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5. REVUELTA SIN FUTURO

La documentación oficial relativa a la Valencia de los años 1620-1630 ha pretendido mostrarnos casi en todo momento un Reino conformista. Sin embargo, por definición, esa documentación no refleja generalmente más que los intereses de la clase dominante de la sociedad valenciana. Las reacciones e inquietudes de las capas inferiores de la población deberán buscarse, por tanto, en papeles de tipo oficioso o deducirse de las medidas tomadas por el rey o sus representantes ante determinados acontecimientos. Sólo de esta forma podrán hallarse respuestas menos incoherentes a las actitudes tomadas por las capas medias y bajas del Reino a lo largo de su historia.

Siguiendo esta línea, mis investigaciones me han llevado a encontrar un conato de revuelta social en Valencia durante el reinado de Felipe IV. El hecho, que encaja dentro de la coyuntura general de la Corona de Aragón en la primera mitad del siglo XVII, se nos presenta fundamentalmente como una consecuencia directa de las Cortes de 1626, cuyo resultado sería decisivo para Valencia. Lo que pretendo en este capítulo es plantear la anatomía de ese conato de revuelta, que viene a romper la imagen oficial del Reino y a poner en revisión la tesis de la docilidad de sus capas inferiores, a la vez que hace de las Germanías y los disturbios de Játiva y Alcira en los años 1630-1640 acontecimientos menos aislados en la historia moderna del País Valenciano.1

LA CIUDAD DE VALENCIA Y EL DIETARIO DE MOSÉN PORCAR DURANTE LAS CORTES DE 1626

El logro más importante de las Cortes de Monzón de 1626 había sido la destrucción del mecanismo legal de autodefensa del Reino: la autoridad de su parlamento y la integración del mismo dentro de la máquina absolutista de los Austrias. A juzgar por la documentación fundamental de estas Cortes, la clase popular valenciana permanecía siempre pasiva ante las discusiones de los brazos en Monzón, de donde iba a salir una nueva oleada de impuestos que esa misma clase debería soportar.2

Sin embargo, rastreando el Dietario de Mosén Porcar se obtiene una impresión muy distinta. Es cierto que los medios de comunicación eran lentos en la época y que muchas de las deliberaciones importantes de Cortes permanecían secretas; pero si en la gran mayoría de villas y ciudades del Reino se tardaba en conocer lo que sucedía en aquellas reuniones, no ocurría así en Valencia, donde los jurados de la ciudad estaban en contacto permanente con los síndicos de Monzón. Por tanto, era perfectamente factible que la población del Reino siguiese con puntualidad los acontecimientos de las Cortes y que, de un modo u otro, reaccionase ante ellos.3

El principal testimonio de la reacción del pueblo llano de la capital ante hechos de estas Cortes es el de Porcar, persona bastante bien informada, en general, de lo que sucedía durante aquellos años en el Reino, a juzgar por su Dietario. Las noticias que ofrece de otras cuestiones susceptibles de comprobación paralela son correctas; de ahí que, por analogía, puedan ser fiables, en principio, los datos que dicho autor presenta sobre cuestiones no verificadas completamente hasta el momento. Con base en sus informaciones y en una real crida que viene a ratificar una parte de aquéllas, voy a tratar de reconstruir el nervio central de lo sucedido en la ciudad de Valencia, a nivel no oficial, de diciembre de 1625 a julio de 1626, fechas de comienzo de los preparativos y de liquidación de consecuencias inmediatas de las reuniones de Cortes, respectivamente. Soy consciente del riesgo que ello encierra y de que, por ahora, cualquier conclusión no podrá ser válida, en todo caso, más que como una hipótesis de trabajo.4

A comienzos de diciembre 1625, el virrey de Valencia, marqués de Povar, juraba su nuevo trienio. Por aquel entonces, hacía ya algún tiempo que el plan integración del Reino en la monarquía hispánica había sido puesto en marcha, a partir del largo memorial secreto presentado por Olivares a Felipe IV a fines de 1624. El primer paso era obtener la aprobación de la Unión de Armas por parte de todos los reinos, siendo la celebración de Cortes particulares el único medio legal para poder hacerlo. Por tanto, las convocatorias de Cortes en Aragón, Cataluña y Valencia en 1626 obedecían a esa necesidad inmediata de la política austracista.

