Читать книгу En el ardor - Мишель Смарт - Страница 5

Capítulo 1

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DE VERDAD quieres afeitártela?

Amy Green, que estaba admirando el trasero de Helios, se lo preguntó en un tono zalamero. Él la miró a los ojos en el espejo del cuarto de baño y le guiñó un ojo.

–Volverá a crecer.

Ella puso morritos con mucho cuidado, porque la mascarilla de arcilla que se había puesto ya se había secado y le costaba hacer gestos sin que se agrietara. Faltaban diez minutos para que pudiera limpiársela.

–Pero estás muy sexy con barba…

–¿Estás diciendo que no estoy sexy sin barba?

–Tú siempre estás sexy… –contestó ella con un susurro.

Demasiado sexy hasta sin barba. Hasta su voz era sexy, una voz grave y profunda con un acento de Agon que la enriquecía más todavía.

Además, era increíblemente alto, increíblemente fibroso e increíblemente fuerte, tenía la piel morena y el pelo color azabache despeinado después de haber pasado una hora con ella. Helios parecía un pirata, y esa apariencia peligrosa se exageraba más por la nariz ligeramente ganchuda y la pequeña cicatriz que tenía en el puente, un recuerdo de una pelea con su hermano Teseo cuando eran adolescentes. Helios, sin la más mínima vanidad, lucía esa cicatriz con orgullo. Era el hombre más sexy que había conocido en su vida.

Pronto se recolocaría el pelo para que le quedara tan acicalado como el resto de la cara, pero seguiría irradiando esa virilidad innata. Su cuerpo curtido quedaría cubierto por un esmoquin, pero su fuerza y vitalidad traspasarían la exclusiva tela. La expresión maliciosa de sus ojos marrones seguiría siendo igual de tentadora.

Se convertiría en el príncipe Helios Kalliakis, heredero al trono de Agon, pero seguiría siendo un hombre de carne y hueso.

–¿Estás segura de que no quieres hacerlo tú? –le preguntó él, levantado la cuchilla.

–¿Te imaginas lo que pasaría si te cortara? –Amy sacudió la cabeza–. Me detendrían por traición.

Él sonrió y pasó una mano por el espejo para limpiar la condensación del vapor.

Amy sonrió para sus adentros, estiró la pierna derecha hasta los grifos y vertió más agua caliente con los dedos del pie.

–Estoy seguro de que llenar el cuarto de baño de vapor para que no pueda ver bien también es traición –comentó el en tono burlón mientras ponía en marcha el extractor.

Se puso en funcionamiento al instante, como todo en ese fabuloso apartamento del palacio, y eliminó el vapor del enorme cuarto de baño.

Se agachó al lado de la bañera, con la cara delante de la de ella.

–Si sigues cometiendo traición, tendré que castigarte.

Su aliento, cálido y con cierto aroma a café, le acarició la piel.

–¿Y cómo tendrías que castigarme…?

El deseo, que creía saciado, volvió a bullirle por dentro y se le entrecortó la respiración.

Él entrecerró los ojos y esbozó una sonrisa con esos labios que la habían besado por todos lados. Era una boca que cualquier mujer estaría encantada de besar a todas horas.

–Un castigo que no olvidarás nunca.

Helios apretó los dientes y gruñó mientras la miraba con un brillo ardiente en los ojos y se daba la vuelta hacia el espejo sin dejar de mirar el reflejo de ella por el rabillo del ojo. Introdujo la brocha en el cuenco y empezó a cubrirse la barba negra con una espuma blanca y espesa.

Amy tuvo que reconocerse que le fascinaba mirarlo. Se afeitaba como si fuera un caudillo medieval en una película. Sin embargo, también le asustaba. La hoja de afeitar era muy afilada, un mal gesto de la mano y…

En cualquier caso, no podía apartar la mirada de él mientras se pasaba la cuchilla por la mejilla. Tenía un erotismo que la transportaba a otros tiempos, cuando los hombres eran hombres de verdad… Y Helios lo era de los pies a la cabeza.

