Читать книгу Manual para estar en pareja - Demián Bucay - Страница 8

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CAPÍTULO 2

Materiales

No se puede vivir del amor.

No se puede comer el amor,

las deudas no se pueden pagar con amor,

una casa no se puede comprar con amor.

Es tan fácil perder la razón,

no se puede vivir del amor.

«No se puede vivir del amor»

andrés calamaro

Para construir algo es necesario saber, en primer lugar, cuáles son los materiales necesarios y, en segundo, comparar esa lista con lo que efectivamente tenemos.

Entonces ¿qué necesitamos para construir una buena pareja? O, dicho de otro modo, ¿cuáles son los elementos de los que está compuesta?

Si quisiéramos responder a esta pregunta partiendo del sentido común, es probable que todos coincidiéramos en que el amor tiene un papel central en la composición de una pareja. Seguramente también la mayoría afirmaríamos que el sexo tiene algo que ver... Más allá de esto, supongo, comenzarían las divergencias. Habría numerosos factores que mencionar: respeto, intimidad, acuerdos, gustos compartidos... Esta respuesta intuitiva contiene elementos de verdad, pero carece de sistematización y ello nos impide usarla como «receta» para determinar cómo elaborar una buena pareja.

los tres ingredientes

Una respuesta más adecuada no es, sin embargo, tan misteriosa como podría pensarse. De hecho, una vez expuesta, hasta pueda resultar evidente. La fórmula es bastante sencilla y precisa a la vez. Una buena pareja reúne tres componentes: amor, pasión y proyecto.

Para que el esquema que sigue sea más claro, le daremos una representación gráfica a cada uno de ellos:


Estos tres componentes son independientes el uno del otro y, por ende, cada uno puede estar presente o no en una determinada relación. Una buena pareja es aquella en la que los tres componentes confluyen.

Si hacemos confluir los tres triángulos que representan estos «ingredientes», quedará delimitado un triángulo central donde podemos ubicar a la buena pareja. Así:


Cada uno de estos términos (amor, pasión, proyecto) ha sido utilizado, tanto de modo técnico como cotidiano, para referirse a distintas y muy diversas cosas. Por ello es necesario aclarar el sentido que les daré a lo largo del libro.

amor

Existen múltiples y diversas definiciones del amor. Expondré aquí dos, que son mis preferidas. Ambas me parecen de una gran belleza y creo que, en el fondo, apuntan hacia el mismo sentido. La primera de ellas es la del terapeuta gestáltico Joseph Zinker, que escribió: «El amor es el regocijo por la mera existencia del otro». Que tú existas, más allá de lo que hagas (y eso incluye, por supuesto, más allá de que estés conmigo o no), me hace feliz.

La otra definición que mencionaré es la del reconocido psicoanalista francés Jacques Lacan: «El amor es un deseo de plenitud del ser del otro». Como siempre, Lacan dice las cosas de un modo algo más intrincado pero, si le dedicamos algún tiempo, veremos qué preciso es en sus formulaciones. Aquí señala que, cuando amamos, lo que queremos es que la otra persona sea lo más plenamente sí misma posible. Vale decir: no queremos cambiarlo, no pretendemos que sea otra cosa que lo que verdaderamente es. Entonces vemos cómo se acerca a la definición de Zinker.

En la vida cotidiana, el amor se expresa de un modo sencillo pero inconfundible: me siento feliz cuando estás feliz y me siento (un poco) triste cuando estás triste. Esto no quiere decir que yo no tenga otras causas de felicidad o de infelicidad pero, si te amo, seguro que tu bienestar o malestar está entre ellas.

De acuerdo con estas definiciones, el amor es simple (lo cual no significa que no sea tremendamente poderoso). Todas las complejidades que se le adjudican no tienen que ver con el amor en sí mismo, sino con otros sentimientos que frecuentemente lo acompañan.

