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Capítulo ocho

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Al día siguiente, Harper llegó al periódico a mediodía sin un artículo que escribir. En otros tiempos, habría llamado a la detective Daltrey y, entre broma y broma, le habría sonsacado algo de información; pero aquellos días ya eran historia. Después de su charla con Bonnie, había albergado la esperanza de que el padre de Naomi Scott se pusiera en contacto con ella, pero, por el momento, su teléfono todavía no había sonado. Había intentado contactar con él llamándole a casa varias veces, pero las llamadas terminaban siempre en el contestador automático. No podía culparlo, su única hija había fallecido el día anterior, pero, aun así…

Dejó caer el bolso al suelo, junto a su mesa, encendió el ordenador y puso en marcha el detector a un volumen muy bajo justo cuando D. J. entraba en la redacción desde el pasillo de atrás.

—¡No!, otra vez tú —dijo alegremente.

Harper ignoró el comentario.

—¿Ya ha llegado Baxter? Por favor, dime que no.

—Muy bien. No —respondió antes de continuar con un gesto compungido de dolor—, pero lo cierto es que sí. Está en el despacho de Dells ahora mismo. ¿Por qué? ¿Qué has hecho?

—No he hecho nada, ese es el problema. —Harper alcanzó su café—. No tengo nada nuevo relacionado con el caso de River Street. Mi fuente no se ha puesto en contacto conmigo.

—Ah, entonces estás jodida —le aseguró D. J.—. Baxter lleva toda la mañana diciéndole a todo el mundo que la actualización del artículo estará lista para la una. Dice que tienes una exclusiva con el padre.

Aquello era peor de lo que pensaba.

—Me va a matar —dijo Harper—. El padre me ha dejado vendida.

—Menuda mierda. —Dedicándole una mirada empática, D. J. se giró de nuevo hacia su mesa—. D. E. P. Harper. Tuvo una gran carrera mientras duró.

Harper inició sesión en el sistema y empezó a rastrear páginas web locales para ver si algún otro medio de noticias había publicado algo que a ella se le hubiera pasado por alto. Le valía cualquier cosa que pudiera utilizar para sustituir el testimonio del padre, pero nadie parecía tener ninguna novedad. Todas las noticias del caso Scott se habían parado en seco en cuanto detuvieron a Wilson Shepherd anoche. Un artículo en la página web de un canal de televisión decía que Shepherd tenía antecedentes de tráfico de drogas, de cuando vivía en Atlanta. Harper tomó nota para investigarlo más tarde, aunque no encajaba con el perfil de impecable estudiante de Derecho del que siempre parecía hacer gala. Pero eso era todo, apenas una línea enterrada en mitad de un artículo acerca de su detención.

El teléfono de la mesa empezó a sonar con insistencia, pero, absorta como estaba en la investigación, Harper tardó unos segundos antes de descolgar por fin el auricular.

—McClain —dijo secamente.

—Señorita McClain, soy Gary, de recepción. Aquí hay un hombre que dice que necesita hablar con usted. —Sonaba irritado. Gary detestaba a los visitantes—. Su nombre no está en la lista de visitas. Ya conoce las normas respecto a la actualización de la lista ante la llegada de cualquier visita imprevista. Es una cuestión de seguridad, señorita McClain. No me canso de insistirle…

Harper dejó caer la cabeza en el respaldo de la silla.

—No estoy esperando ninguna visita, Gary —dijo, interrumpiéndole con impaciencia—. ¿Quién es?

—Dice que su nombre es Jerrod Scott. ¿Le digo que se marche?

Harper se puso en pie tan súbitamente que tiró la taza de café, provocando que su oscuro contenido fluyera por toda la mesa en dirección al detector.

—Por el amor de Dios, ni se te ocurra echarlo. —Alzó la voz—: Envíamelo ahora mismo.

—De acuerdo —Gary resopló—, pero debería estar en la lista.

