Читать книгу Historia de las guerras. Libros III-IV. Guerra vándala. - Procopio de Cesarea - Страница 5

INTRODUCCIÓN 1. La «Guerra Vándala» de Procopio de Cesarea: obra literaria y crónica histórica oficial

Оглавление

Sin duda alguna, la primera cuestión a considerar antes de comenzar la lectura de la parte de la obra de Procopio de Cesarea Historia de las guerras dedicada al conflicto contra los vándalos, es la de por qué razón el autor ha consagrado dos libros completos —exactamente lo mismo que a las guerras contra los persas— a relatar pormenorizadamente un episodio bélico cuya duración no va más allá de un año e incluso aún menos que eso 1 . Pues bien, la respuesta a esta primera interrogante la tenemos ya nada más comenzar la lectura del libro III: En primer lugar, el autor nos aclara expresamente que se dispone a relatar «cuantas acciones fueron llevadas a cabo por el emperador Justiniano contra los vándalos y los moros» 2 . Lo cual implica, es evidente, una ampliación del conflicto al referirse también la obra a la intervención de los moros (es decir, una serie de tribus bereberes que habitaban en el norte de África) en el mismo; y es que, en efecto, aprovechando la debilidad del reino vándalo de África, estas tribus con sus diferentes líderes a la cabeza (entre los cuales destaca la figura de Yaudas, jefe de los moros del monte Aurasio) van a tomar el testigo del enfrentamiento con las fuerzas de Justiniano y es de ese lado de donde van a venir los nuevos quebraderos de cabeza que hubo de sufrir el emperador: para Procopio, sin ningún lugar a dudas, a partir de entonces son los moros los verdaderos enemigos y las fuerzas a las que de verdad había que hacer frente 3 . Aun siendo esto importante, sin embargo la cuestión fundamental es que el relato de la guerra contra los vándalos se encuentra englobado, desde un principio, dentro de un conflicto de mayor envergadura y así es como se le presenta: en realidad, se trata de la amenaza constante, hecha efectiva en multitud de ocasiones, como más adelante comprobaremos, que en los últimos tiempos del Imperio romano supusieron los pueblos de origen germánico en general, sobre todo para la zona occidental del mismo. Pues bien, si Procopio nos amplía la magnitud del conflicto hacia su final con la intervención de las tribus bereberes, al encuadrarlo en un problema más de fondo y de mayor calibre, el autor desde el mismo comienzo del libro III, y, por tanto, del relato de la Guerra Vándala, es claro que no va a limitarse ni mucho menos a referir una serie de operaciones militares y enfrentamientos bélicos entre las fuerzas de Justiniano, emperador de Oriente y los vándalos instalados en «Libia» (= Norte de África, como se ve a lo largo de toda la obra), en un momento dado y concreto, sino que sus miras como historiador en sentido pleno (grande ya es aquí la influencia de Tucídides) son mucho más amplias, pues nos sitúa perfectamente en su contexto y desde un principio el conflicto bélico real, que, por otra parte, se relata, como antes hemos comentado, de forma muy pormenorizada y precisa, pero que queda enmarcado y, consecuentemente, explicado en el reflejo perfecto de sus causas y antecedentes, aproximadamente como podría haberlo hecho Tucídides, modelo evidente de Procopio nada más comenzar esta parte de la obra 4 . De hecho, nuestro autor va a irse bastante atrás en el tiempo, con toda la razón, pues, en concreto, va a retomar el relato —no olvidemos que éste forma parte de la historia de todas las acciones bélicas de Justiniano durante varias décadas— en un momento y un contexto muy claros: la muerte del emperador Teodosio (395 d. C.), último emperador que reina sobre la totalidad del Imperio Romano. Sin duda, tan significativo punto de partida es toda una pista a seguir, pues el desarrollo ulterior de los hechos nos van a venir a demostrar que los mas graves problemas causados por los pueblos germánicos contra los dominios del Imperio datan precisamente de la época en que éste queda dividido en dos partes: pues son ya los visigodos, con Alarico a la cabeza, los primeros en lanzarse contra ambas zonas del Imperio 5 , llegando incluso a apoderarse de la propia Roma 6 . Y ésta va a ser precisamente la tarea primordial para Justiniano: recuperar todos los territorios que les habían sido arrebatados por los bárbaros y restaurar el Imperio hasta dejarlo justo tal como estaba durante el reinado de Teodosio. Además, esta difícil situación se vio agravada aún más dado que algunos de los emperadores de la parte occidental, sobre todo, ni mucho menos supieron estar a la altura de las circunstancias (más bien todo lo contrario), ya desde el propio Honorio, cuya personalidad nos retrata a la perfección nuestro autor a través de un procedimiento muy del gusto de Heródoto, el otro gran historiador modelo de Procopio, como es el uso de la anécdota —la del gallo «Roma», en concreto— 7 . Un factor va claramente ligado a esta etapa de decadencia del Imperio, característico por otra parte, de este tipo de situaciones y momentos históricos: las intrigas de palacio, los manejos, las simpatías y odios de los personajes influyentes y decisivos en el acontecer histórico, que Procopio, tan cercano él mismo a la corte imperial de Constantinopla, conocería en muchos casos de primera mano. Esta situación aparece ya incluso al principio con las desavenencias entre Alarico y Átalo con motivo del envío por parte de este último de unos jefes militares a Libia. Este desacuerdo va a provocar que Alarico cambie sus intenciones iniciales de ir contra Honorio, que seguía recluido en Rávena, y de convertir a Átalo en emperador de Occidente. Pero he aquí que Honorio gracias según Procopio a la intervención de Dios, consigue salvar la situación con la ayuda de una serie de contingencias favorables a sus intereses como fueron la muerte de los comandantes enviados por Átalo, el encarcelamiento de éste y la muerte por enfermedad de Alarico. Los visigodos se retiran a la Galia, aunque Britania, que se había separado del Imperio Romano, se pierde definitivamente. Los ostrogodos ocupan Panonia y después Tracia, pero por poco tiempo, pues enseguida se lanzan a conquistar la zona occidental. Termina el capítulo aclarándonos Procopio que estos sucesos se referirán en la parte de la obra que corresponda: la dedicada a las guerras góticas.

