Читать книгу Corazones heridos - Un hombre inocente - Diana Palmer - Страница 9

Cinco

Оглавление

Cash la vio desaparecer tras la puerta con el corazón en la garganta. Aquella mujer dulce y preciosa lo deseaba, pero ella estaba ya dentro, y él estaba fuera, allí sentado en el frío de la noche y con el motor encendido. ¿Y por qué? Porque temía que una vez no fuera a ser suficiente.

Tenía la sensación de que finalmente había encontrado a una mujer a la que no podría dejar atrás, y no quería arriesgarse a hacerle el amor y acabar completamente en sus redes. Había padecido en carnes propias el poco valor que la palabra amor tenía para algunas mujeres, y aquella experiencia había destrozado su vida.

Sin embargo, Tippy no era una mujer cualquiera. Había sufrido una vejación terrible en el pasado con cuyo recuerdo no tenía más remedio que aprender a vivir, y lo comprendía… quizá mejor que nadie.

Christabel Gaines también lo había escuchado, y se había mostrado muy comprensiva con él. Su amabilidad y su sincera preocupación le habían llegado al corazón, pero aquello no había sido amor… no por parte de ella. Únicamente había sido amistad.

Lo que había entre Tippy y él era distinto. Tippy despertaba una pasión ardiente en su cuerpo, en su mente, en su corazón… Quería saber qué sentiría si la hiciese suya. Ansiaba saberlo.

Mientras intentaba convencerse de que debería marcharse, su mano derecha giró la llave en el contacto para apagar el motor, y la izquierda abrió la puerta del coche. Estaba tan excitado, tan atormentado, que no podía pensar en otra cosa que no fuese aplacar ese fuego que lo estaba consumiendo. Todos sus argumentos estaban siendo destrozados por el torbellino de pasión que se había generado en su interior.

Antes de poder echarse atrás, apretó el botón del piso de Tippy en el panel del portero automático.

Un pitido indicó que la joven le había abierto desde arriba. Cash entró en el portal y subió las escaleras con el corazón latiéndole como un loco. No iba a pensar en el día siguiente, no hasta que llegara el alba.

Tippy estaba esperándolo en la puerta cuando llegó. Se había quitado el abrigo, pero todavía llevaba puesto el vestido de terciopelo blanco, y la hermosa melena rubia rojiza le caía sobre los hombros en suaves ondas.

A pesar de la leve expresión de temor que se reflejaba en sus ojos, su rápida respiración delataba la excitación que no podía contener. Su piel parecía de seda.

Cash entró y cerró la puerta, echando también, por si acaso, el cerrojo. Tippy retrocedió, y por un momento Cash creyó que había cambiado de idea, pero era hacia el dormitorio hacia donde se dirigía.

Con el deseo escrito en el rostro la siguió lentamente, cruzó el umbral del dormitorio, y cerró la puerta tras de sí, echando también el pestillo. Se quedó allí de pie, mirándola, sin reparar apenas en la bonita colcha que cubría la cama de matrimonio, ni en las ventanas cerradas y las cortinas.

Tippy tragó saliva.

–La luz… –balbució, sonrojándose.

A pesar de su bravata de hacía unos minutos, no podía ocultar su azoramiento.

Cash entrecerró los ojos.

–¿Quieres que la apague?

Tippy asintió con la cabeza.

–Hay algo que debes saber antes de que hagamos nada –le dijo Cash–: No tengo preservativos, ni nada que podamos usar.

Los ojos de la joven buscaron los suyos.

–No me importa.

Cash sintió que el corazón le daba un brinco en el pecho. Pensó en Jessamina, la niñita de Christabel; se imaginó un hijo de su sangre… A pesar de estar diciéndole que podía dejarla embarazada, Tippy no se había echado atrás. Cash sabía lo mucho que le gustaban los niños, y por un instante, se permitió imaginar a una pequeña de cabello pelirrojo y ojos verdes, y el corazón comenzó a latirle como un loco.

–Hemos perdido la cabeza… los dos –dijo con voz entrecortada por la emoción.

Tippy asintió lentamente con la cabeza, y entreabrió los labios.

–Apaga la luz, por favor.

Fue lo último que dijo.

Cash la encontró en la penumbra primero con las manos, y luego con los labios. Tippy se derritió contra su cuerpo. Notó cómo le bajaba muy despacio la cremallera del vestido, y emitió un gemido ahogado al experimentar la increíble sensación que le produjo el contacto de las manos de Cash con su piel desnuda.

–Oh, sí… –murmuró Cash en su oído–. Tú también lo sientes, ¿verdad? Cuando te toco es como si se produjera un chispazo eléctrico. Nunca había acariciado una piel tan suave como la tuya. Tiene el tacto de los pétalos de una flor calentados por el sol –le susurró con voz ronca.

Sus manos subieron por la espalda de la joven, y luego volvieron a bajar lentamente, llevándose con ellas el vestido, y con él la media combinación y las medias.

