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I

La armonía

I

Hace un rato, comiendo almendras, mis queridos hermanos y hermanas, pensaba que podríamos plantar aquí, en el Bonfin, todo un campo de almendros. En primer lugar, el terreno se presta a ello porque los almendros son unos árboles que crecen en los lugares más áridos y no necesitan ser regados, pero sobre todo, porque la almendra es un fruto muy rico desde el punto de vista nutritivo, e incluso contiene elementos contra el cáncer. Sí, no lo sabéis, y la medicina quizá tampoco lo sepa, pero las almendras son muy eficaces contra el cáncer. Si coméis al menos tres cada día, estaréis prevenidos, protegidos. Algunos dirán que al cabo de una semana ya están hartos de comer almendras… Pero hay un medio de comerlas cada día sin que os harten, y es triturarlas, poniendo una o dos cucharadas en la ensalada, en la sopa, etc… Es un alimento extraordinario, pero pocos se han dado cuenta.

Es preciso pues plantar almendros, y cada año, los hermanos y hermanas podrán coger paquetes y paquetes de almendras que podrán comer en sus casas. Tenemos varias hectáreas de terreno; evidentemente, no están completamente desbrozadas, pero se hará rápidamente, y si algunos hermanos quieren plantar estos almendros, tendrán un trabajo muy agradable, muy poético. Este año, no hemos sido privilegiados: por culpa de la helada, no hemos tenido almendras. Sólo los árboles de mi jardín han resistido, pero tampoco han dado muchas. Lástima, porque las almendras más gordas que se han visto jamás se encuentran en mi jardín. Pero este año ha habido muy pocas, y lo mismo ha sucedido con los olivos. Hay años así… Por otra parte, para cada cosa, para cada persona, hay años fértiles y años en los que nada crece. Sí, las vacas gordas y las vacas flacas…

Pero a propósito de las almendras, me gustaría hablaros de un hecho que a menudo he constatado. Muchos las compran (y compran también avellanas, nueces, cacahuetes, etc.) descascarilladas. Claro que es más práctico, es más rápido, más ligero, pero no os lo recomiendo, porque no se sabe desde cuándo estos frutos están descascarillados, y han podido perder todas sus partículas etéricas, toda su vitalidad. No son pues nutritivos, y ni siquiera tienen sabor; es como si comieseis cadáveres. Para ciertos frutos o legumbres, es diferente; el arroz integral, el trigo, las judías blancas, por ejemplo, conservan sus propiedades nutritivas y su sabor aunque se les haya quitado la piel o la corteza, porque todavía poseen otra película debajo. Pero las avellanas, los cacahuetes, las almendras, etc… no hay que comprarlas nunca descascarilladas, porque ya no recibís de ellas ninguna energía. Ni siquiera vale la pena comerlas. Y tampoco hay que comer nunca frutas y verduras que hayan sido recogidas desde hace mucho tiempo, porque ya están marchitas, ya están muertas. Quizá salga más barato, pero en realidad, sale más caro, porque no recibís de ellas ninguna vida. Y la vida es lo que cuenta; si tenéis la vida, podéis obtener todo lo demás, porque una parte de esta vida se transforma en inteligencia, otra se transforma en amor, otra en voluntad, en actividad, en energía…1 Pero cuando la vida disminuye, se acabó. Si tomásemos la costumbre de contar con la vida, más que con lo exterior, todo cambiaría.

Y ahora, ¿por qué la almendra es tan eficaz contra el cáncer? Porque los elementos que la componen están dispuestos con una armonía perfecta, y esta armonía se opone, precisamente, a la invasión del organismo por el cáncer que no es, en realidad, más que el resultado de un desorden, de una anarquía. Así pues, cuanto más se instala en el mundo el espíritu de anarquía, tanto más se propaga el cáncer. Los médicos no saben eso, y tampoco saben que cada enfermedad tiene su origen en una debilidad o un vicio en el hombre mismo. Son pues los hombres los que crean las enfermedades. Cuando el nerviosismo aumenta, una enfermedad aparece… Cuando la sensualidad aumenta, aparece otra enfermedad… Cuando la desarmonía aumenta, aparece una tercera enfermedad. Todas las enfermedades son la consecuencia de un desorden determinado, y el cáncer es la consecuencia de la anarquía. Para prevenir el cáncer, hay que trabajar pues, con la armonía, pensar cada día en la armonía, armonizarse cada día con la humanidad, con todo el universo. Claro que no seremos capaces de vivir ininterrumpidamente en esta armonía perfecta; pero siempre debemos retomar las riendas, ser siempre conscientes, estar vigilantes, no mantener durante mucho tiempo en nosotros un estado de desarmonía, porque si no este estado se propaga hasta las células y corta todas las comunicaciones, todas las corrientes hasta el momento en que el organismo ya no puede remediar el desorden.

Pero actualmente, por todas partes se alienta, se alimenta un poco este espíritu de anarquía. Casi se diría que se forma en las escuelas en donde se enseña cómo desorganizarlo todo incitando a los hombres a la ira y a la rebelión. Es la Logia negra la que hace este trabajo en ciertos países. Sí, en vez de propagar virus para desencadenar una guerra biológica – lo que les atraería reproches por parte de los demás –, algunos países, para destruir a sus adversarios, propagan el virus del descontento y la rebeldía. ¡Y ahí tenéis el cáncer! Inconscientemente, todos los contestatarios y anarquistas se vuelven conductores de este virus; y por el contrario, todas las órdenes iniciáticas que trabajan para que reine la paz, la armonía, la fraternidad, para que los hombres puedan comprenderse, unirse y amarse, propagan gérmenes que aniquilan el del cáncer. Si estos centros iniciáticos no existiesen, toda la humanidad llegaría a ser alcanzada. Ya sé que muy pocos aceptarán esta idea. Dirán: “¿Pero qué cuenta? No existe ninguna relación entre la anarquía y el cáncer… Ésta no es la opinión de los biólogos…” Pues bien, ¡que se queden con la opinión de los biólogos! Yo, os digo la verdad: el cáncer es la consecuencia de la anarquía que se propaga en el mundo. Por eso debemos trabajar para la armonía todos los días, mañana y tarde.