Si hubiese querido, podría haber chascado los dedos y un batallón de empleados se habría presentado para afeitarlo, pero ese no era su estilo. La familia Kalliakis era descendiente directa de Ares Patakis, el guerrero que liberó a Agon de los invasores venecianos hacía más de ochocientos años. Los príncipes de Agon aprendían a utilizar armas con el mismo esmero que aprendían el protocolo real. Para su amante, una cuchilla de afeitar era una más de las muchas armas que dominaba. Esperó a que él hubiera limpiado la cuchilla en una toalla para volver a hablar.

–¿Tengo que interpretar que no me has reservado un poco de tiempo esta noche a pesar de mis pequeñas indirectas?

Las pequeñas indirectas habían sido decirle en cada ocasión que había tenido que le encantaría asistir al baile real del que hablaba toda la isla, pero la verdad era que no había esperado recibir una invitación. Solo era una empleada del museo del palacio y, para más señas, una empleada temporal.

Además, tampoco iban a estar juntos toda la vida, se dijo a sí misma con una punzada de melancolía. Su relación no había sido un secreto, pero tampoco la habían aireado. Era su amante, no su novia, y ella lo había sabido desde el principio. No tenía una relación oficial con él y no la tendría nunca.

Helios volvió a llevarse la cuchilla a la mejilla y dejó ver otra franja de piel morena.

–Aunque adoro estar contigo, no sería apropiado que asistieras.

Ella hizo una mueca y la mascarilla se agrietó.

–Ya lo sé. Soy una plebeya y los asistentes al baile son la flor y nata de la alta sociedad.

–Nada me gustaría tanto como verte allí con el vestido más hermoso que se pueda comprar, pero no estaría bien que mi amante asista al baile donde tengo que elegir esposa.

El relajante baño caliente se enfrió en cuestión de segundos y se sentó.

–¿Elegir esposa? ¿De qué estás hablando?

Volvió a mirarla a los ojos en el espejo.

–El verdadero motivo del baile es que elija esposa.

–¿Como en Cenicienta? –preguntó ella después de una pausa.

–Exactamente –Helios se afeitó la barbilla y volvió a limpiar la hoja en una toalla–. Ya sabes todo esto…

–No –replicó ella lentamente y con la sangre helada–. Creía que el baile era un acto más previo a la gala.

Faltaban tres semanas para que todas las miradas se dirigieran hacia Agon. La isla celebraba el aniversario de los cincuenta años de reinado del rey Astraeus y jefes de Estado y mandatarios del todo el mundo acudirían para la ocasión.

–Y lo es, creo que se dice «matar dos pájaros de un tiro».

–¿Por qué no puedes encontrar una esposa de una forma normal?

¿Cómo era posible que le funcionaran las cuerdas vocales cuando tenía el resto del cuerpo paralizado?

–Porque soy el heredero al trono y tengo que casarme con alguien de sangre real, ya lo sabes.

Efectivamente, lo sabía, pero había pensado que sería en otro momento. No se le había pasado por la cabeza cuando se acostaba con él todas las noches.

–Tengo que elegir acertadamente –siguió él en el mismo tono que si estuviera hablando de la cena que iban a pedir–. Naturalmente, tengo una lista de favoritas, de princesas y duquesas que he conocido a lo largo de los años y que me han llamado la atención.

–Naturalmente… –repitió ella–. ¿Hay alguna que encabeza la lista o hay varias que se disputan el puesto?

–La princesa Catalina de Monte Cleure es la mejor situada. Conozco a su familia desde hace años, han asistido a nuestro baile de Navidad desde que Catalina era un bebé. Su hermana y su cuñado se conocieron en el último –Helios sonrió al acordarse del escándalo–. Catalina y yo salimos a cenar un par de veces cuando estuve en Dinamarca la semana pasada. Tiene todos los requisitos para ser una magnífica reina.

Amy vio en la cabeza una imagen de esa princesa con el pelo negro como el azabache, una belleza muy seguida por la prensa por su encanto regio y etéreo… y sintió náuseas.

–No habías dicho nada…

–No hay nada que decir.

–¿Te has acostado con ella?

–¿Qué pregunta es esa? –preguntó él mirándola fijamente con el ceño fruncido.

–Una pregunta normal de una mujer a su amante.