Podemos reparar entonces en uno de los puntos más importantes del esquema de pareja que he expuesto: que el amor es solo un componente. En otras fórmulas que se han propuesto (siendo la más conocida la teoría triangular del amor de Robert Sternberg), el amor es el producto final de la conjunción de otros elementos.

Sostengo que el amor es un ingrediente de la receta y no su resultado. Esto nos lleva a otra conclusión clave: que el amor no alcanza para conformar una buena pareja. Sí es un componente necesario pero no suficiente.

Así lo comprueban tristemente quienes menosprecian el peso de los otros ingredientes y se entregan al consabido «Contigo, pan y cebolla» que lleva, la mayoría de las veces, al fracaso amoroso. Nunca mejor dicho lo de fracaso amoroso, puesto que se trata, efectivamente, de un fracaso del amor: no es causa suficiente para que un vínculo se sostenga.

No son pocas las ocasiones en que aquellos que terminan una relación de pareja, por salvar al amor como idea, acaban por adjudicarse ese fracaso a sí mismos (con el consecuente autoreproche: «Es que no fui suficiente») o al otro (con el consiguiente rencor: «Es que no quiso, no lo intentó, no me quería de verdad»).

Habría que considerar que, en muchos casos, el amor pudo haber estado presente y, aun así, la separación haber sido lo mejor. Pues para crear un buen vínculo de pareja hacen falta además otras cosas que son de una índole totalmente distinta y que, en verdad, poco tienen que ver con el amor.

pasión

La pasión es esa emoción poderosa que nos moviliza con facilidad y nos atrae hacia el otro. Durante los primeros momentos de una relación, cuando estamos enamorados y no podemos pensar en otra cosa más que en el otro, lo que estamos sintiendo es pasión.

La palabra enamorarse es confusa, porque da la idea de que estaríamos en el campo del amor cuando no es así. El amor tarda en desarrollarse, la pasión puede ser instantánea (y también fugaz). La palabra que se utiliza en portugués para referirse al enamoramiento es más adecuada; se dice que se está apasionado. Queda claro, en ese caso, que se trata de una pasión, con las mismas características que tienen todas las pasiones: nos llevan, nos arrastran, nos absorben, perdemos la noción del tiempo y las horas parecen minutos. Las pasiones nos llenan de energía y nos brindan intensas satisfacciones (e intensos pesares también).

Sabemos que la pasión de los primeros momentos, aquella que siempre proviene de la idealización del otro, no dura demasiado (¡por suerte!, sería complicado vivir engañados respecto de quién es nuestro compañero). Pero, para conformar una buena pareja, es necesario lograr algún tipo de pasión que sea duradera entre nosotros o una que podamos convocar cuando así lo deseemos.

En mi opinión hay tres modos en los que la pasión puede estar presente en una pareja: sexo, humor o admiración. Lo bueno es que, en este caso, basta con que uno de los tres esté presente para que el componente pasional necesario esté cubierto. Si existen los tres o dos de ellos tanto mejor, pero con uno es suficiente.

El sexo, en su acepción amplia, que incluye también lo sensual y lo erótico, es el modo más frecuente de expresión de la pasión en una pareja. Mantener una sexualidad activa, en la que ambos puedan expresar lo que les agrada y ponerlo en práctica, sin pudores ni reservas, conlleva a que la pareja continúe vital y conectada.

Pero, como he dicho, no es el sexo el único modo de que haya pasión en una pareja. Muchas veces, la admiración de uno por el otro puede ocupar el mismo lugar y despertar una pasión similar. Puede admirarse la belleza del otro, su inteligencia, su coraje, su capacidad de disfrutar, su talento en un área particular. Cualquier rasgo es válido si nos despierta ese intenso magnetismo....

