Читать книгу Golpe de amor - Raquel Mizrahi - Страница 9

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[Capítulo 3]

Sonó la alarma del despertador. Todavía sentía los efectos del vino en mi cuerpo y un dolor de cabeza extremo invadía mi cerebro. Tomé una aspirina, me bañé y manejé hacia la Universidad Anáhuac. Durante el largo trayecto de Polanco a Interlomas puse música a todo volumen y repasé la noche anterior con lujo de detalle. Era una suerte que la entrega ya estaba hecha, pues después del date no me hubiera podido enfocar en ella.

Ahora estaba enganchada.

Entramos a clase. Los “gallineros” de la Anáhuac fueron mi hogar durante casi tres años. Eran salones de metal y hojalata, fríos y olvidados en la esquina de una facultad de prestigio.

—Sof, ¿qué tal te fue ayer? ¡Cuéntame!

—Ay, Alexa, me trae cacheteando la banqueta. La pasamos de pelos, platicamos horas, es inteligente, chistoso, galante. Qué te digo amiga.

—Debo decirte algo, no me lo perdonaría si me lo guardara. Te veo tan contenta que me cuesta trabajo —se comía las uñas y movía sus pies de un lado a otro.

—¿Qué pasa, Alexa?, me preocupas.

—Escuché un chisme de Daniel. Me dijeron que se iba a casar con una chava pero se descomprometieron porque la maltrataba.

Algo en mi cuerpo hizo corto circuito, sentí un nudo en el pecho y mis manos se entumecieron. Me asustó lo que me decía y a la vez no podía comprenderlo.

—No lo creo. Está rarísimo. ¿Tú crees que sea cierto? —le pregunté. Quería que contestara justo lo que yo necesitaba escuchar, ¿en qué injusta posición la coloqué? Me dolía que, después encontrar al hombre con el que empezaría mi historia de amor, llegara este chisme a manchar mi ilusión.

—No sé, amiga. Me parece muy rara la historia, además yo conozco a la chava y sé que es un poco loca y problemática. Yo no le haría mucho caso a los chismes, sólo quería que lo supieras para que tengas cuidado.

El maestro comenzó con la clase, tomamos asiento en las mesas de trabajo. Trajeron a un modelo. Comencé a dibujar el rostro de aquel hombre con el pecho desnudo sosteniendo un racimo de uvas entre sus piernas. Yo no tenía control sobre el lápiz y el maestro me llamó la atención en varias ocasiones.

—Concéntrate, Sofía, estás apretando mucho el color. No lo marques tan fuerte, deja fluir el trazo.

No podía evitarlo. Mis manos me temblaban y sólo lograba controlar el pulso si las ponía firmes. Quería dejar de pensar en lo que acababa de decirme Alexa pero se quedó tatuado en mi mente. Cada foco rojo de mi relación me haría saltar en alarma. ¡Qué injusticia!

Llegué a mi casa. No pude comer mucho. Tampoco quería contarle a mi mamá lo que me había dicho Alexa, me daba miedo que me prohibiera verlo. Mejor me fui a mi recámara con el pretexto de hacer la tarea. En ese instante, cuando mi mente lo convocó con el pensamiento, sonó mi celular. Estaba sobre el buró. Me levanté de la cama y corrí en su búsqueda, había sonado tres veces y no quería perder la llamada. Lo contesté lo más rápido que pude.

—Hola, ¿cómo estás?

—Muy bien, ¿y tú preciosa? La pasé muy bien ayer. ¿Te gustaría ir a bailar hoy en la noche? Hay un antro muy padre en el sur. ¿Te late?

—¡Sí! Ya me habían dicho que está de locos. ¡Vamos! —mi voz se escuchaba nerviosa y no pude disimularlo.

—¿Pasa algo?, te siento tensa.

—No, nada, todo bien, ha de ser por las entregas del semestre.

—Bueno, espero sea eso, nos vemos en la noche, me urge volver a verte.

