Читать книгу Golpe de amor - Raquel Mizrahi - Страница 8

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[Capítulo 2]

Durante esa semana, mientras esperaba noticias de él, me dediqué a la tesis, a leer y a pensar. Mi proyecto de titulación se convirtió en una obsesión. Eso era parte de mi carácter: si alguien me decía que no podía hacer algo, más quería hacerlo. Fueron muchas horas de trabajo. Sin saber una gota de programación, estaba creando un juego que seguía los procesos de desarrollo auditivo según Piaget y los argumentos de muchos otros pedagogos que usé para sustentar mi trabajo sin dejar cabos sueltos. Mi mamá –quien estaba estudiando psicología–, me prestó muchos libros los cuales hicieron más fácil el proceso. En mis tiempos libres entraba como oyente a clases de programación de interfaces. Así logré diseñar el juego exitosamente. El lenguaje de programación era para mí como el chino: algo completamente desconocido. Después entendí por qué mi asesor intentó convencerme de hacer otra cosa.

No es casualidad que mi tema de titulación tuviera que ver con niños, pues hasta ahora tengo mucha afinidad con ellos y me dedico a hacer ludotecas y videos infantiles. Algo en mi infancia dejó una marca. Me atrae su transparencia, su manera de jugar y de convertir algo sencillo en una aventura extraordinaria, su simpleza por entender el mundo y su fragilidad.

Le dediqué casi todas mis horas libres a ese proyecto.

—Te juro, Sofía; si te vuelvo a ver metida en esa máquina, la tiro a la basura —decía mi mamá cada que pasaba por el estudio y me veía trabajando en la computadora. Yo me reía y continuaba.

Mientras trabajaba no paraba de pensar en aquella noche, en esos ojos negros y profundos, en ese hombre tan enigmático, en cuánto había esperado ese momento.

La verdad, cada vez que salía con un chavo, experimentaba las misma monotonía. Me sentaba en un café, analizaba sus movimientos, lo que hablaba, decía, la ropa que traía, el coche que tenía, si estaba limpio, si era puntual, lo que pedía de comer, y lo más importante me fijaba en sus manos; me disgustaban si eran flacas, blancas, y delicadas, esa era razón suficiente para no volver a salir, en qué tonterías te fijas cuando eres una chamaca babosa. Una vez que todos estos requisitos pasaban la prueba, venía lo más complicado: la plática. Siempre busqué a alguien quien compartiera un poco mis gustos. Nadie había dado el ancho y, como mecanismo de defensa, me cerraba. Así no tenía que desnudar el alma ni sentirme vulnerable.

Pero, ¿qué pasó con Daniel y todos estos trámites? Estaba dispuesta a saltarme el proceso de selección, a no pensar ni analizar. A unirme a él como si ya lo amara sin saber. Sonó el teléfono.

—Sofía, te habla Daniel.

Me levanté de la cama tan rápido como pude. Quería tomar el teléfono pero me daba miedo. Pasaron unos segundos. Aclaré la garganta para que mi voz sonara firme, claro que no pude lograrlo. Descolgué y mis manos se temblaban por la emoción y los nervios.

—¿Qué onda, Sofía, cómo estás?, pensé en ti durante todo mi viaje.

—Muy bien, yo también pensé en ti —me arrepentí de decir eso, pero estaba muy nerviosa.

—Cuéntame qué hiciste toda la semana. Yo estuve viendo algunos clientes aburridos pero me alegra estar de regreso.

—Espero que te haya ido bien. Estuve trabajando en mi tesis, me queda poco tiempo para la entrega y todavía voy atrasada.

—Suena como si te caería muy bien despejarte, ¿qué te parece si vamos a cenar por la noche?

—Súper buen plan —no quería sonar muy interesada, me daba miedo regarla.

—Entonces paso por ti como a las nueve, ¿te parece bien?

—Perfecto, nos vemos en un rato.

Colgué y empecé a enredar el cable del teléfono por mis dedos. No podía creer que me llamó, iba a ir a cenar con él, esperaba no haber sonado como una tonta en la llamada. No podía parar de dar vueltas por la habitación, el corazón me palpitaba tan fuerte que sentía iba a salir disparado de mi pecho.

Mi alegría no me dejaba concentrarme en otra cosa. Era el destino que ya se había trazado y finalmente se manifestaba.

Sonó el interfono de la casa y me asomé por la ventana antes de bajar. Recuerdo que ese día hice un esfuerzo por arreglarme más: falda corta, blusa sin mangas, tacones, cabello liso, maquillaje sutil y una chamarra de piel negra.

Salí y lo vi parado al lado del coche: una camioneta Lexus negra, grande, alta, pulida e impecable. No había visto una de esas en México. Volteé a ver la placa y efectivamente no era mexicana, era de Texas; recordé que mi date era un gabacho. Se veía guapísimo y olía delicioso.

—Hola, Sofía —me dio un beso en la mejilla y no quería que se separara. Su perfume era exquisito.

La experiencia de entrar a un coche americano hacía la cita diferente. Me llevó a cenar al restaurante giratorio del Wall Trade Center, un bello lugar sobre una estructura que giraba y tenía un ventanal desde donde se veía toda la Ciudad de México; música romántica, comida deliciosa, vino tinto y el mejor acompañante. La plática fluyó sola, sin trámites, barreras, máscaras ni análisis de personalidad: estaba en el lugar correcto y me sentía cómoda y feliz.

—Cuéntame de ti —quería saber la historia de ese hombre tan enigmático.

—¿Qué quieres saber? Viví en México toda mi infancia. A los diez años nos mudamos a Carolina del Sur. Estudié primaria y prepa en escuelas públicas y me hice mucho a la cultura americana, era deportista y me encantaba surfear. En el college me uní a una fraternidad y después de unos años llegué a ser el líder. Estudié Filosofía y Literatura en la universidad. Siempre busqué entender el porqué de las cosas, la esencia de la vida y de cómo funciona, y me encanta escribir. La carrera me sirvió como base, pero algo más allá de los estudios es lo que formó mi carácter. Hoy no puedo contarte qué fue, pero más adelante te lo diré. Sé que es nuestra primera cita, pero desde esa noche en el Club sentí algo que todavía no puedo explicar: sabía que me iba a enamorar de ti. Se lo dije a mi papá en el viaje y te compré algo de allá.

Sacó una caja envuelta de regalo y me la dio.

—Lo compré pensando en ti.

La tomé y la abrí. Era un perfume. Extendí mi mano para tocar la suya. ¿De dónde había salido ese hombre? Fuerte, profundo y seguro de sí mismo. Me sometía con la mirada. Atravesó mi barrera protectora con dos palabras y un perfume. Hasta hoy no sé cómo le hizo.

En mi mente, la cena duró un segundo: el nivel de la plática y la conexión rayaba en lo paradisiaco. No quería dejar de escucharlo. Sus manos sostenían las mías y sentía electricidad en el cuerpo. Deseaba que se detuviera el tiempo.

Nos acabamos el vino. El lugar ya estaba vacío y los meseros recogían las sillas sobre las mesas. Éramos los últimos. Durante todo el camino a mi casa tomé su mano: a partir de ese momento no la soltaría. Nos despedimos, se bajó de la camioneta, abrió la puerta y me acompañó a la entrada siguiendo todas las normas de etiqueta.

El vino hacía que mi cama diera vueltas. Eran las dos de la madrugada y tenía entrega de Dibujo constructivo a las siete de la mañana. Mi ropa interior estaba empapada y mi corazón, agitado. Me inquietaba conocer a fondo a ese ser místico y descubrir su esencia.

Golpe de amor

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