Por último, aun cuando haya desencuentros sexuales o cuando el otro no llegue a despertarnos admiración, todavía tendremos un recurso para apasionarnos juntos: el humor. Este produce el mismo efecto de complicidad, de satisfacción y de vitalidad que cualquier otra pasión. Ejercitarlo, especialmente poniéndonos a nosotros mismos como objeto de risa, es fundamental para la continuidad de una buena pareja.

proyecto

El tercer ingrediente de una buena pareja es el proyecto común. Y con esto no me refiero a sumergirse en cualquier empresa conjunta y hacer de eso una especie de atadura que nos mantenga juntos «porque ahora tenemos un compromiso». No se trata de formar una colección compartida de estampillas, ni de proponernos un viaje, ni siquiera de comprarnos una casa.

Lo que verdaderamente es necesario para conformar una buena pareja es que los dos deseemos ir en la misma dirección. Cada uno de nosotros podrá, por supuesto, seguir teniendo proyectos personales, particulares y aun divergentes (hablaremos de esto con profundidad en los capítulos que siguen). Pero el concepto de lo que ambos esperan de estar en pareja y de hacia dónde quieren encaminar su vida en general debe tener gran parte de coincidencia o habrá, de modo inevitable, problemas.

Si yo quiero vivir una vida pacífica en el campo, alejado del consumo y de la vorágine, y tú quieres triunfar en la gran ciudad y vivir las luces y la noche de los antros de moda, por más que te ame, tendremos problemas para sostener una pareja. Si yo quiero convivir bajo el mismo techo y tener hijos, mientras que tú quieres que cada uno tenga su espacio, nos veamos «cuando podamos» y simplemente lo pasemos bien juntos, el proyecto de la pareja estará severamente comprometido. Por más apasionados que estemos, por más profundamente que nos amemos, sufriremos. Y lo peor es que no sirve forzarse; cualquiera que renuncie o relegue en gran medida su proyecto para adaptarse y así salvar el vínculo, acabará resintiéndose con el otro, cargándole el peso de su propia frustración (aun cuando el otro no lo haya empujado en esa dirección). Para formar una buena pareja tendremos que prestar mucha atención a nuestros proyectos, a la dirección hacia la que queremos dirigir nuestras vidas y, también, a lo que escuchamos y percibimos de lo que desea quien está con nosotros.

parejas «no tan buenas»

Ahora que hemos definido los tres componentes que conforman una buena pareja, podemos detenernos en otras cuestiones que se desprenden del mismo esquema. Esto puede ser de utilidad, por ejemplo, para pensar qué sucede cuando alguno de los «ingredientes» falta.

Sternberg, a quien ya he mencionado, también se hace esta pregunta y establece, a partir de las distintas combinaciones, diversos tipos de amor: amor romántico (intimidad y pasión), amor sociable (intimidad y compromiso), amor vacío (solo compromiso), etcétera.

La labor de Sternberg es encomiable; de hecho, intentaré el mismo ejercicio, pero a diferencia de él considero que no existen diversos «tipos de amor». El amor es uno solo; identificar el compromiso y llamarlo amor vacío es casi como llamar a la pasión amor caliente. Me parece que esto no genera más que confusión. Yo puedo tomar una naranja y decir que es un limón más rojizo y más dulce, pero me parece mejor decir simplemente que es una naranja. El compromiso es eso, compromiso; y la pasión, pasión.

La imprecisión proviene, nuevamente, del intento por sostener la completitud del amor en lugar de pensarlo como un simple componente. Cuando identificamos esto, entonces podemos ver que el amor puede formar parte de muchos tipos de vínculo y que, dependiendo de con qué lo combinemos, resulta un modo de relación distinta. No existe el amor de padres y el amor de pareja; el amor define en ambos casos la misma cosa (y por eso, de hecho, usamos la misma palabra). Lo que difiere son las otras cosas que puede haber en esos vínculos. Si tengo unos limones y los mezclo con harina, huevos y azúcar puedo hacer una tarta de limón, y si solo les agrego agua y azúcar puedo hacer limonada... Pero los limones son los mismos, no hay «limones para limonada» y «limones para tarta». Con el amor sucede lo mismo: es un ingrediente más, no el producto final.