¿Y los vándalos? No aparecen hasta el capítulo III. Presionados por el hambre 8 , llegan hasta el Rin donde se asocian con los alanos y, desde allí, se establecen en Hispania bajo su rey Godigisclo, que pacta con el emperador Honorio. Continuarán los odios y rivalidades entre personajes relevantes, en este caso, entre los generales Aecio y Bonifacio, rivalidad que va a resultar decisiva para el desarrollo ulterior de los acontecimientos, puesto que Bonifacio, engañado por las maquinaciones de Aecio, va a entrar en alianza con los vándalos y, más concretamente, con los dos hijos de Godigisclo: Gontaris y Gicerico: entre los tres se reparten Libia, pero cuando Bonifacio se entera de la verdad, es ya demasiado tarde: los vándalos, bajo el mando solamente ya de Gicerico, sitian Hipo Regio, donde se había pertrechado Bonifacio tras haber sido vencido en batalla. A pesar de recibir Bonifacio refuerzos de Roma y de Bizancio, termina siendo derrotado en combate contra los vándalos que anteriormente habían levantado el asedio de Hipo Regio. Así fue como los vándalos se apoderaron de África 9 . Esta parte del relato, personalmente, nos parece especialmente importante, pues de hecho, marca el momento en que los vándalos ponen el pie en África por vez primera.

Volviendo a la época del propio autor, la tarea que le ha sido legada a Justiniano por los acontecimientos anteriores es, evidentemente, difícil de afrontar. Los antecedentes que el autor nos señala son bien claros y confirman la idea de partida de todo el plan de la obra: Justiniano ha de luchar simultáneamente contra una serie de poderosos enemigos que le van a acometer desde todas direcciones: su tarea pacificadora y continuadora de la obra de Roma no tiene prácticamente parangón, pues comienza con la obligación de conjurar el peligro ancestral de Oriente: el enemigo de siempre y que nunca ha dejado de hacer sentir su presencia amenazadora: los persas. La primera parte de la guerra contra ellos (528-532 d. C.) va a concluir con la llamada «Paz eterna», que, más bien, fue todo lo contrario: efímera, de tal forma que el conflicto se reabre en el año 540 y durará hasta el 560, año en que firma una nueva paz tan breve como la primera, puesto que ya con el sucesor de Justiniano, Justino II (565-578 d. C.) se reavivarán las hostilidades. Pero la cuestión es que, al mismo tiempo, Justiniano hubo de poner todo su empeño en reconquistar nada más y nada menos que la propia cuna del Imperio Romano: Italia, que había caído en poder de los ostrogodos desde hacía ya demasiado tiempo, en concreto desde el año 493 d. C., para lo cual comenzó con la invasión simultánea de Dalmacia y de Sicilia en el año 535, el año siguiente al del final de la expedición contra los vándalos de África y a la que Procopio se ve obligado a referirse a comienzos del capítulo 14 del libro IV. Continuó la contienda con los ostrogodos, sin embargo, hasta el año 540, año en que, aparentemente, terminó. Pero la realidad fue que en el otoño del 541 se reanudaría el conflicto, que ya persistiría hasta el 552, fecha en que se puede dar por finiquitada la presencia de los ostrogodos en Italia. Sin embargo, la reconquista definitiva de Italia no llegará hasta finales del 561.