Maldiciendo para sus adentros, Harper colgó el teléfono y contuvo el avance del café derramado con un ejemplar del periódico del día anterior. Después de coger una libreta nueva y un bolígrafo de un cajón, atravesó la sala a la carrera y llegó a la puerta de la redacción justo cuando un hombre alto y delgado, de piel oscura y cabello entrecano corto cruzaba el umbral.

—¿Señor Scott? —dijo Harper.

Él asintió, echando un vistazo a la sala de redacción con cautela.

—He venido a ver a Harper McClain. —Su voz era profunda, con un fuerte acento sureño que hacía que pronunciara el nombre de la reportera con una sílaba de más.

—Soy yo. —Harper le tendió la mano—. Siento muchísimo su pérdida, señor Scott.

Sus dedos eran largos y fuertes, y el apretón que se dieron fue tan potente que casi le hizo daño. De cerca, Harper pudo ver cómo los ojos marrones de Scott estaban enrojecidos, supuso que de puro agotamiento y aflicción.

—Señorita McClain, su amiga Bonnie me ha asegurado que puedo confiar en usted. —Los ojos del hombre observaban el rostro de Harper con una intensidad inesperada—. ¿Puedo hacerlo?

—Desde luego —le prometió con la esperanza de que fuera verdad.

Consciente de que el resto de los periodistas observaban su conversación con curiosidad, Harper le indicó que la siguiera.

—Acompáñeme, hablaremos en un lugar más tranquilo.

Harper le condujo hasta un rincón apartado de la sala de redacción. Había algo en Scott, una especie de hartazgo en su actitud, que le indicaba que la estrategia más recomendable a seguir con él era ir directamente al grano.

—Supongo que estará al tanto de la detención de Wilson Shepherd, ¿no? —dijo Harper.

Scott levantó la vista para encontrarse con la mirada de la reportera.

—Estaba en las portadas de todos los periódicos de hoy. Si hubiera querido no estar al tanto, tendría que haberme quedado ciego.

—Bonnie me ha dicho que usted no cree que él haya matado a su hija —continuó Harper—. ¿Sigue siendo esa su opinión?

Scott no dudó.

—Estoy seguro al cien por cien de que Wilson no le ha puesto a Naomi ni un solo dedo encima. —Su voz era firme—. Por eso estoy aquí. Usted debe intervenir en todo esto.

Harper pensó en el Wilson que había visto la noche anterior, arma en ristre y gritando a la policía.

—Vi cómo le detenían anoche —le dijo—. A mí no me pareció muy inocente.

—Yo no sé nada de eso. —Scott le lanzó una mirada severa—. Lo que sí sé es cómo estaba cuando nos enteramos de lo de Naomi. No pegó ojo, ni siquiera comía. La pena… —Hizo una pausa, se le enrojecieron los ojos—. La pena puede destrozar tu mente y también tu corazón.

Harper sabía mejor que nadie que aquello era cierto, pero lo que había presenciado la noche anterior le había parecido que iba más allá del dolor o la pena. Aun así, no quería discutir con un hombre que acababa de perder a su hija. Harper analizó su rostro cansado: unas arrugas profundas surcaban su frente, otras nacían en las comisuras de su boca.

—Entiendo —dijo ella.

Scott debió de percibir sus dudas.

—Sé lo que piensa, señorita McClain —le respondió—. Cree que no soy más que un anciano afligido que no sabe qué está ocurriendo en sus narices, pero le digo una cosa: la policía ha detenido a la persona equivocada y, mientras siguen tan concentrados en Wilson, el verdadero asesino campa a sus anchas libremente.

—Cuénteme por qué cree que él no lo hizo. —Harper tomó la libreta—. ¿Sabe dónde se encontraba Wilson aquella noche? Si conoce a alguien que pueda dar fe de dónde estaba en el momento del tiroteo, sería de gran utilidad.

Scott negó con la cabeza.

