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Capítulo Cuatro

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–Bien –dijo la organizadora de bodas.

Viniendo de ella era todo un elogio, y Victoria estuvo a punto de echarse a llorar de alivio.

Había trabajado sin parar, lo que le había servido de distracción para no pensar en Liam, que, por otro lado, había dejado de llamarla. Probablemente estaba entretenido con otros amigos, o habría conocido a otra mujer. Y para ella, eso era lo mejor que podía pasar. Cuanto antes se fuera, mejor.

–Puedes ir a ver cómo ha quedado la sala –dijo la mujer–. Pero no tomes fotografías, por favor.

–Por supuesto que no.

La tentación era demasiado grande como para no aprovecharla. No corría el riesgo de encontrarse con Liam y, por otro lado, después de cuatro días encerrada en casa, necesitaba dar una vuelta.

Al salir, dejó a un lado la carpa y tomó un sendero que llegaba a una pequeña gruta.

Cuando reconoció a la figura que caminaba hacia ella, sintió el corazón en la garganta.

–¿Estás ayudando? –preguntó animadamente, como si sus presencia no la afectara.

Liam sacudió la cabeza.

–No, la bruja tiene suficientes ayudantes y no necesita nada de mí.

Victoria percibió que Liam estaba incómodo.

–No creo que tú tampoco puedas ayudar –añadió él con brusquedad.

–He venido a entregar el plano de distribución de mesas –dijo ella, orgullosa.

–Me refiero a aquí y ahora –repitió Liam, frunciendo el ceño.

¿A qué se refería? ¿Estaba enfadado con ella?

Dejando escapar un gruñido ahogado, Liam le tomó la mano a Victoria y la arrastró fuera del sendero.

–Están probando las fuentes. Te vas a empapar.

Demasiado tarde. Tras oírse una especie de silbido, empezó a salir agua por todas partes.

–¡Qué preciosidad! –exclamó Victoria, contemplando la luz reflejada en las gotas que creaban un arcoíris en el aire.

Se volvió hacia Liam con una sonrisa, pero en cuanto sus miradas se encontraron, se quedó paralizada. Mientras que ella se había librado de mojarse, Liam estaba calado.

La camiseta se le pegaba al pecho y Victoria pensó que no había ninguna vista más espectacular. Se le secó la boca y sus dedos ansiaron tocarlo.

Habría querido susurrar su nombre, que sentía en la punta de la lengua. Llamarlo para que se acercara, echarse en la hierba a su lado, explorar por fin la química que siempre la había arrastrado hacia él.

–Victoria –dijo él en tono admonitorio.

Victoria salió de su ensimismamiento bruscamente.

–¿Qué?

–Es mejor que te vayas.

–¿Te estoy incomodando?

–Sabes que sí. Y no quieres lo que te ofrezco.

Victoria ya no sabía qué quería, pero sabía que necesitaba algo. Lo que fuera.

–¿Por qué no podemos pasar un rato juntos y pasear por este precioso jardín como viejos conocidos?

–¿Tan inocente eres? –preguntó Liam, mirándola fijamente

–¿Puedes ser amigo de una mujer a la que amaste –comentó Victoria, ofendida–, pero no de una a la que has besado en una sola ocasión?

Victoria vio la llama que iluminó los ojos de Liam, pero él la tomó por sorpresa al acercarse rápidamente, sujetarle el rostro entre las manos y plantarle un beso en los labios.

Al segundo siguiente, su cuerpo se pegó al de ella con tal ímpetu, que Victoria se tuvo que asir a su camiseta para no caerse. A pesar de que estaba mojada, su piel quemaba y Victoria sintió que la sangre se le aceleraba.

Liam deslizó la lengua en su boca, explorándola ansiosamente, y ella respondió con la misma voracidad. Oyó un gemido en la garganta de Liam antes de sentir su brazo rodearle la cintura y estrecharla contra sí con fuerza. Ella alzó las manos y enredó los dedos en su cabello, afianzando la presión de su boca. La humedad de la camiseta se trasmitió a su vestido, pero la piel de ambos ardía. Victoria separó las piernas para sentirlo más plenamente. Adoraba el roce de sus poderosas piernas enfundadas en vaqueros, y pronto quiso que la tela se desintegrara para sentir el sudor y el tacto de su piel.

Pero súbitamente Liam dio un paso atrás y alzó las manos como si lo apuntaran con un arma.

–Ahora son dos veces –masculló él, poniendo distancia entre ellos–. Dos veces de más. No, no podemos ser amigos hasta que…

¿Hasta que se acostaran y la tensión se diluyera?

Victoria lo observó, jadeante. La furia de Liam la desconcertó. El hombre risueño y bromista había desaparecido, sustituido por uno enfadado. Un hombre al que, súbitamente, supo que podía presionar.

–¿Qué pasa, no te crees capaz de poder conmigo? –preguntó, poniendo los brazos en jarras–. ¿Por qué pones tantos límites? ¿Por qué tienes que tener siempre el control?

Liam se metió las manos en los bolsillos bruscamente. Suspiró profundamente y poco a poco la sonrisa volvió a su rostro.

–A las mujeres les gusta que tenga el control –dijo.