Me doy cuenta de lo difícil que será para vosotros comprenderme, no intelectualmente, claro, sino profundamente, con todo vuestro ser. Todo en la vida contribuye a arrastrar a los humanos a unas actividades que están muy lejos de la armonía, ¡sobre todo de la armonía tal como la conciben los Iniciados!… Pero procurad, de todas formas, escucharme atentamente.

En la armonía están incluidos todos los bienes: el florecimiento, la felicidad, la luz, la salud, el gozo, el éxtasis, la inspiración… La armonía, es la poesía, la música, la pintura, la escultura, la danza. Todo el universo está comprendido en la armonía, todas las perfecciones, todas las cualidades, todas las virtudes. Por eso, los que propagan el desorden serán ellos mismos, un día, completamente disgregados, triturados, pulverizados, porque trabajan con unas fuerzas negativas, unas fuerzas hostiles y destructoras. Hay que decidirse, de una vez por todas, a comprender las leyes de la naturaleza, a aprender cómo está construido el hombre y cuáles deben ser sus relaciones con estas leyes de la naturaleza.2 Si queréis vuestra felicidad, vuestro florecimiento, debéis pensar en la armonía, poneros en armonía con todo el universo. No lo lograréis inmediatamente, pero si perseveráis, un día llegaréis a sentir que, desde los pies hasta la cabeza, todo en vosotros entra en comunicación y vibra al unísono con la vida cósmica. Entonces comprenderéis lo que son la vida, la creación, el amor… No antes. Antes, no podéis comprenderlo. Intelectualmente, exteriormente, nos imaginamos que comprendemos algo. No, la comprensión, la verdadera comprensión no se hace ahí, en algunas células del cerebro; se hace con todo el cuerpo, incluso con los pies, los brazos, el vientre, el hígado… Todo el cuerpo, todas las células deben comprender.

La comprensión es una sensación. Sentís, y entonces comprendéis y sabéis: porque lo habéis saboreado. Ninguna comprensión intelectual puede compararse con la sensación. Cuando experimentáis amor, cuando experimentáis odio, ira, pena, sabéis lo que es. Si decís: “Yo sé lo que es el amor”, y no habéis estado nunca enamorados, es falso. Pero si habéis sentido el amor, lo conocéis. Quizá no podáis explicarlo, ni expresarlo, pero lo conocéis, y lo conocéis verdaderamente. Porque conocer es eso: vibrar al unísono. Cuando todo vuestro ser vibra al unísono con una idea, con un sentimiento, con un ser, con un objeto, lo conocéis. Por eso el discípulo debe tener como preocupación esencial entrar en armonía con todas las criaturas de todas las jerarquías celestiales para vibrar al unísono con ellas. Si trabaja así, día y noche, para esta armonía, llegará a saborear unas sensaciones indeciblemente bellas y preciosas, y a menudo he pensado en haceros todo un ciclo de conferencias solamente sobre la palabra “armonía”, sobre lo que representa la armonía en todos los dominios…

Al lado de la inmensa cantidad de los que trabajan para la destrucción y formando montañas de dificultades y de oscuridad, apenas se encuentra un puñado de hombres que comprenden que hay que unirse para trabajar en apartar todas las enfermedades, todas las guerras, todas las desgracias. Y estos pocos hombres no son capaces de luchar contra la influencia nociva de los demás. Siempre he dicho que la cantidad es muy importante: la cantidad de aquéllos que son buenos, puros, que están en la luz y son capaces de participar en la formación de una fraternidad universal cuyas decisiones pesarán en las balanzas del mundo. Pero en vez de comprender y de unirse para transformarlo todo, en vez de participar en esta obra formidable, la mayoría de los humanos se quedan ahí, individualistas, separados, aislados, y sólo trabajan para ellos mismos.

Y si, por ejemplo, los hermanos que vayan a venir a plantar estos almendros trabajan también para que les recompensen, para que les digan: “¡Ah! ¡Sois valientes, sois magníficos!”… es que no son desinteresados. Los verdaderos espiritualistas trabajan por una idea, por una idea divina, y es esta idea la que les recompensa, porque esta idea, que está en conexión con el Cielo, ya es todo un mundo; trabajan para una idea, y esta idea se encarga de aportarles el gozo, el entusiasmo, la esperanza. Si no tenéis una idea divina por la que trabajar, aunque os paguen, no tendréis ni gozo ni felicidad porque no estáis conectados con el Cielo. Mientras que si trabajáis por una idea, aunque no os den las gracias, aunque no reconozcan lo que hacéis, os sentiréis siempre en la plenitud. Debéis comprender eso. Poned una idea divina en vuestra cabeza, trabajad para una idea divina, y veréis lo que esta idea hará por vosotros: mejorará toda vuestra existencia, os prolongará incluso la vida.

¡Yo trabajo para una idea! Si soy diferente de la mayoría de la gente, no es porque sea más inteligente, o más fuerte, o más rico, o más sabio, no, ¡hay tantos que me superan en todos los terrenos!, sino porque trabajo por una idea, así de sencillo. Pero tratad de hacer comprender a la gente el poder y la eficacia de una idea, cómo actúa, ¡cómo vive! Mis queridos hermanos y hermanas, no hay nada más poderoso y más estimulante que una idea divina, creedme. Os estoy hablando de lo que ya he verificado por mí mismo. Todo lo que os digo, lo extraigo de mis propias experiencias.

Algunos de los que vienen aquí, mientras piensan que hay conocimientos que aprender, o que pueden encontrar alguna chica bonita, son asiduos, entusiastas… Pero cuando han llegado a obtener lo que querían, piensan que ya no vale la pena seguir en la Enseñanza y la abandonan. Así pues, no trabajan por una idea desinteresada, trabajan para ellos mismos. Y los que vienen por mí, porque me encuentran simpático, o yo que sé, pues bien, tampoco es seguro en este caso porque el día en que yo ya no sea exactamente como les gusta que sea, me abandonarán. Yo quiero que vengan por la idea de la Enseñanza, por esta filosofía, porque han comprendido que no deben estar aquí ni por mí, ni por ellos, ni por tal o cual persona, sino para contribuir al bien del mundo entero, para que esta idea de la Fraternidad Blanca Universal sea reforzada, alimentada, y llegue hasta las fronteras de la humanidad. Algunos sólo vienen a la Fraternidad cuando estoy aquí; eso prueba que no se puede contar con ellos, y no me siento demasiado halagado por su actitud. Si creéis que estoy contento pensando: “¡Ah!, ¡Sólo vienen por mí!”… En absoluto.