Y es precisamente entre estos dos conflictos tan trascendentales donde hay que encuadrar la guerra contra los vándalos, o lo que equivale a decir: la lucha que sostuvieron las fuerzas militares enviadas por Justiniano exactamente desde agosto del 533 hasta el verano del 534 en Libia, nombre que otorgará Procopio al territorio correspondiente al Túnez actual, Argelia oriental y la zona noroccidental de la provincia Tripolitana. Esta zona se consideraba conquistada por los vándalos desde el año 439 d. C., fecha en que los vándalos se hicieron con la ciudad más importante e influyente de dicho sector: Cartago. Éste es el verdadero punto de arranque del conflicto con los vándalos. Pero, ¿tan importante era para Justiniano y los bizantinos reconquistar una zona tan alejada de ellos tanto geográfica como culturalmente? Para responder a esta pregunta hay que tener en cuenta que el Norte de África fue ya conquistado por Roma en una época bien temprana, los siglos III y II a. C., y que, sin duda alguna, esta conquista, marcó el comienzo del formidable imperio que consiguieron y fue la llave del Mediterráneo occidental o por tanto si Justiniano quería restaurar el Imperio de Roma se sentía como una auténtica obligación el volver a poseer tan señera y significativa parte del Imperio, que, además era romana desde tan antiguo.