No se le había ocurrido hasta ese momento que podría haberse equivocado. Helios no le había prometido fidelidad, pero tampoco había hecho falta. El deseo de uno hacía el otro había sido devorador desde la primera noche que pasaron juntos.

–La princesa es virgen, y seguirá siéndolo hasta que se case, sea conmigo o con otro hombre. ¿Contesta eso a tu pregunta?

Ni lo más mínimo, solo daba pie a infinidad de preguntas que no tenía derecho a hacer y que prefería que él no contestara. Solo pudo hacerle una pregunta.

–¿Cuándo crees que te casarás con esa mujer tan afortunada?

Si él captó la ironía en su tono, lo disimuló muy bien.

–Será una boda de Estado, pero espero estar casado dentro de un par de meses.

¿Un par de meses? ¿Pensaba encontrar esposa y organizar una boda de Estado en un par de meses? Eso tenía que ser imposible…

Sin embargo, era Helios, y si había algo que sabía sobre su amante, era que no se quedaba de brazos cruzados. Si quería que se hiciera algo, quería que se hiciera hoy, no mañana.

Aun así, un par de meses…

Ella estaba contratada hasta septiembre, hasta dentro de cinco meses, y se había imaginado… Había esperado…

Pensó en el rey Astraeus, el abuelo de Helios. No había estado nunca con el rey, pero tenía la sensación de haber llegado a conocerlo gracias a su trabajo en el museo del palacio. El rey estaba muriéndose y Helios tenía que casarse para tener un heredero y garantizar la continuidad del linaje.

Ella sabía todo eso, pero había pasado con él todas las noches y había albergado la esperanza de que no se casara hasta que ella hubiera terminado su estancia en Agon.

Se agarró a los bordes de la bañera, se levantó con cuidado y salió. Agarró una toalla con manos temblorosas y se la llevó al pecho, ni siquiera se envolvió con ella.

Helios estiró el labio superior y se lo afeitó con cuidado y destreza.

–Te llamaré cuando haya terminado el baile.

Ella fue hacia la puerta sin importarle que fuera dejando un reguero de agua.

–No, no lo harás.

–¿Adónde vas? Estás empapada.

Ella vio por el rabillo del ojo que él se daba unos golpecitos en la cara con la toalla y que la seguía al dormitorio sin molestarse en taparse.

Amy recogió su ropa, hizo un bulto y lo agarró con fuerza. Tenía un zumbido en la cabeza que le impedía pensar con coherencia.

Había dormido con él durante tres meses. Durante todo ese tiempo, solo habían dormido separados como una docena de veces, cuando él había estado fuera por motivos oficiales. Como cuando fue a Dinamarca y cenó con la princesa Catalina sin que ella lo supiera. Además, en ese momento, iba a celebrar un baile para encontrar a la mujer con la que dormiría el resto de su vida.

Ella había sabido desde el principio que no tenían ningún porvenir y había mantenido al margen el corazón y los sentimientos, pero oírle hablar con esa indiferencia sobre el asunto…

Se quedó junto a la puerta del pasadizo secreto que conectaba sus apartamentos. Había docenas y docenas de pasadizos como ese por todo el palacio, un palacio construido para las intrigas y los secretos.

–Me voy a mi apartamento. Que te diviertas esta noche.

–¿Me he perdido algo?

Que Helios lo preguntara con lo que parecía una perplejidad sincera solo empeoró las cosas.

–Has dicho que no es apropiado que vaya esta noche, pero te diré lo que no es apropiado: que hables de la esposa que vas a elegir dentro de unas horas con la mujer que ha dormido contigo durante tres meses.

–No sé cuál es el inconveniente –Helios se encogió de hombros y levantó las manos–. Mi matrimonio no cambiará nada entre nosotros.

–Si de verdad crees eso, eres tan necio como misógino e insensible. Hablas como si esa selección de mujeres fuesen caramelos en el mostrador de una tienda y no personas de carne y hueso.

Amy sacudió la cabeza para dar más énfasis a su desagrado y pudo ver, a medida que hablaba, que la expresión de perplejidad de Helios daba paso a otra más sombría y ceñuda.

