡bésame! Ahora, ¡abrázame! Ahora, ¡quítate la ropa! Ahora, ¡quítame la mía! Ahora, haz lo que quieras conmigo.
Y empezamon a sudar nuestras pieles y el placer crecía, y, mientra estaba más adentro, no nos dejabamos de mirar, ni de besar. Era algo más grande que todo, eramos nosotros, eramos uno.
Dormimos un rato.
—Mi amor, ya llegó la hora de irme.
—No, jamás te irás sin que yo te lleve al aeropuerto.
—Amor, pero son las tres de la mañana.
—No importa, es mi última noche, son mis últimos segundos a tu lado.
Aunque tenia tristeza en los ojos, intentaba ser fuerte para no llorar. ¿Cómo es que algo tan mágico podía durar tan poco? ¿Cómo es que ya era hora de volver a la realidad? Hay que renunciar a un amor que no sabemos si volveremos a ver.
Mi amiga me acompañó a llevarlo al aeropuerto , yo estaba muerta de sueño. No te digo de amor, porque no sé si me podrás entender.
Quizás eres de las que piensan que en una semana no puedes sentir lo que alguien no te hizo sentir en años.
Llegamos al aeropuerto.
—Hasta pronto, mi amor —dijo Ernesto—. Fueron las mejores vacaciones de mi vida. Lamento tanto irme.
—No te preocupes, mi amor. He aprendido que el verdadero amor permitirá que cada uno siga su propio camino, sabiendo que este jamás alejará a las partes.
Tenemos que tener paciencia y seguir nuestra vida normal, sabiendo que, más pronto o más tarde, estaremos juntos.
—Mi amor, la otra parte no es egoísta contigo. Si es tu amor verdadero, te deja ser y terminar tu jornada. Continué.
—Dirás, amor , que podemos ahora llegar con nuestras respectivas parejas, y, aun así, esperarnos.
—¡Claro! No podríamos llegar y decir: «Te voy a dejar, porque encontré mi mitad». Sería romper un corazón.
—Lo importante es que ya sé que mi otra parte está en Suiza. ¿Y si nos olvidamos en el camino?
—Siempre serás mi mitad y ya te había conocido. Basta con que las partes hayan sentido un amor tan intenso como el que vivimos en nuestro reencuentro, y ya este justifica el resto de la vida.
—Eres increíble, mi amor.
Me dió un beso mientras sus manos se separaban de las mias y las lágrimas nos caían a ambos. Era como despegar de raíz un árbol.
—Vamos, Yani. ¿Lista para volver a mi realidad?
—Lista. Nos vamos a Suiza.
—A Suiza.
Agradecí a la vida el momento en el que me presentó mi mitad.