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Capítulo Dos

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–No hace falta que me acompañes a la puerta.

–Claro que sí –Liam no iba a dejar que Victoria volviera a desaparecer de su vida. O no tan pronto. Y antes de que acabara el día, conseguiría que admitiera que también ella lo deseaba.

–Tengo que trabajar.

–No te he pedido que me invites a dormir –aunque aceptaría la invitación si se produjera.

Con una noche le bastaría. No sabía qué tenía Victoria para producirle aquel efecto, pero lo cierto era que le había bastado verla para sentir que cada célula de su cuerpo se activaba.

Afortunadamente, ya no era el joven insensato que había decidido hablar tan inoportunamente.

Pero antes de que Victoria tuviera tiempo de recomponer su gesto, había visto en su rostro la misma reacción. Y era patente en los esfuerzos que hacía para no cruzar la mirada con él y para evitar cualquier contacto físico.

Subió las escaleras detrás de ella, intentando no fijarse en sus perfectas curvas y concentrándose en el entorno.

La entrada estaba escasamente iluminada y olía a comida recalentada. ¿Cuántos apartamentos habría encajados en aquel horrendo edificio? Pasaron junto a unas cuantas puertas. No era de extrañar que Victoria estuviera tan en forma con todas las escaleras que tenía que subir.

–¿Has decidido experimentar lo de la buhardilla bohemia en París? –bromeó.

–No es que no tenga dinero –dijo ella cuando finalmente llegaron al ático. Metió la llave en la cerradura y añadió–: Además, la caligrafía es un arte; así que estoy encantada.

–Me alegro –Liam pasó por alto el tono de despedida y entró tras de ella en el minúsculo apartamento–. Pero hay buhardillas con mejores vistas –continuó. Y miró a su alrededor. Una habitación con una ridícula cocina, y una puerta que debía dar la cuarto de baño. Era un espanto.

–No necesito vistas, sino buena luz.

Victoria había dispuesto un escritorio contra la ventana con una mesa en ángulo donde había un ordenador. En la pared del fondo, había una cama pequeña.

–¿Cómo puedes trabajar aquí? ¡Ni siquiera es un estudio! –dijo Liam. Era el sitio más feo e incómodo que había visto. Y desde luego, el menos apropiado para una preciosa rubia de ojos verdes.

–Claro que lo es –dijo ella, levantando la barbilla como si hubiera estado esperando la crítica.

Al ver su expresión, Liam decidió no censurarla. Era evidente que Victoria quería ser independiente. Y lo era. Mucho más que cinco años atrás. Pero por algún motivo que no comprendía, puesto que nadie entendía mejor que él el deseo de alcanzar éxito por uno mismo, esa actitud le irritaba.

–¿Por qué no vienes a trabajar a mi hotel? Tengo una suite tres veces más grande –antes de terminar, Liam supo que había cometido un error. Pero, por una vez, la oferta no era una excusa.

–Vamos, Liam, no seas tan poco sutil.

Victoria volvía a colgarle el sambenito de ligón.

–Esta vez no tendríamos que compartir el cuarto de baño –Liam se acercó a ella. Puesto que era lo que esperaba, ¿por qué no provocarla?–. A no ser que tú quieras –dijo, y le acarició la mejilla–. ¿Esto es más sutil?

Nunca olvidaría aquella escena. Afortunadamente, en lugar de salir corriendo, Victoria, como él, se había sentido mortificada. Él había bromeado para disimular. Pero, aunque la toalla cubría sus partes más íntimas, había quedado suficiente piel expuesta como para moverlo a cometer un error.

Hasta la mañana siguiente no supo que era la novia de Oliver, la mujer con la que salía desde hacía dos años y con la que todo el mundo asumía que se casaría. Y él era tan joven, que había confundido la intensidad de su deseo con amor a primera vista.

–Sutilísimo –Victoria movió la cabeza bruscamente para librarse de los dedos de Liam.

–No es un barrio seguro –dijo Liam.

–No finjas que te preocupa mi seguridad –dijo Victoria con sorna.

Liam se dio cuenta de que no iba a convencerla.

–¿Dónde esperas estar en unos años? –preguntó entonces Liam, indicando con la mano el escritorio.

–¿Te refieres a mis objetivos?

–Sí. ¿Qué perspectivas de crecer tienes trabajando tú sola? ¿Qué pasaría si te rompieras un brazo?