Entonces fue el turno de Victoria de enfadarse. ¿De verdad Liam podía dejar ir tan fácilmente un deseo tan fuerte que se hacía irresistible? ¿Tan sencillo le resultaba? La furia le dio fuerza para actuar con una osadía de la que se desconocía capaz.

–Yo te prefiero cuando lo pierdes –dijo, provocativa, dando un paso hacia él.

El brillo que le iluminó los ojos a Liam bastó para que supiera que sí la deseaba, y eso aumentó su confianza en sí misma. Porque necesitaba desesperadamente sentir que la deseaba.

Liam apretó los labios y frunció el ceño.

–Victoria –dijo en tensión–, ten cuidado con lo que deseas.

Victoria podía ver sus pezones a través de la camiseta mojada. Deslizó la mirada y comprobó que el bulto que había sentido presionando contra su vientre no había bajado.

Sonrió.

Unos días antes le había asombrado que Liam fuera capaz de tomar la decisión de irse, pero no pensaba consentir que volviera a suceder.

Una incontrolable excitación pulverizó sus dudas. Dio otro paso adelante y apretó su pelvis contra la de Liam a la vez que describía pequeños círculos y lo miraba a los ojos con descaro. Ya no podía ponerse límites. Quería terminar lo que habían empezado.

Liam la tomó por el trasero con una mano y la apretó contra sí. Victoria se estremeció ante el estrecho contacto. Los ojos de Liam, que no apartaba de ella, eran como dos túneles en los que Victoria quería adentrarse.

Liam bajó la otra mano hacia su muslo, y lentamente fue dibujando círculos hasta meterse debajo de su falda. Pero Victoria quería más, y dejó que el peso de su cuerpo reposara sobre él. Entonces Liam la sujetó por las nalgas con ambas manos, una de ellas por debajo del vestido. Victoria quería que metiera sus dedos bajo su ropa interior, que la acariciara. Estaba dispuesta a echarse con él en la hierba, a satisfacer aquella primaria necesidad allí mismo, sin más demora.

Pero no se movió, no alzó la boca para besarlo, no posó las manos en su pecho. Estaba hipnotizada por su mirada y esta la paralizaba.

En ella podía ver el esfuerzo que Liam estaba haciendo para dominarse. Ella había tomado la iniciativa la noche anterior, así que le correspondía a él hacerlo. Lo miró con expresión desafiante, esperando. Hasta que algo recorrió el cuerpo de Liam, algo parecido a un estremecimiento. Y un segundo después, maldijo entre dientes y agachó la cabeza para besarla. Victoria había ganado.

–¿Victoria? –se oyó desde detrás de unos árboles la voz aguda de la organizadora de la boda–. ¿Ha visto alguien a la calígrafa?

Liam clavó los dedos en la piel de Victoria antes de soltarla con vigor.

–Justo a tiempo –mascullo él entre dientes.

–Li… –empezó Victoria.

–Tú quieres más que esto –susurró él precipitadamente–, pero esto es todo lo que hay.

–¿Victoria? –la organizadora sonó mucho más cerca.

–Estoy aquí. Ya voy –gritó Victoria.

Pero en lugar de moverse se quedó mirando a Liam, mientras este se alejaba, masajeándose la nuca. Todo su cuerpo irradiaba tensión y rabia.

Victoria sonrió con una mezcla de satisfacción y frustración. Quizá Liam había querido que terminara el trabajo para Aurelie; quizá todavía sentía algo por ésta; pero todavía seguía deseándola a ella, a Victoria. Y mucho.

¿Cómo había podido engañarse llegando a creer que era algo más que sexo? Lo que les atraía entre sí era puro fuego, hormonas hiperactivas, lascivia. Por alguna extraña razón sus cuerpos se atraían como imanes enfebrecidos.

Solo era sexo. ¿Y no era eso lo que ella quería? Puro sexo. No estaba preparada para una relación; no encajaba en su presente estilo de vida. Liam había tenido razón al ofrecerle una noche. Y, al contrario que ella, había sido honesto. Pero de pronto lo tenía claro, cristalinamente claro.

¿Quería pasar el resto de su vida preguntándose cómo habría sido? ¿Iba a dejar pasar la oportunidad de estar con Liam, aunque solo fuera por una vez?

Si quería tener un romance, podía tenerlo. Liam se iría en unos días, así que no corría el riesgo de encontrárselo en el futuro. ¿Qué mejor oportunidad podía presentársele para pasarlo bien, además de librarse de una vieja obsesión?

Fue hacia el castillo con la sangre en ebullición, impulsada por una nueva seguridad en sí misma.

–¿Hay algún problema? –preguntó a la organizadora.

–En absoluto, quería saber si tenías tarjetas contigo. Puede que en el futuro necesite tus servicios.

La seguridad de Victoria aumentó exponencialmente.

–Claro –dijo. Y le dio un puñado.

Luego entró en la carpa, donde las mesas ya estaban dispuestas, buscó la tarjeta que había tenido que escribir cinco veces hasta que le salió bien, Liam Wilson, le dio la vuelta y en la parte de atrás escribió un mensaje atrevido.

¿El hombre apropiado? - Sorprendida con el jefe

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