Así pues, según lo explicado en las líneas anteriores, el contenido de los libros III y IV se estructura en tres partes: en la primera (capítulos 1-11 del libro III) se incluyen las causas y antecedentes históricos que llevaron al emperador Justiniano a preparar una expedición de reconquista de los territorios del norte de África. Procopio se sitúa al comienzo en el momento histórico de la división del Imperio Romano en dos partes a la muerte del emperador Teodosio (395 d. C.). Al poco tiempo después, los romanos van a empezar a sufrir las acometidas sucesivas de visigodos, ostrogodos y vándalos y hunos 10 . En esta parte de la obra, sin duda, el protagonista es el rey vándalo Gicerico. Claro es que el conflicto con los vándalos ha comenzado en verdad desde el momento en que éstos han puesto su pie en África, conflicto que traerá consecuencias más graves, pues, además, Gicerico va a lanzarse al saqueo de diferentes zonas del Imperio: así lo vemos devastando Italia y Sicilia en Occidente e Iliria y gran parte de la Grecia continental y de sus islas, para volver de nuevo a tierras itálicas 11 . Finalmente Procopio ilustra de manera muy clara la personalidad de este cruel rey, de nuevo por medio del recurso literario de la anécdota, dialogada en este caso, para concluir el capítulo 12 . Estando abocados al enfrentamiento bélico entre bizantinos y vándalos, éste se producirá de hecho con la expedición preparada por el emperador oriental León, expedición que quedará al mando de Basilisco: una vez más las intrigas palaciegas, mal endémico que parece sufrir a lo largo de toda esta contienda la corte de Bizancio, provocan la indolente actuación del general, que podría haber vencido a los vándalos sin dificultad alguna 13 . Pero hay que tener en cuenta que «la suerte no quiso que esta expedición llevara a la eliminación de los vándalos» 14 al quedar dicha expedición a cargo de Basilisco. Una nueva oportunidad llegaría para el bando romano con el emperador de occidente Mayorino, que hizo abrigar esperanzas a los romanos de poder recuperar Libia 15 , pero el azar, la týchē 16 , seguía dirigiendo las operaciones y también éste muere de enfermedad 17 . Se suceden los emperadores hasta llegar a la firma del tratado de paz entre Gicerico y Zenón, emperador de Oriente. Muere Gicerico, tras haber reinado sobre los vándalos del 428 al 477. En los capítulos 8 y 9 se nos presenta a los reyes vándalos anteriores a Gelimer, que va a acceder al trono antes de lo que le correspondía (por lo tanto se convertirá en un týrannos 18 ) y este ansia desenfrenada de poder por parte del que se va a convertir en protagonista de la parte central del relato de Procopio va a ser uno de los motivos que lleven al emperador Justiniano a de cidirse a emprender la campaña militar contra los vándalos en Libia: la expedición de Justiniano va a ir dirigida contra él. Los dos capítulos finales de esta primera parte de la Guerra Vándala sirven de transición y presentación a la segunda y central: en el capítulo 10 se deja constancia de los pros y contras que tendría el llevar a cabo una campaña militar contra los vándalos: Juan, prefecto del pretorio y un obispo de la zona oriental representan ambas posturas contrarias. Triunfará la segunda, una vez más, por razones de índole religiosa: Dios se presenta en sueños al obispo prometiendo su ayuda a Justiniano si éste es capaz de enarbolar la bandera de los católicos en Libia 19 . Por tanto y en buena medida esta campaña va a ser una guerra santa (arrianismo frente a catolicismo). Como vemos la presencia de la religión es constante en la obra, de forma similar a como los dioses en los poemas homéricos dirigían el curso de los acontecimientos, Dios va a decantarse claramente, y así lo ha prometido en el sueño expresamente, por el bando de Justiniano. Asimismo plenamente justificada queda ya y sancionada por la divinidad la expedición que el Imperio de Oriente va a mandar para recuperar una antigua zona del Imperio Romano tan alejada y, teóricamente, tan poco significativa para los bizantinos. Belisario aparece por fin en el capítulo final de esta primera parte: el protagonista de la expedición, general con plenos poderes, que, sin embargo, no va a ser un personaje en el que se centre demasiado Procopio en lo que se refiere a las características de su personalidad 20 . Es justa mente su rival, el usurpador Gelimer quien más va a interesar a nuestro autor como personaje histórico-literario (desde este segundo punto de vista Procopio va a saber explotar su riqueza psicológica, como seguidamente vamos a ver). Como nos resume perfectamente D. Roques 21 , Procopio nos lo presenta como un irreductible y excelente guerrero pero que se vería obligado a ceder ante un ejército extraordinariamente poderoso, demasiado organizado como para no vencer a uno claramente inferior como el vándalo. Por tanto, los méritos militares van a ir siempre del lado de Gelimer, que, como ya hemos visto, tiene incluso a Dios en su contra. La pintura de este personaje es amplia y detallada en la segunda parte (libro III, capítulos 12-25 y libro IV, del 1 al 9), de la cual es el verdadero protagonista 22 , un personaje extraordinariamente contradictorio y, sobre todo, de gran sensibilidad: así, nos sentimos conmovidos al verlo postrado ante el cadáver de su hermano Amatas 23 , profundamente emocionado en la escena final (de un carácter dramático muy conseguido, por cierto, casi puramente teatral) con la que concluye el libro III: el reencuentro de los dos hermanos, Gelimer y Tzazón y los vándalos que estaban a las órdenes de uno y de otro: dos semicoros trágicos para dos protagonistas en el escenario del dolor y de la muerte, sobre el cual ambos personajes sopesan los estragos causados por la guerra en el ejército vándalo 24 . Ahora bien, esta sensibilidad del usurpador Gelimer, que no duda por otra parte en mandar matar al legítimo rey Ilderico, llega a su punto culminante en la compasión que siente ante los dos niños hambrientos que luchan por una diminuta hogaza de pan: escena de un carácter trágico (en el sentido más teatral de la palabra) considerable 25 . Este jefe cruel y despiadado que es capaz de enfrentarse ante unas fuerzas militares tan poderosas como las de Belisario, es el mismo que no puede evitar las lágrimas ante la lectura de una carta 26 y que, llevado a presencia de Belisario, se va a convertir en el símbolo y ejemplo más significativo de la inestabilidad de la fortuna (týchē) de los hombres 27 . Sin embargo, este concepto fundamental, lo variable de la suerte, va a llegar a su clímax justamente al final de la segunda parte de la Guerra Vándala, cuando delante del emperador Justiniano no deja de repetir una y otra vez la frase del Eclesiastés: «Vanidad de vanidades, todo es vanidad» 28 : es decir, la suerte de los hombres varía, pero es Dios el responsable último de esos cambios de fortuna que sufrimos los humanos. Gelimer es, por lo tanto, y en ello estamos totalmente de acuerdo con Roques 29 , una personalidad extraordinariamente atractiva que se convierte en el símbolo de la grandeza y la decadencia de su pueblo en particular y también de todo el género humano, con sus triunfos y miserias: y todo ello, añadiríamos nosotros, dentro de una plan preestablecido por Dios, que, concretamente en este caso, sería castigar en sus descendientes, el pueblo vándalo y sus reyes, las crueldades y abusos, a menudo gratuitos, cometidos por Gicerico, especialmente en Zacinto, desastre que en su momento le fue ya presagiado (elemento sobrenatural omnipresente en toda la obra) al propio Gicerico por un súbdito suyo 30 .

Pues bien, si la primera parte de la obra abarca, en lo que se refiere al conflicto vándalo propiamente dicho el período comprendido entre el 439 y el 533, la segunda y central de la Guerra Vándala sólo comprendería desde finales del 533 d. C. hasta la primavera del 534: esto es, la expedición militar mandada por Justiniano contra los vándalos en Libia, lo que equivale a decir la guerra emprendida para reconquistar los territorios que desde más antiguo pertenecían al Imperio Romano y que, en época de Teodosio, último emperador que reinó sobre la totalidad del Imperio, todavía eran de Roma. La sanción divina da comienzo a esta parte en el capítulo 12, que se inicia con las oraciones pronunciadas por el arzobispo de Constantinopla delante del palacio imperial rogando por la suerte de la flota. Las peripecias del largo viaje son narradas en detalle por el autor, que hace acto de aparición en ese mismo capítulo, pues tuvo un sueño que presagiaba el feliz desenlace de la guerra 31 (nueva intervención de lo sobrenatural con dos funciones claramente delimitadas, una de carácter religioso: Dios anuncia una vez más que el bando favorecido va a ser el bizantino, y una segunda de índole literaria: relajar al lector de la narración de los hechos por medio de un inciso o digresión que siempre suscita interés).