Helios no aceptaba bien la crítica. En esa isla y en ese palacio lo alababan y todos se ceñían a lo que decía. Era afable y encantador, su buen humor era contagioso. Sin embargo, si se enojaba…

Si no estuviera tan furiosa con él, seguramente tendría miedo.

Él, espléndidamente desnudo, se acercó a ella, se detuvo a medio metro y cruzó los brazos con los dientes apretados.

–Te cuidado con lo que me dices. Es posible que sea tu amante, pero no tienes permiso para insultarme.

–¿Por qué? ¿Porque eres un príncipe? –ella apretó la toalla y la ropa con más fuerza todavía, como si así fuera a evitar que se le saliera el corazón del pecho–. Estás a punto de comprometerte con otra mujer y no quiero saber nada del asunto.

Benedict, el labrador negro de Helios, captó el ambiente y también se acercó a ella, se sentó a su lado con la lengua fuera y dirigió lo que le pareció una mirada de censura a su dueño.

Helios también lo notó, acarició la cabeza de Benedict y esbozó una sonrisa mientras miraba a Amy.

–No seas melodramática. Ya sé que estás en el período premenstrual y que eso hace que estés más sensible, pero estás siendo irracional.

–¿Premenstrual? ¿De verdad has dicho eso? Resulta que me pongo… sensible porque mi amante tiene citas secretas con otras mujeres y está a punto de elegir a una de ellas para que sea su esposa, y todavía espera que le caliente la cama. No te preocupes, dame una palmadita en la cabeza y dime que estoy en mi período premenstrual, date unas palmaditas en la espalda y dite que no has hecho nada mal.

Ella, demasiado furiosa para seguir mirándolo, giró el pomo de la puerta y la abrió con la cadera.

–¿Te marchas? ¿Vas a dejarme?

¿Lo había preguntado en tono burlón? ¿Le parecía divertido?

Amy, sin hacerle caso, levantó la cabeza y entró en el pasadizo que la llevaría a su apartamento.

Una mano inmensa la agarró del brazo y le obligó a darse la vuelta. A pesar de que tenía el corazón encogido y de que sentía náuseas, consiguió hablar con firmeza.

–Suéltame, hemos terminado.

–No –le tomó la nuca con la mano mientras le susurraba al oído–. Esta noche, cuando estés abatida, yo estaré pensando en ti, estaré pensando en todas las maneras de tomarte cuando haya terminado el baile. Entonces, acudirás a mí y las pondremos en práctica.

Aunque se había encomendado a todos los dioses que conocía, su cuerpo reaccionó a sus palabras y a su cercanía como reaccionaba siempre. Con Helios, era como una niña hambrienta a la que, por fin, dejaban que comiera lo que quisiera. Lo anhelaba. Lo había anhelado desde que lo conoció, hacía tres meses, y el deseo no había decaído lo más mínimo.

Sin embargo, había llegado el momento de dominar ese anhelo.

Le puso una mano en al granítico pecho, contuvo las ganas de acariciarle el vello oscuro que lo cubría e hizo un esfuerzo para mirarlo a los ojos, que todavía tenían un brillo burlón.

–Que lo pases muy bien esta noche. Intenta no derramar vino sobre el vestido de ninguna de tus princesas.

Su risa sarcástica la siguió por todo el pasadizo que la llevaba a su refugio, a su apartamento.

Cuando llegó al apartamento, grande en comparación con su vivienda habitual y pequeño en comparación con el apartamento de Helios, pasó por delante de un espejo y vio que seguía llevando la mascarilla de arcilla, aunque completamente agrietada.

* * *

Helios llevaba a su pareja de baile, una princesa de la antigua familia real de Grecia, por toda la pista. Era una joven muy guapa, pero fue tachándola de su lista a medida que bailaba con ella y escuchaba lo que decía. Fuera quien fuese con quien se casara, quería poder mantener una conversación con ella que no fuera sobre el último desfile en la pasarela.

Cuando terminó el vals, inclinó la cabeza con cortesía, alegó que tenía que ir con su hermano Teseo, quien seguía solo a la mesa, y no hizo caso de la mirada suplicante de esa mujer que le pedía que le concediera otro baile.