Volviendo a nuestro esquema y a nuestra intención, trataré de ubicar en él a las parejas a las que falta uno de los componentes básicos. Cada una de estas corresponderá, en función de cuál sea el ingrediente que falte, a alguno de los tres sectores intermedios: el sector 1 (donde falta el proyecto), el sector 2 (donde falta la pasión) y el sector 3 (donde falta el amor).


Creo que vale la pena el riesgo de simplificar para determinar un tipo de pareja para cada sector, dado que todas las que se ubiquen allí tendrán ciertas características similares y cierta problemática en común.

sector 1: parejas tormentosas

Podríamos denominar tormentosas a las parejas que se ubican en este sector porque alternan momentos de dichosa calma con momentos de gran turbulencia. Puesto que el proyecto o los ideales de uno y otro no se conjugan completamente, suelen tener profundos desacuerdos que los llevan con frecuencia al borde de la ruptura. Luego se reconcilian (muchas veces a través del sexo, pues pasión no les falta) o se conectan con el amor mutuo y deciden seguir adelante en nombre de ese amor... Pero no pasa mucho tiempo hasta que vuelven a toparse con el próximo desacuerdo. Su desafío es poner sus proyectos y expectativas sobre la mesa para ver si logran delimitar un terreno común.

Me ocuparé con mayor detalle de los problemas del proyecto en el capítulo 7.

sector 2: parejas monótonas

La concordancia de proyecto y el amor que estas parejas tienen les brindan una gran estabilidad. Su problema, claro, es que se aburren un poco. Ninguno de los dos logra subyugar al otro lo suficiente como para producir admiración, no pueden entenderse a nivel sexual (o ya se han dado por vencidos) y no consiguen utilizar el humor como recurso. Se sienten a menudo aplastados por la rutina y asaltados por diversas fantasías que les sirven de escape. La generación de entornos novedosos y la inclusión de cierto misterio, acompañadas de una invitación al otro a participar, serán posiblemente caminos que estas parejas deberán recorrer para salir de su monotonía.

Trataré con mayor profundidad los problemas de la pasión en el capítulo 8.

sector 3: parejas dependientes

Las parejas que se ubican en este sector son, tal vez, las menos frecuentes de las tres, y también las de peor pronóstico, por decirlo de alguna manera, porque lo que les falta es amor hacia el otro. Lo que los mantiene juntos es, habitualmente, la necesidad. O bien se necesitan mutuamente (se trata del famoso: «No puedo vivir contigo, pero tampoco sin ti») o bien el otro es necesario para conseguir algún objetivo externo. La pasión que sienten a menudo se alimenta de la percepción de avance hacia su meta común o de la voracidad de no querer perderse. Por supuesto, en el medio, la falta de amor y de aceptación va creando rencores y resentimientos recíprocos, que se van guardando y enquistando puesto que, por lo común, carecen de intimidad y honestidad (pues ambas cualidades necesitan del amor como condición previa). Estas parejas necesitan trabajar, cada uno, en su autonomía para ir debilitando lentamente las dependencias y así comprobar si eligen realmente al otro. En contraste deberán trabajar también en la aceptación de la autonomía y la libertad del otro.

vínculos de dos componentes

Cuando falta alguno de los componentes de una buena pareja no siempre estamos en condiciones de generarlo. En ocasiones, simplemente, no existe entre nosotros (no hay pasión o no hay amor, o no hay concordancia en los proyectos).

¿Estamos condenados en estos casos a tener parejas disfuncionales, ya sean tormentosas, monótonas o dependientes? Estoy convencido de que no. Podemos todavía construir otro tipo de vínculo que no requiera del componente que nos falta.