Un día Nastradine Hodja entró en una taberna. Como volvía del trabajo, no tuvo tiempo de cambiarse y cuando entró con su viejo traje remendado, nadie se dio cuenta de su llegada, nadie le dijo: “Buenos días, Nastradine Hodja… Toma un poco de café, algún dulce…”, no, nadie, ¡y se enfadó!

Entonces se fue a su casa a ponerse su mejor traje; su abrigo de pieles (en búlgaro lo llamamos kojub), y su kalpak, y volvió a la taberna. Entonces, inmediatamente, se armó un revuelo: “¡Buenos días, Nastradine Hodja!… ¡siéntate, Nastradine Hodja!… ¡Traed café y dulces para Nastradine Hodja!…” Entonces Nastradine miró lo que le estaban trayendo, tomó un faldón de su abrigo y le dijo: “¡Toma! Come… bebe… ¡todo eso es para ti!” ¡Qué corte para los otros! Les quiso mostrar que sólo le habían acogido tan bien por su abrigo.

Y para mí, es lo mismo. Se imaginan que me complacen cuando vienen sólo por mí… No, ¡la historia de Nastradine Hodja! Los hermanos y hermanas no se dan cuenta de que este yo para el que vienen no es más que un abrigo. El verdadero Yo no es éste que está ahí, ante vosotros, el verdadero Yo, mi verdadero Yo, es la Enseñanza, porque yo estoy soldado, fundido, identificado con la Enseñanza. Si queréis amarme, amad la Enseñanza, y me amaréis a mí. Yo, no sabéis lo que soy. Algunos hermanos y hermanas me han dicho a veces: “Le hemos sentido en el viento… Le hemos sentido en los árboles…” Sí, estoy por todas partes, en toda la naturaleza. Este cuerpo que está ahí, delante de vosotros, sólo representa una millonésima parte de lo que realmente soy. Lo demás está en otra parte.

Aquéllos que trabajan por una idea son seres fuertes, poderosos, y el Cielo cuenta con ellos. En cuanto a los demás, van a pasearse, un día por aquí y otro día por allá, y no comprenderán nunca nada. Nuestra Enseñanza es una Enseñanza divina, y debemos trabajar para ella sin buscar ser recompensados. Cualquier trabajo que hagáis aquí, en el Bonfin, pensad que lo hacéis por la Enseñanza, para que esta idea se propague, la idea del Reino de Dios en la Tierra, la idea de la armonía y del amor, y entonces, incluso las enfermedades desaparecerán. Sí, y si en la tierra existen verdaderos médicos y verdaderos sanadores, éstos son los Iniciados, porque sin dar medicamentos, van a la fuente de la enfermedad: la ausencia de armonía. Los otros sólo intervienen cuando ya es demasiado tarde. Hay que curar a los humanos antes incluso de que caigan enfermos. Cuando la desarmonía comienza a penetrar en ellos, es decir, el odio, la maledicencia, la maldad, los celos, la rebeldía, se está instalando ya la enfermedad, porque una enfermedad no es otra cosa que un desorden. Y cuando un desorden se encuentra con otro desorden, ¿qué queréis?… ¡hacen buena pareja! Mientras que si la armonía está en vosotros, el desorden no puede penetrar, la armonía se lo impide.

Éstas son unas leyes muy importantes que hay que conocer. Si os interesa verdaderamente vuestra evolución, vuestro fortalecimiento, vuestra victoria definitiva, debéis trabajar para la armonía; armonizar todo vuestro ser con las fuerzas del universo. Todo el poder del discípulo reside precisamente en su voluntad de ponerse en armonía, nadie puede impedírselo; posee la voluntad libre de armonizarse con el cuerpo universal, de alcanzar la cima y de vivir la vida de Dios. Porque el universo entero no es más que una armonía, esta armonía cósmica que se llama la música de las esferas. Yo la he oído; es algo indescriptible que casi no se puede soportar: la sensación de dilatarse en el espacio hasta disolverse en él. Sí, el Cielo me permitió saborear la música de las esferas…

Y ahora, para saber si habéis logrado o no poneros en armonía, es fácil, todo vuestro ser os dirá si cada célula vibra al unísono o si queda en alguna parte alguna nota falsa, alguna disonancia. No es necesario que alguien venga a decíroslo. Es exactamente como cuando tenéis hambre o sed… Después de haber comido y bebido, no tenéis necesidad de que nadie os diga si estáis saciados o si ya no tenéis sed. Y cuando un día logréis obtener este estado de armonía, sentiréis que llegan de todas partes fuerzas formidables que se introducen en vosotros; sentís que irradiáis, que proyectáis partículas, que vuestra aura vibra… Vivís maravillados. Y en cambio, cuando estáis en el desorden, en el estrépito, en el caos, pueden decir que sois magníficos, extraordinarios, lo que quieran, pero vosotros os sentís, en el fondo de vosotros mismos, tan confusos, tan inquietos, tan débiles, que no sabéis dónde meteros, y hasta tenéis vergüenza de presentaros ante los demás. ¿Acaso tenéis necesidad de que os digan, entonces, en qué lamentable estado os encontráis? No, ya lo sabéis.

El mundo invisible quiere instruirnos a través de nuestra propia experiencia, y de esto nadie se escapa. Pero los humanos no comprenden este lenguaje y no sacan ninguna conclusión. Sin embargo, el verdadero trabajo está, precisamente, en estas experiencias, en las que deberíamos detenernos para sacar conclusiones, con el fin de poder ir mucho más lejos en la vida espiritual. Pero no, toda la vida harán estas experiencias y seguirán tan idiotas como antes, sin reaccionar para poder mejorar la situación. Sufren, claro… no están contentos de sí mismos, claro… pero están acostumbrados a estos desórdenes y no hacen nada… van tirando. Mis queridos hermanos y hermanas, hay que comprender inmediatamente que debemos salir de esta situación. Y para salir de ella, hay que meditar en la armonía, desearla, amar la armonía, introducirla en todas partes, en cada movimiento, en cada palabra, en cada mirada, ¡Tampoco es tan difícil!