Se acordó de lo que le había dicho Amy sobre tratar a las mujeres como si fueran caramelos en el mostrador de una tienda. Era lo bastante hombre como para reconocer que eran auténticas, pero si tenía que elegir una con la que pasar el resto de su vida y que fuera la madre de sus hijos, quería que se pareciera todo lo posible a lo que más le gustaba a su paladar.

Si Amy pudiera ver a esas mujeres, la avidez de sus ojos y cómo le enseñaban el escote cuando pasaba, entendería que querían que las paladeara, que querían ser exactamente del gusto de su paladar.

Miró a Talos, su hermano menor, que estaba bailando con la cautivadora violinista que tocaría dentro de tres semanas en la gala del aniversario de su abuelo.

–Hay algo más –comentó Teseo dando un sorbo de champán–. Míralo, el muy tonto está prendado.

Helios miró hacia la pista y entendió inmediatamente lo que quería decir. Talos y su pareja de baile se prestaban tanta atención que era como si los otros doscientos invitados no existieran. Se miraban con tanta intensidad que era casi visible e hipnótico en cierto sentido.

Helios deseó, y no era la primera vez, que Amy estuviera allí. Le encantaría bailar el vals por todo el salón de baile. Para alguien tan voluntariamente estricto, ella tenía una parte divertida que hacía que le encantara estar con ella.

Teseo volvió a mirarlo fijamente.

–¿Y tú? ¿No deberías estar en la pista de baile?

–Estoy dándome un respiro.

–Deberías estar con la princesa Catalina.

Helios y sus hermanos habían hablado muchas veces sobre sus posibles esposas y habían llegado a la conclusión de que Catalina sería perfecta para entrar en esa familia.

Hasta hacía una generación, los matrimonios de los herederos al trono de Agon se habían concertado. El matrimonio de sus propios padres se había concertado. Su abuelo, el rey Astraeus, al presenciar el desastre de ese matrimonio, había decidido acabar con esa parte del protocolo y permitir que la generación siguiente eligiera a su cónyuge, siempre que tuviera sangre real… y él lo agradecía. Fuera quien fuese la elegida, no podía hacerse ilusiones, su matrimonio solo sería por cumplir con el deber.

–¿Tú crees…? –le preguntó Helios con desgana.

Se le ponían los pelos de punta solo de pensar en bailar con otra de esas mujeres, por muy hermosas que fueran. Podía encontrar una mujer hermosa allá donde fuera, pero no había tantas con sustancia.

Notó que se ponía tenso al acordarse de la conversación de esa tarde. No la había visto rabiosa nunca y esa rabia había tenido algo de posesiva. Había estado celosa.

Normalmente, cuando una amante mostraba indicios de ponerse posesiva, era el momento de pasar página. En el caso de Amy, le parecía increíblemente atractivo, sus celos le habían encantado, aunque eso fuera raro.

Siempre había sospechado que ella le ocultaba una parte de sí misma. Le entregaba su cuerpo y disfrutaba tanto como él cuando hacían el amor, pero lo que pasaba por su inteligente cabeza seguía siendo un misterio.

Había sido distinta de sus amantes habituales desde el primer momento. Era hermosa y muy inteligente, le había llamado la atención como no había hecho ninguna otra mujer. La rabia de antes no le había alterado, como lo habría hecho la de cualquier otra persona, le había despertado la curiosidad, le había quitado otra capa a esa mujer apasionada y brillante de la que no se cansaba. Cuando estaba con ella, se olvidaba de todo lo demás y vivía el momento, se dejaba llevar por la voracidad.

La gravedad de la enfermedad de su abuelo se agarraba a él como una lapa, pero se mitigaba cuando estaba con Amy, pasaba a ser una ligera punzada de dolor y pesimismo. Cuando estaba con ella, se olvidaba del peso de las responsabilidades por ser el heredero al trono y podía ser un hombre, un amante, su amante. Era como una vibración constante en las entrañas, y no pensaba renunciar a ella estuviera casado o no.

–¿Hay alguna otra que te haya gustado? –le preguntó Teseo.

–No.

