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Levántase contra él la Venus bella,

inclinada a la gente Lusitana

porque mil cualidades halla en ella,

conformes a su antigua la Romana.

Canto I, Estr. 33.

»Que si aquí la razón no se mostrase

vencida de temor demasïado,

justo fuera que Baco sustentase

la gente que es de Luso su criado;

mas esta su intención ahora pase,

que al fin nace de estómago dañado,

y nunca estorbará la envidia ajena

el merecido bien que el cielo ordena.

»Y tú, Padre de grande fortaleza,

de la resolución que está tomada

no te vuelvas atrás; porque es flaqueza

desistir de la cosa comenzada,

y pues Cileno vence en ligereza

al viento y la saeta de arco echada,

enséñale la tierra do se informe

de la India, y la gente se reforme.»

Como esto dijo, el padre poderoso

inclinó su cabeza, y consintió

con el dicho de Marte valeroso,

y néctar sobre todos esparció.

Por el camino lácteo glorioso

cada cual de los dioses se partió,

haciendo su debido acatamiento,

al conocido puesto y aposento.

En cuanto esto pasaba en la hermosa

sala del sacro Olimpo omnipotente

cortaba el mar la gente belicosa

ya la banda del Austro, ya de Oriente:

entre etiopisa costa, y la famosa

isla de San Lorenzo, do el ferviente

Febo quema los dioses que Tifeo

con miedo hizo peces de Nereo.

Los vientos blandamente los llevaban

como a quien por amigo tiene el cielo;

sereno el aire y tiempos se mostraban

sin de nuevo peligro haber recelo,

en la Costa Guinea atrás dejaban

el Promontorio Praso con gran vuelo,

cuando el mar descubriendo les mostraba

nuevas islas que en torno cerca y lava.

Mas el capitán Gama, valeroso,

que su pecho a tan alta empresa ofrece

de corazón altivo y generoso,

a quien fortuna siempre favorece,

no quiere aquí tomar algún reposo,

que inhabitada tierra le parece:

adelante pasar determinaba,

mas no le sucedió como pensaba.

Porque le cercan luego en compañía

mil esquifes de una isla señalada,

que más llegada a tierra parecía,

cortando el largo mar con vela hinchada:

los nuestros se alborotan de alegría

con ver aquesta gente no pensada:

«¿qué nación será aquesta?, en sí decían,

¿qué costumbres, qué ley, qué rey tendrían?»

Las barcas eran hechas de manera

que muestran ser ligeras aunque estrechas;

las velas que traían son de estera,

de las hojas de verde palma hechas;

la color de la gente es la que diera

el loco de Faetón con las cosechas

de su atrevido intento, y mal paciente,

que Lampetusa llora y el Po siente.

Con paños de algodón vienen vestidos

de diversos colores listeados:

unos alrededor los traen ceñidos,

otros con modo airoso rebozados;

todos del medio arriba sin vestidos;

por armas traen adargas y terciados;

tocas en la cabeza: y navegando,

añafiles y flautas van tocando.

Con paños y con manos señalaban

a nuestros Lusitanos que esperasen;

ya las proas ligeras se inclinaban

para que junto de ellas amainasen;

la gente y marineros trabajaban,

como si aquí sus males se acabasen,

en recoger del mástil la vela alta;

y al soltar de la amarra, el mar la asalta.

Aun no habían ancorado, y ya la gente

extraña por las cuerdas se subía:

vienen con rostro alegre, y blandamente

el sabio capitán los recibía:

las tablas poner manda en continente,

y del licor que el dulce Baco cría

hinchen vasos de vidrio, y no desechan

los quemados del sol cuanto les echan.

Comiendo alegremente preguntaban

por la arábiga lengua, dó venían,

quién eran, de qué tierra, qué buscaban,

o qué partes del mar corrido habían:

a todo los del Luso les tornaban

las respuestas que entonces convenían:

«Los portugueses somos de Occidente,

que las tierras buscamos del Oriente.

»Del mar hemos corrido y navegado

la parte del Antártico y Calisto

toda la costa libia rodeado,

cielos y tierras varias hemos visto:

de un rey súbditos somos tan amado,

tan querido de todos y bien quisto,

que por él de la mar nada tememos

y hasta el Aqueronte abajaremos.

