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TRANSGRESIÓN Y OBSERVANCIA DE LA LEY

En 1833 un joven científico serbio llamado Nikola Tesla trabajaba para la división europea de Continental Edison Company. Como era un brillante inventor, Charles Batchelor, jefe de planta y amigo personal de Thomas Edison, lo persuadió de que probara fortuna en Estados Unidos y le dio una carta de presentación para el mismo Edison. Así fue como comenzó para Tesla una vida de problemas y tribulaciones, que perduró hasta su muerte.

LA TORTUGA, EL ELEFANTE Y EL HIPOPÓTAMO

Cierto día, la tortuga se encontró con el elefante, que le gritó: “¡Sal de mi camino, debilucha insignificante! ¡Corres peligro de que te pise!”. La tortuga no le temía y se quedó donde estaba, de modo que el elefante la pisó pero no logró aplastarla. “¡No fanfarronees con tu fuerza, señor Elefante, pues yo soy tan fuerte como tú!”, dijo la tortuga, pero el elefante le contestó con una carcajada burlona. De modo que la tortuga le pidió que volviese a la misma colina a la mañana siguiente. Al día siguiente, antes de la salida del Sol, la tortuga bajó por la colina hacia el río, donde se encontró con el hipopótamo, que estaba por entrar al agua después de su pastoreo nocturno. “¡Señor Hipopótamo! ¿Tienes ganas de hacer una competencia de fuerza conmigo, tirando cada uno del extremo de una cuerda? ¡Te apuesto a que soy tan fuerte como tú!”, dijo la tortuga. El hipopótamo se echó a reír pero accedió. La tortuga, que había llevado una larga cuerda, le indicó que la sostuviese en la boca hasta que ella le diera la señal de tirar, gritando “¡Ya!”. De inmediato la tortuga subió de nuevo a la colina, donde se encontró con el elefante, impaciente por su tardanza. La tortuga le dio el otro extremo de la cuerda y le dijo: “Cuando yo diga ‘¡Ya!’ tiras con toda la fuerza, y verás quién de nosotros es el más fuerte”. Acto seguido, bajó hasta la mitad del camino hacia el río, se detuvo en un sitio donde no podían verla el hipopótamo ni el elefante, y gritó: “¡Ya!”. El elefante y el hipopótamo tiraron con todo su vigor, pero ninguno logró hacer mover al otro, ya que ambos tenían la misma fuerza. Cada uno, por su parte, tuvo que admitir ante la tortuga que ella era tan fuerte como él. Nunca haga lo que otros pueden hacer por usted. La tortuga dejó que otros hicieran el trabajo, y ella se llevó los laureles.

FÁBULA DEL ZAIRE

Cuando Tesla se presentó ante Edison, en Nueva York, el célebre inventor lo contrató de inmediato. Tesla trabajaba dieciocho horas por día para encontrar diversas maneras de mejorar los primitivos generadores Edison. Al fin, propuso rediseñarlos por completo. A Edison el trabajo le parecía una tarea monumental que podría insumir años, durante los cuales no habría rentabilidad alguna, pero le dijo a Tesla: “Hay cincuenta mil dólares para usted... si es que puede hacerlo”. Tesla trabajó día y noche en el proyecto y al cabo de sólo un año produjo una versión muy mejorada del generador, con controles automáticos. Se presentó ante Edison para darle la buena noticia y cobrar sus 50,000 dólares. Edison quedó muy satisfecho con la mejora, por la cual su empresa se llevaría los laureles, pero en cuanto surgió el tema del dinero le dijo al joven serbio: “¡Tesla, usted no entiende nuestro humor estadunidense!”, y sólo le concedió un pequeño aumento de salario.

La obsesión de Tesla era crear un sistema eléctrico de corriente alterna (CA). Edison, que creía firmemente en el sistema de corriente continua (CC), no sólo se negó a apoyar las investigaciones de Tesla, sino que más adelante, hizo todo lo posible para sabotearlo. Tesla se dirigió al gran magnate de Pittsburgh, George Westinghouse, que había fundado su propia compañía de electricidad. Westinghouse financió la totalidad de la investigación de Tesla y le ofreció un generoso acuerdo de regalías sobre ganancias futuras. El sistema de CA desarrollado por Tesla sigue siendo el estándar en la actualidad, pero después de que las patentes fueron registradas a su nombre aparecieron otros científicos para adjudicarse el invento, afirmando que habían hecho los trabajos básicos para Tesla. Su nombre se perdió en medio de la disputa, y el público terminó asociando el invento con Westinghouse.