Helios había sabido siempre que tendría que casarse. No lo había cuestionado nunca. No tenía sentimientos al respecto ni en un sentido ni en otro. El matrimonio era una institución en la que se engendraría la siguiente generación de Kalliakis y era afortunado porque podía elegir a su esposa, aunque con ciertas condiciones. Sus padres no habían tenido tanta suerte. Su matrimonio se había concertado antes de que su madre dejara de llevar pañales. Había sido un desastre, y él solo esperaba que su matrimonio no se pareciera nada al de ellos.

Se fijó en la princesa Catalina, que en ese momento estaba bailando con un príncipe británico. Era increíblemente hermosa y refinada, se le notaba la cuna. Su hermano era amigo suyo del colegio y las veces que habían comido juntos en Dinamarca le había demostrado que era una mujer inteligente además de hermosa, aunque un poco seria para su gusto.

No tenía la irreverencia de Amy.

Aun así, Catalina sería una reina excelente y él ya había perdido bastante el tiempo. Debería haber elegido hacía cinco meses, cuando les comunicaron la gravedad de su abuelo a él y a sus hermanos.

Catalina se había criado en un mundo sujeto al protocolo, como él. No esperaba el amor ni se hacía ilusiones. Si la elegía, sabría que era un matrimonio por deber, donde no entraban los sentimientos. Justo lo que él quería.

Además, formar una familia con ella tampoco sería un sacrificio. Estaba seguro de que se crearía un lazo si los dos ponían algo de su parte. También brotaría cierta… química. Aunque, naturalmente, no sería la misma química que tenía con Amy, eso era irrepetible.

Se le cruzó por la cabeza la imagen de Amy alejándose por el pasadizo en penumbra abrazando el montón de ropa y la toalla, con el pelo rubio mojado cayéndole por la espalda y contoneando el trasero desnudo. En ese momento, había sido tan altiva como cualquier princesa, y estaba deseando castigarla por su insolencia. La llevaría al borde del orgasmo tantas veces que acabaría rogándole que la dejara explotar.

Sin embargo, no era ni el momento ni el lugar para imaginarse el esbelto cuerpo de Amy entre los brazos.

Sofocó implacablemente el ardor que le quemaba las entrañas y se concentró en las mujeres que tenía delante. Tendría que dejar a un lado a Amy durante unas horas para llevar a cabo la tarea que tenía entre manos.

Llamó a un camarero para que le llevara una copa de champán y darle un buen sorbo antes de que pudiera volver a bailar.

–¿Qué te pasa? –le preguntó Teseo con los ojos entrecerrados.

–Nada.

–Pareces un hombre en una cata de vinos que se da cuenta de que todas las botellas están tapadas.

–¿Mejor? –preguntó Helios con una sonrisa forzada.

–Ahora pareces un asesino en serie.

–Tu apoyo no tiene precio, como siempre –Helios vació la copa y se levantó–. Si tenemos en cuenta que no soy el único príncipe que tiene que casarse y tener herederos, creo que tú también deberías mezclarte con nuestras hermosas invitadas.

Sonrió con sorna ante el gesto de disgusto de Teseo. Si bien él aceptada su destino con la férrea resignación que le habían inculcado en el internado inglés donde se había criado, sabía que su hermano, más rebelde, tenía las mismas ganas de casarse que una cebra de entrar en la jaula de un león.

Luego, mientras bailaba con la princesa Catalina a una distancia prudencial para que sus cuerpos no se tocaran, y sin la más mínima intención de salvar esa distancia, volvió a pensar en su abuelo.

El rey no había asistido esa noche, estaba guardando las pocas fuerzas que le quedaban para la gala de celebración del aniversario. Si estaba dispuesto a dar el último paso y sentar la cabeza, era por ese hombre extraordinario que había criado a los tres hermanos desde que él tenía diez años.

Haría cualquier cosa por su abuelo.

Pronto recibiría la corona, antes de lo que había deseado y esperado, y necesitaba una reina a su lado. Quería que su abuelo pasara en paz a la otra vida, con la tranquilidad de saber que la continuidad del linaje de los Kalliakis estaba garantizada. Si el tiempo era considerado con ellos, su abuelo podría llegar a verlo en el altar.

En el ardor

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