Volvamos al ejemplo de los limones. Si tenemos limones, agua y azúcar, podemos hacer una deliciosa limonada. En cambio, si con los mismos ingredientes queremos hacer una tarta de limón, seguramente no saldrá muy bien. Faltan la harina y los huevos. A la limonada, sin embargo, no le faltan ingredientes. Cualquier déficit existe siempre en relación con las pretensiones que tenemos. De modo análogo, con determinados ingredientes vinculares podremos formar una pareja deficitaria o algún otro tipo de vínculo sano.

¿Qué tipo de vínculo sano puede reemplazar a las parejas insanas? Pues bien, eso depende de con qué ingredientes contemos. Cada combinación producirá un vínculo distinto (y, por ende, un esquema distinto).

Tomemos, para comenzar, el siguiente caso:


Este es un caso muy frecuente. Seguro que muchos podéis adivinar cómo se denomina esta relación en la que confluyen la pasión y el amor. Esta es la representación gráfica de los amantes.

Muchas personas confunden la relación de amantes con un encuentro casual en el que solo hay sexo. No es el caso (ya veremos cómo se llama ese vínculo). Tampoco es la clandestinidad lo que define a los amantes; aunque eso sea usual, de ninguna manera es necesario.

Lo esencial de los amantes es que no comparten el proyecto.

Un lúcido muchacho que conocí me contó que, cuando tenía unos veinte años, estando él soltero y sin intenciones de dejar de estarlo, tuvo un corto romance con una chica que estaba en pareja. Un día ella le hizo la consabida pregunta:

—¿Qué somos?

Y él respondió:

—Somos amantes.

Ella pensó un momento y, quizá porque quería un poco más, quizá solo por ser provocativa, redobló la apuesta:

—¿Y si me separo de mi novio qué pasa?

—Y... —dijo él—, te quedas soltera.

Vale decir, el hecho de que sus encuentros fueran clandestinos era circunstancial. Habrían seguido siendo amantes aunque ella hubiera dejado a su novio, cosa que no sucedió (¡nunca sucede!). Ellos no podían ser otra cosa, puesto que no tenían un proyecto compartido (como veremos, para que el proyecto sea compartido hace falta que ambos lo elijan).

Muchos, tanto espectadores como partícipes, a menudo denigran la condición de amantes suponiendo que esta no incluye ningún tipo de afecto hacia el otro ni, menos aún, momentos de profunda intimidad. Lo cierto es que la presencia de afecto e intimidad en la relación de amantes no solo es posible, sino que es lo más frecuente. Justamente porque, en contra de la opinión de los moralistas, incluye el amor. Por ello, conlleva la genuina preocupación por el bienestar del otro, el interés por su mundo y sus cosas, el deseo de su felicidad y la posibilidad de compartir y hablar de los mutuos sentimientos, opiniones y experiencias. De hecho, la experiencia clínica demuestra que no son siempre los encuentros sexuales intensos los que mantienen a alguien en una relación de amantes, sino que, con igual frecuencia, son estos componentes amorosos los que resultan más atractivos.

He escuchado muchas veces a personas que, comparando a su amante con su relación estable, dicen:

—Es que con él (o con ella) puedo hablar.

Dejemos otra vez fuera los juicios morales (aunque sea por un rato) y aceptemos que el amantazgo puede ser fuente de satisfacciones profundas, así como resultar una relación significativa y enriquecedora en la vida de alguien.

Supongamos ahora esta combinación:


Es, con mucho, la más frecuente de todas las que estamos revisando. Tanto que está en la base de la que es posiblemente la forma más estandarizada de la relación de pareja: el matrimonio. No iré tan lejos como para decir que una relación que incluye amor y proyecto se denomina matrimonio, porque existen otros modelos de pareja que responden a la misma estructura (como los novios, por ejemplo).

Si estáis casados quizás, entre horrorizados y fastidiados, querríais preguntarme:

—¿Estás diciendo acaso que el matrimonio excluye la pasión? ¿Estás sosteniendo que no es posible tener buen sexo con la esposa o con el marido?