En esta parte nuclear de la obra destaca sobremanera la abundancia de discursos pronunciados por los personajes más importantes del relato: como muy atinadamente comenta D. Roques 32 , teniendo en cuenta que la Guerra Vándala es, por encima de todo, una obra literaria, un escritor como Procopio, con una formación cultural griega muy completa y que, como ya se ha comentado, es un eslabón más de esa cadena de historiadores con la que nos ha obsequiado la paideía, no se debe menospreciar la importancia que tiene en la obra la presencia de lo estético, de lo puramente artístico. Y a tal fin contribuye extraordinariamente el procedimiento del discurso en sentido amplio 33 , recurso que ya casi huelga decir que representa uno de los influjos más evidentes en Procopio de Tucídides. La lectura de la casi veintena de discursos que se incluyen en esta parte de la obra, los libros III y IV, recuerda inmediatamente al gran historiador ateniense y, conforme a su método, las arengas o alocuciones de los generales sirven de pretexto, primero para alejar momentáneamente al lector de la aridez del relato y descripción de las operaciones militares, y, en segundo lugar, para que, por boca de estos personajes, el autor pueda pasar de lo particular a lo general, de lo concreto y accidental a lo abstracto y trascendental, pues los discursos no incluyen solamente consideraciones de índole estratégico o militar, sino también morales e, incluso, metafísicas. Pues bien, dentro de esta tónica general del papel destacado del discurso, sea oral, sea escrito, en la Guerra Vándala encontramos uno de los recursos más del gusto de Tucídides: las antilogías 34 : así, en la segunda parte, el desembarco de las tropas imperiales en la costa africana sirve de pretexto para la inclusión de dos discursos contrapuestos: el de Arquelao y, a continuación, el de Belisario 35 y, más adelante, la decisiva batalla de Tricamaro sólo es narrada después de que el autor haya insertado, con la finalidad fundamentalmente literaria de retardar en el desarrollo del relato la narración del episodio decisivo, tres arengas militares paralelas: una de Belisario y, en clara contraposición, otras dos pronunciadas por los líderes rivales, Gelimer y Tzazón 36 . Resulta bien evidente al leer estas exhortaciones que Procopio, tomando como modelo a Tucídides, trasciende lo puramente anecdótico, la lineal y mera narración de unos hechos concretos, y se sitúa en un plano más general y, en cierta forma, universal: no olvidemos que la finalidad principal de la historiografía es que la narración de los hechos particulares de una época o situación histórica determinadas sea útil a las generaciones futuras, pero para enseñar hay que deleitar y el deleite se llama literatura: Procopio, desde la introducción general a su obra 37 , tiene muy bien aprendida esta lección.

Resulta bien evidente la necesidad continua que tiene Belisario, dadas las circunstancias, de recordarles a sus soldados que actúen con moderación y conserven la disciplina: esta moderación llevará a obtener la buena disposición de los africanos: así, tras la capitulación de Silecto 38 , las tropas de Belisario siguen los consejos de su general, lo que provoca que los habitantes de la ciudad estén en muy buena disposición hacia ellos 39 . Y es que la historia ha demostrado que no se conquista y controla un territorio por las armas, sino que, más bien, ese territorio pertenece de verdad al vencedor militar una vez que éste, a través de una conducta moderada y ajena a cualquier tipo de abusos, «conquista» el favor de los pueblos dominados 40 .

En los capítulos siguientes, la llegada de las fuerzas militares de Belisario a Cartago está enmarcada, una vez más, primero entre las reflexiones de carácter religioso trascendental por parte del propio autor, que explican el devenir de los acontecimientos a través de un plan preestablecido por la divinidad, en este caso Dios, y, en segundo lugar, dos presagios de victoria, uno que podríamos considerar de índole pagana, y otro directamente enviado por el santo «local»: San Cipriano 41 , a través del cual él mismo anunciaba a los que tuvieron la visión que se convertiría en su propio vengador: nueva aparición, por tanto, del elemento sobrenatural, tan frecuente en toda la obra. Ahora bien, el punto culminante de la reflexión de carácter religioso trascendente, pues constituye la explicación del desenlace futuro de la guerra, está, en nuestra opinión, en el capítulo 22, donde se nos sugiere 42 que Dios va a castigar en sus descendientes las crueldades y tropelías cometidas por el primer rey vándalo, Gicerico, en especial contra los habitantes de Zacinto 43 .

