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ОглавлениеAntonio Escorcia Valencia
Félix, vendedor de raspao
El camino vasto se acorta cuando lo andas
El amanecer es tierno
Por contenerse en la esencia líquida de kola, limón y tamarindo
Que lleva tu carrito glacial.
Las abejas se agitan al saborear con sus zumbidos
La leche condensada
Privilegio de quienes empuñan el brillo de una moneda de quinientos
Con otra de cien
En tus oídos
Guardaste los chismes del barrio
Que compartirás a otros vendedores
Transportas los vasos cónicos que contendrán
La nieve que tumbe el caluroso día
Después de haberse raspado con seis giros de manivela
El inverno que no llegó a Santa Marta
Entre dos colegios en los que pelás y pelaos
Te caen como gajos de mamones
Nancy, la vendedora de jugos te saluda, admirada.
Carlos, quien vende perros calientes, se inspira de tus esfuerzos.
Mi hermano fue alegre por las veces que le fiaste ese elixir del trópico
Mi papá te estrechó la mano en gratitud por refrescarles el alma a mis abuelos
Mientras yo, el siempre niño delante de tus ojos
Sostengo el corazón gélido más cálido que me dejaron
Para nunca olvidarte.
Agua
El agua dejó a la ciudad.
La tragedia ahoga porque la motobomba se cebó
Pero el líquido se va
Alrededor del barrio reluce el sudor desde la madrugada.
Las arterias de las calles
Ya no son los dibujos festivos
Que todo un barrio adornaba para navidades
Sino la palidez rígida del PVC
Que se sumerge entre la rutina.
Los niños que salieron para el colegio
Se bañaron con paños húmedos
Que previsoras guardaban sus madres
Mientras los jóvenes
Como Sísifos del trópico
Suben y bajan las pimpinas de los cerros
Para alimentar con dos pesos los bolsillos
Que vaciarán enseguida
En el almuerzo de la casa
Y en uno que otro guarapo para el calor.
Me miro con mi padre
Desistimos de querer arrebatarle al tubo principal
El arjé que Tales tanto adoraba.
En cada una de sus pupilas
Vienen aproximándose las lágrimas
Únicas gotas con las que me bañaré
En este lunes
Que inaugura el fluir de otra semana con sequía.
Como lenguaje moribundo, duermo en la oscuridad
No obstante, algo me libera del sueño:
Los libros del estante que susurran como vida que se apaga
En una fila, algunos me arrastran hacia su aquelarre:
Fausto enojado por los ires y venires que impone Mefistófeles
Miller, con los pies sobre su escritorio, imagina que subo el tranvía ovárico
Baudelaire, levantando su copa de vino
Me invita a la embriaguez descarnada;
En otra, más apacible para conmoverme
Borges, con ojos en el laberinto del más allá, organiza este librero de Alejandría
Mientras me revela las metáforas de las Mil y una Noches
Nelly Sachs que observa los epitafios en el aire
Espera algún día escuchar la canción no entonada de la paz
Y, para sostenerme sobre el infinito,
Marguerite Yourcenar evoca los Fuegos que abren el santuario de la Historia
Cuando ese círculo se abre
Me es imposible detener el fluir de sus astros
O las sombras con que abrasan a mi ser.
Como hago en las noches en las que aparece el insomnio
Me sentaré a conjurar a mis monstruos interiores
Con la literatura que se cristaliza en mis palmas
Hasta que el Tiempo vuelva a incrustarse sobre el mundo.
Con Fito, armando cambuche
De lejos viene.
Cerca, están sus cuatro hijos, esposa
Y unos cuantos enseres
Sucia trae la cara
Como la primera vez que llegó.
La ciudad le abruma.
El cerro lo alivia de cualquier ciudadano
Que lo mire mal
Que le escupa el vaso donde recibe monedas
Que le cierre la ventana del carro.
Los materiales que pudo vender en la chivera
Les sirvieron para comprarle a su familia
La bienestarina contrabandeada.
Sabe que sufrí parecido
Que perdí los perros de la finca
La yuca que vendía en la vereda
Los nietos que llevaba al colegio
Caminando tres horas por trocha.
Me pide que le ayude a soportar la joroba del pasado.
A pesar de perderlo todo
De no saber si comerán mañana
O si vivirá lo suficiente para recobrar el verdor en sus manos
Me brinda su plato de peltre
Y me dice con ternura
Que traiga más aluminio, cartones o pedazos de techo roto
Para ampliar el cambuche
No sería bueno que duerma solo
Con tanta muerte caminando.
Palabras
En el preciso instante en el que muere la hoja
En la exacta fijeza donde descansa la luz
Las palabras revolotean sin mirar atrás
Sin tomarse en serio a quienes la hablan
Se transluce en ellas lo que nos es prohibido
Lo que valdría de grande para el corazón
Y su brillo
Se adhiere a nuestros ojos
Pero se desvanece en el mundo
Cuando estiramos las manos para arrastrarlas hacia el papel
Las palabras:
Todas ellas nos nombran
Para extinguirnos en el suspiro
Que arrojan con nostalgia.