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BREVE SÍNTESIS DE ESTA ETAPA

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Si hago un balance de mi vida en estos primeros 6 a 7 años, podría decir que pasaron “sin pena ni gloria”, salvo algunos hechos puntuales, el resto fue pura rutina diaria.

Levantarse, higienizarse (la mayoría de las veces lo hacían las celadoras), desayunar siempre lo mismo – formar fila – jugar en el patio central del pabellón – lavarse las manos – almorzar – dormir la siesta – merendar – jugar – cenar e ir a dormir – al otro día lo mismo – de vez en cuando salíamos a pasear al parque o los eucaliptos chicos y grandes.

Claro, éramos criaturas y no percibíamos esas rutinas, nuestra mentalidad no llegaba para tanto, eso sí, si te portabas mal, o hacías alguna tontería, recibías flor de paliza cada vez que pasaba la celadora al lado nuestro, era inevitable levantar el brazo como para atajarnos de algún posible “sopapo”, nunca sabías por dónde venía el “viandaso”.

Eso nos enseñó a estar alertas y vigilantes contra el “enemigo”.

Una cosa quedó clara, desde que tomamos la primera comunión, era obligatorio ir todos los domingos a misa y comulgar, previa confesión mediante de no hacerlo, implicaba cometer un gran pecado, el famoso “sacrilegio”.

¡Uy, no!… nadie quería que eso ocurriera.

Llegó a tal punto la cosa que una vez, porque me descompuse y estuve largo rato en el baño, me perdí la misa.

La celadora me llevó caminando hasta la iglesia de los franciscanos, que quedaba muy retirado de ahí, para concurrir a la misa de ellos que empezaba más tarde que la nuestra, todo para que yo no cometiera el tan mentado “sacrilegio” por no asistir a la santa misa ese domingo.

Yo fui huérfano

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