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Capítulo 4

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DESPUÉS de despertarse una hora antes de que abrieran los mercados bursátiles en Londres, de contestar correos electrónicos que necesitaban su atención personal y de reenviar los demás a los distintos jefes de departamento, Mark se centró en su verdadera pesadilla.

Los planes de reestructuración que asegurarían la estabilidad y rentabilidad a largo plazo de la empresa, una de las más respetadas del mundo financiero. Iba a ser duro convencer a su padre de que era necesario tomar esas difíciles medidas, aparte del retraso que llevaban por la muerte de su madre y la enfermedad de su padre.

Su plan era dinámico, moderno y estimulante, todo lo opuesto al enfoque conservador que había empleado su padre al fundar Inversiones Belmont años atrás. Pero el mercado moderno ya no podía encararse de esa manera y tenía que hacer algo para salvar el negocio, aunque ello significara saltarse las reglas tácitas establecidas por su progenitor y que todo barón Belmont debía respetar.

Nada más empezar a trabajar en las fases de implementación estando todavía en la cama, oyó extraños sonidos de arrullo procedentes de debajo de su ventana.

Cerró los ojos y dejó la tableta sobre sus rodillas. Durante un segundo había olvidado la presencia inesperada de su invitada.

La sombra de una duda se proyectó por su mente y se preguntó si había cometido un error al dejar que se quedara.

Por lo que él sabía, podría estar dándole a Mario Collazo toda la munición que necesitaba para tergiversar la historia vital de Crystal Leighton con el fin de convertirla en carnaza de tabloides.

Se levantó de la cama y fue a la ventana para asomarse al patio.

Lexi estaba en cuclillas ante Emmy y Oscar, los gatos salvajes que habían reclamado la villa como propia y cuyas crías habían invadido su coche. Era evidente que los animales no sabían si concluir que esa sustituta de la blanda ama de llaves de Mark era amiga o enemiga y adoptaban el enfoque «dame de comer y me lo pensaré».

Retiró la persiana unos centímetros y la observó subir y bajar un trozo de cinta, invitando a los gatos a jugar con ese nuevo y extraño juguete. Su risa infantil resonó bajo el sol y resultó tan contagiosa que él mismo no pudo evitar esbozar una sonrisa.

De pronto se dio cuenta de que toda su vida giraba en torno a personas muy diferentes de la joven a la que miraba en ese momento. Lexi era lo bastante bonita, dinámica y segura como para desafiarlo y defenderse ante lo que consideraba un trato injusto.

Si fingía, era una consumada actriz.

Lo había sorprendido al revelarle quién era su padre antes de que empezaran a trabajar, arriesgándose a perder su fuente de ingresos.

Admiraba la honestidad y la integridad. Aunque proviniera de la hija de un hombre al que despreciaba. Y, a menos que hubiera perdido la habilidad que tenía para juzgar a la gente, era sincera acerca de que no había sabido que estaría trabajando con él.

Un conjunto fascinante, desconcertante y muy perturbador. Y probablemente no se daba cuenta de que al inclinarse los pantalones ceñidos de cintura baja revelaban la parte superior de su ropa interior. Y le proporcionaban una vista espléndida y tentadora de una suave extensión de piel dividida por una franja diminuta de lo que parecía encaje rojo.

Teniendo en cuenta el calor y la estrechez de los pantalones, no pudo imaginar una combinación más incómoda y fuera de lugar.

Pero si la intención era conseguir que el corazón de un hombre se desbocase, el éxito obtenido era notable.

Soltó la persiana y se quitó las gafas.

Quizá era perfecto que supiera quién era su familia. Era demasiado atractiva para soslayarla, pero tendría que hacer un esfuerzo para conseguirlo.

No había modo de evitarlo. Lexi Sloane era parte de su pasado. La cuestión radicaba en si sería capaz de ayudarlo a concluir ese proyecto para poder avanzar hacia su futuro.

Lexi seguía en voz baja la vibrante música que sonaba en sus oídos mientras repasaba los mensajes de su teléfono móvil, contestaba los más urgentes y borraba los que podía.

Estaba a punto de pasar a los correos electrónicos cuando Adam le envió otro mensaje. Tenía que ser el cuarto en veinticuatro horas.

Por favor. Llámame. Necesitamos hablar.

–No lo creo. Tú ya no me dices lo que tengo que hacer –siseó, pasando al siguiente. Pero el daño ya estaba hecho. Sus ojos y su cerebro se negaban a conectar, viéndose obligada a dejar el móvil con disgusto.

La última vez que habían hablado en persona había sido en el recibidor del piso de Adam. Los dos habían pronunciado cosas que no podían retirarse. Y luego ella se había abochornado más a sí misma abofeteándolo con todas sus fuerzas.

Las chicas hacían eso cuando descubrían que sus novios las habían estado engañando.

Qué tonta había sido al proyectar todas sus esperanzas de felicidad en el único hombre que había creído que era un amigo. La experiencia de su madre debería haberle enseñado a no dejar que los sentimientos personales interfirieran en su juicio. Justo lo que había hecho.

No pensaba pasar por eso nunca más. No. Al menos hasta no tener montado su despacho en casa y sus libros infantiles en las librerías.

Quizá luego pudiera volver a pensar en salir con alguien. Si…

Percibió un movimiento por el rabillo del ojo y giró la cabeza en el momento en que Mark entraba en la habitación. Llevaba unos chinos holgados y un polo azul marino que sin duda era muy caro. Con el pelo mojado, parecía recién salido de la ducha.

Y tenía un aspecto celestial.