—Desconozco dónde estaba Wilson cuando mataron a mi niña. Lo que sí sé es que ese muchacho sería capaz de dejar que una araña se paseara por encima de él antes de hacerle ningún daño. No es ningún asesino, señorita McClain. Amaba a mi hija.

Su voz se rompió y presionó los dedos contra la frente.

—Señor Scott. —Harper suavizó su voz—. Tenía una pistola cuando la policía lo detuvo anoche. Si se tratara del arma empleada en el crimen, van a acusarlo por asesinato.

Él empezó a negar con la cabeza tercamente.

—Tiene que creerme. Ha sido otra persona. Sé que mi Naomi le tenía miedo a alguien. Un tipo de la facultad. No me contó qué había ocurrido o por qué no le gustaba, pero había algo relacionado con él que la asustaba. —Extendió un dedo en dirección a Harper—. Encuéntrelo. Localice a ese hombre, interróguelo.

Harper había albergado la esperanza de que él tuviera alguna cosa concreta que contarle acerca de Shepherd o Naomi, pero hipótesis infundadas acerca de tipos desconocidos por culpa de los cuales la fallecida podría haberse sentido inquieta… Aquello no era lo que ella andaba buscando. Trató de reconducirle al tema que le interesaba.

—En primer lugar, hábleme acerca de Naomi y Wilson —le instó—. ¿Cómo se conocieron? ¿Qué hizo que empezaran a salir? —Al observar la mirada inconformista en los ojos de él, ella añadió rápidamente—: Esta información me ayudará a entender por qué cree que Wilson habría sido incapaz de herirla. Necesito saber más de ellos.

—De acuerdo. —Apoyó las manos sobre las piernas—. Se conocieron en la universidad, y Naomi supo de inmediato que él era especial. Ella siempre ha sido muy resolutiva, incluso cuando era pequeña. Decidió que quería ser abogada cuando tenía diez años. Vio un programa en la tele y dijo: «Eso es lo que quiero hacer, papi. Quiero ayudar a la gente».

Scott se sonrió al recordar el comentario.

—Ser abogada… Ese era un sueño muy ambicioso en el seno de nuestra familia. Puede que ya lo sepa, soy taxista. Mi padre vivía a las afueras de Vidalia y trabajaba la tierra. Nuestra familia siempre ha sido de clase trabajadora, gente que ha utilizado sus manos para ganarse el pan. Naomi quería algo diferente.

Respiró hondo, sus manos se tensaron de manera convulsiva.

—Toda la vida sacando sobresalientes, siempre la primera de clase. Cuando llegó el momento, quiso matricularse en una universidad lejos de casa. Le dieron una beca para la Universidad de Georgia, en Athens, pero no podíamos permitírnoslo. Vivir en aquella zona es muy caro, así que, en lugar de eso, acudió a la Universidad Estatal de Savannah.

Su voz se fue apagando.

—¿Y allí fue donde conoció a Wilson?

Él asintió despacio con la cabeza.

—Trabajaba a media jornada como consejera de chavales que eran los primeros de su familia en ir a la universidad. Algunos de ellos lo habían tenido difícil intentando encajar, así que la facultad tenía a gente como Naomi para echarles una mano.

Le lanzó una mirada a Harper.

—Wilson se había metido en algunos problemas de adolescente. Se vio envuelto en líos de bandas cuando vivía en Atlanta, y le pillaron trapicheando con drogas. Durante un tiempo se dejó llevar por malas decisiones. Para cuando se conocieron, él estaba totalmente rehabilitado. Absolutamente decidido a seguir el buen camino. Vino a Savannah para huir de esa vida y no pensaba mirar atrás.

Frunció el ceño cuando trató de explicarse.

—Los chavales como Wilson normalmente no son capaces de encontrar su camino. Sin embargo, él lo consiguió. Cuando Naomi lo conoció, sabía que era un tipo inteligente: sus notas eran buenas, y ella le ayudó a mantener la concentración. Al final, mi hija le convenció de que solicitara una plaza en la facultad de Derecho a la vez que ella.

