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JOSÉ

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Si algún día venís a la provincia de Asturias,[1.1] no os vayáis sin echar una ojeada a Rodillero.[1.2] Es el pueblo más singular y extraño de ella, ya que no[1.3] el más hermoso. Y todavía en punto a belleza considero que se las puede haber[1.4] con cualquier otro, aunque no sea ésta la opinión general. La mayoría de las personas, cuando hablan de Rodillero, sonríen con lástima, lo mismo que cuando se mienta en la conversación a[1.5] un cojo o corcovado o a otro mortal señalado de modo ridículo por la mano de Dios. Es una injusticia. Confieso que Rodillero no es gentil, pero es sublime, lo cual importa más.

Figuraos que camináis por una alta meseta de la costa, pintoresca y amena como el resto del país: desparramados por ella vais encontrando blancos caseríos, medio ocultos entre el follaje de los árboles, y quintas, de cuyas huertas cuelgan en piños[1.6] sobre el camino las manzanas amarillas sonrosadas: un arroyo cristalino serpea por el medio, esparciendo amenidad y frescura; delante tenéis la gran mancha azul del océano; detrás las cimas lejanas de algunas montañas que forman oscuro y abrupto cordón en torno de la campiña, que es dilatada y llana. Cerca ya de la mar, comenzáis a descender rápidamente, siguiendo el arroyo, hacia un barranco negro y adusto: en el fondo está Rodillero. Pero este barranco se halla cortado en forma de hoz, y ofrece no pocos tramos y revueltas[2.1] antes de desembocar en el océano. Las casuchas que componen el pueblo están enclavadas por entrambos lados en la misma peña, pues las altas murallas que lo cierran no dan espacio más que[2.2] para el arroyo y una estrecha calle que lo ciñe: calle y arroyo van haciendo eses,[2.3] de suerte que algunas veces os encontraréis con la montaña por delante, escucharéis los rumores de la mar detrás de ella y no sabréis por dónde seguir para verla: el mismo arroyo os lo irá diciendo. Salváis aquel tramo, pasáis por delante de otro montón de casas colocadas las unas encima de las otras en forma de escalinata,[2.4] y de nuevo dais con[2.5] la peña cerrándoos el paso. Los ruidos del océano se tornan[2.6] más fuertes, la calle se va ensanchando: aquí tropezáis con una lancha que están carenando, más allá con algunas redes tendidas en el suelo; percibiréis el olor nauseabundo de los residuos podridos del pescado; el arroyo corre más sucio y sosegado, y flotan sobre él algunos botes: por fin, al revolver de una peña[2.7] os halláis frente al mar. El mar penetra, al subir, por la oscura garganta engrosando el arroyo. La playa que deja descubierta al bajar no es de arena, sino de guijo. No hay muelle ni artefacto alguno para abrigar las embarcaciones: los marineros cuando tornan de la pesca se ven precisados a subir sus lanchas a la rastra [2.8] hasta ponerlas a seguro.

Rodillero es un pueblo de pescadores. Las casas, por lo común, son pequeñas y pobres y no tienen vistas más que por delante; por detrás se las quita la peña a donde están adosadas.[2.9] Hay algunas menos malas, que pertenecen a las pocas personas de lustre[2.10] que habitan en el lugar, enriquecidas la mayor parte en el comercio del escabeche; suelen tener detrás un huerto labrado sobre la misma montaña, cuyo ingreso está en el piso segundo. Hay, además, tres o cuatro caserones solariegos, deshabitados, medio derruidos; se conoce que los hidalgos que los habitaban han huido hace tiempo de la sombría y monótona existencia de aquel pueblo singular. Cuando lo hayáis visitado, les daréis la razón.[3.1] Vivir en el fondo de aquel barranco oscuro donde los ruidos de la mar y del viento zumban como en un caracol, debe de ser bien triste.[3.2]

En Rodillero, no obstante, nadie se aburre; no hay tiempo para ello. La lucha ruda, incesante, que aquel puñado de seres necesita sostener con el océano para poder alimentarse, de tal modo absorbe su atención, que no se echa menos[3.3] ninguno de los goces que proporcionan las grandes ciudades. Los hombres salen a la mar por la mañana o a media noche, según la estación, y regresan a la tarde: las mujeres se ocupan en llevar el pescado a las villas inmediatas, o en freírlo para escabeche en las fábricas, en tejer y remendar las redes, coser las velas y en los demás quehaceres domésticos. Adviértese[3.4] entre los dos sexos extraordinarias diferencias en el carácter y en el ingenio. Los hombres son comúnmente graves, taciturnos, sufridos, de escaso entendimiento y noble corazón. En la escuela se observa que los niños son despiertos de espíritu y tienen la inteligencia lúcida; pero según avanzan en años, se va apagando ésta poco a poco, sin poder atribuirlo[3.5] a otra causa que a la vida exclusivamente material que observan, apenas[3.6] comienzan a ganarse el pan: desde la mar a la taberna, desde la taberna a casa, desde casa otra vez a la mar, y así un día y otro día, hasta que se mueren o inutilizan.[4.1] Hay, no obstante, en el fondo de su alma una chispa de espiritualismo que no se apaga jamás, porque la mantiene viva la religión. Los habitantes de Rodillero son profundamente religiosos; el peligro constante en que viven les mueve a poner el pensamiento y la esperanza en Dios. El pescador todos los días se despide para el mar, que es lo desconocido; todos los días se va a perder en ese infinito azul de agua y de aire sin saber si volverá. Y algunas veces, en efecto, no vuelve: no se pasan nunca muchos años sin que Rodillero pague su tributo de carne al océano: en ocasiones el tributo es terrible: en el invierno de 1852 perecieron 80 hombres que representaban una tercera parte de la población útil. Poco a poco esta existencia va labrando su espíritu,[4.2] despegándoles de los intereses materiales, haciéndoles generosos, serenos, y con la familia tiernos: no abundan entre los marinos los avaros, los intrigantes y tramposos, como entre los campesinos.

La mujer es muy distinta: tiene las cualidades de que carece su esposo, pero también los defectos. Es inteligente, de genio vivo y emprendedor, astuta y habilidosa,[4.3] por lo cual lleva casi siempre la dirección de la familia: en cambio suele ser codiciosa, deslenguada y pendenciera. Esto en cuanto a lo moral.[4.4] Por lo que toca a lo corporal, no hay más que[4.5] rendirse y confesar que no hay en Asturias y por ventura en España quien sostenga comparación con ellas. Altas, esbeltas, de carnes macizas y sonrosadas, cabellos negros abundosos, ojos negros también y rasgados,[4.6] que miran con severidad como los de las diosas griegas; la nariz, recta o levemente aguileña, unida a la frente por una línea delicada, termina con ventanas un poco dilatadas y de movilidad extraordinaria, indicando bien su natural impetuoso y apasionado; la boca fresca, de un rojo vivo que contrasta primorosamente con la blancura de los dientes; caminan con majestad, como las romanas; hablan velozmente y con acento musical, que las hace reconocer en seguida donde quiera que van; sonríen poco, y eso con cierto desdén olímpico. No creo que en ningún otro rincón de España se pueda presentar un ramillete de mujeres tan exquisito.

En este rincón, como en todos los demás de la tierra, se representan comedias y dramas, no tan complicados como en las ciudades, porque son más simples las costumbres, pero quizá no menos interesantes. Uno de ellos se me ofrece que contar: es la historia sencilla de un pobre marinero. Escuchadla los que amáis[5.1] la humilde verdad, que a vosotros la dedico.

Heath's Modern Language Series: José

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