–No llevas demasiado debajo de esto –murmuró Cash divertido.

La respiración de Tippy se había tornado entrecortada. Las caricias de Cash estaban haciendo que le temblasen las rodillas.

–No se puede llevar demasiado debajo de un vestido como éste –le confesó.

La boca de Cash fue descendiendo por su cuerpo al tiempo que sus manos, y cuando Tippy la notó sobre uno de sus senos se estremeció.

Cash levantó un poco la cabeza, dejando sus labios a unos centímetros del endurecido pezón.

–¿Asustada? –le preguntó en un susurro.

–¡No! –se apresuró a exclamar ella.

Pero dio un respingo cuando sintió que los cálidos labios de Cash se posaban abiertos sobre la areola, y tiraban del pezón. Enredó los dedos en su oscuro y fosco cabello, y emitió un largo gemido.

Cash se rió suavemente.

–¿Te ha gustado? Pues esto apenas ha empezado.

En ese momento Tippy no comprendió qué quería decir, pero cuando Cash continuó explorándola con la boca y luego con las manos, y su pasión fue en aumento, poco a poco sus palabras empezaron a tener sentido para ella.

Cash no tenía intención alguna de apresurarse; tenía todo el tiempo del mundo. Estimuló con dedicación cada centímetro de su piel: explorando, jugueteando, probando…, mientras Tippy gemía y jadeaba ante las deliciosas sensaciones que la invadían. Las oleadas de placer estaban relajando de tal modo sus músculos, que tenía la impresión de que sus huesos se hubiesen desintegrado. Su deseo, en cambio, no hacía sino aumentar. Quería que Cash la hiciese suya. Su cuerpo le pertenecía. Toda ella le pertenecía. Cada caricia de sus labios en lugares prohibidos, cada lento movimiento de sus manos la volvían loca.

Cash la sintió empujar las caderas hacia él, y sonrió con los labios pegados a su suave vientre. Estaba disfrutando con cada una de sus reacciones, con sus suaves gemidos de placer, y también con la maravillosa sensación de unidad que experimentaba al estar desnudos como estaban, piel contra piel.

Tippy dio un respingo cuando lo sintió, pero Cash la tranquilizó, besándola en los labios mientras se posicionaba despacio entre sus largas y temblorosas piernas.

–¿Recuerdas lo que te pregunté? –le dijo entre beso y beso, mientras empezaba a penetrarla con cuidado–. Te pregunté si querías sentirme dentro de ti –aspiró bruscamente–. Lo quieres, ¿no es verdad? –farfulló, cerrando los ojos–. Yo también quiero sentirte, Tippy. Quiero llegar tan adentro de ti… como sea posible.

–¡Cash…! –exclamó Tippy temblando, mientras con ambas manos se aferraba a sus musculosos brazos–. ¡Es muy grande…!

–Shhh… –susurró él contra sus labios–. Encajaremos como dos piezas de un puzle, a pesar de lo que estás pensando. Y te prometo que no seré rudo, ni violento. No voy a precipitarme, y no voy a hacerte daño. Relájate. Eso es, relájate. Yo conduzco, así que tú disfruta del paseo, ¿de acuerdo?

Tippy prorrumpió en una suave risa ante la comparación. Cash empezó a moverse lentamente, de un modo sensual, y ella se tensó ligeramente, pero no experimentó dolor. No era algo violento, ni tampoco… apresurado. Era como… Cerró los ojos, y comenzó a jadear suavemente de placer cuando los lentos movimientos de Cash empezaron a estimular terminaciones nerviosas por todo su cuerpo que hasta entonces ni siquiera había sabido que tenía.

Las manos de Cash estaban en ese momento debajo de ella. Una estaba en su nuca, mientras que la otra, bajo sus caderas, la levantaba suavemente, atrayéndola hacia las suyas.

–Eso es… –le susurró–. Hacer el amor es como el blues. Cuanto más lento, mejor.

Succionó suavemente el labio superior de Tippy entre los suyos mientras se movía sobre ella lánguidamente, con ternura. Con cada leve embestida ella lo sentía cada vez más y más adentro de sí, y las palpitaciones de placer se fueron extendiendo por todo su cuerpo mientras notaba cómo su interior se iba ensanchando para acomodarse a él. Un gemido ahogado escapó de su garganta al sentir su fuerza y su calor.

–Te… siento dentro de mí… –le susurró, apretándose más contra él.

–Yo también te siento a ti: tu piel de seda, tus blandos senos, tu dulce boca… Pero… no es suficiente…

Ella tenía la misma impresión. El placer que la sacudía por dentro se volvió todavía más intenso, y jadeó su nombre estremeciéndose extasiada cada vez que Cash empujaba sus caderas contra ella. ¡Era maravilloso!