En el rostro de Scott se dibujó una sonrisa leve y melancólica.

—Le diré una cosa: cuando mi niña se proponía algo, no había quien le quitara la idea de la cabeza. Wilson sabía que lo mejor era no discutir. Ambos entraron, como ella había predicho. Por aquel entonces fue cuando decidieron que estaban enamorados y, después de eso, no había quien los separara, eran como uña y carne.

—¿Discutían alguna vez? —sugirió Harper—. ¿Se enfadaban por alguna cosa?

—Todas las parejas discuten —respondió él—, pero nunca se enzarzaron en una discusión del tipo que insinúa. Él jamás le levantó la mano. Ella no lo habría permitido. Ni yo tampoco.

—¿Está usted seguro? —El tono de Harper era de escepticismo—. No les contamos todos los detalles de nuestras relaciones a nuestros padres.

Scott le sostuvo la mirada.

—Señorita McClain, mi mujer falleció de cáncer de mama cuando Naomi tenía diez años. Nosotros dos siempre hemos estado muy unidos. No nos quedó otra. Mucho más unidos que la mayoría de los padres e hijas. ¿La primera vez que le bajó la regla? Acudió a mí y yo la llevé a la farmacia para comprar todo lo que pudiera necesitar. ¿Su primer novio? Me habló de él y me aseguré de que conociera las cuestiones básicas de la vida. Cuando conoció a Wilson me dijo: «Papi, creo que me voy a casar con este hombre. Su corazón es lo suficientemente grande para mí».

Le tembló la voz e hizo una pausa durante un momento. Cuando levantó la mirada de nuevo, su rostro se había ensombrecido.

—Si él le hubiera hecho daño, me lo habría contado.

Gran parte de la historia de Naomi le resultaba familiar. Harper sabía lo que era crecer sin una madre. Sin embargo, en su caso esto no la había acercado a su padre. De hecho, casi más bien lo contrario.

Su padre había sido sospechoso del asesinato de su madre durante los inicios de la investigación. Quedó al margen de toda sospecha gracias al testimonio de la joven pasante en cuya cama se encontraba mientras alguien apuñalaba a su mujer hasta matarla en la cocina de la casa familiar. Harper jamás le había perdonado.

Se preguntó cómo sería estar tan unido a un padre como para compartir todas tus confidencias con él, y Harper simplemente no estaba del todo convencida de que Naomi hubiera tenido una actitud tan abierta con su padre. Estaba claro que tenía sus secretos.

—Wilson a menudo iba a La Biblioteca a ver a Naomi cuando trabajaba hasta tarde —dijo Harper—, pero llevaba sin aparecer por allí unas semanas. ¿Estaban atravesando un mal momento?

Scott frunció el ceño de nuevo.

—¿Quién le ha contado que no iba por allí?

—Bonnie —dijo Harper.

—No sé nada de eso. —Se acarició la mandíbula—. Estaba tan ocupada… Trabajar y estudiar a la vez…, pero estoy seguro de que entre ellos las cosas marchaban bien.

—¿No le comentó nada al respecto?

Él negó con la cabeza.

—No, y si de verdad hubiera sido grave, creo que me habría dicho algo.

Sin embargo, por primera vez, su tono sonó indeciso: ahí estaban, los secretos de Naomi. Secretos incluso para él.

—Señor Scott —Harper se inclinó hacia delante—, ¿cree que es posible que la pareja tuviera una pelea y que Naomi no le dijera nada para no disgustarle? Puede que alguien como Wilson, con sus antecedentes…, ya sabe, que su carácter se desatara de repente…

Él no la dejó terminar.

—Señorita McClain, sé lo que está pensando, pero no insista en que fue Wilson, se está centrando en el hombre equivocado, igual que la policía. —Le tembló la voz por culpa de la frustración—. Tiene que dar con el otro hombre, el que la tenía atemorizada.

