Читать книгу Siguiendo el camino de Jesús - Michael B. Curry - Страница 7

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Hay un momento en cada celebración de la Sagrada Eucaristía cuando damos testimonio de ser el Movimiento de Jesús: la lectura del Santo Evangelio. En ese momento, Jesucristo está claramente en el centro, y todo gira en torno a él y al Evangelio.

¿Qué sucede entonces? Nos hemos sentado a escuchar otras partes de la Sagrada Escritura, pero cuando leemos el Evangelio, nos ponemos de pie. Muy a menudo hay una procesión que llega hasta el centro de la congregación. Cristo en el centro.

La procesión a menudo está adornada con acólitos y velas. Tal vez un crucífero con la cruz. Hay música: a veces un himno, a veces una fanfarria. Los diáconos, la gente llamada en el Movimiento de Jesús para colocarse como un puente entre la iglesia y el mundo, leen el Evangelio. El obispo, si él o ella ha estado usando una mitra, se la quita e incluso puede sostener el báculo. El libro del Evangelio puede ser besado e incensado. Todos, dondequiera que se encuentren en el lugar, se vuelven y miran hacia el lugar donde se lee el Evangelio.

Estamos viendo cómo toda la sala se reorienta en torno al Evangelio. El camino de Jesús. Cristo en el centro.

Ese es el Movimiento de Jesús. Somos una comunidad de personas cuyas vidas se reorientan constantemente en torno a Jesús, dando testimonio de su camino, no del mundo. Estamos viviendo su camino de amor, no el nuestro.

Jesús vino a cambiarnos, a volvernos hacia él, para que pudiéramos vivir como el Dios que, según 1 Juan 4: 8, es Amor.

El mayor mandamiento

Atanasio, uno de nuestros antepasados de la iglesia del siglo IV, dijo una vez: “Dios se hizo humano para que los humanos pudieran llegar a ser como Dios”.8 En otras palabras, Jesús vino a cambiarnos, a volcarnos hacia sí mismo. No necesariamente vino a darnos un poder omnipotente como Dios, sino para que podamos vivir como el Dios que, según 1 Juan 4:28, es Amor.

En Mateo 22 Jesús coloca ese amor en el centro. Los fariseos escucharon que Jesús había silenciado a los saduceos. De modo que se reunieron, y uno de ellos, un abogado, hizo una pregunta diseñada para probar a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley? Jesús le dijo: ‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.’ Éste es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a éste; dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas.” (Mateo 22:36–40).

Si usted observa el Nuevo Testamento, notará que Jesús sostuvo varias conversaciones con abogados, a menudo participando en un concurso de preguntas e ideas. Esos abogados presionaron a Jesús para que hiciera algunas de sus declaraciones más importantes. Este abogado en particular le estaba pidiendo a Jesús que le especificara: ¿Cuál era el núcleo? ¿Cuál era la esencia? ¿Qué es lo que Dios realmente quiere decir? ¿Cuál fue el fallo de la Corte Suprema por el cual se podía medir la verdad de todas las leyes y profecías religiosas?

Jesús respondió recurriendo a dos enseñanzas de Moisés. La primera parte: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, que tiene que ver con nuestra relación con Jesucristo y el Dios que nos creó (piense en ello como evangelismo, la práctica de ayudar a otras personas a encontrar su propia relación amorosa con Dios y su lugar en la Comunidad Amada). La segunda parte: amarás a tu prójimo como a ti mismo, describe nuestra relación entre nosotros como hijos del Dios que nos creó (eso es reconciliación, amar y buscar el rostro de Dios en esa persona cercana a ti y en la que está muy, muy lejos). Y no es exagerado considerar a la tierra como nuestro prójimo, nuestro Dios-Madre quiere que este amor también le abrace a ella (este es el cuidado de la creación, cada esfuerzo que hacemos para abrazar y honrar la presencia de Dios revelada en la gloria de la creación).

Jesús no podría haber sido más claro. La religión tiene que ver completa y totalmente sobre el amor de Dios y el amor al prójimo. El núcleo del Camino de Jesús es el amor. Si no se trata de amor, no se trata de Dios.

¿Qué clase de amor es este?

Como de costumbre, Jesús no solo responde la pregunta del abogado, Se lo demuestra. Note que Jesús tiene esta conversación con el abogado durante la Semana Santa. Eso no es insignificante, Jesús está en camino a la cruz. Jesús no fue a esa cruz por su propia cuenta. No lo hizo por sus propios pecados, ni por algún beneficio personal, sino por nosotros, por el mundo, por la familia humana. Fue un acto puramente desinteresado que nos demostró el camino hacia la salvación y la reconciliación con Dios y entre nosotros.

Ahora es fácil volverse sensiblero y convertir el amor en sentimentalismo, pero no te dejes engañar. El amor de Dios es impactante y sacrificial. No es egocéntrico sino dirigido a otros. Busca el bien y el bienestar del otro antes del propio interés.

Algo en cada uno de nosotros sabe que esto es fundamentalmente cierto, y lo queremos para nosotros mismos. Probablemente sea por eso por lo que las parejas aman tanto a I Corintios 13. En todos mis años como párroco realizando bodas, cuando escogieron las escrituras para el servicio, nueve de cada diez seleccionaron este texto para la segunda lección: “Si hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles, pero no tengo amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido… Tres cosas hay que son permanentes: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante de las tres es el amor.” (I Cor. 13:1, 13).

