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PLAZA DE MAYO

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Durante el mismo año en curso, 1946, cierto día del mes de octubre, estábamos jugando “al don pirulero” con la maestra jardinera en el patio central del pabellón, todos sentaditos en el suelo, era de mañana con un sol radiante, de repente aparece la celadora acompañada con un señor vestido muy elegante con traje y corbata.

Como es lógico, todos detuvimos el juego y de paso los mirábamos a ambos, vimos cómo la celadora, mientras conversaba con el señor, señalaba con el dedo a González y a mí.

Tanto él como yo, nos mirábamos y girábamos la mirada hacia ellos sin saber de qué se trataba el asunto, de pronto nos hicieron seña para que fuéramos ahí y así lo hicimos.

El señor nos observó atentamente y asintió con la cabeza como aprobando la elección que la celadora había hecho, de inmediato trajeron dos uniformes de “granaderos” para probarnos.

Pantalón largo de una tela especial color azul con raya al medio, camisa blanca de poplín almidonada, una chaqueta especial como usan los granaderos, medias blancas y botas negras o borceguí, no sé qué era, ah, y también guantes blancos.

Como decía en otras oportunidades, el talle de esos uniformes nos cayó a la medida tanto a González como a mí, cosa que siempre ocurría con cualquier otra ropa que nos pusieran porque todos éramos de igual estatura.

Nosotros no entendíamos nada lo que estaba pasando, sólo obedecíamos órdenes.

Como ya era la hora de almorzar, nos rogaron que por favor no mancháramos los uniformes mientras comíamos, de todos modos, nos pusieron a los dos un delantal enorme para evitar cualquier salpicón de comida en nuestra ropa.

Parece que tenían mucho apuro porque de inmediato nos llevaron por los extensos pasillos internos de los pabellones mientras se iban agregando a nosotros otros chicos, también vestidos de granaderos hasta completar casi diez.

Bajamos las escaleras que están al frente de la Dirección y subimos a la famosa “combi” que nos estaba esperando ahí, nos acompañaban dos celadoras y el señor de traje que, después me enteré, era el director del Asilo.

En todos los años que estuve ahí, jamás lo vi, vaya contacto que tenía con los chicos, esa fue la primera vez.

En el Asilo no nos llevaban a pasear a ningún lado, salvo aquella primera vez que fuimos a Mar del Plata, y si lo hicieron en alguna otra oportunidad, honestamente no me acuerdo, por eso me extrañó mucho lo de este viaje.

La “combi” partió del Asilo hacia la ruta siete rumbo a la Capital Federal, en ese momento yo tenía seis años y me faltaba poco para cumplir los siete, por lo tanto, ya entendía bastante bien algunos eventos que ocurrían.

Mientras viajábamos, el director nos comentaba algo de ese viaje y el porqué de la vestimenta que teníamos puesta.

Llegamos casi de noche a la Capital Federal, como aún no conocía bien lo que era esa gran urbe, no sé cómo, pero lo cierto es que, en un momento dado, me encontraba junto con los otros compañeros al costado de la Casa Rosada, donde había gente a montones, gritando consignas de todo tipo.

Desde luego, todos estábamos como despavoridos, jamás habíamos visto una multitud de semejante envergadura.

Cerquita de nosotros había una banda de música que supongo era de alguna fuerza militar, porque estaban uniformados como nosotros, de pronto comenzaron a tocar los instrumentos musicales una especie de marcha que desconocíamos.

Nos pegamos un “cagazo” de aquellos porque el sonido de los tambores, bombos y clarinetes era tan estridente que nos aturdía por completo.

A la Plaza de Mayo, que estaba enfrente de la Casa Rosada, prácticamente no pudimos entrar, era tal la cantidad de gente que había que nos fue imposible penetrar.

De todos modos, el director del Asilo con las celadoras que nos acompañaban, nos iban trasladando, todos tomados de la mano para no perdernos, por distintos pasillos que nunca pude identificar.

Tampoco supe qué “pito” tocábamos nosotros con esos uniformes que teníamos puestos, era un desorden total.

Este suceso lo recuerdo tal como lo he narrado, tiempo más tarde me enteré que se trataba de una fecha muy especial para los trabajadores de todo el país: era el famoso 17 de octubre de 1945.

Yo fui huérfano

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