Los labios de Cash tomaron los suyos cuando sus movimientos empezaron a volverse más rápidos y enérgicos, y Tippy volvió a estremecerse.¡Aquello era tan… hermoso! Lo sentía dentro de ella, sentía cómo su interior se expandía para él… Nunca había imaginado que pudiera ser así.

Abrió la boca igual que su cuerpo se estaba abriendo para él, y sintió cómo la llenaba… por completo. Ante sus párpados cerrados aparecieron brillantes auras de colores, y el placer se convirtió en una auténtica llamarada. Verdaderamente se notaba ardiendo por dentro, sentía que todo su ser palpitaba, que se estaban provocando explosiones en cada célula de su cuerpo. Sollozó, rodeándolo frenética con ambos brazos, y entrelazó las piernas con sus poderosos muslos, sintiendo la creciente tensión de los músculos cuando Cash incrementó un poco más la fuerza de sus embestidas y avivó el ritmo.

–¡No tenía… ni idea…! –jadeó Tippy con voz entrecortada–. Por favor… por favor no pares… no pares… ¡no… pares!

Cash la besó afanosamente en el cuello.

–Sé cómo hacer que te guste aún más: desliza tus piernas entre las mías –masculló Cash sin aliento–. ¡Deprisa, cariño!

Tippy no comprendió hasta que hizo lo que le decía. De pronto una explosión de placer se produjo en su interior. Siguió sollozando sin poder contenerse, y le hincó los dientes a Cash en el hombro, al tiempo que su cuerpo se arqueaba de tal modo que pareció que fuese a partirse en dos.

En medio de la neblina que cubría su mente, Tippy escuchó la voz de Cash en su oído, susurrando en un tono ronco y apasionado: «¡Dame un hijo, Tippy…!».

Y de repente se encontró volando hacia el sol, estallando de placer. De su garganta escapó un gritito ahogado, y quedó en un estado de aturdimiento durante unos segundos. Cuando recobró la capacidad de pensar, escuchó a Cash gemir en su oído, y al notarlo estremecerse sobre ella supo que también había alcanzado el cielo.

Sin embargo, parecía que sus temblores no pasaban, y lo apretó contra sí mientras seguía convulsionándose entre sus brazos. Lo besó tiernamente, con el corazón henchido de felicidad y su cuerpo convertido en uno con el de él.

Finalmente Cash se derrumbó sobre ella. Los latidos de su corazón retumbaban contra su cuerpo sudoroso en la oscuridad. Tippy se aferró a él y cerró los ojos, rogando en silencio: «Dios, no quiero que acabe todavía… no quiero que acabe todavía…».

Sin darse cuenta, acabó pronunciando esas palabras en voz alta, y el tono suplicante de su voz excitó a Cash hasta el punto de provocarle una nueva erección.

Aquello era… imposible. Había tenido conversaciones con sus amigas sobre esas cosas, y sabía por ellas que era virtualmente imposible. Abrió la boca para decírselo, pero Cash había empezado a moverse de nuevo, y esa vez no fue despacio, ni con cuidado, ni fue tierno.

Enredó los dedos de una mano en sus cabellos, y sus labios tomaron los de ella en un beso apasionado. Sus caderas la embistieron con insistencia, con envites rápidos y seguros, que la llevaron en cuestión de segundos a un clímax repentino y maravilloso.

Tippy profirió un grito ahogado dentro de su boca, con las piernas aferradas a sus caderas y los brazos apretándolo contra sí. Su deseo había sido satisfecho, pero el de Cash aún no, y la odiaba por lo que estaba ocurriéndole. No podía parar. No podía contenerse. Ansiaba volver a paladear el éxtasis desenfrenado que acababa de compartir hacía un instante con ella. Necesitaba experimentarlo de nuevo. ¡Lo necesitaba!

Su cuerpo se pegó al de ella mientras sus besos se tornaban más abrasivos. ¿Por qué estaba tardando tanto en alcanzarlo…?

–No tengas… prisa, Cash –susurró Tippy contra sus labios, con voz dulce, y casi sin aliento–. No hay prisa.

–¡Maldita sea, Tippy…! –masculló él.

Su voz sonaba quebrada por el deseo, ese deseo que no podía ocultar.

–No pasa nada, Cash –le susurró ella de nuevo–. Yo también te deseo. Te deseo tanto… No hay por qué tener prisa. Por favor, no reniegues de lo que sientes. Ve a tu ritmo. Haré cualquier cosa por ti. ¡Cualquier cosa! Sólo dime lo que quieres.

Aquel pequeño y apasionado discurso hizo que Cash se relajara y sintiera que recobraba el control. El ritmo de sus embestidas se volvió más suave.

–Dime qué debo hacer –le susurró Tippy de nuevo en el oído, aferrándose a él–. Haré… ¡haré lo que me pidas!

Cash depositó un beso tembloroso en cada uno de sus párpados, otros dos en sus mejillas, otro en la nariz…

–Nunca me había sentido tan excitado –jadeó con voz ronca.

