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Capítulo cuatro

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Cuando salió del periódico, el sol era abrasador. La humedad que reinaba en el ambiente era tan densa que en el aire se había formado una neblina blanca que hacía que la cúpula dorada del ayuntamiento centelleara como electrificada en la distancia. Agosto siempre era brutal, pero aquel año parecía mucho peor de lo habitual. La temperatura no había bajado de los treinta y ocho grados ningún día de las dos últimas semanas. El calor estaba resultando implacable.

Harper se retiró la melena de color cobrizo hacia atrás y se la retorció hasta hacer un nudo con ella a la altura de la base del cuello mientras echaba un vistazo al tráfico que ya formaba caravana en Bay Street. Había pensado acercarse en coche hasta La Biblioteca para ver si podía averiguar algo más acerca de Naomi y Wilson Shepherd, pero ahora mismo tardaría una media hora en llegar a cualquier parte en coche.

Cambió de idea y se dirigió a pie a la escena del crimen. Ya había comenzado a sudar cuando se dispuso a atravesar la calle haciendo zigzag entre los coches que continuaban parados debido al atasco. El aire estaba impregnado del olor acre de los gases que expulsaban los tubos de escape y del que brotaba del asfalto recalentado. Al margen de las preocupaciones de la alcaldesa, estaba claro que la noticia del asesinato todavía no se había difundido entre los visitantes de la ciudad. Los turistas paseaban por la zona con sus guías de viaje en la mano formando un alegre y colorido conglomerado de camisetas de manga corta, bermudas plagadas de bolsillos y gorras.

Mientras se dirigía calle abajo por una pendiente empedrada hacia River Street, Harper se dio cuenta de repente de la temeridad del asesino. Había gente por todas partes. Caminando, dando un paseo, conduciendo. Un coche de la policía de Savannah estaba atrapado en el atasco a tan solo seis metros de distancia. Incluso a las dos de la madrugada, era raro ver esa zona desierta. El hotel Hyatt estaba ubicado muy cerca de allí, a orillas del río. Otros hoteles, restaurantes y edificios de apartamentos la rodeaban por todos lados. Había gente por las inmediaciones todo el tiempo. La mayoría de los asesinatos tienen lugar en las sombras. Son actos vergonzosos que se ocultan de las miradas curiosas. Aquel no había sido un asesinato normal y corriente. Aquella ubicación le daba un aire de ejecución pública.

Ya a la altura del río, una suave brisa le refrescó la piel. Los gases de tubo de escape se disiparon y fueron sustituidos por el olor del agua turbia y el aroma empalagoso del azúcar caramelizado de las bombonerías. La zona de la orilla del río ya estaba bastante concurrida a aquella hora. Los niños corrían por la plaza ubicada en la ribera, ajenos a lo que había ocurrido allí hacía apenas unas horas. En la distancia, un barco fluvial de ruedas pintado de rojo y blanco estaba atracado a la espera de pasajeros. Un músico callejero tocaba una versión de Summertime al banyo mientras se protegía la cabeza del sol con un sombrero de copa desgastado.

Eso era por lo que la alcaldesa sentía pánico, la razón por la que Harper y Baxter habían ido a trabajar aquel día siete horas antes de lo habitual. La muerte de Naomi Scott amenazaba con poner fin a todo aquello. Del turismo dependía la vida o muerte de Savannah. Un asesinato en esa calle perjudicaba a muchos intereses.

Acelerando el paso, Harper siguió caminando calle abajo en busca del lugar exacto. Le costó hacer coincidir la oscura calle de la noche anterior con esa escena de vibrante ajetreo. Necesitó unos pocos minutos para localizar por fin el lugar que estaba buscando.