»Por mandado del cual a buscar vamos

la región oriental que el Indo riega;

por ella el mar remoto navegamos

que sólo de las focas se navega;

mas ya razón parece que sepamos,

si la cierta verdad no se me niega,

quién sois, qué tierra es ésta, y si hay señales

de las partes do vamos orientales.»

«Somos, luego un isleño respondiera,

en la tierra extranjeros y en la ley,

porque a los naturales los pusiera

Naturaleza aquí sin ley ni rey;

mas nosotros seguimos la que diera

el Profeta sagrado y gran Muley,

que no hay parte del mundo do no cuadre

hijo de madre hebrea y gentil padre.

»Aquesta isla pequeña que habitamos

es de toda la costa cierta escala

para los que los mares navegamos

de Quiloa, Mombaza y de Zofala;

que por ser necesaria procuramos

vivirla aunque entre gente bruta y mala,

y porque todo al fin se os notifique,

el nombre de la isla es Mozambique.

Y ya que de tan lejos navegando

buscáis el indo Idaspe y tierra ardiente,

no faltarán pilotos que guiando

vayan allá la flota sabiamente:

justo será que, un poco reposando,

toméis algún refresco; y que el regente

que gobierna la isla luego os vea

y de mantenimientos os provea.»

En acabando aquesto se tornara

a sus barcas el Moro y compañía:

del capitán y gentes se apartara

con muestras de debida cortesía.

Luego Febo en las aguas encerrara

con cristalino carro el claro día,

dando cargo a su hermana que alumbrase

el largo mundo mientras reposase.

La noche se pasó dentro en la flota

con extraña alegría no pensada

por hallar en la tierra tan remota

nueva de tanto tiempo deseada.

Entre sí cada cual discurre y nota

la manera, y la gente acá apartada,

y cómo los que en tal secta creyeron

tanto por todo el mundo se extendieron.

Los rayos de la Cintia se mostraban

en las aguas del mar manso seguras;

las estrellas sus orbes adornaban

cual campo revestido de frescuras;

los furïosos vientos reposaban

por las concavidades más obscuras,

mas la gente del mar toda velaba,

como de tiempo atrás lo acostumbraba.

Y luego que la Aurora sonrosada

los rayos esparció de sus cabellos

en el sereno cielo, dando entrada

al Sol, que despertó por sólo vellos,

comienza a embanderarse nuestra armada

con gallardetes mil de seda bellos,

por recibir con fiestas y alegría

al regidor que a verla se partía.

Venía con su gente navegando

a ver las naos ligeras lusitanas,

trayéndoles refresco: en sí pensando

si son aquellas gentes inhumanas

que, las montañas Caspias habitando,

a conquistar las gentes asïanas

vinieron, y por orden del destino

ganaron el Imperio a Constantino.

Recibió el capitán alegremente

al Moro con su grande compañía;

dale de ricas piezas un presente

que para aqueste efecto lo traía;

dale conservas dulces, y el ardiente

y no usado licor que da alegría:

el Moro lo recibe con contento

y el comer y beber tomó de asiento.

La marítima gente del gran Luso,

subida por la jarcia, está admirada

notando el extranjero modo y uso,

la habla tan confusa y enredada;

también el Moro astuto está confuso

mirando la color, traje y armada;

y preguntando al Gama, le decía

si venían acaso de Turquía.

Decíale también que ver desea

los libros de su ley, precepto y fe,

por ver si cual la suya aquélla sea,

o si cristianos son, como él lo crée;

y porque más lo note todo y vea,

al capitán le pide que le dé

la muestra de las armas de que usaban

cuando con enemigos peleaban.

El capitán responde valeroso,

por lengua que el arábigo entendía:

«Yo te descubriré no perezoso

quién soy, cuál es mi ley, qué armas traía.

Nunca en el Caspio tuve mi reposo,

ni de la gente vengo de Turquía:

soy de tierra de Europa belicosa,

busco la oriental parte tan famosa.

»La ley tengo de Aquel a cuyo imperio

obedece visible e invisible;

Aquel que crió todo el hemisferio,

todo lo que es sensible o insensible;

que padeció deshonra y vituperio

haciéndose de Dios hombre pasible,

y por nos abajó del cielo al suelo

por podernos subir del suelo al cielo.