Todo nos conduce ya, pues, al momento decisivo de la batalla de Tricamaro, en cuyo relato apreciamos una vez más la estrecha relación entre geografía y estrategia militar 44 , o, en un sentido más amplio, entre geografía e historia 45 . Y es precisamente en las descripciones de las maniobras estratégicas y tácticas de los ejércitos de ambos bandos (incluyamos también aquí las de los moros 46 ) donde mejor se manifiesta esta relación. Ahora bien, en lo que se refiere en concreto a la descripción del dispositivo táctico y el desarrollo de la batalla de Tricamaro 47 , prácticamente no aparece ninguna referencia geográfica 48 . Esta claro que las descripciones de los ejércitos formados en línea de batalla y del desarrollo de las mismas entronca con la tradición histórica más antigua desde Heródoto y Tucídides hasta convertirse en un elemento integrante del relato empleado sistemáticamente por Polibio.

Los capítulos restantes de esta parte nuclear de la Guerra Vándala son muy variados de contenido, pues tras la huida de Gelimer y el saqueo del campamento vándalo 49 , Belisario, por una parte, se ve obligado a llamar al orden a sus soldados, que, sin tomar las más elementales precauciones, se habían lanzado a la captura del botín 50 . Tras el desdichado episodio de la muerte accidental de Juan de Armenia, a consecuencia de un disparo de flecha del guardia de corps Uliaris 51 , Gelimer se refugia en el monte Papúa y allí va a sufrir el asedio de Faras 52 . En el capítulo siguiente, Belisario aprovecha para lanzarse a recuperar los territorios que estaban todavía en poder de los vándalos: Córcega, Cerdeña, Cesarea de Mauritania, Septo y las Baleares, y hace un intento sobre la fortaleza de Lilibeo en Sicilia, pero sus hombres son rechazados, ocasión para que reclame por escrito, a los ostrogodos su devolución al emperador 53 . En el capítulo 6 Faras ataca sin resultado a Gelimer, que se encuentra bien pertrechado en el monte Papúa 54 y cuenta con la colaboración de los moros de la zona. Las penalidades que tienen que sufrir los vándalos, poco acostumbrados a sufrir unas condiciones de vida duras, sirven de pretexto a Procopio para insertar un nueva digresión o inciso en el relato en la cual realiza una comparación entre el lujo y la suntuosidad que normalmente rodea a los vándalos y la durísima forma de vida a la que tan habituados están los moros y que para Procopio se acerca muy mucho a la de los animales 55 . Asimismo, esta comparación entre ambos pueblos es ya un primer acercamiento a los que van a recoger el testigo del conflicto y han de protagonizar, por tanto, la tercera y última parte: los moros, es decir, las tribus bereberes que habitaban entonces esta amplia zona norteña de África. El capítulo 7, por su parte, incluye la famosa rendición de Gelimer, que más arriba nos ha servido como prueba bien significativa de que el rey vándalo es uno de los personajes que intervienen en el conflicto que más interesan al autor, pues Procopio elabora un completo y sugerente retrato de su rica y atractiva personalidad, retrato que él va a ir realizando a lo largo de la obra a través de diferentes pinceladas 56 . Gelimer es conducido a Cartago, donde lo espera el general Belisario: es el final de la guerra; así, el capítulo se cierra con unas consideraciones por parte de Procopio 57 sobre el desenlace del conflicto. En el capítulo 8 reaparece ese factor tan consustancial con el poder como son la envidia y las intrigas palaciegas: en este caso, es el propio Belisario el que es acusado falsamente de intentar establecer un reino independiente de Constantinopla en el norte de África 58 . Tampoco podía faltar en este punto del relato la presencia del elemento sobrenatural, en este caso, un oráculo pronunciado por las mujeres moras 59 . Sin embargo, más que la expedición militar en sí, prácticamente nada más terminar la misma, la tarea más difícil y costosa quedaba todavía por hacerse: aún no nos ha referido Procopio el desfile triunfal de Belisario en Constantinopla, cuando su sustituto Salomón se ve obligado a sofocar la primera revuelta de consideración 60 . Este episodio sirve de transición a la tercera y última parte de la Guerra Vándala 61 , que comenzará propiamente tras la colorista descripción del triunfo de Belisario en Constantinopla 62 con la que concluye el relato de la expedición militar enviada por Justiniano para reconquistar el reino vándalo del norte de África.

En el capítulo siguiente, se nos da cuenta de la muerte de los comandantes Aigán y Rufino 63 , antes de que Procopio aborde un nuevo inciso en el relato para referirse al origen de los moros: nueva demostración de su saber por parte del autor 64 . La tercera parte de la Guerra Vándala describe con toda claridad y detalle —quizá incluso excesivos— la estrecha relación existente entre los conflictos bizantinos y las rivalidades bereberes 65 . Entre los diferentes líderes bereberes que aparecen en esta parte de la obra, destacan por encima del resto Antalas y Cutcinas 66 , que parecen haber dominado esta zona norteña de África en tiempos de Justiniano y que se van alineando sin rubor al lado de tal o cual personaje para defender sus intereses, una veces para beneficio y otras en detrimento de las fuerzas militares de Constantinopla. Esta inconstancia o versatilidad parece ser la característica que unifica a estos jefes y que, como afirma Procopio en más de una ocasión, caracteriza en realidad a todos los moros en general 67 .