De ninguna manera. Vayamos poco a poco. En principio, convengamos que mantener una sexualidad satisfactoria dentro de una pareja estable no es tarea sencilla y que requiere de no poco trabajo. De hecho, la brillante psicoterapeuta belga Esther Perel, quien ha trabajado extensamente el tema, escribió un libro sobre el sexo en el matrimonio al que, con toda intención, tituló Mating in Captivity. Los timoratos editores de la versión en español llamaron al libro Inteligencia erótica (¡cuando la traducción es Apareamiento en cautiverio!), despojando al título de lo más interesante que tenía, que nos daba ya una idea de la dificultad del tema que trata.

Más allá de ello, no creo que el matrimonio excluya necesariamente la pasión. Lo que sí creo es que la pasión no es necesaria para lo que ese vínculo requiere. Un matrimonio puede funcionar bien aun cuando no haya pasión entre quienes lo conforman. Si hay pasión entre ellos, bienvenida sea. Entonces, además de matrimonio tendrán una buena pareja. Pero debemos admitir que no todo matrimonio es una buena pareja, en el sentido en el que la hemos estado definiendo (aunque puede ser un buen matrimonio).

A la combinación de amor + proyecto cabría llamarla: familia. De hecho, cuando una pareja ha perdido la pasión sexual, a menudo el modo que tiene de decirlo es:

—Ahora somos como dos hermanitos.

Si bien no creo que una pareja sin pasión sea lo mismo que un vínculo entre hermanos, creo entrever que la metáfora está motivada por la sensación de quienes conforman una pareja de mucho tiempo, con bastantes recuerdos compartidos y mucho afecto (amor) y un montón de cuestiones prácticas y planes en común (proyecto), siguen siendo (al igual que los hermanos) familia.

La combinación entre amor y proyecto produce un vínculo muy estable; sea o no por casualidad, el esquema lo refleja con una base sólida y una imagen que recuerda a las montañas. Hablar de familia también nos da una idea de lo importante que es este vínculo (y la persona que ocupa ese lugar) en nuestras vidas. Desestimar el valor de una relación que incluye estos dos componentes solo porque no contiene el elemento pasional me parece una ingenuidad o, peor aún, una necedad. Más aún cuando la pasión es, de los tres ingredientes de la pareja, el más difícil de generar en forma deliberada.

De las posibilidades que surgen al combinar dos de los tres elementos, nos resta la siguiente:


La combinación de proyecto + pasión es la que presenta mayor dificultad, tanto teórica como práctica.

Primero, porque no parece una combinación demasiado lógica y por ello resulta difícil imaginar cómo son estas relaciones. Lo segundo, porque es un vínculo en el que, por definición, no hay amor de por medio, y eso tiene algún potencial tóxico. Recordemos que estamos tratando de definir relaciones sanas. De hecho, fue bastante difícil hallar un nombre para este tipo de vínculo, aunque debo confesar que estoy muy conforme con el que acabé por encontrar. A mi parecer, este vínculo se denomina cómplices.

Los cómplices tienen un objetivo y una meta en común (un proyecto), algo por lo que trabajan codo a codo y colaboran. Este proyecto es el que los apasiona. Esa pasión por lo que persiguen se traslada a su vez hacia su compinche.

Un político y su mujer, que ya no se aman pero que deben mantener las apariencias por el bien de la carrera política de ambos y se regocijan mutuamente por ese avance, pueden constituir un ejemplo de complicidad. Del mismo modo, una joven aspirante a estrella que se vincula con un magnate que puede ayudarla a acceder al mundo del show business mientras que él goza de los aires que le da pasearse con tamaña belleza, también pueden pertenecer a esta categoría.