Después de los años que habéis estado aquí, deberíais saber trabajar sólo sobre la armonía. Mientras que ahora, cada uno trabaja sobre una pequeña cualidad, sobre una pequeña virtud: la paciencia, la indulgencia, la generosidad, etc… ¡Pero eso son sólo migajas al lado de esta inmensidad que es la armonía colectiva! Evidentemente, está muy bien ser generosos, indulgentes, buenos, dulces, humildes, pero muchos que poseen ya estas cualidades viven aún en la desarmonía, y no se vuelven perfectos con estas cualidades. Hay pues que dejarlas de lado, ni siquiera hay que ocuparse de ellas. Diréis: “¡Pero es horroroso lo que nos aconseja! La religión no nos ha enseñado nunca cosas semejantes…” ¡Dejad también la religión tranquila!… Ocupaos solamente de la armonía porque ella contiene todas las otras cualidades y virtudes…”

Cuando tocáis el corazón, el alma de un hombre, tocáis todo su ser. Tocad su corazón, y todo su ser empieza a sentir que ha sido alcanzado, captado. Para expresar que hemos sido profundamente conmovidos, decimos a menudo: “¡Me ha tocado el corazón!” Hay pues que tocar el corazón, el corazón de las cosas, el corazón del universo. Y el corazón del universo sólo podréis alcanzarlo con la armonía. Gracias a esta armonía, obtendréis todas las cualidades, todas las virtudes. Sin trabajar sobre tal o cual virtud, éstas vendrán hacia vosotros porque habréis tocado el corazón y no sólo la periferia, en alguna parte, allá abajo… Si queréis tocar el corazón del universo, no lo conseguiréis con vuestras pequeñas virtudes de nada. Que seáis avaros o generosos, que estéis nerviosos o tranquilos, que seáis tiernos o duros, todo eso no tiene gran importancia. Existen seres que, con todas las virtudes, no han logrado tocar el corazón del Eterno. Sólo se puede tocar el corazón del Eterno entrando en armonía con Él, vibrando al unísono con Él, es decir, haciendo su voluntad, sometiéndose a Él.3 Aquí es donde la palabra sumisión toma una importancia formidable. Si no sois sumisos con los humanos ignorantes y malvados, no pecáis contra el Eterno, porque no estáis obligados a estar al unísono con todos los idiotas y los criminales de la tierra. Obedeced solamente al Creador, y después la razón os dirá si debéis obedecer a los humanos o no.

Mientras que, actualmente, los humanos han decidido ser libres, independientes, rebelarse, estar en desacuerdo con los proyectos de Dios, con la voluntad, con el pensamiento de Dios, y de ahí vienen todas las desgracias. Porque es, precisamente, el pecado de Lucifer y el de los primeros hombres el que se repite indefinidamente en la humanidad entera. Este deseo de liberarse, de ser anárquicos, de levantarse contra las órdenes del Eterno, es la causa de todas las enfermedades, de todas las desgracias y de todas las guerras. Hay que comprenderlo. Yo lo he comprendido en toda su amplitud. He observado, he analizado, he estudiado, he ido hasta el corazón de las cosas, y he comprendido que la causa, el principio de todos los males, es esta ruptura con la voluntad divina, y puedo deciros en detalle de qué forma se refleja y se manifiesta en todos los dominios. Lo he analizado todo, todo, y es muy sencillo, muy claro, muy fácil de comprender; incluso podemos resumirlo con una sola frase. Ésta: desde que los hombres cortaron la conexión con la armonía celestial, todas las desgracias empezaron a desencadenarse sobre ellos. Y todavía será peor porque se alejan cada vez más, se vuelven cada vez más anárquicos, ya no respetan nada. Sí, todo esto toma unas proporciones espantosas. Por todas partes, incluso en la religión, incluso en las enseñanzas espiritualistas, todos están contaminados por los gérmenes de la anarquía, y esto producirá acontecimientos catastróficos.

E incluso con una Enseñanza como la nuestra que puede acercar cada ser, cada alma, cada corazón, a esta luminosa comprensión, los hombres no están muy dispuestos a comprender. Prefieren abrirse a todas las corrientes de la anarquía que se propaga, en vez de trabajar para la armonía universal. Por eso no puedo ser feliz. No se trata de mí, desde luego, porque para mí ya he realizado esta armonía. Pero mi felicidad no es completa, porque mi verdadera felicidad apunta a vuestra felicidad y a la de todos los hombres. Mientras sólo se trate de hacer mi trabajo, de ponerme en armonía con la Divinidad, tengo todo lo que necesito, soy absolutamente feliz, vivo en la plenitud. Pero mi tarea no se termina ahí. Mi trabajo, no es el de ser como muchos religiosos cuya única meta es salvar su alma. Debo hacer todos los esfuerzos para que lo que he logrado realizar en mí los demás puedan también realizarlo. Pero no lo consigo. Trato de tirar de ellos, de arrastrarles, pero no lo comprenden, no me siguen. Por eso no puedo ser feliz. No me han dado la tarea de ser feliz sólo yo, sino la de hacer participar a todos los humanos de esta felicidad.

Si los hermanos y hermanas se esforzaran en comprender y profundizar, llegarían a las mismas concepciones, a la misma luz, a la misma plenitud, y entonces estaría sostenido, ayudado, y todos juntos podríamos conmover la tierra entera, hacer el bien al mundo entero. Pero no llegan a seguirme, no quieren comprenderme, eso es lo que siento; tienen otros proyectos en su cabeza totalmente opuestos a lo que yo explico. Éstas son mis penas y mis tristezas, ¿lo comprendéis? No se trata de mí. Para mí ya he resuelto muchos problemas. Pero mi trabajo no es quedarme solo, feliz, cumpliendo la voluntad del Cielo… A veces me pregunto si, aunque me oyesen hablar durante varios siglos, los hombres llegarían a comprenderme. ¿Es que necesitan las desgracias, los sufrimientos, las enfermedades y las privaciones para que empiecen a comprender? Sí, el único medio de hacer comprender algo a los humanos, es quitándoles todo. Entonces, es curioso, pero incluso los niños comprenden.