Harper suspiró.

—De acuerdo. Hábleme de ese hombre.

Scott dudó.

—Ahora va a pensar que soy un embustero porque le acabo de decir que mi hija me lo contaba todo, pero con este tipo, todo lo que se limitaba a decir era que lo quería fuera de su vida. Me dijo que no era una buena persona y que, si alguna vez me cruzaba con él, me diera media vuelta sin tan siquiera dirigirle la palabra.

Aquello era exactamente lo que Harper se temía. Aquel hombre deseaba con todas sus fuerzas que Shepherd no fuera el asesino, así que trataba de endilgarle el asesinato a otro. Incluso cualquier tío que no le cayera bien a su hija.

—¿Sabe cómo se llama? —le preguntó tratando de no sonar tan poco convencida como se sentía—. Si me lo dice, veré a ver qué puedo averiguar acerca de él.

—Su nombre es Peyton Anderson —le respondió Scott—. Pertenece a una de las familias más poderosas de la ciudad. Puede que haya oído hablar de ellos…

Harper ya no le escuchaba; se lo quedó mirando, aturdida a causa de la incredulidad.

—¿Se refiere a Peyton Anderson, el hijo del exfiscal del distrito? —le preguntó, interrumpiéndole.

—Ese mismo. —Scott afirmó con la cabeza—. Naomi le tenía miedo.

A Harper no se le ocurría qué decir. Randall Anderson había sido fiscal del distrito durante doce años hasta que, el año pasado, dejó el puesto para entrar a formar parte de un bufete privado. Su familia pertenecía a la vieja guardia de la ciudad; poseían un legado aristócrata y una mansión palaciega cerca de Forsyth Park. Los Anderson estaban omnipresentes en Savannah, y formaban parte de todas y cada una de las grandes organizaciones que dirigían la ciudad. La mera idea de que el heredero de los Anderson hubiera amenazado a Naomi Scott de alguna manera parecía de lo más extraña.

—¿Desconoce lo que ocurrió entre ellos? —preguntó Harper tras una larga pausa.

Scott asintió con la cabeza.

—Todo lo que sé es que ambos cursaban Derecho en la misma facultad, durante el primer año a veces estudiaban juntos. Entonces, algo ocurrió; él hizo algo, creo, y después de aquello Naomi siempre trataba de evitarle por todos los medios posibles. Sé que presentó una queja en la facultad.

Harper siguió asintiendo por cortesía, pero podía ver claramente qué estaba ocurriendo. Scott se estaba agarrando a un clavo ardiendo. Quería que los hechos cambiaran, que Wilson fuera el buen novio que amaba a su hija, y deseaba que un hombre al que no conocía de nada fuera el culpable. Ni ella ni la policía podían darle lo que quería.

—Bueno —dijo Harper mientras cerraba la libreta—, creo que tengo todo lo que necesito. Me ha facilitado mucho material con el que trabajar. —Se levantó—. Le agradezco enormemente que se haya tomado la molestia de venir y contarme todo esto.

Scott descruzó sus largas piernas y se puso de pie, con la decepción reflejada en el rostro.

—Cree que Wilson es culpable —dijo con tristeza—. Va a contarle a la gente que él es el hombre.

Ella abrió la boca para responder, pero él negó con la cabeza.

—No pasa nada. La policía tampoco me creyó. —Volvió a colocar la silla en su lugar—. Supongo que nadie quiere creerme.

«No, sin pruebas nadie creerá nada», pensó Harper, pero no podía decirle eso. Tenía un aspecto muy derrotado.

—Le diré lo que haremos —dijo ella—. Investigaré un poco por ahí. Veré a ver qué encuentro, solo por si acaso.

Scott aceptó sus palabras con gran dignidad.

—La cuestión es, señorita McClain, que, me crea usted o no, yo no creo que Wilson sea culpable, y tengo la firme intención de luchar para que se haga justicia. Por mi hija.

Un bonito cadáver

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