Puede haber buena química sexual entre ellos (una buena imagen para una pareja como esta es la de ambos haciendo el amor en una cama repleta del dinero que acaban de conseguir juntos) y, a menudo, se admiran mutuamente. Sin embargo, no hay interés en el otro más allá de que cada uno es funcional al objetivo del otro, pues, como hemos dicho, el amor no forma parte del vínculo. Y esto, vale aclararlo, no es necesariamente insano ni inmoral. Si lo que los une está claro para ambos, entonces no tienen por qué salir lastimados de la relación. Una vez que las metas se hayan cumplido, seguramente el vínculo se disolverá, pues lo más seguro es que la pasión no sobreviva a ello (ya hablamos de la fugacidad de la pasión...).

vínculos de componente único

Existen también vínculos sanos compuestos por uno solo de los ingredientes de nuestra «fórmula». Es decir, aquellos vínculos en los que solo es esencial el amor, o la pasión, o el proyecto.


La relación en la que el único componente esencial es el amor, entendido como lo definía Zinker (como el regocijo por la mera existencia del otro) a mi entender se llama: amistad.

Creo que los amigos son eso: personas cuya mera existencia nos hace felices. De hecho, debido a que no hay otros componentes en la relación de amistad más allá del mutuo afecto, a los amigos suele querérselos bien. Es más fácil querer a los amigos que a las parejas o, incluso, a los familiares. Por los amigos rara vez se sienten celos o se les perjudica por sus decisiones o gustos diversos. Se les acepta como son con mucha más naturalidad. Cuando nos propongamos saber cómo es un buen amor, miremos hacia nuestras amistades. Si tratáramos a nuestras parejas como tratamos a nuestros amigos tendríamos menos problemas, padeceríamos menos y causaríamos menos sufrimiento.


El vínculo en el que el único componente es la pasión se denomina aventura. Este es el caso que habíamos mencionado al hablar de los amantes y que decíamos que no debíamos confundir. Se trata de un encuentro sexual ocasional o de unas pocas veces, que está sostenido en el placer mutuo (lo que hoy en día se llama, cotidianamente, un touch and go). Por las propias características de la pasión, las aventuras son intensas pero (como bien lo evidencia la expresión en inglés) fugaces: en cuanto la pasión comienza a disminuir nada sostiene el vínculo y por ello tiende a la disolución.

Muchas veces las aventuras pasan sin pena ni gloria en la vida de una persona pero, en algunas ocasiones, cobran un significado mayor por lo que ese encuentro ha representado para alguien, aunque el otro (aquel con quien lo tuvo) tenga poco o ningún lugar en su vida actual.


El último de los vínculos que nos ocupa en esta categorización es aquel compuesto meramente por un proyecto. El título más adecuado, a mi entender, para esta relación es el de socios. Compartimos una tarea que hemos emprendido y eso es lo único que nos une esencialmente.

Algunas parejas pueden llegar, si la pasión desaparece y si el amor se ha desgastado a lo largo de los años, a convertirse meramente en socios. Solo les queda un proyecto común. En este caso tampoco debemos condenar moralmente ni menospreciar este vínculo solo por su alcance limitado. Si ambos integrantes entienden lo que comparten y lo que no, y, en consecuencia, saben qué esperar el uno del otro, el vínculo no tiene por qué ser insano, maligno o indigno.

la pareja «multifunción»

Coloquemos ahora todos estos vínculos sanos en nuestro esquema inicial. Quedaría así:


Es interesante comprobar que, dado que contiene todos los ingredientes con los que se forman los otros vínculos, una buena pareja tiene la potencialidad de funcionar en cualquiera las otras modalidades. Dicho de otro modo, si somos pareja podemos también ser: familia, amantes, cómplices, amigos, socios y compañeros de aventura.

Poder recurrir, de acuerdo con lo que necesitemos en cada momento, a estos diversos modos de funcionamiento, es una de las claves para sostener una pareja a lo largo de los diversos contextos que una vida juntos necesariamente atravesará.

Manual para estar en pareja

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