En los primeros días de diciembre 1625 aún no conocían los estamentos valencianos el programa político del condeduque. Sin embargo, la presencia de don Francisco de Castelví, regente de la Real Cancillería del Consejo de Aragón, en el juramento del marqués de Povar no había sido pasada por alto entre la población. Ese mismo día aparecía un pasquín en la plaza de la catedral diciendo que Castelví «había venido para vender a su patria». A pesar de que a Porcar esto le parecieran fábulas de pueblo, dos acontecimientos inmediatamente posteriores a la aparición del panfleto iban a dar la clave para su comprensión: la firma del rey en Madrid –el 17 de diciembre de 1625– de las cartas de convocatoria de Cortes y el discurso de Castelví –el 20 de diciembre– en que exponía los nuevos proyectos de la monarquía y el papel que en ella se había asignado a Valencia.5

El descontento popular, previo ya a la convocatoria de estas Cortes, iba aumentando progresivamente, y de los pasquines se pasó a la acción. Así, el 29 de enero, vísperas de la llegada a Monzón de Felipe IV, después de un período de prórrogas y protestas que comienza tras la apertura de las Cortes, las vidrieras del palacio real de Valencia aparecían «muy rotas y apedreadas».6

Era evidente que en la capital del Reino parecía haberse tomado conciencia de las posibles consecuencias de aquellas reuniones de Monzón, antes que en las mismas Cortes. Mientras en éstas el peso de sus propios intereses impedía a los representantes estamentales presentar una batalla política al estilo catalán, en aquélla las reacciones se hacían cada vez más violentas y generalizadas.7

A principios de febrero comienzan a presentarse las primeras dificultades serias en Monzón, al plantear el rey a los estamentos, a través de sus tratadores, que se negociase en Cortes primeramente la concesión del servicio, con independencia de lo que se hubiera hecho en otras ocasiones. Esto suponía una violación de las leyes valencianas, según las cuales el donativo debía ser ofrecido por los brazos al final de las Cortes, en el solium super servitium tantum, una vez examinados los fueros presentados al rey, ya que el servicio era otorgado a condición de que el monarca concediese los fueros presentados. En deliberación hecha el 11 de febrero, el brazo militar sentaba que ninguna provisión hecha por él se entendiera provista hasta que se hubieran presentado al rey todos los fueros y capítulos que se ordenasen; y respecto de cualquier servicio votado, que no se entendiera consentido ni deliberado hasta que el estamento hubiera compulsado las decretatas del rey y decidido a la vista de aquéllas. Al endurecimiento de la postura de este brazo, cuyo primer momento se sitúa entre el 2 de febrero –fecha en que Felipe IV nombra sus tratadores de Cortes desde Barbastro– y el 11 del mismo mes, se corresponde una tensión creciente en la ciudad de Valencia: el 9 de febrero la Real Audiencia hacía pública una crida para que no se tirasen naranjas y los estudiantes fueran de dos en dos, sin formar ni pararse en el mercado, bajo penas severas. Por otra parte, se ordenaba que la Universidad permaneciese abierta ininterrumpidamente los domingos y días festivos.8

Estas medidas no lograron restablecer la calma en la ciudad, ya que poco antes de que el brazo militar –el último en ceder a las exigencias de Felipe IV y Olivares– diera su consentimiento al servicio solicitado, las vidrieras del palacio real aparecieron nuevamente rotas, y ni el bayle ni el virrey se atrevieron a ir a la procesión de San Gregorio del 12 de marzo; dejaron que cuatro jurados de la ciudad acompañaran la procesión, mientras el virrey la contemplaba desde una reja de casa del lugarteniente del gobernador, D. Joan de Castellví. Estos hechos coinciden con el momento más álgido de las reuniones de Monzón, que se sitúa entre el 2 de marzo –fecha en que el rey envía a los estamentos una carta que pone de manifiesto su postura intransigente ante la resistencia de éstos a concederle el servicio– y el 10 del mismo mes, cuando el brazo militar cede a las exigencias reales y las Cortes terminan votando el servicio, sin que el planteamiento inicial de Felipe IV hubiese variado, es decir, siendo transgredidas las leyes y costumbres del Reino.9

El 21 de marzo de 1626, después de celebrarse en Monzón el solium super servitium tantum, la situación en Valencia debió llegar a un punto de extrema tensión. Parece evidente que, con la concesión de 1.080.000 libras valencianas por parte de los tres estamentos, el Reino venía a aceptar, en gran medida, la política del condeduque de unificación de todos los reinos peninsulares bajo «un rey, una ley y una moneda». Los síntomas de descomposición política de Valencia, aparecidos ya en las Cortes de 1604, tomaban así carta de naturaleza en estas reuniones de 1626.10

El domingo, 22 de marzo, al día siguiente de haber sido concedido el servicio, apareció en la capital, junto a las barracas de la esquina de San Juan del Mercado, una hoja de papel, pintada de colores, en la que se veía lo siguiente: Felipe IV sentado en su dosel real; delante de él, las armas de Valencia, y sobre las mismas tres personajes: uno en medio, con cota de malla roja; a su izquierda, un personaje vestido de negro con una cruz de Santiago, y a la derecha, otro, que parecía un capellán, llevando en la mano un peso y cayéndole una balanza; debajo de ésta la palabra «temor» y más abajo otra que decía «ambición». A la izquierda, bajo las armas de Valencia, el condeduque de Olivares estaba envuelto en llamas, con una cuerda en la mano siniestra que tiraba de las armas de Valencia y otra en la diestra, atada al pie del rey, arrastrándole también. Encima del monarca había un vocablo que decía: «¿Dónde lleváis a esta gente, Conde?», y respondía: «Cuando sientan el fuego ellos dirán dónde».11

La imagen popular de los gobernantes no podía ser más gráfica, en particular la del estamento eclesiástico y la de Olivares, artífice principal de la política española en el segundo tercio del Seiscientos.