Un año más tarde, la empresa de Westinghouse fue adquirida por J. Pierpong Morgan, quien le hizo rescindir el generoso contrato de regalías que había firmado con Tesla. Westinghouse explicó al científico que la empresa no podría sobrevivir si tenía que pagarle el total de sus regalías, y persuadió a Tesla de que aceptara la adquisición de sus patentes por 216,000 dólares, sin duda una suma muy importante en aquel tiempo, pero mucho menor que los 12 millones de dólares que valían. Los financistas habían quitado a Tesla su dinero, sus patentes y, sobre todo, el mérito del mayor invento de su carrera.

El nombre de Guillermo Marconi se halla vinculado para siempre con la invención de la radio. Sin embargo, pocos saben que al producir este invento (transmitió una señal a través del canal de la Mancha en 1899) Marconi utilizó una patente que Tesla había registrado en 1897, y que su trabajo dependía de la investigación de Tesla. Una vez más, Tesla no cobró ni un centavo y no obtuvo reconocimiento alguno. Tesla inventó un motor a inducción, así como el sistema de ca, y es el verdadero “padre de la radio”. Sin embargo, ninguno de estos descubrimientos lleva su nombre. En su vejez vivió en la más absoluta pobreza.

En 1917, cuando vivía en la pobreza, se le informó a Tesla que recibiría la Medalla Edison del Instituto Estadunidense de Ingenieros Eléctricos. Tesla rechazó la medalla, diciendo: “Ustedes me proponen honrarme con una medalla que puedo prender de mi solapa y mostrar durante una hora de vanidad ante los miembros de su Instituto. Aunque decoraran todo mi cuerpo con medallas, no compensarían la falta de reconocimiento de mi capacidad mental y sus productos creativos, que han brindado el fundamento en el cual se basa la mayor parte de su Instituto”.

Sin duda, si el cazador confía en la seguridad de su carruaje, utiliza las patas de sus seis caballos y hace que Wang Liang sostenga las riendas, no se cansará y le resultará fácil alcanzar a los animales más veloces. Pero si rechazara la ventaja que representa el carruaje, renunciaría a las útiles patas de sus caballos y a la habilidad de Wang Liang, y si se dispusiera a correr tras los animales, no lograría alcanzarlos jamás, por más que sus piernas fuesen tan veloces como las de Lou Chi. De hecho, si se utilizan buenos caballos y un carruaje fuerte, hasta un simple siervo sería capaz de cazar animales.

HAN-FEI-TZU, filósofo chino, siglo III a. C.

Interpretación

Muchos albergan la ilusión de que la ciencia, al manejarse con hechos, está más allá de las mezquinas rivalidades que afligen al resto del mundo. Nikola Tesla era uno de esos ilusos. Creía que la ciencia no tenía nada que ver con la política y afirmaba que no le importaba ni la fama ni la riqueza. Sin embargo, al envejecer, esta posición arruinó todo su trabajo científico. Como su nombre no estaba relacionado con ningún descubrimiento en particular, no lograba atraer inversores que financiaran sus múltiples ideas. Mientras pensaba grandes inventos para el futuro, otros le robaban las patentes que ya había desarrollado y cosechaban los méritos por sus inventos.

Tesla quería hacer todo por su cuenta, pero sólo logró agotarse y empobrecerse.

Edison era el polo opuesto de Tesla. En realidad no fue un gran pensador científico ni inventor. Él mismo dijo en cierta oportunidad que no necesitaba ser matemático, porque siempre tenía la posibilidad de contratar a uno. Ése fue su principal método. Pero sin duda alguna fue un hábil comerciante, capaz de detectar las tendencias y las oportunidades del mercado. Luego contrataba a los mejores especialistas en cada campo para que hicieran el trabajo por él. Si lo consideraba necesario, no titubeaba en robar a sus competidores. Aun así, su nombre es mucho más conocido que el de Tesla y se le asocia con más inventos.

LA GALLINA CIEGA

Una gallina que había perdido la vista, acostumbrada a escarbar la tierra para buscar su alimento, siguió escarbando con diligencia a pesar de estar ciega. ¿Qué sentido tenía el trabajo del ingenuo animal? Otra gallina, que veía perfectamente pero cuidaba sus delicadas patas, no se apartaba de su lado, pues disfrutaba, sin escarbar, de los frutos del esfuerzo de la otra. Porque cada vez que la gallina ciega encontraba un grano, su atenta compañera lo devoraba.

