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Kostka, pintóGoldberg, sc.

Huyendo el moro, el arco va flechando

sin fuerza, de cobarde, y presuroso

la piedra y cuando toca atrás echando;

que el furor arma a veces al medroso:

Canto I, Estr. 91.

«Y sabe más, le dijo: que entendido

de aquéstos tengo ser sanguinolentos,

que con robos el mar han destruído,

con incendios y asaltos truculentos;

y algún engaño traen de atrás urdido

contra nosotros, porque sus intentos

no son sino robarnos y matarnos,

las mujeres e hijos cautivarnos.

»También sé cómo está determinado

de mañana saltar por agua en tierra

el capitán, de gente acompañado,

que do hay mala intención el miedo afierra:

tú debes de llevar tu campo armado

y en celada ponerle oculta guerra,

que saliendo su gente descuidada

caerá sobre seguro en la celada.

»Y cuando no quedaren de este hecho

o perdidos o muertos totalmente,

yo tengo ya tramado acá en mi pecho

un engaño y ardid que te contente:

piloto le darás que a algún estrecho

o peligro los lleve tan patente,

que, sin poder valerse, sean metidos

do queden rotos, muertos o perdidos.»

Luego como acabó el razonamiento,

el Moro, en tales casos sabio y viejo,

los brazos le echa al cuello con contento,

agradeciendo mucho aquel consejo,

y manda que se apreste en un momento

para la guerra el bélico aparejo,

porque así al Portugués se le tornase

en sangre roja el agua que buscase.

Y más para el engaño maquinado,

un moro por piloto le buscaba,

sagaz, astuto, diestro, sabio, osado,

de quien pueda fiar lo que pensaba:

avísale que esté muy recatado

de que la flota lleve a mar tan brava

de que, si aquí escapare, allá adelante

vaya a caer do nunca se levante.

Ya el apolíneo rayo visitaba

los Nabateos montes encendido,

cuando el Gama saltar determinaba

en la tierra, por agua apercibido:

la gente en los bateles se aprestaba,

cual si el engaño fuera ya sabido,

mas puede sospecharse fácilmente,

que el corazón fïel a pocos miente.

Y más porque enviado había a la tierra

antes por el piloto necesario

y le fué respondido en son de guerra,

de lo que imaginaba muy contrario:

por esto, y porque sabe cuánto yerra

el capitán que popa a su adversario,

apercibido va como podía

en solos tres bateles que tenía.

De los moros que andaban por la playa,

por defender el agua deseada,

cuál con escudo viene y azagaya,

cuál con arco y saeta enarbolada:

esperan que la gente a tierra vaya

otros muchos ya puestos en celada,

y por poder mejor coger la caza,

unos muy pocos sirven de añagaza.

Por la ribera andaban arenosa

aquellos pocos moros blandeando

el adarga y la lanza sanguinosa,

los fuertes Portugueses provocando;

mas no sufre la gente belicosa

que los perros les anden más ladrando:

cada cual salta a tierra tan ligero

que no se conoció cuál fué el primero.

Cual en el coso estando el firme amante,

a vista de su dama deseada,

el toro busca, y puesto ya delante,

lo burla, corre y salta y da palmada;

mas el fiero animal en ese instante,

con la frente cornígera inclinada,

corre, y aunque al correr los ojos cierra,

mata al que topa, hiere y bate en tierra:

Ya en los bateles fuego se levanta

de fogosa y ardiente artillería,

la pelota derriba, el ruido espanta,

el aire con el humo se cubría,

el corazón del moro se quebranta,

la sangre un temor grande le resfría,

escapa el escondido por ligero

y muere el descubierto aventurero.

Con esto nuestra gente no pagada,

siguiendo la victoria, hiere y mata:

la población sin muro no guardada

con el fuego la tala y desbarata;

el jeque llora ya la cabalgada,

que bien pensó comprarla más barata:

blasfema de la guerra, y maldecía

al viejo flaco y la que el hijo cría.

Huyendo el moro, el arco va flechando

sin fuerza, de cobarde, y presuroso

la piedra y cuanto topa atrás echando,

que el furor arma a veces al medroso:

la isla toda van desamparando

con paso en el huir no vagaroso,

cortando otros del mar un paso estrecho,

que el serlo les fué harto de provecho.

Unos van en las barcas bien cargadas,

otro lo pasa a nado diligente,

cuál se ahoga en las ondas levantadas,

cuál bebe el mar y lo echa juntamente;

aniegan las menudas bombardadas

las llenas barcas de esta bruta gente:

de esta arte el Portugués al fin castiga

la gente de virtud y fe enemiga.