Los dedos de Tippy le acariciaron el contorno de los labios, la barbilla, el fuerte cuello…

–No imaginaba que pudiera ser así –murmuró–. Creía que siempre dolía…

–¿Y no te duele? –susurró él contra sus senos–. Es un dolor… ¡maravilloso!

–¡Sí!

Cash la hizo rodar con él sobre el colchón hasta que quedó encima de él, y con ambas manos guió sus caderas. Apenas podía ver su rostro, pero intuía su azoramiento.

–Levántalas un poco. ¡Así…!

Tippy lo obedeció, y sintió que el cuerpo de Cash se iba excitando aún más, pero de su garganta escapó un gemido quejumbroso.

–¿Qué ocurre? –inquirió él al instante.

–Pues que… ¡no sé nada! –masculló ella irritada–. Lo he visto en las películas, y he leído sobre ello en libros, pero no sé cómo…

–Yo te enseñaré lo que necesitas saber –le susurró Cash, empujándola hacia abajo–. Lo estás haciendo muy bien –añadió, buscando sus labios–. Eres la amante más increíble… que he tenido jamás.

Aquello recordó a la joven que no era en efecto la primera con la que hacía aquello, y empezó a decir algo, pero Cash volvió a hacerla rodar con él para colocarse de nuevo sobre ella, y ambos experimentaron nuevos estallidos de placer.

–Hacía años que no lo hacía… –jadeó Cash entre sus senos–, y ni siquiera la mejor de esas veces… ¡podría compararse con esto!

A Tippy se le cortó el aliento. Sabía que Cash estaba siendo sincero.

–Quiero un hijo –susurró Cash mientras seguía empujando sus caderas contra las de ella–. ¡Oh, Dios, Tippy… quiero un… hijo!

La joven estaba hundiéndose en aquel mar de placer. Oyó a Cash susurrándole algo mientras esas deliciosas sensaciones comenzaban a expandirse por todo su ser. Su cuerpo seguía como por instinto al de Cash, y dejó que le enseñara cómo tocarlo, cómo hacerlo suyo.

Fueron los minutos más hermosos de toda su vida y, hasta la última sacudida de placer estuvo segura de que no podría sobrevivir a aquello.

Al oír un roce de tela sobre piel Tippy imaginó que Cash debía de estar vistiéndose. Parpadeó. Todavía no era de día. Echó un vistazo al reloj de la mesilla. Tenía los números grandes, así que podía ver la hora sin las gafas. Eran las cuatro de la mañana.

–¿Te marchas? –le preguntó aturdida.

Cash no contestó. Acabó de vestirse y se sentó en el sillón que había junto a la cama para calzarse los zapatos.

–Pero… ni siquiera es de día… –insistió ella.

Cash siguió sin contestar.

Tippy lo oyó ponerse de pie y al poco escuchó también cómo se abría la puerta del dormitorio, inundando la habitación con la luz del salón, que se habían olvidado de apagar.

Cash se dio la vuelta y la miró, sentada en la cama con los hombros y los brazos desnudos, y la sábana de flores rosas y azules agarrada sobre el pecho.

El rostro de Cash no reflejaba emoción alguna, y sus facciones estaban endurecidas.

–¿No vas a decir nada? –inquirió Tippy, llena de inseguridad, pero tratando de ocultarlo.

–Los dos hemos actuado de un modo irresponsable –farfulló Cash–, y los dos sabíamos que era una locura, pero tú lo empezaste.

Tippy suspiró.

–¡Oh, por el amor de Dios! ¿Quieres que vaya a por el cilicio y el flagelo? –murmuró Tippy, dejándose caer sobre el colchón.

Cash no podía creer que Tippy hubiera dicho lo que había dicho.

–¡No voy a casarme contigo! –continuó enfadado–. Lo cual no quiere decir por supuesto que, si te hubiera dejado embarazada, vaya a dejar de asumir mi responsabilidad. ¡Y si fuera así, quiero que me lo digas!

Tippy se estiró, empujando la sábana hacia abajo con los pies, se destapó hasta la cintura, dejando sus sonrosados senos a la vista. Sabía que Cash estaba mirándolos. La sola idea la hizo sentirse extraña: sensual… y muy femenina. Nunca había experimentado nada parecido, pensó sonriéndose.

–¿De veras? –murmuró, observando sus tensas facciones.

Cash aspiró con brusquedad. No quería mirarla, pero era incapaz de apartar la vista.

–Tienes los senos más hermosos que he visto en mi vida –dijo sin poder contenerse.

Tippy empujó de nuevo la sábana hasta quedar totalmente destapada, y se arqueó para que la viera mejor.

–¿Y qué me dices del resto? –le preguntó con voz ronca.

–Moriré intentando olvidarlo –dijo Cash, dándole la espalda.

–¿Por qué tendrías que olvidarlo? –inquirió ella.

Cash cerró los ojos.

–Mira, Tippy, ya te lo he dicho: no quiero ataduras –masculló.

