Читать книгу En las fuentes inalterables de la alegría - Omraam Mikhaël Aïvanhov - Страница 5

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II

PONERSE EN CAMINO

De todo lo que poseemos, de todos los seres a los que estamos ligados, nadie ni nada nos pertenece verdadera y definitivamente. En cualquier momento podemos perder nuestro dinero, nuestra casa, nuestra situación, nuestra salud, los amigos y la familia. Y cuando los perdamos, nos veremos obligados a invocar a todas nuestras fuerzas que nos ayudarán a soportar esta pérdida. ¿Dónde encontrar estas fuerzas? En la luz, en el amor desinteresado, en la humildad, en el sacrificio. Entonces, ¿por qué no realizar libremente esta elección? ¿Por qué esperar a verse empujado por los acontecimientos?

Los humanos esperan estar en la miseria, caer enfermos o en la desgracia para buscar una dirección interior, una orientación espiritual. Es difícil convencerles cuando todo va bien, de que deberían concentrarse en lo esencial con el fin de estar preparados el día en que lleguen las pruebas. Porque llegarán, esto es seguro, nadie puede evitarlas, y si uno ya está bien armado, no sólo las superará, sino que saldrá de las mismas más reforzado.

Ahora no cometáis el error de creer que la práctica espiritual os liberará de todos los males. Es preferible estar en el buen camino, pero estar en el buen camino no significa que hayamos llegado al final. Por un lado, es verdad que cierto tipo de sufrimientos desaparecerán a medida que os purifiquéis y viváis en armonía con el mundo de la luz. Pero esto no implica que las consecuencias de las transgresiones ya cometidas en esta vida o en vidas anteriores queden borradas de repente.

No os sorprendáis pues si, a pesar de las nuevas orientaciones que hayáis tomado, algunos sufrimientos no desaparezcan. Para simplificar, se puede decir que nuestras buenas acciones se acumulan en un depósito y nuestras malas acciones en otro; y este bien y este mal nos alcanzan necesariamente un día. Así pues pasamos por acontecimientos, por estados psíquicos y físicos que son consecuencias más o menos lejanas de nuestra conducta pasada.6

Cuando decidís abrazar la vida espiritual, estáis provocando un cambio interior. Exteriormente, vuestra existencia continúa como antes, en un determinado ambiente familiar, social, profesional, y con los mismos problemas que resolver. Y también tenéis un cuerpo físico con más o menos salud.

Tomemos precisamente el ejemplo de la salud. Hay debilidades físicas que pueden ser superadas rápidamente con una mejor higiene de vida, sostenida por una mejor filosofía. Pero también hay enfermedades incurables, porque tienen su causa en un pasado lejano y están por tanto profundamente incrustadas en vuestro organismo. La nueva vida que habéis decidido vivir, sólo os proporcionará unos métodos para soportar mejor vuestro deficiente estado físico e introducir en vosotros los gérmenes de una mejora futura, pero no os curará de un día para otro.

En cuanto a la conducta en la vida diaria, es importante comprender el significado del dolor físico: nos avisa de que nos hemos alejado del buen camino. Si no sufriéramos, correríamos directamente hacia la tumba. No hay nada más peligroso que una enfermedad que se instala en el organismo sin dar la menor señal de alarma, porque a menudo, el día en que aparece el dolor y nos alerta, los daños ocurridos pueden ser irreversibles. Por esto, en el momento en que sintáis un dolor, comenzad preguntando cuál es su causa, pensad en las imprudencias o negligencias que habéis podido cometer, etc. Si no dais importancia a estos avisos, el mal que dejaréis instalarse será cada vez más difícil de combatir.

Si sufrís una enfermedad muy grave, quizás la práctica espiritual no os devuelva la salud. La fe y el amor evidentemente son fuerzas capaces de vencer las enfermedades llamadas incurables, pero esto sólo sucede en muy contadas ocasiones; muy pocas personas tienen esta fe en Dios y este amor hacia Él capaz de hacer milagros.7 Aquél que se conforma con llevar una vida sana, tiene sólo el poder de preparar unas condiciones óptimas para el futuro. El presente recoge los frutos de un pasado defectuoso, pero este presente, vivido en la luz, planta las semillas para una próxima encarnación. La vida del discípulo está por lo tanto constituida de una mezcla de sufrimientos y de alegrías, porque al mismo tiempo que paga por sus transgresiones pasadas, sabe que está creando su futuro.

Aquellos que entran en el camino de la espiritualidad en la esperanza de hallarse al abrigo contra las pruebas, deben abandonar sus ilusiones. La vida espiritual no es un regateo con el Señor. Así pues, que no imaginen que el Cielo, maravillado de verles convertidos en miembros de una Iglesia, o de la Fraternidad Blanca Universal, o de cualquier otro movimiento espiritual, volará a socorrerles. Al igual que cualquier materialista, chocarán con todas las dificultades de la vida; pero deben, a pesar de todo, continuar avanzando sabiendo que estas dificultades les purificarán, les harán más fuertes, porque habrán adoptado un mejor modo de considerarlas. Cuando acepta una enseñanza espiritual, el pobre no será más rico, el ignorante no será más sabio, el enfermo no sanará, el débil no será más fuerte; y el despreciado y desconocido no recibirá ni honor ni gloria. ¡Ya estáis avisados! Incluso puede suceder que os sintáis todavía más pobres, más ignorantes, más débiles y más oscuros que antes. Algunos entre vosotros ya se han dado cuenta de ello, y me dicen que no comprenden lo que les pasa. ¿Qué puedo responder? Simplemente que es la nueva vida que comienza a circular en ellos.