La verdad es que Pablo no estaba pensando en bodas o matrimonio cuando escribió estas palabras a la iglesia en Corinto. Estaba lidiando con una pelea en la iglesia. La gente se había dividido en facciones. Los ricos segregaban a los pobres en la Sagrada Comunión. Alguien más se estaba emborrachando en la mesa. Alguien estaba durmiendo con la esposa de otra persona. Alguien estaba demandando a alguien más en la iglesia. Y todos discutían sobre quién iría al cielo. ¿Cómo lo supo Pablo? El chisme de la iglesia se lo dijo.

Esta era una iglesia verdaderamente destrozada, al igual que todos sus miembros que bien podrían formar parte del elenco de cualquier escandaloso reality TV show contemporáneo. Todos buscaban ser el número uno. Su egoísmo y egocentrismo estaban destruyendo a la iglesia, y el amor era la única cura. Fue entonces cuando Pablo les dijo que el amor no es celoso, grosero o jactancioso, el amor no es egoísta. El amor busca el bien común, no solo lo que me favorece. El amor busca lo que es justo y equitativo, no solo busca ser el número uno. Y lo necesitamos, en los matrimonios, en las iglesias, en la Iglesia Episcopal y en la Comunión Anglicana, en los pasillos del Congreso, en la Corte Suprema y en las Naciones Unidas.

Si me hubieran preguntado hace unos meses atrás qué es lo opuesto al amor, probablemente habría respondido el odio. Y hay verdad en eso, pero esa no es realmente la respuesta. Lo opuesto al amor no es el odio. Lo opuesto al amor es el egoísmo. Y es este egocentrismo insensato lo que da lugar al odio, la intolerancia y la violencia o, para decirlo a la manera de la tradición cristiana, el pecado.

“Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo… El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” (Juan 15:9, 13).

En la cruz, decimos que Jesús triunfó y nos liberó del pecado. Eso es porque el camino de la cruz es el camino del amor desinteresado y sacrificado. “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo.... El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos.” (Juan 15:9, 13). Este camino es lo opuesto al odio, el único camino para vencer el pecado.

Las personas que han cambiado al mundo para bien han sido consistentemente personas cuyas vidas se han caracterizado por este tipo de amor sacrificado, no centrado en sí mismo y dirigido hacia otros. Vaya al sitio web de los Premios Nobel de la Paz y lea las biografías de los premiados: Mahatma Gandhi en India; Lech Walesa en Polonia; Nelson Mandela en Sudáfrica; y Malala de Pakistán, luchando por los derechos de las niñas a la educación. Es como un ejercicio espiritual, estudiar sus testimonios.

Pero este amor no solo está presente en los ganadores del Premio Nobel. Piensa en las personas que han cambiado tu vida para bien. Te han amado, incluso cuando les costó o les dolió, hasta que te volviste alguien más de lo que hubieras podido llegar a ser de otra forma. Te enseñaron el camino del amor.

Poniendo al mundo de cabeza

Nadie entendía el poder del amor de Jesús mejor que los discípulos cuyas vidas puso de cabezas. Cuando Jesús pasó por el mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés echando una red al mar. Y Jesús les dijo: “Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres”. E inmediatamente dejaron sus redes y lo siguieron (Marcos 1:16–17).

Piense en los primeros discípulos que siguieron el camino de Jesús: Simón Pedro y Andrés, Santiago y Juan. ¿Recuerda lo que hacían para ganarse la vida? Eran pescadores. Ahora bien, aquí no estamos hablando de la pesca recreativa de truchas. Estos hombres pescaban para ganarse la vida. Pero piense por un momento. Aún no he visto una sola oportunidad en todo el Nuevo Testamento en la que estos pescadores profesionales atraparan un solo pez sin que Jesús les dijera cómo hacerlo... ¡y Jesús era carpintero!

Este no es el Equipo A de discipulado apostólico del que estamos hablando aquí. Creo que la Biblia está tratando de decirnos algo.

En el capítulo 10 del Evangelio de Marcos, Santiago y Juan, los hermanos Zebedeos, se acercan a Jesús cuando los otros discípulos no están cerca para pedirle buenos puestos en el reino. Jesús se había mostrado elocuente acerca de la venida del reino de Dios, y estos dos pensaron que podrían conseguir trabajo en su nuevo gobierno.

Todos sabemos cómo funciona este sistema. Cuando los republicanos ganan. Los republicanos consiguen trabajo. Cuando los demócratas ganan, son estos los que los obtienen. Ellos pensaron que cuando su hombre ganara, podrían conseguir buenos puestos. Los otros discípulos se pusieron furiosos cuando se enteraron. Y me atrevería a decir que Jesús quería arrancarse los pelos.

Pero eso no es todo. El Evangelio de Mateo cuenta la misma historia, y en su versión, Santiago y Juan envían a su madre a pedirle a Jesús estos favores especiales. Envían a su madre a hacer su trabajo sucio. De nuevo, les recuerdo que este no es el Equipo A de discipulado apostólico del que estamos hablando aquí.

Siguiendo el camino de Jesús

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