Читать книгу Tomándome de Su mano - Lourdes Leticia Leines - Страница 9

Оглавление

Te ves al espejo y solo piensas en tus errores, las cosas que no te gustan, los fracasos de tu vida. Es muy fácil culparse y ser duro con uno mismo, como si todo lo malo que hubiéramos vivido fuera por causa nuestra.

Luchamos contra nosotras mismas en parte porque nuestros pensamientos no concuerdan con la realidad. Para empezar, Dios ha perdonado todas nuestras fallas (pasadas, presentes y futuras); somos Sus hijas y eso no va a cambiar. Además, los pensamientos afectan nuestras acciones, emociones y sentimientos. Cuando albergamos solamente pensamientos negativos, estos se verán reflejados en nuestras actitudes, conversaciones y relaciones. Es probable que al sumirnos en este tipo de pensamientos otras personas resulten afectadas. Por el contrario, si nosotras estamos bien, podemos entonces brindar apoyo a otros.

Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.

(Filipenses 4:8).

Este versículo nos enseña que nuestros pensamientos deben estar en un sitio seguro, en todo lo bueno, lo honesto, lo puro. Debemos traer a nuestra mente cosas que edifiquen, aquello que hemos hecho bien, proyectos que podemos emprender, formas en que podemos servir a otros. Una de las cosas que a mí me han ayudado es escuchar himnos y música que glorifique a Dios. Eso ha hecho posible que en los tiempos difíciles yo recuerde la letra de aquellas canciones y alabanzas que traen a mi memoria la fidelidad, la bondad, la protección y la ayuda de Dios.

Si nos enfocamos solamente en nuestras fallas y errores, a pesar de que Dios ya nos ha perdonado, no podremos avanzar. Nos dejamos engañar por el diablo, y pensamos que las cosas del pasado continúan presentes. Sin embargo, si hemos recurrido al perdón de Dios y hemos entregado a Él todo aquello que nos ha estorbado antes, debemos dejarlo atrás y seguir adelante. Cada día trae su afán, y cargar los problemas del pasado no hará más fácil enfrentar las adversidades del presente.

Por otro lado, algo que también puede ocupar muchos de nuestros pensamientos es la percepción de nuestra apariencia física. Si en esos momentos de tristeza te miras al espejo y solo ves un cuerpo demacrado, con arrugas e imperfecciones, y no te consideras hermosa, déjame decirte, mi querida hermana en la fe, que Dios te ama, eres especial para Él, eres creación Suya. Dios en Su soberanía y amor nos ha hecho a cada una de nosotras diferentes. Dios eligió el color de tus ojos, tu nariz, el color de tu piel, los lunares o pecas que tienes de nacimiento, el color de tu cabello.

El mundo tiene estándares de belleza, pero esos estándares son diferentes a la forma de ser que el Señor quiere para Sus hijas. A Él no le impresiona lo delgada o escultural que puedas ser. Él desea que Sus hijas sean obedientes a Sus mandamientos. En la primera carta a Timoteo, Pablo expresa: “Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que profesan piedad” (1 Timoteo 2:9-10). Para el Señor, la piedad es más valiosa que nuestros esfuerzos por ser modelos de pasarela o nuestros intentos de vestir como una de ellas. De hecho, en lo que respecta a nuestra apariencia externa, vestir con pudor debería ser nuestro objetivo.

Más adelante, en la misma carta, Pablo escribe lo siguiente: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar” (1 Timoteo 6:6-7). La piedad es mejor que la belleza física y el contentamiento es algo que debemos aplicar a todos los aspectos de nuestra vida. Debemos liberarnos de la presión cultural y estar contentas por cómo el Señor nos hizo. Nada podremos llevarnos de este mundo, ni siquiera nuestro propio cuerpo, así que, ¿por qué la tristeza ante nuestra apariencia? Debemos estar contentas, agradecidas con Dios por todas aquellas bendiciones que de manera inmerecida hemos recibido.

Puede que pasemos por momentos de tristeza, de profundo dolor en el corazón, pero a pesar de eso, las razones que tenemos para agradecer a Dios son innumerables. Tal vez en este momento sientes que no haces una diferencia en este mundo, que tu vida no vale, pero déjame decirte estas palabras que en cierta ocasión yo también recibí: “Si estás con vida el día de hoy y el Señor te está dejando aquí, es porque tienes algo que hacer, algo que tal vez en este momento no sepas, pero tienes un propósito que cumplir”.

Mi querida amiga, trata de evitar que tus pensamientos luchen contigo misma, trata de no atacarte, juzgarte o sentirte menos. Busca enfocarte en aquello que es bueno, puro, agradable, excelente. Para empezar, si has creído en Cristo Jesús como tu Señor y Salvador, recuerda: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Cristo vive en ti; ahora vives por fe, por gracia. Él se entregó por AMOR. Somos amadas con un amor perfecto, un amor que solo podía venir del cielo, un amor que fue sacrificial en la cruz del Calvario. Eso debería bastarnos, y por el día de hoy quiero que no lo olvides. Tráelo a tu memoria, recuérdalo cada vez que tu lucha sea contigo misma.

Tomándome de Su mano

Подняться наверх