Fábulas, GOTTHOLD LESSING, 1729-1781

Estos hechos nos ofrecen una doble lección: en primer lugar, el mérito por un invento o una creación es tan importante —si no más— que el invento mismo. Es necesario asegurarse de obtener el mérito y evitar que los demás lo roben o se beneficien con el trabajo de uno. Para lograrlo, deberá estar siempre atento y mantener su creación en secreto hasta cerciorarse de que no hay aves de rapiña dando vueltas sobre su cabeza. En segundo lugar, aprenda a sacar provecho del trabajo de otras personas para fomentar su propia causa. El tiempo es oro y la vida es corta. Si usted intenta hacerlo todo por sí mismo, terminará agotado, se dispersará y derrochará sus energías en vano. Es mucho mejor conservar las fuerzas, vigilar el trabajo de los demás y encontrar la forma de apropiárselo.

En el comercio y en la industria todo el mundo roba. Yo mismo he robado bastante. Pero yo sé cómo robar.

THOMAS EDISON, 1874-1931

CLAVES PARA ALCANZAR EL PODER

En el mundo del poder rige la ley de la selva: hay quienes viven de la caza y hay quienes, como las hienas o las aves carroñeras, viven de la caza de los demás. Estos últimos, menos creativos, a menudo son incapaces de realizar el trabajo esencial y necesario para generar poder. Sin embargo, pronto comprenden que, si esperan lo suficiente, siempre encontrarán otro animal que haga el trabajo por ellos. No sea ingenuo: en este preciso instante en que usted está trabajando afanosamente en un proyecto, esos buitres están sobrevolándolo, para ver cómo pueden hacer para sobrevivir e incluso prosperar con la creatividad de usted. Es inútil quejarse o amargarse, como lo hizo Tesla. Lo mejor es protegerse y adecuarse al juego. Una vez que haya establecido una base de poder, conviértase también usted en buitre y ahórrese mucho tiempo y energía.

De los dos polos opuestos que entran en este juego, uno puede ilustrarse con el ejemplo del explorador Vasco Núñez de Balboa. Balboa tenía una obsesión: descubrir El Dorado, una ciudad legendaria de enormes riquezas.

A principios del siglo XVI, después de sufrir incontables penurias y hallarse muchas veces al borde de la muerte, encontró las huellas de un imperio grande y muy rico, ubicado al sur de México, en lo que hoy es Perú. Pensó que, si lograba conquistar el Imperio inca y apoderarse de su oro, podría convertirse en un segundo Cortés. El problema fue que, al tiempo que hacía ese descubrimiento, la noticia de la existencia del Imperio inca se extendió entre cientos de otros conquistadores. Balboa no comprendió que la mitad del secreto residía en guardar silencio acerca de su descubrimiento y observar con cuidado a quienes lo rodeaban. Algunos años después de que él descubrió la ubicación del Imperio inca, un soldado de su propio ejército, Francisco Pizarro, contribuyó a que Balboa fuese decapitado por alta traición. Luego, Pizarro se apoderó de lo que a Balboa le había llevado tantos años encontrar.

El otro extremo es el del artista Peter Paul Rubens, quien, al cabo de muchos años de carrera, se vio inundado de encargos. Rubens creó un sistema de trabajo: en un gran estudio empleó docenas de destacados pintores, uno especializado en vestimentas, otro en fondos, y así sucesivamente. Estableció una especie de línea de producción, que le permitía tener en obra, en forma simultánea, una gran cantidad de telas. Cuando un cliente importante visitaba su estudio, Rubens despachaba a los pintores contratados. Mientras el cliente lo observaba desde un balcón, Rubens trabajaba con increíble velocidad y energía en un cuadro. El cliente se iba asombrado ante ese hombre prodigioso, capaz de pintar tantas obras maestras en tan poco tiempo.

Ésta es la esencia de esta ley: aprenda a conseguir que otros hagan el trabajo por usted, mientras que usted se lleva los laureles y aparenta tener una fuerza y un poder casi divinos. Si considera importante hacer usted mismo todo el trabajo, nunca llegará lejos y correrá el destino de los Balboas y de los Teslas de este mundo. Encuentre personas que posean la habilidad y la creatividad de la que usted carece. Contrátelas y coloque su propio nombre por encima de ellos, o busque una forma de apropiarse del trabajo que hagan. De esa forma, la creatividad será suya y aparecerá como un genio ante el mundo.