Al final, la guiaron los jirones de cinta policial blanca que todavía colgaban ondeantes en algunas farolas. Desde allí, la escena del crimen resultó fácil de encontrar. Halló un par de guantes de látex desechados junto al bordillo de la acera, así como otros desperdicios sanitarios, que habían pasado desapercibidos durante la apresurada limpieza llevada a cabo en la oscuridad de la noche. Los adoquines estaban húmedos, señal de que alguien los había regado con una manguera en un intento de eliminar cualquier tipo de evidencia de lo ocurrido, pero la sangre siempre deja un rastro. La zona adoquinada más oscura mostraba claramente el lugar en el que había yacido el cuerpo. Caminó trazando un círculo alrededor de la escena, sin preocuparse de los empujones que le propinaban los turistas a su paso por la zona.

No tenía ningún sentido. ¿Por qué Naomi habría abandonado La Biblioteca en mitad de la noche y se habría acercado hasta allí? ¿Acaso había quedado con su novio, tal y como sospechaba la policía, solo para ser asesinada? Y, de ser así, ¿por qué en aquel lugar?

Era un lugar absurdo para cometer un asesinato.

Media hora más tarde, Harper aparcó su Camaro en un hueco a la sombra situado en una calle estrecha al otro lado del centro. Oculta a simple vista, y no muy lejos de la facultad de Arte y Diseño de Savannah, se encontraba College Row, un callejón tranquilo y lúgubre durante el día, cubierto de restos de latas vacías de cerveza y colillas. Aquella especie de paso largo y estrecho no tenía nada de especial, salvo por los dos bares que albergaba y una pequeña tienda de ropa, famosa por sus camisetas estrafalarias. Las luces de La Biblioteca estaban apagadas cuando llegó a la puerta del local. El luminoso, un libro abierto con una copa de martini sobre él, también estaba apagado.

Cuando trató de abrir la puerta, Harper descubrió que estaba cerrada con llave.

—¿Hola? —dijo mientras llamaba con los nudillos a la puerta—. ¿Hay alguien ahí?

No hubo respuesta. Llamó de nuevo, esta vez alzó más la voz.

—¿Hola?

En esta ocasión, se escuchó movimiento en el interior: alguien cruzaba la habitación arrastrando los pies. Un minuto más tarde, la puerta se abrió con un crujido. Un rostro envejecido y ajado la observaba desde el interior. Harper apenas reconoció a Jim «Fitz» Fitzgerald, el alegre propietario del bar. Normalmente, iba bien arreglado, haciendo gala de su gusto por las chaquetas de tweed y las camisas blancas bien almidonadas con los puños dados un par de vueltas. Aquel día, sin embargo, vestía una camisa de franela y pantalones de vestir arrugados, y llevaba el abundante pelo canoso muy alborotado.

—Ahora mismo estamos cerrados —le dijo, y se dispuso a cerrar la puerta.

Harper se movió con rapidez, se situó en el vano de la puerta de forma que habría sido bastante descortés —si no imposible— darle un portazo en las narices.

—Hola, Fitz —dijo—. No sé si te acuerdas de mí, pero soy una amiga de Bonnie. Harper McClain, del periódico.

Por un instante, Fitz no reaccionó, pero entonces le cambió la cara: la había reconocido.

—Eres la reportera de sucesos —dijo—. A la que dispararon.

A pesar de la distancia a la que estaban, a Harper le llegó el fuerte olor a vodka de su aliento.

—Esa misma —dijo—. Mira, siento tener que molestarte en un momento como este, pero necesito hacerte un par de preguntas acerca de Naomi Scott.

—Dios, no sé. —La observó con aire amodorrado—. ¿Lo publicarás?

—Necesito que alguien que la conozca me hable del tipo de persona que era —dijo, evitando responder a su pregunta—. Solo coincidí con ella un par de veces, pero sé que era una persona inteligente y amable. Me gustaría que alguien me contase cómo era de verdad, para que quien nunca tuvo el placer de conocerla lo entienda.

La analizó con ojos enrojecidos.

—No sé si su familia estará de acuerdo con que hable de ella.