Victorïosos vuelven a la armada

con despojo de guerra y muy temidos;

salen a su placer a hacer aguada

sin hallar resistencia en los huídos;

queda la perra gente lastimada

y en odio antiguo todos encendidos:

para tomar venganza de este daño

quieren luego intentar esotro engaño.

Paces envía a pedir arrepentido

el regidor de aquella falsa tierra,

y sin poder de nadie ser sentido,

en son de paz el moro le envía guerra,

porque el falso piloto ha prometido,

cuyo pecho el forjado engaño encierra,

para darnos la muerte lo enviaba

como en señal que paces procuraba.

El capitán, que ve cuánto conviene

proseguir el camino comenzado,

que tiempo bueno y viento blando tiene

para buscar el Indo deseado,

el piloto recibe que le viene

mostrándose del odio ya olvidado:

despide al mensajero con contento

y manda luego dar velas al viento.

Partida de la costa nuestra armada,

las ondas de Anfitrite dividía,

de las hijas de Néreo acompañada,

fïel, alegre y dulce compañía:

el diestro capitán, que la tramada

tela del falso moro no entendía,

del mañoso piloto se informaba

de los mares y puertos que pasaba.

Mas el moro, instruído en los engaños

que el malévolo Baco le enseñara,

de muerte o cautiverio graves daños,

antes de ir a la India, le prepara:

del indiano puerto ha muchos años

que tenía noticia, le declara;

creyendo ser verdad lo que decía,

de nada el fuerte Gama se temía.

Dícele más, con falso pensamiento

con que Sinón engaña a los troyanos,

que había cerca una isla cuyo asiento

fuera siempre habitado de cristianos:

el capitán, que con su sano intento

no ve ser dichos locos y livianos,

con dádivas muy grandes le rogaba

lo guíe (donde el moro lo guiaba).

Lo mismo el falso moro determina

que el seguro cristiano le demanda,

que en la isla que dice estar vecina

vive gente de secta cruel, nefanda:

aquí el engaño y muerte le imagina

porque en fuerza a su isla esta isla manda,

que es mayor en poder: la cual se llama

Quiloa, conocida por la fama.

Inclinábase allá la alegre flota;

mas la diosa de Pafos celebrada,

viendo cómo dejaba su derrota

por buscar a la muerte no pensada,

no consiente que en tierra tan remota

perezca gente de ella tanto amada

y con contrarios vientos la desvía

de do el piloto falso la metía.

Mas el malvado moro, no pudiendo

llevar este propósito adelante,

otra maldad y engaño revolviendo

en su resolución mala constante,

dícele que en las aguas discurriendo

lo llevará por fuerza allá delante

donde hay una isla cerca cuya gente

son cristianos y moros juntamente.

También en esto el moro le mentía

cual por aviso y orden lo llevaba,

que aquí gente de Cristo no vivía,

mas la que el Mahometa celebraba;

el capitán, que en todo le creía,

las velas vuelve, la isla demandaba:

mas no queriendo Venus, no tomaron

la isla: en el mar alto se ancoraron.

A tierra está la isla tan llegada

que sólo la divide un breve estrecho:

una ciudad en ella situada,

que a la orilla del mar hace repecho,

de nobles edificios fabricada,

un muro al derredor muy fuerte hecho:

isla y ciudad se llaman de una suerte:

Mombaza; el rey que tiene es viejo y fuerte.

Pues siendo el capitán aquí llegado,

extrañamente alegre porque espera

poder gozar del pueblo bautizado,

como el falso piloto le dijera;

de tierra esquifes vienen, y un recado

del rey, que ya sabía qué gente era,

que Baco muy más antes le avisara

en forma de otro moro que tomara.

El recado que traen era de amigos,

mas debajo el veneno está encubierto,

que eran los pensamientos de enemigos

cual lo mostró el engaño descubierto.

¡Oh cuán ciertos son, Muerte, tus postigos!

¡Oh camino de vida nunca cierto,

que do la gente pone su esperanza

la vida tiene menos confianza!

Tanta tormenta en mar y tanto daño,

tantas veces la muerte apercibida,

tantas guerras en tierra y tanto engaño,

tanta necesidad aborrecida:

¿dónde se acogerá de mal tamaño,

dónde estará segura nuestra vida,

si contra un gusanillo vil del suelo

se indigna, se levanta, se arma el cielo?

Los Lusíadas: Poema épico en diez cantos

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