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Ulidice1

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«El personaje de Ulises siempre me fascinó, incluso de chico. Imagínese que hace quince años empecé a escribir este libro como uno de los cuentos cortos que debían integrar Dubliners. Llevo trabajando siete años en este libro, ¡ojalá reviente!».

JAMES JOYCE

«Las casualidades nos empujan a diestra y siniestra, y con ellas construimos nuestro destino, porque somos nosotros quienes lo trenzamos como tal. Hacemos de ellas nuestro destino porque hablamos».

JACQUES LACAN

Una edad tan equívoca como los diecisiete años. En el horizonte cercano el final, casi ningún principio. ¿Por dónde seguir viviendo? ¿Cómo? No poseo las herramientas que lo indiquen. Asumo que el mundo puede devorarme. Que si continúo así de estúpido cesarán las chances. Quisiera leer. Por dónde comenzar. Voy muy atrás. Homero: la Ilíada y la Odisea. Leo mal, a espaldas del día. No entiendo qué hago. La lectura es una presencia que se pierde.

De a poco, bajo un velo rasgado, los libros van apareciendo. Luego de unas pocas páginas tal vez entienda porqué estoy leyendo lo que leo. Algo me conduce. Nunca lo sabré con certeza. Soy un mal lector, no tengo maestro, guía… tampoco fuerza.

En el Paseo La Plaza inauguro un nuevo bar (hoy desaparecido) y una nueva lectura. Me gusta este ritual: un nuevo libro en un nuevo lugar. Buenos Aires siempre cae renovándose.

Pero no avanzo. Hay un muro de palabras. Del libro salta una imagen cada tanto, aunque es tenue, no logro atraparla. Una torre, un acantilado. La palabra es el muro donde el mar del lenguaje choca. Cuerpos flotando, extraños, estoy confundido, no sé qué dice el libro que tengo en mis manos. Una voluntad inexplicable, como la de la marea, detiene mi lectura en la página cuarenta: es el Ulises, de James Joyce.

*

Estoy leyendo Ulises, y es una obra semánticamente increíble e inmensa, grandiosa, genial…2

*

Entonces recuerdo: Ulises es el nombre de un amigo de mi hermano. Ocurre en sesión, con mi analista. Viene de muy atrás. Este amigo me había dicho, con sorna, que a sus nueve años ya había leído el Ulises de James Joyce. Me lo dice cuando yo tengo nueve; y él parece un adulto con sus catorce años.

El tiempo pasa. Ulises compone música en un idioma inventado. Mi hermano lo asiste, pues entiende de la fragmentación de la letra. Ulises quiere llevarse a mi hermano al inhóspito Sur. Quieren fundar una comunidad. Perderse al fin. Mi hermano va a exiliarse. No lo soporto. Me siento solo. Los libros se convierten en una compañía momentánea. Me sumerjo en su tiempo sin tiempo. La lectura es la presencia de su pérdida.

Y es cuando leo la Odisea que el nombre cae hacia la aventura. Decido partir también. Lograr mi hazaña. Sin embargo, no encuentro con quién. No tengo un Ulises.

Quedo tan capturado que su nombre se inscribe como uno de los deseos más complejos y bizarros de mi corta existencia.

Es cuando la analista devela el nombre de mi héroe griego que recuerdo todo el dolor por la pérdida de mi hermano, y queda así truncada mi odisea: recorrer la Argentina en bicicleta, desde la Quiaca hasta Ushuaia.

Una proeza, como la de ese personaje que podría representar a la humanidad completamente.

Una aventura, que escondía el placer de perderme en el carozo de un nombre, no revelado.

*

En una de las charlas con su amigo Budgen3, James Joyce vuelve sobre el texto que está escribiendo –Ulises–, y al decirle que se basa en la Odisea lo consulta: «¿Recuerda algún personaje de un libro que reúna tantos aspectos a la vez?»4. Sus palabras quieren ser tan precisas como las vestiduras que a un hombre lo vuelvan completo. En verdad, son semblantes con los que forja a este hombre común: Leopold Bloom. (Hombre completo y común; aunque «No tan común, por lo pronto, es bueno»5).

