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El buen salvaje y el niño mimado

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Conviene dejar claro que este diagnóstico no pretende reivindicar la figura del buen salvaje de Rousseau. Para ver lo inadecuado que resulta esta figura no tenemos más que contemplar los resultados de generaciones que han sufrido la dimisión de sus padres en la tarea de educar. Esta permisividad resulta más contraproducente que la tradicional severidad, porque inhibe por completo la actualización de las capacidades genéricas. En este caso, la idea que el niño recibe por parte de su familia es la de ser lo más importante, el centro del mundo; no tiene más que pedir por su boca y se le complace de la forma más inmediata posible. Habitualmente, no porque merezca una especial consideración por parte de sus padres, sino porque es la manera de que les deje en paz.

También en este caso el niño se acostumbra a depender del exterior; pero en un grado tal que le incapacita para soportar la más leve contrariedad. Y también ignora, porque no parece hacerle ninguna falta, su propia capacidad de comprender, amar y hacer. Se lo dan todo hecho y, por tanto, su yo-experiencia se desarrolla menos todavía que en el primer caso. Se contempla a sí mismo como un ser que no tiene que hacer ningún esfuerzo. Percepción que se desmoronará a las primeras de cambio, cuando salga del ámbito protector de la familia.

Esto demuestra que el problema no reside en el tipo de información que se le comunica al niño sino en el hecho de ignorar su identidad genérica y de no tener en cuenta su individualidad. Da igual que se le transmita al niño una imagen negativa o positiva; la cuestión es que se le lleva a confundirse con esta idea. Y el niño no es ninguna idea.

El desarrollo natural del niño pasa por actualizar sus potencialidades de una forma consciente y el primer objetivo de la educación debería ser que tomara plena conciencia de su identidad genérica como ser humano: su capacidad de comprender, amar y transformar el mundo. Es cierto que estas capacidades se desenvuelven mejor cuanto más rico es el entorno en conocimientos, relaciones y actividades; pero es él quien tiene que protagonizar sus descubrimientos, elaborar sus relaciones y vivir sus experiencias. Nadie puede hacerlo por su cuenta; ninguna pedagogía puede sustituir este protagonismo personal.

El concepto de Personaje en la línea de Antonio Blay

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