–Menos mal que me lo has dicho, porque iba a regalarte una corbata por Navidad.

Cash se volvió para mirarla y no pudo evitar reírse.

–Diablos.

Tippy se estiró, desperezándose.

–¿No te gustaría quedarte hasta que amanezca? –le preguntó.

–No creo que sirviera de nada; estoy agotado. Y supongo que tú también estarás cansada.

Tippy suspiró.

–Un poco.

Cash la miró posesivo.

–Todas mis amigas tienen pareja, y dicen que ningún hombre puede hacerlo dos veces seguidas –comentó.

Cash enarcó una ceja.

–Tienen razón.

Tippy se quedó mirándolo, y Cash se encogió de hombros.

–Bueno, supongo que será algo normal cuando has estado mucho tiempo sin hacerlo.

Ella siguió mirándolo fijamente, y Cash carraspeó.

–De acuerdo, cuando has estado mucho tiempo sin hacerlo… y cuando es con la mujer adecuada.

Tippy enarcó ambas cejas.

–¿Qué es lo que quieres de mí? –le preguntó él quedamente.

«De modo que de eso se trata», se dijo Tippy, advirtiendo la expresión suspicaz de su rostro.

–Tengo suficiente dinero en mi cuenta bancaria –le dijo volviendo a taparse–; no suelo permitir que ningún hombre comparta mi cama… excepto en esta ocasión, claro está; no necesito un cocinero, ni tampoco un guardaespaldas, así que saca tus propias conclusiones.

Cash había estado evitando a las mujeres desde su desastroso matrimonio porque la mayoría sólo querían su dinero, pero lo que Tippy le había dicho era cierto. Tenía fama y, aunque en su profesión no había una estabilidad, también tenía dinero. No podía querer nada de él… salvo a él mismo. Claro que quizá lo quisiese como amante, pensó recordando que aquélla había sido su primera vez, la primera vez que lo había hecho por voluntad propia. ¿Sería eso?, ¿la euforia de la primera vez?

–Oh, sí, es por eso –dijo Tippy, como si supiese lo que estaba pensando–. Eres el primer hombre con quien lo he hecho, y me he quedado maravillada de lo increíble que ha sido, así que por supuesto no quiero otra cosa más que retenerte junto a mí todo el tiempo que pueda.

Cash la miró irritado.

–Para ya con eso. No me gusta que me lean el pensamiento.

Tippy se encogió de hombros.

–Como quieras.

–Y esto ha sido sólo un romance de una noche. Nada más.

–Entonces, ¿por qué querías dejarme embarazada? –inquirió Tippy, con toda la lógica.

Cash la miró con los ojos como platos. Había olvidado aquello.

–Los… los hombres dicen esas cosas para excitar a las mujeres –farfulló irritado.

–Oh, entiendo… –murmuró Tippy, asintiendo con la cabeza–. ¡Qué bonito detalle por tu parte! ¡No sabes cómo me puso!

–Me marcho –farfulló Cash en un tono frío.

–Ya me he dado cuenta.

–Me voy a casa.

–Estupendo. Te enviaré una tarjeta de Navidad.

–No te dará tiempo. Es pasado mañana.

–En ese caso, feliz Navidad.

–Lo mismo digo.

–¿Vas a despedirte al menos de Rory? –le preguntó Tippy.

La mano de Cash vaciló sobre el pomo de la puerta. No había pensado en Rory. El chico estaba muy ilusionado con que fuese a pasar el veinticuatro de diciembre con ellos.

–Podríamos intentar comportarnos como personas civilizadas durante la cena de Nochebuena… por el bien de Rory –dijo Tippy–. Y si vas a quedarte más tranquilo, te doy mi palabra de que no intentaré aprovecharme de ti tumbándote sobre la mesa y echándome encima como una salvaje, entre el puré de patata y el relleno de pan de maíz.

Cash sintió a la vez deseos de aullar y de echarse a reír. No sabía qué diablos quería.

–Me marcho.

–Eso ya lo has dicho –murmuró Tippy con malicioso deleite.

Cash estaba confundido, abrumado… estaba hecho un lío. Y ella sabía por qué. Aunque no quisiera admitirlo, sentía algo por ella, algo que hacía que le costara mantener el control, pero contra lo que parecía dispuesto a luchar hasta el final. A pesar de ello, Tippy se sentía extrañamente optimista.

–Volveré a la noche –dijo Cash finalmente–. Pero sólo me quedaré a cenar. Voy a hacer el equipaje y esta misma noche me iré de la ciudad.

–De acuerdo.

Cash vaciló, y se quedó mirándola pensativo, en silencio.

–¿Te hice daño cuando estábamos…?

–No, claro que no –respondió ella suavemente.

Cash suspiró, y su enfado se disipó en parte mientras observaba el rostro de Tippy en la penumbra.

–¿Ni siquiera la segunda vez? –insistió preocupado–. Fui algo brusco, y no lo pretendía, de verdad.