* PRIMERA VESTIDURA: ¿Jesucristo?: no, porque éste era soltero, nunca vivió con una mujer. «Realmente, vivir con una mujer es una de las cosas más difíciles que un hombre pueda hacer, y él nunca lo probó»6.

* SEGUNDA VESTIDURA: ¿Fausto?: no, porque ni siquiera es un hombre. «… ¿es viejo o joven? ¿Dónde están su casa y su familia? (…) no puede ser completo porque nunca está solo, siempre tiene a Mefistófeles cerca de él, a su lado, o tras él»7.

* TERCERA VESTIDURA: ¿Hamlet?: no, porque es solamente un hijo.

En cambio Ulises –se refiere al héroe griego, independientemente de si representa a Bloom, o al libro– «es hijo de Laercio, pero también padre de Telémaco, esposo de Penélope, amante de Calipso, compañero de armas de los guerreros griegos que luchan contra Troya, y rey de Ítaca. (…) fingió estar loco (…) la historia de Ulises no terminó al concluir la guerra de Troya. Su historia no hacía más que empezar (…) fue el primer caballero de Europa. Cuando avanzaba, desnudo, hacia la joven princesa, ocultó a su mirada de muchacha las partes nobles de su cuerpo…»8.

Ulises, ese hijo, padre, esposo, amante, compañero, rey, loco, caballero. Maestro en ardides. Relator de su propia historia como un mendigo. Desecho de experiencias. De lenguas que se fragmentan y caen ante los ojos de los incrédulos. El que escuchó a las sirenas, pero nunca encontró las palabras para transmitirnos su canto (porque no habrá palabra, aunque viva en la lengua, en la punta de la lengua…).

Ulises: el héroe preferido de Joyce. Tanto que, al final de su vida, todos los domingos, esperaba a su nieto en la cama, fumándose un Parisienne, y vestido con una bata roída continuaba el relato que había cesado la semana anterior9. Encontraba por fin a alguien que lo leía al escucharlo atentamente. En definitiva, uno de los deseos de James Joyce.

*

No haré el viaje planeado. No dejaré detrás mi hogar, ni mi carrera de psicología a punto de comenzar. No interrumpiré por lo tanto el análisis. Ella –mi analista– logra que tras el nombre confesado vea la dimensión de un pasaje al acto. Entonces vuelvo a leer como si estuviese de duelo. Lo estoy. No tengo fuerza, guía, maestro. No paso de la página cuarenta: es el Ulises de James Joyce.

Insisto sin embargo, como antes, cuando marcaba en un mapa el itinerario de un viaje posible. Leo en los bares, lejos de casa. Llevo el libro constantemente en mi bolsillo (son dos tomos en ese formato, lo agradezco) como antes llevaba el mapa de la Argentina. En la barra de aquel viejo bar Gandhi de la Avenida Corrientes (hoy transformado en una enorme librería), se me acerca el personaje secundario de una película independiente.

–Conocí a tres personas en mi vida que «dicen» haber terminado el Ulises –me anuncia confidente, interrumpiendo mi lectura–. Con vos, podrían ser cuatro.

Sonrío. Él sabe de la dificultad. ¿El Ulises se lee? ¿El Ulises se lee todo? (Hoy podría especificar aún más la pregunta: ¿el Ulises se deja [de] leer?).

Insisto. Entonces ocurre una epifanía personal que destraba algo. La anoto en la primera página del libro, dado que aún no tengo el hábito de llevar una libreta.

Corrientes. Comparsas. Carnaval, bombos, quejas… El día en que los silbatos de los policías por fin sonaron para la música alegre. El sonido de la cafetera, Marcelo golpeando en el tacho para sacar el resto de café usado, el calor, y luego de la puerta la comparsa con sus tambores y platillos. Corrientes.