Así que, mis queridos hermanos y hermanas, puesto que el Cielo os ha enviado aquí para ser atormentados por mí, no tenéis otra cosa que hacer que trabajar para la armonía. En vez de pasar el tiempo en toda clase de otras cosas, en vuestras distracciones, vuestros tráficos, en vuestros pequeños amoríos, pensad en realizar la armonía en todo vuestro ser para que todas vuestras células vibren al unísono. Todo el mundo ha escuchado una orquesta, y sabe que si un solo interprete no se encuentra en armonía con los demás, el resultado es una espantosa cacofonía. Pero después, son incapaces de comprender que se produce exactamente el mismo fenómeno con el cuerpo físico, con el ser entero, porque los órganos son como instrumentos que deben ejecutar juntos una partitura. Tratad de leer cuando tenéis cólicos, dolor de muelas, un grano en el pie, una calentura en la cabeza… no comprenderéis nada porque toda esta desarmonía que está dentro de vosotros os lo impide. Es preciso que todo se serene y se calme para que comprendáis.

¡Cuántas cosas hay en la vida para hacernos comprender la importancia de la armonía! En las orquestas, los coros, los ballets, los conjuntos rítmicos, y hasta en los ejercicios militares, todos deben armonizarse. Todo en la naturaleza y en la vida está ahí para instruirnos, para mostrarnos lo que es bello, lo que es magnífico, lo que es maravilloso, lo que es estético, pero el hombre en su interior, sigue deteriorado y viviendo en la cacofonía… ¡Ah! ¡los hombres!, ¡no me habléis! Nunca quieren ponerse en armonía con las leyes del universo. Son los únicos, además, que no están en armonía. Los animales, los insectos, las plantas, están en armonía; y los espíritus, los ángeles… todos, excepto los humanos. Sí, anarquistas…

Ahora, pues, dejad todo de lado para pensar solamente en la armonía, en armonizaros día y noche. Cuando lo logréis, de un solo golpe comprenderéis todas las leyes del universo, porque la armonía os dará la posibilidad de comprenderlo todo de un solo golpe.

Bonfin, 15 de julio de 1970

II

La armonía es todopoderosa y puede resolver todos vuestros problemas. Si no ponéis la armonía en el centro de vuestra existencia, no os extrañéis después si nada os funciona…

Supongamos que sois un mago… Sí, supongámoslo. Os habéis puesto los vestidos de ceremonia, sostenéis la espada o la varita y entráis en el círculo mágico que habéis trazado. Pues bien, si no poseéis la armonía completa, tendréis contratiempos. El Cielo y los espíritus no pueden escucharos mientras no poseáis la armonía, la paz absoluta. Los grandes magos lo saben, y nunca hacen una ceremonia mágica si no han llegado a entrar en comunión perfecta con el Cielo y todo el universo. Muchos brujos y hechiceros se imaginan que, con fórmulas y gestos, pueden obtener resultados. ¡En absoluto! Serán perseguidos incluso por toda clase de entidades maléficas. Ningún acto es eficaz mientras el ser humano no haya realizado la paz dentro de él. Pero dejemos la magia… ¡Cuántas cosas hacéis cada día en la desarmonía! Besáis a vuestra mujer, o a vuestros hijos, o a vuestra bien-amada, cuando estáis tristes, alterados, o cuando tenéis remordimientos. Y los trabajos más importantes los ejecutáis también en el desorden; por eso no obtenéis ningún resultado.

Todas las mañanas, al despertaros, debéis empezar la jornada sintonizándoos con el mundo de la armonía universal, y solamente después podéis preparar el desayuno, besar a vuestros hijos, vestirles, hablarles, o ir al trabajo. Los hombres se pasean por las calles, van a las tiendas, y hasta a las escuelas y por todas partes, todo el mundo está en desarmonía. ¿Cómo pueden los profesores instruir a los alumnos en semejantes condiciones?... Cuando entráis en una casa, vuestro primer pensamiento debe ser: “¡Que la armonía y la paz reinen en esta casa!” Pero la gente no tiene pensamientos de esta clase. Entran, y ya han puesto la discordia entre el marido y la mujer, entre los padres y los hijos, etc… Cuando se introduce la desarmonía se infringen leyes terribles, mis queridos hermanos y hermanas.

Las leyes de la armonía son las leyes más solemnes que existen en el universo. Así que reflexionad, meditad, mirad en qué estado actuáis y comprenderéis después por qué las consecuencias son desastrosas. Incluso cuando queréis hacer el bien, este bien no tiene condiciones favorables para manifestarse y, al hacerlo, os veis obligados a trastocar, a ensuciar algo en el mundo invisible, porque no estáis a punto, no estáis limpios, no estáis serenos. Se hace todo en cualquier estado, y sobre todo la concepción de los hijos. Los padres no deben concebir nunca un hijo si no están entre sí en una armonía perfecta, porque el Infierno se infiltrará en este hijo, y después toda la vida se tirarán de los pelos.4

La armonía está en la base de todos los éxitos, de todas las realizaciones divinas. Debéis concentraros en la armonía sin cesar, y después podréis empezar a ejecutar los trabajos que darán resultados durante toda la eternidad. Para llegar a esta armonía, ¡qué trabajo, qué voluntad, qué concentración! Pero cuando la hayáis logrado, podréis manejar fuerzas prodigiosas para el bien de la humanidad. ¿No sentís que todo el universo, que todas las fuerzas de la naturaleza, están de acuerdo conmigo y me aprueban? Vamos, observad y veréis que toda la naturaleza está de acuerdo y subraya lo que os digo.

Existe un mundo de la armonía, un mundo eterno del que han salido todas las formas, todos los colores, toda la música, toda la belleza, y yo penetré en este mundo. Hace años, fui arrancado de mi cuerpo y oí la armonía de las esferas… Nunca he experimentado sensaciones semejantes, de tal belleza, de tal intensidad… No puede compararse con nada, era tan bello, tan divino, que tuve miedo; tuve miedo de este esplendor, porque sentía que todo mi ser se dilataba tanto que corría peligro de disolverme y de desaparecer en el espacio. Entonces, interrumpí este éxtasis y volví a la tierra. Ahora lo lamento… Pero al menos, durante unos segundos, viví, vi, oí cómo cantaba el universo entero. Las piedras, los árboles, las montañas, los mares, las estrellas, los soles y todas las criaturas cantaban en una armonía tan grandiosa, tan sublime que… Pero no, esto no es comparable con nada de lo que se pueda oír en el plano físico. Y tuve miedo, porque era tan poderoso, tan intenso que, unos segundos más, y habría muerto, me habría pulverizado. El Cielo me dio esta experiencia para que tuviera una idea de lo que es la armonía celestial. Pitágoras, Platón, y muchos otros filósofos, hablaron de esta armonía, pero me pregunto cuántos de ellos pudieron oírla.

