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Principios

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«Uno puede decir con toda tranquilidad que el universo no tiene ningún sentido. Nadie se enfadará. Pero si se afirma lo mismo de un sujeto cualquiera, éste protestará e incluso hará todo lo posible para que quien hizo esa afirmación no quede impune».

E. M. CIORAN

El ocaso del pensamiento

«¿Es que no ves la sencillez que hay tras mis disfraces? Todos llevamos máscaras».

James Joyce a Nora Barnacle

Se ha denunciado el sinsentido de James Joyce. De su escritura se pasó a su vida. Como atrapados en este espiral, los lacanianos han dicho a su vez muchas cosas sin sentido (no todos). Nadie pareció enfadarse. Hay caos y universo en Joyce, aunque se lo hayan negado desde el principio: «No hay en ti caos suficiente para hacer surgir de él un universo», le dijo alguna vez G. Russell. Hay un sufrimiento que pide otra cosa que sentido. Pero el sufrimiento podrá ser, también, la rutina de un concepto. El sufrimiento puede encerrarse en una frase hecha de los lacanianos. Algunos avanzan como Descartes: enmascarados. Es la forma de enmascarar lo real. O sea, queriendo develarlo, al contrario, lo cubren más –y más– de planteos imaginarios, con relatos de sentidos. Forman la máscara que luego quisieran arrebatar.

Pero, al sacar la máscara, se quedan con lo mismo que ocultaron (como el famoso mago de Lacan, que para sacar al conejo de la galera, primero debe ponerlo). Sin embargo, «hay un real de la máscara»1. Ese real de la máscara, del semblante, es su consistencia. Y en el planteo sobre Joyce es notorio cómo nadie pierde su certeza.

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No es extraño, entonces, que frente a tanto sinsentido se refuercen las operaciones defensivas y que se propongan sentidos asfixiantes sobre Joyce (y su obra). Construcciones imaginarias que lo acercan a la psicosis, por su lazo con el arte. A veces los psicoanalistas no confiamos en el potencial creativo de un sujeto, dado que queremos ver la psicopatología que lo sostiene. Se quiere ver una psicosis en Joyce por su particular modo de desarmar el sentido, de trabajar el lenguaje2. Al parecer, un costo que tendrá que pagar como artista. Pero los que perdemos somos los analistas.

Freud lo ha dicho y Lacan enseñado: el artista se adelanta al analista.

Ahora bien, los poetas son unos aliados valiosísimos y su testimonio ha de estimarse en mucho, pues suelen saber de una multitud de cosas entre cielo y tierra con cuya existencia ni sueña nuestra sabiduría académica. Y en la ciencia del alma se han adelantado grandemente a nosotros, hombres vulgares, pues se nutren de fuentes que todavía no hemos abierto para la ciencia3.

[…] la única ventaja que un psicoanalista tiene derecho de sacar de su posición, aun cuando esta le fuera reconocida como tal, es la de recordar con Freud que en su materia, el artista siempre lo precede, y que no tiene por qué hacerse entonces el psicólogo allí donde el artista le abre el camino4.

¿Pero qué piensan los artistas de la intrusión del psicoanálisis en el arte? No es tan claro que le crean a Freud o a Lacan.

En un primer momento la actitud del psicoanálisis, y de Freud mismo, hacia los escritores era: bueno, muchachos, los felicito por su intento de explicar el alma humana, han hecho un buen trabajo considerando las limitaciones del caso, pero ahora dejen que se va a ocupar gente que sabe5.

[Lacan] Me habló de Freud, de inmediato. De la época en que pretendía que, en la investigación y el análisis del objeto, los artistas se adelantan siempre a los analistas. Traté de explicarle que yo misma ignoraba la génesis de Lol. Me estimaba, sin duda, con esa actitud típica del hombre, encima intelectual, que juzga a la mujer6.