–Lo sé. Pero no me asusté en ningún momento. ¡Fue maravilloso! –exclamó, esbozando una sonrisa–. Nunca imaginé que fuera a ser tan increíble… –añadió encogiéndose de hombros–. El placer que sentía era casi… insoportable.

Cash asintió con la cabeza.

–Para mí también fue increíble –respondió–, pero aun así fue algo irresponsable por parte de ambos –añadió entornando los ojos–. Debería haber usado algo.

–Te lo recordaré la próxima vez –dijo Tippy.

Cash frunció el ceño.

–Te lo he dicho, Tippy: no habrá una próxima vez.

–Bueno, en realidad no es exactamente lo que dijiste hace un rato.

–Me marcho.

–No corras –lo provocó Tippy.

Cash le lanzó una mirada furibunda, y salió del piso dando un portazo. Al cabo de un par de minutos oyó el rugido del motor del coche de Cash, y luego un acelerón furioso. Con razón los llamaban Jaguar, pensó Tippy, contrayendo el rostro al oír el chirrido de los neumáticos.

Al día siguiente, mientras limpiaba el apartamento y cocinaba, Tippy se sentía más feliz de lo que nunca se había sentido en su vida. Estaba loca por Cash. No podía sacarse de la cabeza el recuerdo de la noche anterior, de aquella febril noche de pasión, y una y otra vez lo revivía en su mente.

Ocultárselo a Rory sería difícil. No estaba segura de si lo comprendería o no, pero no quería que la estima del chico por Cash disminuyese por lo que había ocurrido entre ellos. No quería que pensase que se había aprovechado de ella, o que la había herido.

–Qué alegre estás hoy –comentó Rory cuando Tippy estaba sacando el pavo del horno.

–Es que me siento bien –murmuró ella.

–Entonces vuestra cita de anoche fue bien, ¿eh? –inquirió el chico, con ojillos maliciosos.

–No estuvo mal –admitió ella.

–Esta mañana, cuando aún no había amanecido oímos a un loco alejarse en coche a todo gas –farfulló Rory sin mirarla–. Fuera hay marcas de neumáticos.

–Cash y yo tuvimos… una pequeña desavenencia –respondió ella, también sin mirarlo–. Nada importante, no tienes que preocuparte. Le dije que la invitación a cenar de hoy seguía en pie.

–Cash no es exactamente lo que parece –le dijo Rory con una solemnidad inusual en un chico de nueve años–. Ha recibido unos cuantos golpes muy duros en su vida, y apenas tiene amigos.

–Siempre olvido que el comandante Marist lo conoce.

Rory asintió con la cabeza.

–Cash me parece un tipo estupendo, pero no quiero que acabes haciéndote daño, hermana.

Rory estaba diciendo únicamente lo que ella misma pensaba, pero el oírselo decir la hizo tensarse. Estaba engañándose a sí misma. Había seducido a Cash, y de pronto se había montado en la cabeza todo un cuento de hadas. Hasta su hermano de nueve años tenía los pies más en el suelo que ella.

Era una tonta si de verdad creía que un hombre que había llevado una vida llena de peligros y aventuras querría atarse a una mujer. Sobre todo después de un matrimonio desastroso que lo había destrozado, y que aún no había superado.

Cash no estaba pensando en el matrimonio. Él mismo se lo había dicho. De hecho, en un principio ni siquiera había querido tocarla. Había sido ella quien se había aprovechado de su debilidad y su deseo. Lo había conducido hasta su cama, y él había sido incapaz de resistirse, pero nada de eso implicaba que la amase. Ni siquiera aquel apasionado ruego que le había susurrado de que le diese un hijo implicaba amor. Únicamente significaba que se sentía solo, que tenía celos de Judd Dunn, y que se moría por tener un hijo. ¿O sería más bien que le habría gustado que los hijos de Christabel hubiesen sido suyos, y no de Judd? ¿La amaría todavía? Tippy se preguntó si se habría rendido a su seducción simplemente para satisfacer el deseo por una mujer que no podía tener.

En un instante la situación se transformó por completo ante sus ojos. La alegría la abandonó como la lluvia que descargan las nubes.

Rory contrajo el rostro.

–Lo siento –murmuró, yendo junto a ella y abrazándola tan fuerte como pudo–. Perdóname, Tippy.

Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas, pero era demasiado orgullosa como para derramarlas. Rodeó con los brazos a su hermano y lo apretó contra sí sin poder evitar sentirse engañada, completamente engañada.

–Éstas van a ser unas Navidades estupendas, ya lo verás –le dijo al cabo de un rato, secándose las lágrimas discretamente antes de separarse de él y sonreírle–. ¿Quieres hacer tú las galletas?

–¿Quieres que podamos comérnoslas? –preguntó el chico a su vez.

Tippy se echó a reír. Rory y ella siempre se habían llevado muy bien, desde el mismo momento en que se había hecho cargo de él.