(Ocurre un pasaje: ese hueco que se abre en donde se sustrae el tiempo, donde el espacio vuela y viajamos sin movernos; donde nos trasladamos súbitamente a alguna realidad que vivirá por siempre, como apartada. Él está allí, su densidad se abre en cualquier momento, sólo hace falta reconocer el pasaje).

*

Aún no se habían declarado legales los feriados de carnaval. Las murgas tomaban las calles, y sus reclamos insistían en el calor. La policía los acompañaba y, sin quererlo, todo sonaba como parte de la misma música. Fue ahí que me di cuenta: lo que leía en el Ulises estaba en la calle; no sé qué palabra fue, tal vez una frase, pero la encontré en el texto y luego tras la puerta del bar. Entonces supe que el Ulises había que leerlo dejando que la realidad que circundaba al lector lo penetrase. El Ulises tiene una continuidad con aquello que nos está pasando en el momento de la lectura. Su lectura debe ser porosa. El texto pide que la realidad, y más específicamente la de la calle, se filtre.

Es así que en un trance hipnótico leo el Ulises. Me ha hechizado, soy parte de su sueño. Luego escribo cuentos donde la sonoridad de las palabras cobra prevalencia –aún no lo sabía, pero lalengua ya actuaba allí, aunque fuese un libro traducido, aunque no fuese el Finnegans Wake.

Escribo cuentos sonoros y se los leo a mis amigos. Y al entorno le ocurren cosas bizarras cuando leo: una silla se rompe y una amiga cae; una ventana estalla; un equipo de audio zumba agudamente antes de apagarse para siempre. Por momentos tenemos la ilusión de que la palabra es la cosa (que se rompe, estalla, zumba).

Escribo y leo. Mucho. Siempre al margen, sin maestro, sin guía, con fuerza. Luego encuentro a Lacan, habla de Joyce. No sé de quién habla, sin embargo es alguien al que desprecia y admira a la vez. No es el Joyce que conozco y que fui conociendo en todos estos años. Las lecturas de Lacan no son mis lecturas. Sus eventualidades no son las mías. Los motivos son distintos. Ulises es el nombre de un acontecimiento que podría haberme llevado a recorrer la Argentina en bicicleta y, quién sabe, tal vez a nunca orientarme hacia el psicoanálisis y su práctica. Ulises es el nombre de una aventura que no fue, o más bien, Odiseo. Todos nombres envueltos. Tantos nombres que cambian y develan otros. Odiseo se vuelve Ulises, Ulises se vuelve Joyce, Joyce se vuelve Lacan. Y algo de todo eso me acerca a la escritura.

Ahora que lo pienso, no creo que el viaje se haya frustrado. Hoy tengo la escritura para acompañar esta odisea, como antes tenía mis piernas. El destino es el mismo: un recorrido de punta a punta, a través de un país tan tormentoso, hermoso y plural como la Argentina, eso será tal vez este deconstruir al Joyce de Lacan.

1. Lo primero que quiso escribir Joyce sobre Ulises fue un cuento. Lo pronunciaba: Ulidice (Oolissays). Dado que desde el psicoanálisis destacamos el sujeto en tanto que habla (parlêtre) y es hablado, este nombre, que es canto y decir conjugados, se constituye para mí en una bella metáfora. Lo extraigo de la monumental biografía: Ellmann, R., James Joyce, Anagrama, Barcelona, 2002, pág. 257.

2. Plath, S., Diarios completos, Alba editorial, Barcelona, 2016, pág. 207.

3. «Frank Budgen, con quien llegó a tener relaciones más íntimas que con todas las demás amistades de su vida, si se exceptúa a Byrne» dirá Richard Ellmann, Op. cit., pág. 476.

4. Ibíd., pág. 483.

5. Gamerro, C., Ulises. Claves de lectura, Interzona, Buenos Aires, 2015, pág. 80. También Joyce reconoce en Ulises un hombre bueno, lo que no es común.

6. Ellmann, R., Op. cit., pág. 483.

7. Ibíd.

8. Ibíd., págs. 483-484. Las cursivas son mías.

9. Ibíd., pág. 818.

Deconstruyendo al Joyce de Lacan

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