Sí, porque esta nueva vida, más intensa, empieza afinando la percepción que tenéis de vuestro ser interior, y es normal que comencéis por no sentiros muy felices con lo que descubrís. Pero vuestra comprensión de las cosas también aumenta, de lo que debéis alegraros. Diréis: “Pero ¡no me libero, no me vuelvo más fuerte!” ¿Cómo lo sabéis? Antes, como no os movíais, no teníais ninguna visión precisa de vuestras capacidades y podíais imaginar ser poderosos y libres. Ahora que habéis decidido trabajar, ante la mediocridad de los primeros resultados os veis obligados a reconocer vuestros límites. Ésta no es una razón para que os desaniméis y detengáis el trabajo; poco a poco cogeréis fuerzas y expandiréis vuestro campo de acción. Pero se debe comenzar por verse tal como uno es.

Seguramente habréis leído el libro Los viajes de Gulliver de Swift. Después de haber naufragado en el mar, Gulliver se despierta una mañana en una playa desconocida. Y cuando quiere levantarse, se da cuenta de que está atado: durante el sueño, los minúsculos habitantes de este país, los Liliputienses, le ataron al suelo con cientos de pequeñas ataduras. Ahora trasladad esta aventura al plano espiritual: como todavía no habéis intentado moveros, ni levantaros, no sabéis que estáis atados. Pero en el momento en que tratáis de incorporaros para poneros en camino, os sentís débiles, paralizados. El perro, el caballo, la cabra no sienten la cuerda que les ata al poste, salvo en el momento en que quieren ir a pasear libremente. Y para el hombre, estas ataduras son todas las tendencias oscuras que le mantienen en los niveles inferiores de la conciencia.

Aquél que permanece sentado en una silla puede imaginar que será capaz de realizar cualquier proeza. Es cuando trata de levantarse cuando mide el verdadero estado de sus fuerzas; es entonces cuando se verá obligado de perder algunas ilusiones. Entonces, decepcionado, cree ser más débil de lo que es. No, al contrario, esta toma de conciencia es el comienzo de su fuerza. Las dificultades que sufre al alejarse de su modo de existencia pasada son la prueba de que trata de moverse, de hacer esfuerzos. Sufre porque comienza por fin a sentir, a vivir, a dirigirse hacia un mundo nuevo.

Que quede bien claro. Así como es deseable tomar la decisión de esforzarse, también debéis ser conscientes de los trastornos que esta decisión producirá en vosotros. Sino, al no comprender lo que os sucede, regresaréis a vuestra vida antigua, y deberéis volver a empezar de nuevo.

Tomemos el ejemplo de aquél que desde hace años tiene el hábito de fumar. Enciende un cigarrillo y se tranquiliza, se relaja, como si fumar contribuyese a su bienestar, mientras que en realidad está destruyendo su salud. Un día, finalmente, comprende que sería más sensato detenerse, pero entonces, todas las células de su organismo que tiene acostumbradas a fumar se amotinan, reclaman, firman peticiones y lo acosan hasta que él se rinde.

¿Quien no ha oído hablar de los combates interminables que debe entablar el fumador o el alcohólico que quiere liberarse de sus hábitos funestos? ¿Por qué esta lucha? Porque los hábitos son lazos que se han fabricado con estas criaturas vivas que son las células, y romper estos lazos es muy difícil porque ellas no lo aceptan.8 Es exactamente lo mismo que quererse divorciar de un hombre o de una mujer que rehúsan separarse. La decisión de cambiar de vida es una empresa heroica.

El tabaco, el alcohol y la droga son ejemplos que todo el mundo comprende fácilmente. Pero lo mismo sucede con todos los hábitos perniciosos, con todas las malas inclinaciones: los defectos, los vicios así como las enfermedades, son entidades instaladas dentro de nosotros y dotadas de una voluntad propia; esto explica su resistencia, tal como lo revelan también ciertos episodios de los Evangelios que relatan cómo Jesús ahuyentaba a los demonios.9

Debido a que expulsaba a las entidades oscuras de su cuerpo, los locos recobraban el juicio, los mudos la palabra y los paralíticos el uso de sus miembros. Pero estas entidades no aceptan tan fácilmente su derrota, hacen todo lo que pueden para recuperar su dominio. Y Jesús explica: “Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, recorre parajes áridos buscando reposo... y no lo encuentra. Entonces dice: Volveré a mi casa de dónde salí; y cuando llega, la encuentra barrida y arreglada. Entonces se va y toma consigo otros siete espíritus peores que él; entran en la casa, se establecen en ella, y la última condición de este hombre es peor que la primera...”