–Supongo que tendré que hacerlas yo. Pero a ti te tocará entretener a Cash si llega mientras estoy aún en la cocina.

Rory le dirigió una mirada traviesa.

–Ésa es mi especialidad, sí, señor –le dijo subiendo y bajando las cejas–. Voy a ver si encuentro mis pelotas de malabarismo y mi sombrero de copa…

Tippy le lanzó la bayeta de la cocina, pero Rory ya había salido de la cocina entre risas. Tippy la recogió del suelo y fue a sacar el aceite de oliva y la leche. Ya sola, sin embargo, se le mudó la expresión. Lo cierto era que no tenía la más mínima idea de si Cash aparecería o no, a pesar del afecto que sentía por Rory. La noche anterior había acabado siendo un completo desastre, y había sido por su culpa. Si no hubiera empujado a Cash a tomar una decisión con respecto a la atracción mutua que había entre ellos, quizá aún siguieran siendo amigos. Y, partiendo de esa base, quizá podría haberlo enamorado de verdad. En vez de eso sus sueños habían quedado reducidos a una noche de pasión que para Cash, con una larga lista de conquistas a sus espaldas, no pasaría nunca de ser lo que le había dicho: un romance de una noche.

Tippy suspiró con pesadumbre, deseando que hubiera algún modo de retroceder en el tiempo y así poder corregir los mayores errores que había cometido a lo largo de su vida. Por desgracia, ante ella sólo se abría un camino, y era el futuro.

Cash sí apareció finalmente… justo cuando Tippy ya lo tenía todo listo en la mesa, y estaba mordiéndose las uñas de los nervios.

El corazón le dio un vuelco cuando oyó sonar el timbre del portero automático. Rory fue a ver quién era, y fue Cash quien contestó desde abajo.

–¡Enseguida te abro! –exclamó Rory, apretando el botón.

Tippy se había puesto para la velada un top blanco de seda, unos pantalones de terciopelo color esmeralda, y se había recogido el cabello con un pañuelo a juego. El conjunto tenía un aire de fiesta, pero a la vez era informal. No creía que Cash se hubiese puesto muy elegante.

Y no se equivocaba. Cash había optado por ir de negro de nuevo: la chaqueta de cuero, la camiseta, y los pantalones que llevaba eran de ese color. Apenas la miró, y esbozó una sonrisa sólo porque Rory estaba allí.

–Qué buena pinta tiene todo –dijo.

–No es nada especial, son sólo recetas caseras –respondió Tippy–. Siéntate. Rory, ¿quieres bendecir la mesa? –murmuró, sentándose en su sitio.

El chiquillo obedeció con un gran suspiro, mirando por el rabillo del ojo a los dos adultos mientras recitaba la oración.

Fue una cena muy callada en comparación con la que habían compartido el primer día. Tippy se sentía fatal porque tenía la impresión de que había arruinado no sólo sus Navidades y las de Cash, sino también las de Rory. Comieron prácticamente en silencio hasta que hubieron terminado el segundo plato.

–Tippy me preguntó si quería hacer yo las galletas –le dijo Rory a Cash–, pero le dije que si quería que pudiéramos comerlas sería mejor que las hiciera ella.

Cash se echó a reír.

–¿Tan mal cocinero eres?

–Bueno, Tippy me ha enseñado a hacer unas cuantas cosas –respondió Rory–, pero el pan, por ejemplo, me cuesta mucho.

–A mí también –le confesó Cash–. El bizcocho no me sale mal, pero suelo comprar esos sobres preparados que se vierten en un molde y se meten al horno.

–Tippy no –replicó Rory–; hace bizcocho casero de verdad.

–Es que tienes una hermana que vale mucho –dijo Cash sin mirar a la joven.

Y para Tippy fue una suerte que no lo hiciera, porque se había puesto roja como la grana. Se levantó como impulsada por un resorte para ir a cortar el pastel de cerezas que había hecho, y a sacar del congelador una caja de helado de vainilla para acompañarlo.

A Cash no le pasó desapercibido el ligero temblor de sus manos, y se maldijo por haber perdido la cabeza la noche anterior. No era justo que Tippy estuviese recriminándose cuando la culpa de lo ocurrido era sólo de él.

Tippy cortó tres trozos de pastel y añadió encima de cada uno una bola de helado, para llevar a continuación los platillos a la mesa con una sonrisa forzada.

–El pastel es de los que vienen preparados para hornear porque si lo hubiera tenido que hacer yo no me habría dado tiempo, pero lo he comprado en alguna otra ocasión y está bueno.

–Está todo perfecto, Tippy –le dijo Cash en un tono de disculpa.

Tippy no lo miró.

–Gracias.

Cash se tomó la porción de pastel sintiéndose como un miserable. Tippy se estaba echando la culpa de todo, y cuando él se hubiese marchado sería aún peor, porque seguramente acabaría convenciéndose de que no era mucho mejor que una prostituta, y no volvería a acercarse a él.