El capítulo 11 incluye la batalla de Mames librada entre las fuerzas bereberes 68 y las de Salomón. A pesar de la terrible derrota sufrida por los moros, éstos reanudan la guerra y tiene lugar durante el primer semestre del año 535 la batalla del monte Burgaón 69 . En el capítulo siguiente el protagonismo pasa al jefe de los moros del monte Aurasio, Yaudas, al que encontramos devastando Numidia 70 . Por su parte Salomón se dirige al monte Aurasio 71 donde, tras efectuar una primera tentativa, decide sin embargo regresar a Cartago al no obtener ningún resultado. En el capítulo siguiente, Procopio se ve obligado a referirse a la campaña de Belisario para reconquistar la isla de Sicilia, que, como sabemos, estaba en poder de los ostrogodos 72 . Tras una nueva incursión por parte del autor en los dominios de lo maravilloso y sobrenatural 73 , elemento de constante aparición a lo largo del relato, Procopio pasa a relatar la sublevación que se produjo en el seno de las tropas romanas de África en la primavera del año 536 d. C., en plena celebración de la festividad de la Pascua: la llamada «rebelión de Estotzas» 74 y la conjuración maquinada contra Salomón. Los amotinados se disponen incluso a sitiar Cartago 75 , hasta que ha de acudir el propio Belisario. Tras dos arengas militares, una del general y otra del jefe de los sediciosos, Estotzas, tiene lugar la batalla de Membresa durante el segundo trimestre del año 536, batalla en la que vence Belisario 76 , que regresa a Sicilia pues también allí había estallado una sublevación en el ejército 77 . Durante el segundo semestre del año 536, quizá a comienzos del otoño, se produce la sustitución de Salomón por Germano al frente de las fuerzas militares de Libia, en calidad de general con plenos poderes, circunstancia a la que Procopio se refiere nada más comenzar el capítulo siguiente 78 . Germano va a conseguir ganarse las simpatías de los soldados hacia su causa por medio de una convincente alocución 79 . En la primavera del 537 tiene lugar la batalla de Escaleras Viejas 80 , en el transcurso de la cual estuvo a punto de morir el propio Germano, y que supone el final de la sublevación: Estotzas sale huyendo y llega a Mauritania para permanecer allí 81 . Tras ser aplastada la conjuración protagonizada por Maximino para hacerse con el poder, a cuyo relato se dedica Procopio en el capítulo 18, rebelión que se produjo en el 538 d. C., al año siguiente Germano regresa a Constantinopla y Salomón a África 82 . Éste se pone al frente de una segunda campaña militar contra los moros del monte Aurasio, de la que sale vencedor con la toma sucesiva de las fortalezas de Cerbule y Turnar, así como de la Roca de Geminiano, narradas por Procopio entre los capítulos 19 y 20. Se completa, por tanto, la conquista de Numidia y de la Mauritania Primera 83 .