–Tengo un seguro de trabajo. En cuanto a crecer, ¿es imprescindible? Solo necesito ganar el dinero suficiente como para vivir cómodamente.

Una cama pequeña no era nunca cómoda. Era evidente que Victoria debía aumentar sus ingresos.

–¿Vas a poder tomarte vacaciones?

–¿Y tú? –preguntó Victoria, riendo.

–A mí me encanta mi trabajo. Trabajar es para mí como estar de vacaciones –navegar había sido y siempre sería su pasión. Adoraba el mar; era su hogar, el lugar donde se sentía a salvo. Y libre.

Victoria lo miró con un brillo de determinación en sus ojos verdes.

–¿Y no crees que yo pueda sentir lo mismo por mi trabajo? –preguntó.

–En un sitio como este, lo dudo. Pero quizá a ti no te importa dónde trabajas porque solo ves lo que estás haciendo –dijo él, acercándose al inmaculado escritorio.

Victoria se asombraba de su osadía. Ni siquiera había visto su trabajo y la halagaba. No tenía ni idea de si era buena o mala, pero… A no ser que… Una espantosa sospecha la asaltó.

–¿Me recomendaste tú a Aurelie? –al ver que Liam se tensaba, añadió–: Así que lo hiciste. Me buscaste en Google y…

Por primera vez, Liam pareció perder su aplomo. De hecho, parecía culpable.

Victoria apretó los dientes. Era demasiado tarde, pero de haber podido, habría abandonado el trabajo.

–No creía que fuera a llegar a la boda –explicó Liam–. Así que no pensé que fuéramos a vernos. Admito que quise ayudar.

Ayudar a quién. ¿A Aurelie o a ella?

Aunque no debía preocuparle, no quería deberle nada a Liam. Había estado tan orgullosa de conseguir aquel trabajo, se había sentido tan independiente al ser contratada por sus propios méritos… Oliver había insinuado que su éxito en Londres se debía a sus contactos, y no a la calidad de lo que hacía. Por eso mismo, aquel encargo había servido de antídoto a su herido orgullo.

–Le mencioné tu nombre un día que Aurelie estaba atosigándome con detalles de la boda –dijo Liam, toqueteando uno de los botes con lápices que había en el escritorio–. Ella te buscó en Internet y decidió contratarte.

Victoria tragó saliva. No debía dejarse llevar por el orgullo. El trabajo de Aurelie podía dar lugar a otros.

Liam la miró con expresión expectante.

–Estás enfadada conmigo –dijo.

–En absoluto –mintió Victoria–. Fuiste muy amable al mencionar mi nombre. No sé ni cómo lo recordabas.

–¡No digas tonterías, Victoria! –dijo él, aproximándose.

Ella retrocedió instintivamente por temor a lo que Liam veía en su mirada.

–Estás decidida a ser independiente, ¿verdad? ¿No quieres aceptar la ayuda de nadie, y menos la mía? –preguntó él, deslizando la mirada por el cuerpo de Victoria.

Ella se mantuvo firme, esforzándose por ocultar sus emociones. Pero una vez más, no sirvió de nada.

–¿A qué tienes tanto miedo? –continuó Liam–. No tienes nada que temer. Solo sería una vez.

Victoria sonrió con suficiencia.

–¿Por qué? ¿No sería lo bastante bueno?

Liam volvió la mirada a su rostro.

–Ya he probado a mantener una relación convencional y no funciona. En cambio una noche, sí.

–A mí no me van los rollos de una noche –dijo Victoria con total honestidad.

–Deberías probarlo. Al menos por una vez.

Victoria miró a Liam fijamente. La atracción era innegable, pero ella era mucho más fuerte y sabía mucho más de la vida que hacía cinco años.

–No te das por vencido, ¿verdad?

–No. Ya sabes que me gusta ganar.

–¿Se trata de eso? ¿De una competición que quieres ganar?

–Si no exploramos lo que hay entre nosotros, siempre nos quedará la curiosidad –dijo Liam, dando un paso más hacia ella en actitud seductora–. Sé sincera, te mueres de curiosidad, sientes ese anhelante deseo de saber que podría haber pasado.

–¡Qué poético!

–Me viene de mis antepasados irlandeses. Y los dos sabemos que tengo razón –Liam bajó la voz–. Como sabemos que sería maravilloso.