Y ahora, el solo recuerdo de esta experiencia llena mi alma como si bastase para mantener, sostener y alimentar toda mi vida espiritual. Sí, saber cómo está construido el universo, cómo vibra en armonía por la voluntad de esta Inteligencia cósmica que ha dado un sonido, una voz a cada cosa, a cada ser. Desgraciadamente, no podemos oír cómo el Creador ha acordado todas estas cosas y estas criaturas entre sí. Pero sólo pensando en ello, ya nos sentimos en un estado indescriptible. Y no creáis que os engaño. El Cielo está ahí, y me escucha, y yo sé lo grave que es decir una mentira ante el Cielo. Así pues, ante el Eterno, ante todas las Inteligencias sublimes, os digo: yo oí la música de las esferas. Podéis no creerme, eso no tiene ninguna importancia. Considero que éste es el privilegio más raro que pueda serle dado a un ser humano.

A menudo, algunos se extrañan de que todas las conferencias que doy, desde hace treinta y tres años, presenten tal unidad y de que nunca haya habido una sola contradicción en mis palabras, como si todo saliese de un solo y mismo punto, ahí, en el centro. Sí, y os diré que no es porque haya leído libros por lo que me ha sido dado ver esta unidad, sino porque oí la música de las esferas. Ante esta armonía, comprendemos cómo vive el universo, cómo vibra, cómo es su estructura, cuál es su destino. La gente se imagina que hay que leer, que hay que estudiar para poder encontrar la verdad. No, es arriba donde encontramos la verdad, no abajo.

Durante años me desdoblé para contemplar esta construcción, esta organización que es el cosmos. Quise contemplar el universo, no tal como lo vemos, vestido de carne y de piel, sino como una estructura: el mundo de los arquetipos. Lo logré, y esta armonía de las esferas que oí fue el resultado final de todas mis búsquedas, de todos mis ejercicios de desdoblamiento, y después sigue siendo para mí como un sistema de referencia para comprender y situar después cada cosa.5

Mis queridos hermanos y hermanas, me doy cuenta de que os hago quizá estas revelaciones un poco prematuramente. Cuánta gente en el mundo ya me ha dicho: “Pero, señor, no se da usted cuenta de lo que dice. Va con varios siglos de adelanto. No es posible, de momento, aplicar lo que enseña. ¿Quién le seguirá?” Sí, lo sé, es un poco cierto. Pero aunque no haya nadie para seguirme, he recibido la orden de hablar como lo hago; y puesto que lo que digo es taquigrafiado y grabado, un día vendrá una nueva raza de hombres con otra estructura, con otra inteligencia, y será capaz de seguir y de aplicar esta Enseñanza. De momento es irrealizable, lo sé, porque los humanos no tienen talla para realizar estas grandes cosas. Pero no importa, hay que decirlas, es preciso que se conozcan, y que el pequeño número que sea capaz de hacerlo se lance por este camino. Yo, hago el trabajo que me piden, eso es todo.

Todos aquéllos que no quieren aprender las verdades esenciales de esta Enseñanza pueden irse a donde quieran, yo no les retengo, porque en realidad son inútiles para nosotros. Sí, mis queridos hermanos y hermanas, yo soy como Stradivarius; quiero hacer violines, pero estos violines no puedo hacerlos con cualquier madera y con cualquier barniz, porque quiero violines con los que pueda tocar el Cielo, hermanos y hermanas capaces; si no, pierdo el tiempo. Cada uno tiene una meta en la vida, y mi meta no es atraer aquí a todo el mundo, sino formar obreros para el Reino de Dios. Necesito obreros, y si no consigo crear verdaderos obreros, servidores de Dios, es una lástima, habré perdido el tiempo, habré trabajado para nada. ¿Pero quién trata de ponerse en mi situación?… Si pensaseis: “El Maestro está ahí para ayudarnos, para aclararnos las cosas, para instruirnos, para conectarnos con el Cielo, pero nosotros, ¿acaso no debemos hacer también algo por él?… ¿Acaso no tiene él también algún deseo?”, encontraríais que yo también deseo algo. Pero lo que deseo, no lo deseo para mí, he aquí la diferencia.

Deseo que haya obreros que propaguen la luz, pero nadie quiere ponerse en mi lugar para comprenderme. No me quejo, pero os pido que os pongáis en mi lugar y comprendáis que yo quiero obreros, servidores de Dios porque trabajo para el mundo entero. Si vosotros no trabajáis para mis ideas como yo trabajo para vosotros, entonces es injusto. En el mundo debe existir siempre una justicia; si tomáis, debéis dar; si dais, tenéis derecho a tomar. Eso es la justicia: intercambios equitativos, tomar y dar. Pero tomar sin dar nunca nada, eso es injusticia, y entonces las leyes kármicas se ocupan del asunto y vienen a reclamaros. Nadie se da cuenta del precio de una sola de mis conferencias. Según vosotros, quizá no valgan nada, pero según el Cielo, nunca tendríais dinero suficiente para pagarlas de tan valiosas que son. Por eso, por otra parte, no pido nada a todos aquéllos que vienen a escucharlas.

Para aquéllos que quieran profundizar esta cuestión, añadiré todavía unas palabras sobre la armonía desde el punto de vista cabalístico. Cada séfira del Árbol de la Vida del que os he hablado a menudo, expresa un matiz de la armonía divina, pero la séfira que preside la armonía de las esferas es Hochmah en donde reina Iah. Su servidor es Raziel, Arcángel de la luz, del saber, de la sabiduría, del poder del Verbo; tiene bajo sus órdenes a los Ophanim (en la religión cristiana, se les llama los Querubines) quienes, bajo la autoridad del Verbo, presiden la armonía cósmica. Su imperio es inmenso; abarca todo el zodíaco cuyo nombre hebreo es Mazaloth.6

Ahora, mis queridos hermanos y hermanas, vais a saberlo, extraigo todas mis conferencias de esta región en donde oí la armonía celestial, la música de las esferas. Es ella la que me lo explica todo. Por otra parte, no hay tantas cosas que explicar. Realizáis esta armonía y, de repente, lo comprendéis todo: comprendéis la sabiduría de Dios, comprendéis la paz, comprendéis el amor. Cuántas veces algunos de vosotros me han dicho: “ Ayer lo comprendía todo, y ¿por qué ahora no comprendo nada?” Porque han roto esta armonía. Por eso, impregnaos continuamente de la palabra “armonía”, no penséis en ninguna otra, guardadla como una especie de diapasón, y en cuanto os sintáis un poco inquietos y turbados, tomad el diapasón y escuchadlo para sintonizar todo vuestro ser.