Un día después de haber aparecido el pasquín –el 23 de marzo– aparecieron quemadas casi todas las barracas del mercado.12

Las noticias de esta índole se interrumpen hasta el 20 de mayo, ya concluidas las Cortes. Para entonces aún no había cedido la tensión en la ciudad. Ese día, por la tarde, el jurado Pallarés volvió de Monzón, yendo directamente al Palacio Real y encerrándose en él hasta bien avanzada la noche, «pues temia que no li fesen los del poble alguna feta, que com tenia la cobra de palla, temia’s de les gran traycions que ell y altres han fet a la ciutat, y pobres no·ls donasen lo guallardo [castigo] que merexien». Poco después, el 22 de mayo, corría la voz por Valencia de que Juan Bautista Baldres y Michael Vaquero, junto con otros caballeros y mercaderes, se habían levantado y destruían buena parte de la ciudad.13

Las noticias de carácter revoltoso terminan con el levantamiento citado.

CAUSAS Y PROBLEMAS DEL CONATO DE REVUELTA CIUDADANA

Si consideramos en bloque la serie de «sucesos en Valencia» de la cronología elaborada, vemos que constituyen un proceso ascendente que se inicia con el pasquín de la plaza de la catedral sobre Castelví, el 3 de diciembre 1625, y termina con el estallido de un sector de la ciudad –caballeros y mercaderes– el 22 de mayo 1626. Ese proceso parece corresponder con la maduración de una revuelta, que luego fracasa, y que claramente se produce a causa de los resultados definitivos de las Cortes de Monzón, puesto que, las muestras de descontento popular aumentan cualitativamente a medida que el Reino va claudicando ante las exigencias económicas del rey. Sin embargo, queda sin determinar el grado de malestar existente en la capital, las características de aquel estallido sofocado, la composición social de sus protagonistas y sus móviles, entre otras cuestiones, cuyas respuestas nos permitirían tener una visión total de aquel fenómeno.

Cronología de los principales acontecimientos acaecidos en Valencia y las Cortes de Monzón, durante el desarrollo de éstas


En principio pueden extraerse dos conclusiones fundamentalmente de la crida del 9 de febrero: la existencia de graves desórdenes en la ciudad –«perque son publiques y notories les inquietuts y excessos ques segueixen de tirar aygua y taronges, del que resulta bregues y questions y encara morts»– y la participación activa de los estudiantes en esos tumultos, ya que en el documento se les prohibe expresamente que se detengan en la plaza del Mercado o vayan juntos por la calle. Este dato, junto con las indicaciones de Porcar de que «caballeros y mercaderes… destruían gran parte de la ciudad», nos da una composición de capas ciudadanas en los distintos sucesos que abocarían al estallido del 22 de mayo. Esas capas, carentes de representatividad en los organismos públicos del Reino, al igual que el campesinado, tenían sin embargo intereses y objetivos distintos a los de ése, que, a su vez, no escatimaba las muestras de desagrado ante la explotación continua de que era objeto. Se trataba, entiendo, del mismo distanciamiento ciudad-reino, claramente diferenciado a otros efectos de política interna valenciana.

Fue posiblemente la falta de coordinación de objetivos y la ausencia de una base auténticamente popular lo que en gran medida abortó la revuelta de la ciudad de Valencia en 1626, a pesar de que respondía a un panorama de descontento general, que encajaba dentro de la inquietud ascendente que se extiende por el País Valenciano de 1625 a 1635. De esta suerte, Valencia aparecería nuevamente como fiel servidora de la monarquía habsburguesa, cuando en realidad era la clase dominante de aquélla, que nutría siempre la representación del Reino, el portavoz único, y unilateral a la vez, de los deseos e inquietudes de su población.14

Nada dice de todos estos sucesos Diego José Dormer, quien se limitó a describir lo acontecido dentro del marco exclusivo de las Cortes, ni tampoco los Vich en su Dietario. El silencio general de las noticias que, de modo intermitente, va dando Porcar a lo largo de su relación, particularmente en toda la documentación oficial, y la ausencia incluso de cualquier tipo de decreto o crida con posterioridad a los sucesos del 27 de mayo, conducen a una última cuestión, que viene a reforzar el nivel de hipótesis en que hemos planteado este capítulo: ¿quiénes motivaron que estos hechos, particularmente el del levantamiento, fuesen omitidos de modo tan absoluto?15

Al hilo del tiempo

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