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IV

BUSCAR EN SÍ MISMO LAS RESPUESTAS DE DIOS

¿Por qué tantos creyentes pierden la fe? Porque la mayoría de las veces no les ayuda durante las pruebas. Los dogmas de la religión que les inculcaron para que las aceptaran ciegamente no les proporcionan ningún socorro; entonces, poco a poco, su fe se convierte semejante a un vestido que se deshilacha. Por mucho que les digan que hallarán las respuestas en la religión, se sienten perdidos, en el vacío.15 Y es inútil intentar persuadirles de lo contrario de lo que sienten: contra la sensación no hay ningún argumento que se sostenga.

Varias veces durante su existencia, los humanos deben soportar pruebas que les obligan a plantearse las únicas preguntas verdaderamente importantes sobre el sentido de su vida. Y en ese momento, incluso aunque se vuelvan sinceramente hacia la religión, notan que a menudo las respuestas que reciben son insuficientes, ridículas o incluso monstruosas. Un padre y una madre ven morir a su hijo y se preguntan: “¿Pero por qué? ¿Por qué?...” ¿Qué consuelo pueden hallar en las palabras de alguien que les responda: “Es la voluntad de Dios”? ¿Era la voluntad de Dios que su hijo estuviera enfermo y muriese?... ¿Acaso es Dios quien quiso que una noche, después de haber bebido demasiado con unos amigos, se matará en un accidente de carretera?... ¿Acaso es Dios quien quiso que se drogara o se suicidara?...

Es necesario ahora dar a los humanos el verdadero saber, el saber iniciático, porque sino, hagan lo que hagan, la palabra “religión” dejará incluso de tener sentido para ellos. Además, ya se ve: cada vez más son los médicos, las enfermeras, los psicólogos y los psicoanalistas, y no los sacerdotes y los pastores quienes ayudan a la gente a soportar las pruebas de la existencia.

También puede suceder que, hundidos por el sufrimiento, algunos seres se sumerjan tan profundamente dentro de sí mismos que es allí, en su interior, donde encuentren las respuestas. No es la religión quien les ayuda, no es la fe quien les ayuda, sino que encuentran en su interior una fe a causa de la experiencia que están viviendo. Porque la verdad es que Dios ha puesto en el ser humano todas las respuestas a las cuestiones que se plantea, todos los recursos que necesita para enfrentarse a las pruebas de la vida. Tanteando puede terminar encontrándolas e incluso las encuentra con mayor certeza que en las palabras estereotipadas de los religiosos.

Evidentemente, en el momento en que sufren es cuando los humanos se plantean más cuestiones sobre Dios, su existencia y su voluntad. Y sobre todo: “¿Vendrá a socorrerme?” Pero no reciben respuestas, ¿por qué? Porque se plantean esta cuestión como si Dios fuera un Ser totalmente externo a ellos. Cuando comprendan que Dios habita en ellos, si a través de todas las pruebas persisten en unirse a este Dios en ellos, entonces sí, sentirán que Él les dirige, les ilumina, les sostiene.

El ser que sufre se siente a menudo muy solo, abandonado por todos. Entonces, ¿por qué debe perder además, por negligencia y por ignorancia, la única ayuda, el único consuelo verdadero que puede recibir? Esta ayuda, este consuelo se encuentran en la presencia de Dios en él. Y cuando reza, no sólo se dirige al Creador del cielo y de la tierra, a este Ser tan alejado de él que ni siquiera logra imaginar, sino a un poder que habita en él y con el que nunca más podrá perder el contacto.16

Es comprensible que en su desamparo hombres y mujeres pregunten a religiosos, médicos, psicólogos, e incluso que sientan necesidad de acudir a contar sus problemas a la radio o a la televisión. Las respuestas que recibirán dependen de la calidad de aquellos a quienes interrogan. Pero lo que deben saber, es que las verdaderas respuestas están en ellos y esperan ser halladas. Así pues, aunque continúen preguntando a los demás, si esto puede hacerles bien, que se esfuercen en buscar ellos mismos, en su alma, en su espíritu; porque las verdaderas respuestas sólo las obtendrán sabiendo preguntar a su Dios interior.

En realidad, recibís respuestas a todas vuestras preguntas, a todas vuestras oraciones. Si no las oís, es debido al espesor de los muros con los que os habéis rodeado alimentando pensamientos, sentimientos, deseos y actos que no estaban inspirados por el amor, la sabiduría y la verdad. Pero comenzad derribando estos muros y obtendréis respuestas. Y a veces incluso las recibiréis antes de haber formulado la pregunta.17

Lo que os digo, podéis comprobarlo del siguiente modo. Plantead el problema a este Ser en vosotros que lo sabe todo: vuestro Yo superior, que es un representante de Dios mismo, y preguntadle con una total sinceridad y una total confianza; después de haber hecho la pregunta, olvidadla... La respuesta vendrá en un momento u otro: os será dada a través de un sueño, o bien con el encuentro de una persona que, por otra parte, no sabe nada de lo que os inquieta u os atormenta; o bien será una lectura que hagáis, una obra maestra de arte que iréis a escuchar o a contemplar, un fenómeno de la naturaleza... Pero es necesario tener los ojos observando y los oídos escuchando. Si os mostráis conscientes y vigilantes, incluso os sorprenderéis de las respuestas que puede daros el mundo invisible a través de las criaturas, hombres, animales o incluso plantas, y también de objetos que hasta entonces considerabais extraños, indiferentes, mudos e inertes.

Pero también hay que saber que la respuesta que recibiréis no será necesariamente fácil de aceptar. Cuando os debatís en una situación complicada preguntándoos cómo salir de ella, tendéis a pensar que aparecerá una solución que os saque de ella como por arte de magia. Pues bien no, puede suceder que esta solución exija de vosotros unos esfuerzos enormes. Pero no retrocedáis, porque si ésta es verdaderamente la solución, aunque sea penosa, vale más que todas las dudas, las incertidumbres y las angustias en las que vivíais hasta entonces.

15 La fe que mueve montañas, Col. Izvor n° 238, cap. III: “Fe y creencia”, y cap. VII: “La religión no es más que una forma de fe”.

16 La fe que mueve montañas, Col. Izvor n° 238, cap. IX: “La prueba de la existencia de Dios está en nosotros”, y cap. X: “La identificación con Dios”.

17 Mirada al más allá, Col. Izvor n° 228, cap. VII: “Los mensajes del Cielo”.

En las fuentes inalterables de la alegría

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