»De aqueste Dios y hombre, alto, infinito,

los libros que me pides no los trayo,

que lo que está en el alma firme escrito

escribirlo en papel viene a soslayo:

si quieres ver las armas, tu apetito

se cumplirá, haciendo aquí un ensayo:

veráslas como amigo, y más me obligo

que no las quieras ver como enemigo.»

A los ministros manda diligentes

del almacén sacar las armaduras,

los arneses y petos relucientes,

mallas finas y láminas seguras,

escudos de pinturas diferentes,

espingardas de acero fino puras,

los arcos, las pelotas, las aljabas,

partesanas agudas, chuzas bravas.

Y del fuego las bombas, juntamente

de pólvora las ollas tan dañosas;

mas a los artilleros no consiente

dar fuego a las bombardas espantosas:

que el generoso ánimo excelente,

entre gentes tan pocas y medrosas,

no muestra cuanto puede, y con razón;

que es flaqueza entre ovejas ser león.

Todo lo nota y mira el sarraceno,

y aunque de fuera muestra algún contento,

un odio se le fragua allá en el seno,

un dañado rencor y pensamiento:

encúbrelo con rostro, al ver, sereno;

disimula con risa el fingimiento;

tratarlos blandamente determina

hasta poder mostrar lo que imagina.

Pilotos le demanda el fuerte Gama

por quien pueda a la India ser llevado,

aprometiendo premio y grande fama

al que por él tomare este cuidado:

el Moro los promete, y se derrama

en su pecho un veneno tan dañado,

que muerte, si pudiese, en este día,

en lugar de pilotos le daría.

Fué la voluntad tal y el odio insano

que concibió contra estos pasajeros

porque siguen la ley del Soberano,

que cual lobo se arroja a los corderos:

secretos de la eterna y sacra mano

do los juícios quedan tan rateros,

que no falte Majencio que persiga

al que la ley de Dios abrace y siga.

Con esto se partió, y su compañía,

el Moro, de las naves despedido,

con engañosa y grande cortesía,

con alegre semblante aunque fingido.

Los esquifes navegan por la vía

más breve de Neptuno, y recibido

en tierra de un ilustre ayuntamiento,

el regidor camina a su aposento.

Mas viendo desde el cielo el gran Tebano,

de la paterna corva renacido,

aqueste bando nuestro Lusitano

ser del moro envidioso aborrecido,

un engaño revuelve falso, insano,

con que de todo quede destruído,

y en cuanto allá en el pecho el hecho urdía,

esto consigo a sí, sin sí, decía:

«¿Está del hado ya determinado

que victorias tan grandes y famosas

hayan los Portugueses alcanzado

de las gentes del Indo belicosas,

y yo, hijo del padre sublimado,

con tantas cualidades generosas,

he de sufrir que el hado favorezca

otro por quien mi nombre se obscurezca?

»Ya quisieran los dioses que tuviera

el hijo de Felipe en esta parte

tanto poder que al yugo la rindiera

con sangrienta batalla y fiero Marte.

¿Mas hase de sufrir que el hado quiera

a tan poquitos dar tal fuerza y arte

que con el Macedonio y el Romano

tenga lugar el nombre Lusitano?

»No será así, porque antes que llegado

el capitán se vea, astutamente

le tendré tanto engaño fabricado

que no pase a las partes del Oriente:

a tierra bajaré, y el indignado

pecho revolveré de aquesta gente:

que aquel sigue la vía más derecha

que del tiempo oportuno se aprovecha.»

En diciendo esto, con la rabia y saña

a la africana tierra se apresura,

y vestido de traje y forma extraña,

hacia el Praso se encierra en la espesura;

para mejor trabar esta maraña,

se transforma y emboza en la figura

de un moro en Mozambique conocido,

viejo, sabio, del jeque muy querido.

Y entrándole a hablar a tiempo y horas

para su falsedad acomodadas,

le dijo que eran gentes robadoras

las que de nuevo al puerto son llegadas,

y cómo las naciones moradoras

de toda aquella costa son robadas

por ellos desde el punto que pasaron

y con fingida paz allí ancoraron.

Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos

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