Sin embargo, durante el invierno del año 543 estalla la revuelta de Antalas, que va a durar hasta la primavera del 548 d. C. y que va a constituir el contenido de los capítulos restantes a partir del 21 84 . En la primavera del 544 tienen lugar las batallas de Tebesta y Cillium: en pleno combate y a consecuencia de una caída del caballo, Salomón terminó cayendo en poder de los enemigos, que les dieron muerte a él y a varios de los miembros de su guardia 85 . Dentro del capítulo 22, destaca el episodio de la estratagema urdida por Salomón, el hijo de Sergio, en Láribo 86 , de la cual, debido quizás a su juventud, se vanagloria en exceso y de forma imprudente, lo que va a causar serios problemas a los habitantes de la ciudad. Como podemos observar, también en esta parte de la obra Procopio hace uso de sus recursos literarios habituales, tónica que se continúa en el capítulo siguiente con la estratagema del sacerdote Pablo para posibilitar la recuperación de su ciudad, Adrumeto, que había caído en poder de los moros de Antalas 87 . Durante la primavera del año 545 se produce la llegada de Areobindo y de Atanasio 88 : al primero de ellos se le había encargado compartir el mando militar de África con el ineficaz Sergio y así, hacia el mes de septiembre de ese mismo año, va a tener lugar la batalla de Tacia, en las proximidades de Sicaveneria, batalla que propicia la ocasión para el encuentro en combate de Juan, el hijo de Sisiniolo, y Estotzas, los cuales dan rienda suelta al odio profundo que sienten el uno por el otro 89 . Durante el invierno del 545-546 d. C. tiene lugar un nuevo intento de usurpación del poder, esta vez protagonizado por Gontaris, antiguo oficial de la guardia personal de Salomón y que, en su afán de establecerse en el mando, no duda en movilizar a los moros contra los romanos y en pactar furtivamente con Antalas 90 . Por su parte Areobindo, que había entrado en negociaciones secretas con Cutcinas, va a ser víctima de un complot urdido por Gontaris 91 , que no se materializará en el desarrollo el relato hasta el capítulo siguiente, donde Areobindo, que se había refugiado en un monasterio 92 , es obligado a salir por Gontaris, para conseguir lo cual recurre al sacerdote de Cartago, Reparate Por mediación de éste Gontaris le da garantías de que conservará la vida, pero termina matándolo. Al comienzo del penúltimo capítulo, Procopio nos muestra el disgusto de Antalas con Gontaris por varias y poderosas razones 93 : en primer lugar no se había cumplido nada de lo que habían acordado, y, segundo, no le gustó lo más mínimo la actuación del usurpador con respecto a Areobindo, pues estaba claro que una persona que faltaba de esa forma a los juramentos prestados no podía ser de fiar: por todo ello, decide pasarse al bando del emperador y, en consecuencia, replegarse hacia la retaguardia 94 . Por su parte Artabanes considera muy seriamente la posibilidad de dar muerte al usurpador, intención que es apoyada por su primo Gregorio 95 . Finalmente, sorprende bastante al lector la extensa y pormenorizada narración del asesinato de Gontaris 96 . Escena culminante de esta parte de la obra de Procopio, tanto la detallista descripción de los preparativos y precauciones tomados por los integrantes de la conjuración —centrándose el autor especialmente en la decidida, pero al mismo tiempo meditada actuación de Artasires y en las sensaciones que va experimentando Artabanes a medida que avanza el relato de los instantes inmediatamente anteriores a la ejecución del crimen—, como la narración pormenorizada de éste y de los hechos que se sucedieron, alcanzan una intensidad y suspense que mantienen en vilo en todo momento al lector y que recuerdan mucho, por una parte, al género dramático y, por otra, al novelístico: no olvidemos que hasta el final el relato de Procopio es, fundamentalmente, literatura. Tras la muerte del tirano, Artabanes, su asesino, es recompensado por el emperador con el cargo de Jefe de los soldados en África 97 . Su sustituto, Juan Troglita, obtiene en la primavera del año 548 la victoria definitiva sobre los moros de Antalas en los Campos de Catón, al sur de la provincia Bizacena, con lo que se da por concluida la revuelta protagonizada por aquél 98 . Como muy atinadamente comenta D. Roques 99 , el relato de Procopio concluye con la victoria de las tropas imperiales comandadas por Juan, el hijo de Papo, en el 548 d. C., pero este final de la obra, de un pesimismo llamativo y desconcertante, parece sugerir que, tras haber estado combatiendo duramente para conseguir que los pocos libios que quedaban con vida y en unas condiciones lamentables pudiesen conocer «tardíamente y a duras penas una cierta paz», la civilización romano-bizantina de África estaba condenada a desaparecer (lo mismo que antes la vándala) en el interior de las fauces de la hidra berebere 100 .

Sin duda alguna, el mérito principal de Procopio, como hemos podido apreciar a lo largo de la lectura y comentario de la Guerra Vándala, consiste sobre todo en haber integrado en un conjunto armonioso toda una serie de elementos heredados de la tradición literaria griega, sea poesía épica, dramática o historiografía, fundamentalmente (discursos, intervención del elemento sobrenatural o prodigioso, aristeía, estrategia militar, retratos de personajes, anécdotas, etc.) y todo ello sin hacer alarde de conocimientos literarios, pues prácticamente no cita a un solo autor. Pero además esta síntesis de elementos tan diversos no le impide componer un relato del que la impresión que queda en el lector es la de la naturalidad y la espontaneidad con la que el de Cesarea consigue interesarnos por los hechos históricos que se cuentan. La Guerra Vándala constituye, al mismo tiempo, un testimonio histórico fundamental para un conocimiento más completo de las civilizaciones vándala, berebere y bizantina y una obra literaria de gran calidad. Así pues, para terminar, hacemos nuestras las palabras con las que D. Roques 101 concluye su Introducción: «Homero, Heródoto, Tucídides, Polibio, Plutarco: en la Guerra Vándala Procopio es todo eso a la vez, sin olvidarse, no obstante, de ser él mismo»; esto es, la tradición literaria griega renovada al servicio de una obra histórica que narra unos hechos contemporáneos al autor, perfectamente situados, desde el principio, en sus coordenadas históricas y que el lector podrá retener en su memoria sin dificultad gracias a una narración variada y amena.

Historia de las guerras. Libros III-IV. Guerra vándala.

Подняться наверх