Ese endulzar los oídos, tal vez no lo sea más que hacia los propios analistas. Pero no en cualquier punto, sino en el lugar del saber. Con un pase de manos hablan del hacer del artista, para quedarse haciendo loas al saber. Sin embargo, el artista es el primero que sabe que no sabe… que hace, y que con su hacer mueve el reino del cielo y de la tierra, se eleva y cae, goza, se angustia, sufre.

Que Lacan haya elegido a alguien que, sin pasar por un análisis, consigue lo mismo que si lo llevase hasta su final, es sólo algo que el maestro indica (los discípulos no parecen perdonárselo). Los dichos hacia Joyce están llenos de bajezas, de falta de tacto, de lecturas sesgadas. Eso nos puede llevar a la ruina.

Es hora de desplegar esta máscara que se ha unido a los enunciados de Lacan, esos semblantes que lo sostienen todo y no permiten interrogación alguna. Dado que todo real se revela en la ruina de un semblante7. Una máscara desnuda. Una adiposidad vilosa (permítanme el neologismo) que alimenta la obesidad de la academia. El riesgo –porque no es sin riesgo incursionar en el tema– es que quien intente retirar esa máscara sea acusado de ignorante, como mínimo, o simplemente no tenido en cuenta (y eso es algo menor). El mayor riesgo es no cotejar cuánto de real constituía dicho semblante.

[…] la máscara debe ser arrancada en tanto semblante –des-enmascarado– hay que reconocer también la desnudez de la máscara, hay que tener en cuenta el hecho de que la máscara misma exige que se la considere como real8.

*

Desenmascarar el Joyce de Lacan, deconstruirlo, es un trabajo que los analistas se han evitado (no todos), dado que no parecen tolerar dos cosas: que Joyce no sea el que Lacan les presenta, y que Lacan tome a Joyce para hablar de sí mismo. Entiéndase, de lo que a él le quemaba, aquello que lo atrapaba como un síntoma: los nudos, el sinthome, lalengua, el padre borromeo y tantas cosas más.

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Hay algo insoportable en Joyce. Si nos encontramos con ello, ese punto exacto es el que se quisiera tapar. Pero, a la vez, es el que indica las problemáticas más singulares… las obsesiones del lector. En Lacan tenemos al menos tres: a) el padre (función significante, carente, nombrante, borromeo, etc.), b) la mujer como no siendo su mujer (la no relación sexual de la mano de La mujer no existe), c) el inconsciente real (o las problemáticas del sinthome y lalengua). «Ese aspecto intenta ser tapado por montañas de literatura» nos dice Sebastián Digirónimo en su Elogio de la furia9. Lo mismo podría afirmarse para los analistas: montañas de textos. Textos tapón, sostenidos desde los que dicen que dijo Lacan. Miedosos de dar un paso más allá de la órbita de sus dichos.

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«No es ciertamente el atractivo menor de una teoría el que resulte refutable…».

FRIEDRICH NIETZSCHE

Más allá del Bien y del Mal

Lacan avanza, retrocede, insiste con James Joyce. Es lo que hace un teórico que va formando su enseñanza viva. Joyce es la excusa para diseñar otro concepto de síntoma. También para proponer otra versión del padre, un padre borromeo. ¿Pero cuánto de esta enseñanza se la debemos a Joyce? ¿Sin Joyce, Lacan hubiese construido estos conceptos, haciendo estallar sus temas? Sin Joyce, pero ¿quién es James Joyce: el artista, el escritor, la persona? Para comenzar a deconstruir rescato una pregunta sencilla y compleja a la vez del psicoanalista Jorge Baños Orellana: «¿Hasta qué punto hace falta creer que, para sacarle provecho a su lección de psicoanálisis, el Seminario 23 deba referirse efectiva y necesariamente a la vida de James Joyce?»10. ¿Es necesaria la vida de James Joyce para que el psicoanálisis avance en su enseñanza? ¿Hasta qué punto es efectiva la confusión de la vida en la obra de Joyce para decir un nuevo concepto psicoanalítico?