—Me harías un favor enorme —le dijo. Al menos esa parte era verdad—. Su familia sabe de sobra lo maravillosa que era su hija, pero creo que ahora mismo no van a tener muchas ganas de hablar conmigo.

Él dudó, apoyado con fuerza en la puerta, con una mano todavía preparada para cerrar de un portazo.

—Tu ayuda me vendría de perlas. —Harper le sostuvo la mirada sin pestañear.

Al final, Fitz retrocedió.

—Supongo que será mejor que pases. Se está escapando todo el aire acondicionado.

Harper le siguió y cerró la puerta tras de sí. En el interior, la luz era tenue y el ambiente, fresco. Olía ligeramente a desinfectante y cerveza. Fitz se dirigió a la barra arrastrando los pies y se sentó en un taburete frente a un vaso alto lleno de hielo y un líquido transparente. Harper se acomodó en el taburete de al lado.

—Todavía no me lo creo. —Se giró hacia ella, con el rostro angustiado bajo la maraña de pelo—. Estuvo aquí mismo anoche. —Señaló hacia el otro lado de la barra, al espacio que se abría delante de las botellas—. Estaba bien. Ahora, dicen que está muerta.

Los cubitos de hielo entrechocaron en el vaso cuando lo levantó y dio un largo trago con mano temblorosa. Eran las diez y media de la mañana; si ya estaba borracho a aquella hora, Harper no podía imaginarse cómo estaría dentro de un rato. Necesitaba que Fitz hablara rápido, antes de que se desmayara.

—¿Qué me puedes decir de Naomi? —le preguntó—. ¿Cómo era realmente?

—Oh, todo el que la conociera te dirá que era una chica estupenda. —Se quedó con la mirada perdida en el interior del vaso—. Y era verdad. Trabajadora. Inteligente como la que más. Siempre sonriente. Te juro que había gente que solo venía para verla sonreír. Además, era muy ambiciosa. Y yo que pensaba que llegaría a ser presidenta algún día. —Miró a Harper con impotencia—. ¿Quién querría hacerle daño? ¿Puedes decirme eso por lo menos?

Parecía estar realmente afectado por el fallecimiento de Naomi.

En cierto modo, aquello encajaba con lo poco que Harper sabía de Fitz. No habían coincidido mucho —él no se quedaba hasta última hora, y ella no tenía costumbre de llegar al bar antes de la una de la madrugada—, pero Bonnie siempre ha hablado maravillas de él.

—Fitz es como si fuera nuestro padre —le había contado a Harper en una ocasión—. Se preocupa por mí más que mi verdadero padre.

Aun así, Naomi solo llevaba trabajando en el bar unos meses. Harper estaba un poco sorprendida ante la intensidad de su reacción.

—¿Tenías una relación muy estrecha con Naomi? —le preguntó—. ¿Conocías bien a su familia?

—Coincidí con su padre alguna vez, cuando la venía a buscar. —Echó mano de su vaso—. No es que lo conozca especialmente bien, pero es un buen hombre. —Dio un trago largo haciendo entrechocar el hielo de nuevo antes de añadir taciturno—: Esto le matará.

—La policía está en ello —le dijo Harper—. Quieren atrapar a ese tío.

—Más les vale.

Extendió el brazo hasta el otro lado de la barra y agarró una botella; se sirvió una copa desmesurada.

—¿Me puedes contar algo más de ella? —le preguntó.

Hizo un movimiento con el vaso.

—Su madre falleció hace unos años. Su padre es taxista. —Cada vez le costaba más pronunciar las palabras—. Era hija única; su padre y ella mantenían una relación muy estrecha.

Dio un golpetazo con la mano en la barra.

—Mierda. Esto no tiene ningún sentido. Sigo pensando que en cualquier momento va a venir alguien y me va a decir que todo ha sido un error. Por un instante, a eso pensé que venías cuando te vi en la puerta.