Bonfin, 27 de agosto de 1970

III

Lectura del pensamiento del día:

”Sumergíos, abandonaos en el silencio como un niño confiado en los brazos de su madre, y la armonía se propagará hasta la menor de vuestras células...”

Este pensamiento es muy claro, mis queridos hermanos y hermanas, y no pide muchas explicaciones. Acordaos solamente de lo que os dije sobre la armonía: que si trabajamos para crear la armonía, para vivirla y propagarla, no es necesario que nos ocupemos de cada virtud, de cada cualidad en particular. Sí, por primera vez os dije que no hay que ocuparse de desarrollar una virtud en particular porque esto exige mucho tiempo; quizá toda la vida no baste, y ¿cómo haréis, entonces, para desarrollar las demás? Os habréis pasado la existencia para llegar a ser indulgentes, o dulces, o pacientes, y habréis dejado de lado las demás cualidades. Os lo repito, ¡no os ocupéis de tal o cual virtud! Concentraos en la armonía y, de repente, ésta hará germinar en vosotros todas las demás virtudes. Esto es lo que yo hago: dejo a todas las virtudes tranquilas, no quiero llegar a ser generoso, ni paciente, ni indulgente, eso es tiempo perdido; quiero solamente vivir en la armonía y me doy cuenta de que tengo, de repente, todas las demás virtudes, porque esta armonía me obliga a ser inteligente, razonable y comprensivo. Si estáis interiormente perturbados, tratad de ser amables, no lo conseguiréis, precisamente porque vivís en una desarmonía espantosa.

Ahí tenéis un tema de reflexión. Armonizadlo todo dentro de vosotros y os volveréis capaces de actuar con una sabiduría tal, con una penetración tal, con una inteligencia tal, que os preguntaréis: “Pero, ¿de dónde me viene esto?” Sí, resolveréis las situaciones, encontraréis soluciones y daréis consejos, porque la armonía os instruirá. Y desconfiad de la desarmonía como si fuese el peor enemigo que pudieseis introducir en vosotros porque, después, todo se estropea y ninguna virtud puede ya salvaros.

Os lo repito, mis queridos hermanos y hermanas, la armonía son todas las cualidades, todas las virtudes juntas. Trabajando con la armonía, tocáis el corazón de las cosas, el Alma universal, el centro, y desde allí, vienen órdenes, corrientes, fuerzas que lo transforman y organizan todo. Cuando no estamos en armonía, cuando estamos crispados, irritados, por mucho que insistamos en querer manifestar por lo menos una cualidad, no hay nada que hacer: todo lo malo que hay dentro de nosotros está ahí para morder, para pinchar, para golpear, para disgregar. Trabajamos, pero no avanzamos mucho, porque hemos descuidado la madre de todas las cualidades, de todas las virtudes: la armonía. En la armonía todo florece, vuestra mirada, vuestra expresión se embellece, vuestros gestos son más mesurados, vuestros pensamientos más inteligentes, vuestras palabras más persuasivas. Se dice que la pereza es la madre de todos los vicios, pero no se habla nunca de la madre de todas las virtudes: la armonía.

Los músicos, claro, os hablarán de la armonía, y os quedaréis asombrados ante la riqueza y la poesía de su lenguaje; pero no os revelarán su aspecto iniciático, porque ni ellos mismos lo conocen. Desde el punto de vista musical se expresarán maravillosamente, pero yo voy más lejos que el punto de vista musical. Ningún músico os hablará de la armonía en el sentido que os acabo de revelar: la armonía conectada con todas las virtudes, con la perfección, e incluso con la salud. Sí, sobre todo con la salud, porque cada desarmonía mina y carcome vuestra salud. Si los hombres supiesen esto, en vez de perder el tiempo en tratar de curarse, se pondrían inmediatamente a trabajar con todas las entidades y las inteligencias divinas; y solamente después tomarían algunos medicamentos para curarse…

Cuando comprendáis la importancia de la armonía, día y noche buscaréis cómo crearla, cómo introducirla en todas vuestras células y propagarla por todas partes. Únicamente la armonía puede abriros todas las riquezas, todas las bendiciones, todos los tesoros del Cielo. El Cielo sólo cede al lenguaje de la armonía. Si queréis hablarle, pedirle algo, convencerle de que se ocupe de vosotros, debéis saber que el Cielo no conoce otro lenguaje. Hagáis lo que hagáis, aunque le amenacéis, aunque os neguéis a ir a la iglesia para castigarle, digamos, el Cielo permanece insensible. Pero habladle del lenguaje de la música, es decir, de la armonía que es la música absoluta, la música perfecta, la música por excelencia, entonces el Cielo os escucha y derrama sobre vosotros todas sus bendiciones. En el Cielo no se hablan varias lenguas, sino una sola, la de la armonía, y si sabéis hablarle con esta lengua, el Cielo os responde enviándoos todo en plenitud.

He ahí aún una cosa que no ha sido bien comprendida, bien asimilada, bien profundizada, lo veo. Los hombres trabajan en muchos otros dominios creyendo que son más importantes, que estarán mucho mejor, a resguardo, protegidos, felices, y dejan de lado la armonía. Conocen, claro, su aspecto teórico, pero lo teórico no actúa sobre nosotros, no es suficientemente poderoso para procurarnos todo lo demás. Quizá hoy me comprendáis mucho mejor porque despierto vuestro interés, porque os muestro las ventajas que obtendréis trabajando con la armonía, noche y día, sin cesar, infatigablemente, sabiendo que únicamente la armonía os aportará todo lo demás: la luz, el amor y, sobre todo, la presencia divina.

