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Mi padre nos dedicaba tiempo

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Para ahorrar iba caminando al trabajo rudo al sol, quemado en verano y en invierno. Pero al llegar a casa y darse una ducha entraba al dormitorio por una hora, para hablar con su Padre Celestial. No podíamos molestarlo por ningún motivo, luego salía renovado y le cebábamos mate y nos contaba historias. Siempre tenía tiempo para nosotras. Nos revisaba los cuadernos y las tareas, se alegraba con cada nota de la maestra, y nos hacía respetar casi con devoción a cada una de ellas.

Caminábamos 30 cuadras para tomar un tranvía y luego un colectivo para ir a la Iglesia. Iba silbando un himno, eso era un arrullo, y el perfume a Glostora de su cabeza era delicioso. Hoy pienso: ¿se olvidaría de su cansancio cuando nos llevaba en sus brazos si nos dormíamos? Nunca escuché una excusa para faltar al culto. Muchas veces se nos fue el último colectivo, y dormíamos en las escaleras de la empresa de electricidad, en el centro, hasta que amanecía y comenzaba el recorrido. Nos enseñó con esos ejemplos quién era primero en su vida. Hoy, siendo yo una “señora mayor”, pastora por más de 50 años y maestra de la Palabra, reconozco una vez más que todo lo que soy se lo debo a él. Vi en primera persona a un ser puro, con un corazón perdonador, manejar las injusticias dejándolas en manos del Señor. Soportó tanto en la vida, pero siempre tenía una palabra de ánimo y una sonrisa en su rostro.

Un día de la década del 60 recibió la primera carta de su tierra. Estaba en códigos, y se notaba que había sido despegada (pleno comunismo, Ucrania era parte de la URSS). Vimos a nuestros padres llorar y apagar la radio por un mes, había duelo porque se enteraron de que toda su familia fue aniquilada. Stalin tomó esa zona, y destrozó la Iglesia matando a miles de creyentes, entre ellos todos los parientes que se quedaron allí.

Antología 6: Camino al Cielo

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