–Liam.

–Es inevitable –musitó él–. Siempre lo ha sido –concluyó. Y alargando la mano, le acarició el hombro.

–¿Dices que solo una vez? –preguntó ella, adoptando un tono liviano, decidida a hacerle pagar por referirse a ello tan superficialmente, como si no se tratara más que de curiosidad sexual.

–Estoy dispuesto a que me hagas cambiar de idea –dijo él con una sonrisa pícara–. Me encantaría que lo intentaras.

Victoria dio un paso atrás.

–No –se cruzó de brazos–. Convénceme tú. Vamos, compórtate tan mal como sabes.

Liam la miró, desconcertado.

–Victoria…

–¿Crees que esto es pura lascivia? ¿No quisiste destruir tu amistad con Oliver? ¿No querías romper una relación a cambio de un momento de pasión?

¿O ni siquiera era eso? Victoria dio otro paso atrás y se chocó contra la cama.

–¿No era más que tu obsesión por ganar? –continuó–. ¿Eres tan competitivo que estabas dispuesto a cualquier cosa por ganar a Oliver? ¿Fui solo un posible trofeo?

–No –dijo él con gesto contrariado.

La respuesta no satisfizo a Victoria.

–Entonces no trates esto como si fuera una baratija. O como si yo lo fuera.

Liam pareció enfadarse.

–No traicioné a Oliver. No te seduje –Liam estaba tan cerca de Victoria que esta podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo, el aroma a mar que siempre lo envolvía–. Y eso que podía haberlo hecho.

–¿Eso crees?

–No puedo darte lo que quieres. Solo…

–No tienes ni idea de lo que yo quiero.

–Casarte, tener hijo, un perro… –dijo Liam, encogiéndose de hombros.

–Ya lo he intentado y no me va –Victoria necesitaba que Liam admitiera que lo que había entre ellos no era solo atracción sexual. Que por muy extraño que resultara, había una verdadera conexión entre ellos.

–Entonces, ¿qué quieres?

–Una carrera profesional –Victoria alzó la barbilla–. Antes del divorcio estaba teniendo mucho éxito, y Oliver lo odiaba –la crisis financiera no había sido su culpa. Cientos de personas habían perdido su trabajo; Oliver solo había sido una de ellas. Sin embargo, su pequeño negocio había ganado impulso. Tras el romance y el divorcio, ella se había hundido, pero estaba de vuelta y creía en sí misma–. Quiero tener un negocio próspero. Y para eso tengo que terminar el trabajo de Aurelie. Eso es lo que quiero, tener más trabajo del que pueda aceptar, para gente a la que le encante lo que hago.

Liam la observó en silencio durante unos segundos. Luego miró a su alrededor, contemplando la austera habitación y su mesa de trabajo.

–¿Eso es todo lo que quieres? –preguntó finalmente.

–Es a lo que quiero dedicar todo mi tiempo.

–¿No tienes hueco para nada más? –Liam sonrió súbitamente, provocativo–. ¿Ni siquiera para una noche?

–Típico –Victoria puso los ojos en blanco, aliviada de recuperar el tono distendido–. Te empeñas en conseguir a quien se resiste.

–¿Quieres decir que no te afecto? –preguntó él, risueño–. Veo cómo me miras –ignoró el gesto de impaciencia de Victoria y continuó–: Respeto lo que quieres y puede que no tengas tiempo, pero yo creo que deberíamos despejar el ambiente.

–¿En qué sentido? –preguntó ella, temiéndose lo peor por la expresión maliciosa de Liam.

–Un beso. Ni siquiera nos hemos besado –dijo él.

Victoria se separó de él. No lo había hecho en el pasado y no lo haría entonces.

Liam rio.

–No tienes de qué preocuparte. Puede que sea una desilusión.

–Dada tu fama de casanova supongo eso es imposible.

–Pero puede que tú me desilusiones a mí –la provocó Liam.

–¿Estás poniendo en duda mis habilidades? –Victoria se irritó por el tono agudo en el que le salió la pregunta.

La sonrisa de Liam fue tan letal, que sintió una descarga de calor en el vientre.

–¿Tan buena eres?

–Mejor que tú –fue la réplica automática de Victoria.

Liam sonrió como un felino, al tiempo que ella perdía su fingida seguridad. Solo había tenido un amante en toda su vida, y este se había buscado otra mujer.