Cuando cantamos juntos, cuando nos acercamos a esta armonía perfecta, habéis podido sentir. en varias ocasiones, la presencia de entidades celestiales… Es la armonía la que las atrae. Se pasean entre vosotros distribuyendo flores y otros regalos… Sentís algo, pero no sabéis que son las entidades celestiales las que han venido. Seguid empleando todos vuestros esfuerzos y toda vuestra voluntad hasta que el Cielo venga, y os aseguro que vendrá.7 Está con nosotros, detrás de nosotros, y seréis testigos de manifestaciones extraordinarias; experimentaréis una felicidad tan inmensa que ni siquiera podréis contenerla, porque pasarán a través vuestro unas corrientes tan poderosas que os harán estremecer con el más puro éxtasis.

Os lo he dicho, incluso las enfermedades sólo pueden ser curadas con la armonía. Si estáis enfermos, es que mantenéis un desorden dentro de vosotros; habéis alimentado ciertos pensamientos, ciertos sentimientos, ciertas actitudes, y eso se ha reflejado en vuestra salud. ¿Y por qué en tal órgano y no en tal otro? Porque todo está matemáticamente calculado en función de las leyes que hayáis transgredido. Si queréis curaros, sólo debéis pensar en la armonía: día y noche debéis conformaros, armonizaros, sincronizaros, estar acordes, en consonancia con la vida entera, la vida ilimitada, la vida cósmica. Porque, cuando hablo de la armonía, no quiero decir que sea preciso sintonizarse solamente con una o dos personas, con vuestra mujer, con vuestros padres, con vuestros vecinos… No, no, debemos sintonizarnos con la vida universal. Desgraciadamente, estamos siempre en sintonía con algunos mequetrefes, con algunos tontainas, pero estamos en disonancia con la vida universal, y poco a poco esta desarmonía se infiltra, se instala, hasta el día en que la enfermedad se declara.

Cuando os digo esto, me lo digo también a mí mismo; no penséis que quiera excluirme de este asunto. Si me sucede algo, si tengo un dolor en alguna parte, me digo: “¿Ves?, tú tampoco has llegado aún a obtener esta armonía de la que hablas a los hermanos y hermanas… ¡Venga!, ¡Ponte a trabajar!” Así pues, lo que os cuento, me concierne a mí también. Diréis: “Entonces, es que usted tampoco está tan avanzado, tan evolucionado...” No tanto, no tanto, es verdad, pero la diferencia entre yo y muchos otros, es que yo me he dado cuenta de la importancia de la armonía y que los otros no se dan cuenta. Pero que haya todavía muchas cosas que limpiar, que purificar, que transformar, que sublimar, que vivificar, que resucitar en mí, por descontado… ¡Si creéis que cuando vine a la tierra era perfecto! Incluso los Iniciados vienen con taras y defectos.

Cuando los Iniciados vienen a reencarnarse, sólo pueden encontrar familias que inevitablemente van a transmitirles una herencia de defectos y de enfermedades. Sí, pero entonces trabajan a marchas forzadas para acelerar todos los procesos de limpieza, de purificación, etc… Por eso realizan esta armonía mucho más rápidamente que los demás. Esto es todo. No creáis que cuando los Iniciados llegan a la tierra todo en ellos es absolutamente puro, armonioso y divino. ¡Ni hablar!… Conozco la realidad. Pero la cuestión no es ésta. No debemos justificarnos nunca con todos los defectos que hemos heredado. Decid solamente: “Si hubiese merecido algo mejor, me habría reencarnado en una mejor familia.8 No son mis padres los culpables, sino yo. Ahora tengo que arreglarlo todo, limpiarlo todo, purificarlo todo...” Y pasado algún tiempo, estáis rejuvenecidos, sois luminosos, estáis resplandecientes… Sólo que hay que ser decidido, consciente, hay que tomarse las cosas en serio.

De ahora en adelante, dejad todo de lado y ocupaos de la armonía; os aportará todo lo que necesitáis: la salud, la bondad, la luz, el gozo, una beatitud extraordinaria, y os sentiréis tan fuertes y resistentes que ya ni siquiera tendréis miedo a la muerte. Habréis vencido a la muerte. Sólo que, claro, para atraer la armonía, para construirla, hay que amarla. Mientras no la améis, no creáis que vais a atraerla. Pero siento que ya empezáis a amarla… Desde hace algún tiempo estáis haciendo esfuerzos loables y sinceros para crear la armonía en la Fraternidad. Lo hacéis conscientemente, poderosamente, y constatáis unos resultados en vosotros mismos indeciblemente bellos. Continuad creando esta armonía y, un día, os revelaré todas las transformaciones que se producen en el mundo entero a causa de nuestro trabajo: en cuántos hogares, en cuántos países estamos, gracias a nuestra existencia aquí, en la Fraternidad Blanca Universal, inspirando a muchas personas que quieren salir del desorden en el que está sumergido el mundo actual. Todo esto se os escapa aún, no veis las razones por las cuales debemos vivir en esta armonía.

Y es porque, no sólo empezaremos a saborear el Reino de Dios, sino también porque enviaremos al mundo entero, y hasta las estrellas, unas corrientes, unas ondas, unas fuerzas de un poder y de un esplendor tal, que tarde o temprano, toda la humanidad se verá obligada a mejorarse, a transformarse, y a vivir en la armonía, en la felicidad y en la paz.

Bonfin, 10 de agosto de 1971

1 Los poderes de la vida, Obras completas, t. 5, cap. I: “La vida”.

2 Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. VII: “Leyes de la naturaleza y leyes morales”.

3 La libertad, conquista del espíritu, Col. Izvor nº 211, cap. V: “El hombre sólo es libre cuando participa de la libertad de Dios”, y cap. VI: “La verdadera libertad es una consagración”.

4 La galvanoplastia espiritual y el futuro de la humanidad, Col. Izvor nº 214, cap. IX: “La concepción de los hijos”.

5 “En espíritu y en verdad”, Col. Izvor nº 235, cap. I: “La estructura del universo”.

6 Del hombre a Dios – Sefirot y jerarquías angélicas, Col. Izvor nº 236, cap. III: “Las jerarquías angélicas”, y cap. XVI: “Hochmah: el Verbo creador”.

7 Creación artística y creación espiritual, Col. Izvor nº 223, cap. V: “La voz” y cap.VI: “El canto coral”.

8 Un futuro para la juventud, Col. Izvor nº 233, cap. XI: “¿Por qué nacemos en una determinada familia?”.

La armonía

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