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Agradecimientos

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La inquietud que se materializa en este texto surgió en un seminario universitario hace más de diez años. De ese momento hasta ahora fueron muchos los lugares que recorrí, muchas las personas que conocí y otras tantas a las que debo un sincero agradecimiento. En primer lugar, Oscar Saldarriaga, profesor responsable de ese seminario, quien me acompañó y guio en mis últimos años de formación en la Universidad Javeriana, y que supo alentar mi curiosidad teórica. De ese centro universitario debo un especial reconocimiento a Jaime Borja y a Amada Pérez por la impronta que aún me acompaña, y por su trato abierto y honesto que recuerdo con afecto. A la profesora Michèle Riot-Sarcey, quien me acogió amablemente en la Universidad de París 8, me empujó cariñosamente a los archivos del Vaticano y me orientó en una parte de la escritura; a Alain Brossat, de quien recibí valiosas orientaciones teóricas en sus cursos, y ya fuera de ellos, un calor humano cercano a la amistad. A Erinç Aslanboğa y a Olcay Bingol, dueñas ambas de ese don turco de hacer sentir al extranjero en un nuevo hogar; a la primera por los breves pero intensos intercambios en Galatasaray Üniversitesi acompañados siempre de un çay, a la segunda por el techo y la compañía que como un abrazo me abrigó durante mi estancia en Estambul. Lorna Ramírez, Patricia Rodríguez, Juan D. Demera, Guillem Serrahima, Luz Dary Mabesoy, Fabian Singelnstein, Paula Acosta, Dalila Ortiz, amistades cuyos aportes, compañías y ayudas superan las limitadas márgenes de este volumen y se inscriben en la experiencia misma de la vida. A esa heteróclita red de apoyo de Montreuil; a Kim Stoller, por ofrecerme ese apacible y bucólico espacio en un rincón de Liguria para la escritura del grueso de este texto; a esas personas que en distintos lugares y momentos me demostraron la vigencia de la palabra hospitalidad en un continente –Europa– que se torna cada día más hostil. Obviamente a mi familia: mi madre, Angélica Guevara, de quien logré liberarme de su aversión por las aceitunas pero de quien recibí, de una u otra forma, su interés por la historia; a mi hermano, John Jairo, por su lealtad bien a pesar de nuestras diferencias, opuestos que se complementan y se acompañan; y a Cristina Mejía, la tía Cris, cómplice de mis decisiones, por esas veladas entre tangos, cumbias, salsa y rock. A Aura Noriega por su paciente trabajo de carpintería con el texto, a Laura Martín, por su crítica meticulosa, precisa y bien intencionada, y por su presencia: destello desafiante ante la intermitencia del tiempo y la distancia. Para cerrar, obviamente a la Universidad del Magdalena por aportar en la materialización de esa lejana inquietud y por los espacios y personas que ella me ha permitido conocer.

Tigrera, julio de 2020

Salvar el pueblo, gobernar las almas

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