Nuestras debilidades, así como nuestras virtudes, son entidades vivas que han elegido su domicilio en nosotros. A medida que nos esforzamos para mejoramos, las entidades oscuras se ven obligadas a abandonaros, porque nuestra atmósfera interna se vuelve irrespirable para ellas. No soportan esta pureza, esta luz que nos esforzamos en introducir en nosotros, y se dan a la fuga. Una vez fuera, buscan nuevos domicilios introduciéndose en otras personas, y es a través de estas personas que intentan entonces perjudicarnos. Pero los prejuicios causados son menores que cuando estas entidades ocupaban nuestra morada; y como hemos vencido a estos enemigos en el interior, somos más fuertes para vencerlos en el exterior. ¿Lograremos librarnos definitivamente de ellos? No, mientras estemos en la tierra encontraremos dificultades y adversarios.

¿Por qué tanta gente extraordinaria ha suscitado terribles enemistades? Precisamente, porque las fuerzas oscuras que habían expulsado de su mundo interior regresaban para atacarles sirviéndose de otras personas a quienes sus cualidades, sus virtudes y su fuerza de carácter molestaban. Las personas que viven una vida corriente no molestan a nadie. Todo el mundo está contento con ellos. Cuando deciden expulsar algunos malos hábitos, estos enemigos ocultos comienzan a atacarles desde fuera. Pero aunque hacerles frente no sea fácil, los enemigos exteriores son menos peligrosos para ellos que los enemigos interiores.

Así pues, entonces ¿cómo actuar en relación a estos adversarios exteriores? Con amor, con dulzura y paciencia.10 Sí, con los enemigos interiores hay que usar la firmeza, mostrar autoridad y ser severos, pero éste no es un buen método para los enemigos exteriores. Desgraciadamente, los humanos la mayoría de las veces hacen lo contrario: manifiestan paciencia e indulgencia para con sus enemigos interiores y una severidad extrema hacia sus enemigos exteriores. Entonces, ¿cómo sorprendernos si continúan debatiéndose entre dificultades insuperables?

Ahora os contaré una historia turca. Bulgaria ha vivido, hasta principios del siglo veinte, bajo el dominio otomano, y entonces, evidentemente, se contaban por aquellos tiempos muchas anécdotas reales o imaginarias cuyos héroes eran turcos.

Así pues, paseaba por una callejuela de Estambul un luchador de estatura imponente. Era conocido en toda la ciudad por sus hazañas y andaba orgullosamente entre la multitud... Mientras se paseaba, empujó a un hombre que iba delante de él, el cual indignado gritó: “¿Es que estás ciego? ¿Acaso no viste que alguien caminaba delante tuyo? ¿Cómo te atreves a empujar a un hombre tan respetable como yo?” El luchador se volvió y como toda respuesta le dio un golpe que lo derribó al suelo, y después continuó tranquilamente su camino. Algunos instantes después, adelantó a otro hombre a quien empujó de la misma manera. Pero éste le miró sin cólera y le dijo: “Me siento muy feliz de haberte encontrado. Es un gran honor ser empujado por un campeón tan grande como tú...” Entonces, el luchador sacó de su bolsillo una bolsa llena de monedas de plata y le dijo: “¡Toma, esto es para ti! Yo recompenso a los sabios. A los otros, los derribo al suelo...”

¿Esta historia es verdadera o no? Poco importa; pero es interesante para ser interpretada desde el punto de vista simbólico. En los caminos de la vida, a menudo somos empujados por acontecimientos y situaciones difíciles, pero de nada sirve protestar e indignarse diciendo: “¡Cómo! ¿Hacerme esto a mí?”, porque ésta es la mejor manera para continuar recibiendo golpes y ser derribado. Por el contrario, aquél que considera que es una bendición ser empujado siempre gana algo: adquiere experiencia, se refuerza, se enriquece.

En cierta manera, se pueden considerar las reacciones de los dos transeúntes como manifestaciones de nuestras dos naturalezas: la naturaleza inferior, susceptible y vengativa, y la naturaleza superior que ve en cada dificultad una ocasión de perfeccionamiento.11 Cuando os encontráis en una situación difícil o humillante, acordaos de estos dos turcos empujados por un luchador en una calle de Estambul. El primero sufrió dos derrotas: no supo resistir a las exhortaciones de su naturaleza inferior que le empujaba a responder, y además fue derribado. En cuanto al segundo, se llevó dos victorias: escuchó los consejos de su naturaleza superior y recibió una bolsa llena de monedas de plata.

6 El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor n° 202, cap. VIII: “La reencarnación”.

7 El amor más grande que la fe, Col. Izvor n° 239, cap. IV: “Tu fe te ha salvado”.

8 “Sois dioses”, Parte IX, cap. IV: “El cuerpo de gloria”, pp. 546-550.

9 Los poderes de la vida, Obras completas, t. 5, cap. VII: “Los indeseables”.

10 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte V, cap. 2: “Amad a vuestros enemigos”.

11 Naturaleza humana y naturaleza divina, Col. Izvor n° 213.

En las fuentes inalterables de la alegría

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