[…] él [Lacan] empleaba deliberadamente datos incorrectos o inventados. No es ningún secreto, aunque tampoco es un tópico del que se hable con tranquilidad, que Lacan no solamente fue un arqueólogo genial del detalle clínico, sino además un fabulador no menos genial que solía retocar y construir casos clínicos a los fines de la enseñanza, y no solamente por la imposibilidad narratológica y epistémica de poder contarlo todo11.

Es claro que Lacan ficcionalizó a Joyce. No es tan claro que a esa ficción los lacanianos no la tomen como una verdad revelada.

Nunca hay que olvidar que Joyce jugó, que jugó alegremente, gozosamente. Que «Joyce utiliza o “toma prestados” los datos de su biografía para componer el personaje de Stephen, pero cuando la ficción pide otra cosa, los modifica»12. Que esto es aplicable tanto para el personaje de Stephen como para todos los personajes que creó; aplicable a los personajes, como a las palabras; a las palabras como al lenguaje en sí, o las lenguas.

Y, además, que es él mismo quien utiliza sus ficciones con otros fines que los del goce artístico, el que se mofa de sus escrituras, y se burla de sus escritos cuando su vida pide otra cosa.

Escribí Chamber Music como una protesta contra mí mismo13.

*

El interés por Joyce es el interés por alguien que jugó con el lenguaje, y que se la jugó en el lenguaje (que no es otra cosa que el material con el que trabajamos los psicoanalistas… no sólo). Las consecuencias de ambas operaciones deberían servir al psicoanálisis para producir su avance, si esto significa que nos interesamos en cotejar sus consecuencias. Una de ellas –ni siquiera la menor– es que, por el Joyce de Lacan, estamos situados frente a la construcción de un concepto fundamental: el sinthome. Pero, a su vez, instalados en el síntoma propio de Lacan: lo real.

[…] lo real es mi respuesta sintomática14.

Respuesta al concepto freudiano de lo inconsciente. Respuesta que tiene el carácter de una «imposición». En definitiva, la genial forma de Jacques Lacan de hacer con su síntoma.

1. Badiou, A., En busca de lo real perdido, Amorrortu, Buenos Aires, 2016, pág. 34.

2. La introducción de la teoría de los nudos en la última enseñanza de Lacan posibilitó que dejara de pensarse a las psicosis en términos deficitarios. Aun así, sabemos que continúan teniendo una connotación psicopatológica. [N. de la E.]

3. Freud, S., «El delirio y los sueños en la “Gradiva” de W. Jensen», Obras completas, Tomo IX, Amorrortu, Buenos Aires, 1993, pág. 8.

4. Lacan, J., «Homenaje a Marguerite Duras por el arrobamiento de Lol V. Stein», Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 211.

5. Gamerro, C., Op. cit., pág. 190.

6. Pallota della Torre, L., La pasión suspendida: entrevistas con Marguerite Duras, Paidós, Buenos Aires, 2014, pág. 92.

7. Badiou, A., Op. cit., pág. 32.

8. Ibíd., pág. 35.

9. Digirónimo, S., Elogio de la furia, Letra Viva, Buenos Aires, 2017, pág. 87.

10. Baños Orellana, J., El escritorio de Lacan, Oficio analítico, Buenos Aires, 1999, pág. 289. Además, este autor es claramente uno de los pocos lacanianos que muestra cómo Lacan ficcionalizó a Joyce.

11. Ibíd., pág. 294.

12. Gamerro, C., Op. cit., pág. 22.

13. Ellmann, R., Op. cit., pág. 171. Como uno de los tantos ejemplos donde Joyce llega hasta a despreciar sus obras. Algo más común de lo que se cree en todo artista.

14. Lacan, J., El seminario 23: El sinthome, Paidós, Buenos Aires, 2008, pág. 130.

Deconstruyendo al Joyce de Lacan

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