A las pocas horas pasó por mí. Se veía guapísimo: una camisa rayada con las mangas dobladas, sus jeans azul oscuro, zapatos negros y un perfume que se impregnaba en mis sentidos y me hacía volar.

Llegamos al lugar y el encargado de la cadena le abrió sin pestañear. Yo estaba acostumbrada a ir con mis amigos y suplicar que nos dejaran entrar. Ese día venía del brazo de un hombre. Con una propina lo resolvía todo: la mejor mesa, la botella más cara y tres meseros alrededor llenando mi copa cada que se terminaba.

Nos paramos a bailar y nuestros cuerpos se conectaron. Comenzó a besarme el cuello, fue subiendo hacia mi oreja jugando con su lengua. Los besos recorrieron mis mejillas y sin entender cómo pasó, nuestros labios se unieron para siempre. Ese beso fue una obra de arte, un vínculo que me adhirió a él. Mis pies flotaban sobre la pista y el juego de lenguas hizo una coordinación tan rítmica, que ni la melodía más perfecta llegaba a ser tan bella. Cuando separé mis labios de los suyos, miré de frente sus grandes ojos negros y le dije:

—Tú vas a ser mi esposo —se lo dije tan convencida, tan segura que así sería que hasta yo me sorprendí de mi misma.

Él no dijo nada. Sólo sonrío seguro de sí mismo como si ya lo supiera.

Bebimos mucho. Cuando salimos del lugar, comenzó a buscar el boleto de estacionamiento, que debió caerse de la bolsa de su pantalón entre los abrazos y besos.

—Joven, si perdió su boleto tiene que ir a la caseta de abajo, pagar doscientos cincuenta pesos y llenar un formato de salida.

—¡Cómo es posible que no hagan bien su trabajo! Yo no tengo tiempo qué perder, ¡a mí me lo resuelves porque me lo resuelves!

Su cuerpo comenzó a ponerse tenso, sus manos tan atractivas se endurecieron y sus ojos se encendieron en cólera. No me gritó a mí sino al encargado del estacionamiento. Estaba enfurecido. Me tomó fuerte del brazo y dijo:

—¡Vámonos! Estos pendejos son unos buenos para nada.

Durante el camino no pronuncié palabra alguna y recordé lo que Alexa me dijo esa mañana. ¿Cómo sabría distinguir entre un enojo normal y uno que traspasara el límite? Mis pensamientos se paralizaron al verlo tan furioso y en mi boca las palabras quedaron atrapadas.

Llegué a mi casa, me bajé de la camioneta, me despedí tan seca que apenas pronuncié tres palabras. Me aproximé hacia la entrada del edificio, estaba a punto de tocar el timbre para que el guardia me abriera y me detuvo el sonido del claxon. Brinqué de vuelta al coche.

—¿Qué pasa? ¿Todo bien?

—¿Cuál es tu problema? Pasamos una noche increíble, ¿y te despides así, tan seca? ¿Eres de piedra o qué? Así no se hacen las cosas.

What?, ¿en serio? ¿No vio lo violento que se puso?, ¿o tal vez yo sí era sumamente fría? Siempre creí serlo, entonces pudo ser mi culpa.

—Perdón. Estuvo mal que me bajara así del coche. Nunca había sentido esto y no sé cómo manejar mis emociones.

—No pasa nada, pero que no vuelva a suceder —en su mirada había un reproche.

Me despedí, subí a casa y una confusión enorme se apoderó de mí: me sentía culpable. Era normal que se enojara por lo del boleto. Yo me exalté tanto que provoqué nuestra primera discusión y apenas nos estábamos conociendo. Quería hacer las cosas bien y en lugar de eso fui fría, insensible y lo hice sentir mal. Me sentía fatal.

No cumplí sus expectativas de la noche. Después de ese primer beso de cuento de hadas, lo había echado a perder. Quería corregir el daño y aprender a amarlo como se merecía.

Golpe de amor

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