–¿Victoria?

Liam ya no sonreía ¿La estaba mirado con preocupación? Victoria desvió la mirada. No quería despertar su lástima. No quería que la besara por compasión; ni decepcionarlo.

–No va a salir bien. Así que dejémoslo como una fantasía no realizada –dijo finalmente, carraspeando y sonriendo para hacerle creer que estaba bien.

Liam masculló algo que ella no llegó a entender. Victoria quería que se fuera. Tenía trabajo y empezaba a dolerle la cabeza. Liam la había sometido a una presión que le hacía sentir como si la hubieran centrifugado junto con recuerdos, deseos y anhelos que había querido olvidar.

Liam le tomó la barbilla y le alzó el rostro, pero Victoria no pudo mirarlo. Su actitud retadora se había desinflado y en su lugar había quedado un profundo vacío. Podía imaginar a Liam riendo ante su inexperiencia.

Liam dio un paso hacia ella.

–Mírame –ordenó.

Victoria consiguió sonreír para ahuyentar aquel bochornoso momento de autocompasión. Tenía que librarse de Liam con algún comentario ingenioso. No tenía por qué sentirse mortificada. No tenía por qué besarlo y exponerse a su desprecio.

–Liam, yo…

Liam le puso las manos en la cintura. Sus miradas se encontraron en un cargado silencio. El sol del atardecer envolvía a Liam en un resplandor dorado. Victoria supo que no podía escapar de su escrutinio. Y en su mirada se podía ver el deseo.

Ella parpadeó, pero no consiguió romper el contacto. Liam deslizó las manos por sus caderas mientras ella se quedaba paralizada, como un pajarillo a punto de ser asaltado por un depredador.

Liam deslizó una mano por su espalda y la empujó hacia sí. Victoria se estremeció al sentir sus caderas en contacto y la innegable prueba del deseo de Liam. El bulto que presionaba contra ella le borró parte de la duda. Entreabrió los labios para tomar aire mientras Liam mantenía la mirada clavada en sus ojos.

Victoria se sentía como si acabara de tirarse a una piscina de agua hirviendo; no podía apartar la mirada, se sentía imantada, propulsada hacia él.

La respiración se le alteró como si el oxígeno entre ellos se hubiera quemado; y al respirar más profundamente, su pecho se acercó al de él. Victoria alzó las manos y las apoyó en el torso de Liam. A través del algodón pudo sentir su piel ardiendo y el rítmico latir de su corazón. Apretó los labios como si con ello pudiera contener la sangre que se disparaba hacia las partes más sensibles de su cuerpo.

Liam se plantó sobre los pies, manteniéndola pegada a sí, sin decir nada; solo haciéndole sentir.

«Llevo todo este tiempo deseando besarte», oyó Victoria en su cabeza, aunque ni sus labios ni los de Liam se movieron.

Tenía la garganta seca. Solo era consciente del calor que iba asaltándola en oleadas, recorriéndole la piel, obligándola a acercarse más y más a Liam. Hasta que no aguantó más y alzó el rostro. Hasta que entreabrió los labios y se dio por vencida.

Liam reaccionó automáticamente, abrazándola con fuerza. Con una mano mantuvo sus caderas unidas y con la otra la sujetó por la nuca a la vez que presionaba sus labios contra los de ella con una mezcla de suavidad y firmeza. Luego se los abrió con la lengua y saboreó su boca.

Victoria se estremeció y una ardiente presión se acomodó en su vientre. Levantó las manos y le rodeó el cuello, acercándolo hacia ella. Había soñado tantas veces con sujetarlo así…

Sus senos se aplastaron contra su pecho; los pezones se le endurecieron y el pulso se le aceleró. Todo iba demasiado deprisa; el corazón le latía demasiado deprisa; hacia demasiado calor. No podía respirar. Pero tampoco quería romper el contacto de sus labios. Hasta que un gemido brotó desde un lugar profundo de su interior.

El beso se fue haciendo más apasionado, más caliente, más húmedo. Igual que ella. Su cuerpo se debilitó, se tensó, se relajó. Quería echarse en el suelo y enredar las piernas con las de Liam, quería sentir su peso sobre ella, dentro de ella. Por encima de todo, quería que aquello no tuviera fin.