Hay otra aplicación de esta ley, que no exige aprovecharse del trabajo de los contemporáneos: utilice el pasado, una enorme fuente de conocimiento y sabiduría. Isaac Newton lo denominaba “pararse sobre los hombros de los gigantes”. Con esto quería decir que, al hacer sus descubrimientos, había construido sobre los logros de los demás. Sabía que gran parte de su aura de genio era atribuible a su sagaz habilidad para aprovechar al máximo los descubrimientos de los científicos de la Antigüedad, la Edad Media y el Renacimiento. Shakespeare tomó prestados argumentos, caracterizaciones e incluso diálogos de Plutarco, entre otros escritores, dado que sabía que nadie había superado al autor griego en lo relativo a sutiles observaciones psicológicas y citas ingeniosas. A su vez, ¿cuántos autores posteriores han tomado prestado —plagiado— algo de la obra de Shakespeare?

Todo el mundo sabe que, hoy en día, son muy pocos los políticos que escriben sus propios discursos. Con sus propias palabras no lograrían ganar un solo voto; toda su elocuencia o su agudeza, mucha o poca, se la deben a quienes les escriben los discursos. Otros hacen el trabajo y ellos cosechan los aplausos. La cara positiva de esto es que se trata de un poder accesible para todo el mundo. Aprenda a utilizar el conocimiento del pasado y quedará como un genio, aunque en realidad sólo posea gran habilidad para tomar cosas prestadas de quienes lo precedieron.

Escritores que han explorado la naturaleza humana, antiguos maestros de la estrategia, historiadores de la estupidez humana, reyes y reinas que han pagado un alto precio por aprender a manejar la pesada carga del poder: todos estos conocimientos están ahí, acumulando polvo, esperando que usted se pare sobre sus hombros. La agudeza de ellos puede ser de usted; la habilidad de ellos puede pertenecerle a usted; y ninguna de esas figuras volverá a la vida para advertir a la gente que en realidad usted no tiene nada de original. Usted puede arrastrarse por la vida cometiendo infinitos errores y desperdiciando su tiempo y su energía en el intento de hacer cosas a partir de su propia experiencia. O, por el contrario, puede usar los ejércitos del pasado. Como dijo Bismarck en cierta oportunidad: “Los tontos dicen que aprenden con su experiencia. Yo prefiero beneficiarme con la experiencia de los demás”.

Imagen: El buitre. De todas las criaturas de la selva, es la que lleva la vida más fácil. El duro trabajo de los demás se convierte en el suyo propio. La incapacidad de sobrevivir de otros se convierte en su alimento. Preste aten- ción al buitre: mientras usted trabaja con ahín- co, él revolotea por sobre su cabeza. No lo comba- ta; únase a él.

Autoridad: Hay mucho que saber, y es poco lo que se vive, y no se vive si no se sabe. Es, pues, singular destreza el estudiar sin que cueste, y saber las cosas por todos los demás. Por su boca hablarán cuantos sabios lo instruyeron, y conseguirá reputación de oráculo con el sudor ajeno. (Baltasar Gracián, 1601-1658)

INVALIDACIÓN

Hay momentos en que adjudicarse el mérito del trabajo realizado por otros no es una forma de proceder inteligente: si su poder no está establecido con la firmeza suficiente, parecerá que trata de marginar a los demás. Para ser un brillante explotador de talentos, su propia posición debe ser inamovible, ya que de lo contrario lo acusarán de fraudulento y engañador.

Asegúrese de saber cuándo conviene a sus fines permitir que otros compartan el mérito con usted. Es particularmente importante no ser codicioso cuando se tiene un amo a quien servir. La histórica visita del presidente estadunidense Richard Nixon a la República Popular China fue en principio su propia idea, pero quizá nunca se hubiese llevado a cabo de no haber sido por la sagaz diplomacia de Henry Kissinger. Y sin la habilidad de Kissinger tampoco habría tenido el éxito que tuvo. Sin embargo, en el momento de repartir méritos, Kissinger permitió que fuese Nixon quien se quedara con gran parte de los laureles. Sabiendo que, tarde o temprano, la verdad saldría a relucir, Kissinger tuvo mucho cuidado de no poner en peligro su posición en el corto plazo acaparando la atención, sino que manejó el juego con gran pericia: se atribuyó los méritos del trabajo de sus subordinados al tiempo que cedía con generosidad el mérito de su propio trabajo a su superior. Es así como se juega este juego.

Las 48 leyes del poder

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