Parpadeó, sorprendido ante el hecho de que la conociese tan bien. Había acusado a Tippy de leerle la mente, pero él mismo parecía poder leer también en la suya como si fuese un libro abierto. Resultaba inquietante. Era como si estuvieran… conectados de alguna manera.

–Estaba buenísimo, Tippy –le dijo Rory cuando hubo dejado limpio su plato–. ¿Quieres que friegue yo?

–No hace falta –respondió ella de inmediato–. No me importa hacerlo.

–Deja que se ocupe Rory –le dijo Cash con firmeza, poniéndose de pie–. Quiero hablar contigo.

–Pero si no me importa, de verdad… –protestó ella.

Pero Cash ya la había agarrado de la mano y estaba sacándola de la cocina. Cuando estuvieron a solas en el salón la miró muy solemne.

–No debes culparte por lo de anoche, Tippy –le dijo con firmeza–; simplemente ocurrió. No te reproches por ello. Pase lo que pase, asumiré mi responsabilidad.

Tippy tragó saliva. No quería mirarlo. Cada vez que lo hacía no podía evitar volver a oír en su mente las cosas que le había susurrado al oído la noche anterior, en la oscuridad, mientras hacían el amor.

Cash tomó la barbilla de Tippy y la alzó para que lo mirara, pero al ver la expresión que había en sus ojos se le contrajo el rostro.

–Suéltame, por favor –murmuró Tippy, apartándose de él–. No soy una niña. No tienes que preocuparte de que vaya… de que vaya a perseguirte, ni nada parecido.

Cash sintió repugnancia de sí mismo. Había hecho mucho más daño del que había creído.

–No he pensado eso, Tippy; ni lo pensaría nunca –replicó.

Tippy dio otro paso atrás, forzando una sonrisa.

–Espero que tengas un buen viaje de regreso. Por favor, saluda a Judd y a Christabel de mi parte. Supongo que ahora Christabel estará muy feliz, con un marido que la adora, y dos bebés que criar. Seguro que será una madre estupenda.

–Lo es –dijo Cash, sin poder reprimir una nota de ternura en su voz.

Tippy, que sabía que Christabel había sido muy especial para él, la envidiaba, y se odiaba a sí misma por ello. Miró un instante a Cash, y luego apartó la vista.

–Voy a ayudar a Rory con los platos, y le diré que salga a decirte adiós. Gracias por ir a recogerlo, y por la cena y el ballet.

Cash se estaba enfadando, y se le notaba. Sus ojos negros llameaban furiosos por la situación en la que se encontraba. Estaba seguro de que cualquier cosa que hiciese o dijese sólo empeoraría más las cosas. Antes de que pudiera ocurrírsele algo, Tippy se había marchado y Rory salía de la cocina y se plantaba ante él con una mirada curiosa.

–Ojalá pudieras quedarte más tiempo –le dijo–. Éstas han sido las mejores Navidades que he tenido.

Las palabras del chico, con el que Cash se había encariñado aún más esos días, lo emocionaron. Le tendió la mano, y Rory le dio un firme apretón.

–Si necesitarais algo, Tippy tiene mi número –le dijo–. Y si ella no estuviera, llama a la comisaría de policía de Jacobsville y ya se encargará alguien de buscarme, ¿de acuerdo?

Rory le sonrió.

–No creo que necesitemos nada, pero gracias, Cash.

–Nunca se sabe –respondió él. Lanzó una mirada en dirección a la cocina–. Cuida de ella. Es más frágil de lo que parece.

–No te preocupes por ella; estará bien –replicó Rory–. Es sólo que, hasta ahora, cada vez que se le ha acercado un hombre era porque quería algo de ella, así que es normal que se haya dejado llevar un poco al haber encontrado a uno que no busca nada, y al que le cae bien simplemente por ser quien es, ¿sabes? –contrajo el rostro–. Me parece que sólo estoy liándolo más, pero es que no sé explicarlo mejor.

–Entiendo lo que quieres decir, Rory –le dijo Cash, poniéndole una mano en el hombro–. Lo superará.

–Claro. Seguro.

Ninguno de los dos lo creía, por supuesto.

–Cuídate. Ya nos veremos –le prometió Cash.

Rory le sonrió.

–Tú también. No te metas en ninguna pelea.

Cash enarcó ambas cejas.

–Lo haré si tú tampoco lo haces.

Rory sonrió vergonzoso.

–Lo intentaré.

–Y yo también. Hasta luego.

–Hasta luego.

–¡Adiós, Tippy! –se despidió Cash desde el vestíbulo.

–¡Adiós, que tengas buen viaje! –le contestó ella desde la cocina. No dijo nada más.

Cash abrió la puerta y salió del piso. Cuando la cerró tras de sí, tuvo la sensación de que había dejado dentro parte de sí.

Corazones heridos - Un hombre inocente

Подняться наверх