Liam la estrechó con fuerza, alzándola del suelo, besándola con tal intensidad que Victoria pudo sentir las primeras contracciones del clímax. La piel le ardía de tal manera que pensó que iba a desgarrársele.

El único sonido en la habitación era el de sus jadeantes respiraciones y apagados gemidos. Deseaba a Liam. En aquel momento. Todo.

–Liam.

Él alzó la cabeza bruscamente y la miró directamente a los labios.

–¿Te he hecho daño?

En absoluto. Victoria adoraba aquella manera de ser besada. Solo quería más. Liam la observaba con los ojos muy abiertos y expresión desconcertada. Estaba pálido.

Tosió.

–Será mejor que me vaya –dijo.

–Vale –Victoria estaba confusa, no podía pensar, pero no quería que se fuera.

Liam carraspeó.

–Tienes que trabajar.

¿Trabajar? Ah, sí. Era verdad.

–Vale.

–Será mejor que me vaya. Si no… –Liam la miró fijamente.

–Vale.

–¿Victoria?

–Vale –Victoria se sentó en la cama. Le temblaban las piernas; sentía el cerebro como una masa amorfa.

Liam se inclinó y, mirándola a los ojos, le preguntó:

–¿Vale que me vaya o vale que me quede?

Victoria lo miró y luego dirigió la mirada hacia el escritorio. Entonces recordó que todavía le quedaban horas de trabajo por delante.

–Me voy –repitió él con voz ronca. Y se irguió.

–Vale –repitió Victoria mecánicamente.

De pronto sintió frío. De no haber reaccionado Liam, habría estado en aquel momento debajo de él, y habría olvidado su compromiso con Aurelie… Hasta que, al bajar de la nube y darse cuenta de lo que había hecho, se habría sentido fatal.

–Tu sentido de la oportunidad es desastroso –dijo con dulzura–. Siempre lo ha sido.

Liam se separó y tomó la bolsa que Victoria había colgado de una silla cuando habían llegado.

–¿Qué haces? –preguntó ella.

Liam sacó del bolso un teléfono y pulsó la pantalla.

–Si no quieres que la gente lo use, tienes que ponerle una contraseña.

–Me retrasa.

–¿Y no te gusta ir despacio? –Liam rio quedamente–. Tú y yo nos parecemos –continuó pulsando. Luego se acercó a ella y le tendió el teléfono desde una distancia prudencial.

Victoria lo tomó, pero mantuvo la mirada fija en su rostro. Con un suave suspiro, él dio un paso adelante y le pasó los dedos por los labios.

–Te llamaré.

–Vale.

Victoria dejó caer el teléfono sobre la cama. ¿Cómo iba a poder ponerse a trabajar? ¿Cómo iba a escribir con pulso firme cuando le temblaban los dedos? Apretó los puños.

Liam ya se había ido. Victoria podía oír sus pisadas bajando las escaleras. ¿Qué hacía ella sentada como una estúpida?

Todo lo que había dicho había sido: «Vale, vale, vale».

Se sacudió las piernas con las manos para librarse de la sensación de que eran de gelatina. Era tan patética como lo había sido siempre. Había retrocedido todo lo que había avanzado en los últimos años. No había sido capaz de resistirse y solo había sabido decir: «Vale»

¿Por qué no le había obligado a separarse? ¿Por qué no le había puesto fin? O, si decidía dejarse llevar, ¿por qué no había tomado la iniciativa y le había obligado a quedarse, a terminar lo que había empezado? ¿Por qué había dejado que él tomara la decisión?

Ya no era la chica maleable y ansiosa por satisfacer a los demás. Era mucho más madura y sabía mucho mejor lo que quería. Pero algo en ella le gritaba: «¡Pero ha sido tan maravilloso, tan maravilloso!».

«Pura fantasía», se dijo. Aunque había conseguido no pensar en Liam, en alguna parte de su subconsciente era obvio que había seguido fantaseando con él. Por eso, al estar finalmente en sus brazos, había tenido una sobrecarga emocional. Además, hacía tanto que nadie la besaba… Debía ser un caso de hiperactividad hormonal; su cuerpo pidiéndole más, exigiéndole que saliera de su cueva. O que al menos le diera un poco de sexo.

Cerró los ojos e hizo acopio de fuerza. Haría el trabajo. Solo entonces se preocuparía por tener una vida amorosa.

Y no vería nunca más a Liam Wilson.

¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe

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