—¿Y qué hay del novio? —le preguntó Harper—. Se llama Wilson Shepherd, ¿no?

—¿Wilson? —Su mirada se aclaró—. ¿Qué pasa con él?

—¿Cuánto llevaban juntos?

—Puede que un año. —Se pasó la mano por el rostro y se rascó la mandíbula sin afeitar—. Pobre Wilson.

—La policía cree que ha sido él —le dijo, atenta a su reacción.

—¿Cómo? —Alzó la cabeza de golpe y abrió los ojos de par en par, exagerando a causa de la borrachera—. No puedes estar hablando en serio.

—Están buscándolo ahora mismo.

—Pues entonces es que están como cabras —dijo con enfado—. Ni de broma. Se querían con locura. Nunca le haría daño a Naomi.

Sin embargo, el primer indicio de incertidumbre se había colado en el tono de su voz. Ambos eran conscientes de que aquellos que se quieren con locura se hacen daño todo el tiempo.

—¿Solían pelearse? —preguntó Harper—. ¿Se habían distanciado alguna vez por algo?

—Dios, no sé. —Levantó las manos—. Ella no hablaba de esas cosas conmigo, pero sí que parecían felices juntos. Salvo… —Hizo una pausa, pensativo.

—¿Salvo qué? —Harper le presionó.

Él ni se inmutó. Agarró el vaso con fuerza y lo hizo tintinear, perdido en sus pensamientos.

—Puede que no sea nada, pero no dejo de darle vueltas, intentando pensar en algo, lo que sea, que debería haberme llamado la atención —dijo, sin quitarle ojo de encima—. Lo único que se me ocurre es algo que pasó hace un par de semanas. Me resultó extraño. En aquel momento no parecía nada importante, pero ahora…

—¿Qué ocurrió? —preguntó Harper.

—Teníamos una noche muy ajetreada. Era sábado. Naomi ayudaba a Bonnie en la barra. Todo iba bien y después, sin venir a cuento, se me acercó y me dijo que tenía que marcharse de inmediato. No me había dado cuenta hasta ahora, pero parecía estar muy disgustada.

Harper enarcó una ceja.

—¿Te dijo qué había ocurrido?

—Más o menos. El local estaba abarrotado y era medianoche. Es decir, ¿a dónde demonios tenía que ir a medianoche? Le pregunté si podía quedarse por lo menos media hora más, pero entonces me suplicó, literalmente. «Deja que me vaya, Fitz. Tengo que irme». Al final, me di por vencido. No soportaba verla tan disgustada. Le temblaba todo el cuerpo, como si tuviera miedo o algo así. Salió por la puerta como alma que lleva el diablo. Ni siquiera se detuvo a quitarse el delantal.

—¿Llegaste a averiguar por qué estaba tan asustada? —le preguntó.

Las arrugas que surcaban su ajado rostro se hicieron más profundas.

—Libró los siguientes tres días. Para cuando volvió al trabajo, ya había otras cosas que me rondaban por la cabeza. —La miró—. Ya sabes. Pierdes la noción de las cosas.

—Entonces, ¿después de aquello estuvo bien?

Hizo un gesto vago.

—Parecía que sí. Puede que estuviera un poco más distraída de lo normal, pero supuse que tenía que ver con las clases, que la tenían absorbida.

Harper reflexionó un momento.

—¿Estás queriendo decir que crees que le tenía miedo a Wilson?

Él la fulminó con la mirada.

—Lo que estoy diciendo es que no sé qué habría ocurrido, pero que estaba asustada. —Echó mano de su vaso, otra vez—. Dios. ¿Por qué la estoy pagando contigo? Todo es culpa mía. Si se me hubiera ocurrido preguntarle qué estaba sucediendo, o de qué tenía miedo aquella noche, o qué tal le iban las cosas… Si hubiera prestado un poco más de atención…

—Quizá siguiera viva.

Un bonito cadáver

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