Sintió un hormigueo que dejaba a una chica encendida, inquieta y sin cerebro, lo bastante desesperada como para cometer una estupidez del calibre de olvidar que él era su cliente. Y desear averiguar qué sensación le causaría tener esos dedos entre su cabello y sentir el aliento de esa boca en su cuello.

Desde luego, hormigueos malos. En absoluto cualidades ideales para una escritora profesional.

Respiró hondo.

–Buenos días, señor Belmont –volvió a colocar los cubiertos para ocultar su nerviosismo–. Espero que esté listo para el desayuno. Hoy he decidido relevar al ama de llaves y he ido a comprar a la panadería del pueblo. Pero, por favor, no se preocupe por su fama de seductor. Les dije que estaba aquí unos días para ayudarlo con un proyecto laboral y que regresaría a la oficina lo antes posible.

Se dijo que era lo que le faltaba, ponerse a divagar sobre su vida amorosa.

–¿Mi fama? –repitió Mark, mirándola con las manos en los bolsillos–. Qué considerada. Pero ¿por qué pensaste que era necesario desempeñar unas tareas que no te competen?

–Porque mientras buscaba algo para desayunar, solo encontré restos que tenían una única cosa en común, eran incomibles –dejó de cortar pan y lo miró a la cara–. Es asombroso lo que tienen en las pequeñas tiendas de esta isla.

–Mi ama de llaves llenó la nevera la semana pasada, pero, desde luego, yo no esperaba visita.

–No hace falta que se disculpe –indicó ella con desenvoltura–. Pero, según mi experiencia, se puede trabajar mucho más si hay alimentos disponibles en la casa y no hay que salir a reabastecer la despensa en el último minuto.

En ese momento, a Mark le sonó el estómago ruidosamente y ella lo miró con las cejas enarcadas.

–Parece que no me vendría mal algo para desayunar. Umm… ¿qué has logrado rescatar?

–Como no sé si prefiere cereales o huevos con beicon, compré ambas cosas. Yo ya he tomado unos huevos revueltos con tostadas, acompañados de litros de té.

–El té no me gusta. Pero los huevos y la tostada suenan perfectos si te puedo convencer de volver a la sartén. Yo me ocuparé del café. Es una de mis debilidades. Soy muy detallista acerca del café que bebo, de dónde procede y cómo se prepara.

–Por supuesto, señor Belmont –repuso Lexi sin vestigio alguno de sarcasmo.

–Ya que trabajaremos juntos, llámame Mark y trátame de tú.

–Oh –se giró hacia él–. Si es una orden, señor Belmont –sonrió y se relajó un poco–. Será un placer llamarte Mark. Pero solo si tú me llamas Lexi. No Alexis, ni Ali o Lex. Lexi –luego se centró en la mantequilla que echó en la sartén y en batir unos huevos.

El sonido de una canción de rock salió de su teléfono móvil y Lexi de inmediato se secó las manos en un paño de cocina antes de apretar unas teclas.

–¿Algo interesante? –preguntó Mark de forma casual mientras sacaba el café.

–Siempre recibo mensajes interesantes –giró un poco y observó la pantalla–. Pero en este caso eran dos mensajes nuevos de mi exnovio, ya borrados. Sin leer, por supuesto. Lo que me resulta muy satisfactorio.

–Comprendo. Pensé que podrías ser una rompecorazones.

–No se puede negar. Pero en esta situación en particular, resulta que él me engañaba con una chica que obtuvo una gran satisfacción en alejarlo de mí.

Mark enarcó las cejas y sus manos se detuvieron ante la cafetera.

–¿Te engañó? –repitió con incredulidad antes de volver a centrarse en el café–. ¿Siempre compartes detalles de tu fascinante pero trágica vida amorosa con gente que acabas de conocer? –inquirió.

Lexi iba a encogerse de hombros, pero comprendió que por primera vez él intentaba mantener una conversación. La comida del día anterior había sido tan incómoda que había sentido como si caminara sobre ascuas cada vez que había tratado de romper el silencio.

No se quejaba. Pero no estaba acostumbrada a tener conversaciones inteligentes y libres de resaca con sus clientes a esas horas de la mañana. Quizá Mark Belmont le reservara algunas sorpresas.

–Oh, sí –contestó mientras vertía los huevos en la mantequilla caliente–. Pero, si lo analizamos, mi trabajo es ayudarte a ti a compartir detalles de tu fascinante pero trágica vida amorosa con extrañas a las que nunca vas a conocer. De este modo, ambos formamos parte del mismo negocio. Creo que funciona.

–Ah –Mark asintió mientras llevaba el café a la mesa–. Bien dicho. Debería contarte que esa perspectiva no me entusiasma mucho.

–Lo entiendo. No todo el mundo es extrovertido por naturaleza –el pan apareció por la ranura de la tostadora–. Pero para eso me has contratado.

–Prefiero mantener mi vida privada así: privada. Que nos ciñamos a los hechos.

–¿Hablas por experiencias pasadas? –preguntó ella con calma mientras servía una ración de huevos revueltos sobre la tostada.

–Quizá –Mark bebió un poco de zumo.

–Comprendo –Lexi puso el plato en la mesa–. Bueno, puedo decirte una cosa, Mark, si quieres que esta biografía funcione, vas a tener que confiar en mí y exponer esa vida privada para que el mundo la vea –la respuesta de él fue apretar los labios con fuerza, lo que resultó revelador–. Disfruta del desayuno. Luego necesitaré averiguar hasta dónde has llegado en el manuscrito. Y quizá podrías enseñarme el estudio de tu madre. Sería un buen punto de partida.

Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento

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