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¿Qué es el estrés?

El estrés es un problema cotidiano que, en algún momento de la vida, afecta prácticamente a todo el mundo: adultos, niños, adolescentes y ancianos. Cuando alguien siente la presión y las exigencias del mundo laboral, no concilia el sueño por un examen o la entrega de un trabajo de fin de curso, o come sobre la marcha porque su jornada diaria está tan repleta que no da para más, suele decir que está estresado.

El término estrés, tan asentado en el campo de la psicología, fue acuñado en 1926 por el endocrinólogo y químico vienés Hans Selye quien, en su segundo año como estudiante de medicina, observó que muchos de sus compañeros presentaban unos síntomas comunes ante diversas circunstancias, entre ellos pérdida del apetito, aumento de la presión sanguínea y falta de interés por las cosas. Selye definió el estrés como la suma de respuestas no específicas del organismo ante cualquier demanda o estímulo, lo que se denomina «estresor», un término que se abordará en el siguiente capítulo.

El estrés en sí mismo es la manera en que el organismo se prepara para afrontar una situación difícil y que le da concentración, fuerza, resistencia y un elevado nivel de alerta. Es algo que experimenta todo ser vivo y que es necesario para su supervivencia. Pero puede convertirse en patológico si escapa al control del individuo.

UN MECANISMO DE SUPERVIVENCIA

En las fases iniciales de la humanidad, el estrés era una respuesta muy útil ante las amenazas del entorno —la mayoría de ellas físicas—, ya que aportaba un extra de energía que en muchos casos era la diferencia entre vivir o perecer. En el organismo se desencadenaban una serie de cambios bioquímicos involuntarios que proporcionaban al individuo las condiciones necesarias que le permitían hacer frente a la amenaza o salir corriendo a toda velocidad. Esta reacción de estrés se conoce en psicología como «respuesta de lucha o huida», y es fácil de imaginar si se piensa en un ser humano topándose con un oso hambriento.

EL ESTRÉS DEL MUNDO ACTUAL

Hoy, la mayoría de las amenazas son psicológicas —tensión laboral, problemas económicos, conflictos personales— y esta respuesta primigenia al estrés, que en realidad hace que la persona piense con menos claridad y se deje llevar por el instinto de supervivencia, no siempre es necesaria ni tampoco resulta de ayuda. Cuando una persona siente que algo que tiene a su alrededor le genera estrés, su organismo reacciona liberando diversas sustancias en el torrente sanguíneo que le dan más energía y fortaleza, lo que resulta beneficioso si el estrés está causado por un peligro físico. Pero este mecanismo puede ser muy perjudicial si responde a una situación emocional, ya que no hay ninguna vía para dar salida a este plus de energía.

SITUACIONES COTIDIANAS QUE PROVOCAN SOBRECARGA DE ESTRÉS

Son múltiples las situaciones de la vida cotidiana que ilustran lo que para casi cualquier mortal representa una sobrecarga de estrés. Veamos algunos ejemplos:

• Una pareja trabaja a plena jornada al tiempo que están criando a sus hijos. Por si fuera poco, los abuelos son ya pensionistas, su salud no es buena y dependen de su ayuda a la hora de hacer la compra o encargos.

• Un hombre o una mujer sin pareja que viven solos y que ven que su sueldo no crece tan rápido como los precios y que, en consecuencia, cada mes les cuesta más pagar sus facturas.

• Una persona divorciada que comparte la custodia de sus hijos con su expareja. Las fricciones entre ambos sobre cuestiones referentes a los niños cada vez son más frecuentes y más agrias.

• Un asalariado que percibe que los objetivos y la competencia en su lugar de trabajo son cada día más exigentes: ha de entrar más temprano, se queda a trabajar fuera de horario y asume más responsabilidades de las que puede ejecutar sin que ni siquiera haya la contrapartida de una mejora de sueldo.

• Un parado que ve agotarse el plazo del subsidio y no encuentra trabajo mientras que las deudas se le acumulan y ve peligrar las condiciones de vida de su familia.

EUSTRÉS FRENTE A DISTRÉS

Hasta ahora todas las situaciones o experiencias de estrés que se han mostrado en este capítulo son negativas o asfixiantes. Pero no siempre es así y también hay estrés que se genera por estímulos positivos que pueden significar un cambio a mejor: el nacimiento de un hijo, la compra de un piso o un ascenso en el trabajo son algunos ejemplos. De hecho, es casi imposible vivir sin un mínimo de estrés y muchas personas lo echarían en falta porque da a la vida una cierta emoción e interés. Si no hay nada que haga sentir ese cosquilleo —las mariposas en el estómago de las que hablan los anglosajones— se puede caer en el aburrimiento y en la apatía, y pasar por la existencia sin pena ni gloria.

Ese cosquilleo que se podría definir como «estrés bueno» recibe el nombre de «eustrés» y resulta muy útil para centrar la atención sobre una determinada tarea u objetivo y prepararse para un rendimiento óptimo. En un símil castrense se podría decir que el eustrés es la manera que tiene el cuerpo de organizar sus fuerzas para preparar la batalla y asegurarse de que todos los soldados están sobrios, descansados y bien alimentados.

Lo que se suele entender por estrés recibe el nombre de distrés, esa emoción negativa que puede acarrear problemas de salud físicos y psíquicos

Sin embargo, lo que comúnmente se entiende por estrés recibe el nombre de «distrés», esa emoción negativa que puede acarrear problemas de salud físicos y psíquicos. Siguiendo con el símil de la batalla, cuando una persona se distresa —verbo que hay que utilizar con la venia de la Real Academia porque no figura en su diccionario— quiere decir que los recursos de su organismo se están sobrecargando; es decir, los soldados están hambrientos, cansados de tanto luchar y no han tenido tiempo suficiente para descansar y recuperarse. El estrés se percibe como una cognición de amenaza, que activa al organismo por encima de sus recursos adaptativos y que conlleva un estado emocional displacentero.

La conclusión es que el estrés en pequeñas dosis puede ayudar a aumentar el rendimiento y la motivación para hacer las cosas mejor. Pero cuando se está constantemente en «modo emergencia», la mente y el cuerpo pagan un precio. Por tanto, el objetivo es mantener el estrés en un grado en que resulte positivo y manejable. Por ello, es importante que la persona sea consciente del nivel de estrés al que está sometida en cada momento y que aprenda a controlar la respuesta a estas situaciones por el bien de su salud y de todo su entorno.

EL ESTRÉS AGUDO Y EL CRÓNICO

La respuesta de estrés es esencial en situaciones de emergencia, como un conductor que frena bruscamente para evitar un accidente. Esta reacción también se puede activar de una manera más suave cuando existe presión, pero no hay ningún peligro real o inminente. Es el caso del futbolista que lanza una falta que puede significar ganar el partido, el de una persona que se prepara para ir a una gran fiesta o el de un estudiante que se enfrenta a un examen final. Un poco de este estrés ayuda a que la persona esté en estado de alerta, lista para afrontar un reto y con energía para rendir al máximo. Pasada esta situación, el sistema nervioso regresa rápidamente a su estado habitual y a la expectativa de volver a ser requerido.

Este estrés, también llamado «estrés agudo, repentino o de corta duración», conduce a rápidos cambios en el organismo. Casi todos los sistemas corporales —circulatorio, inmunitario, respiratorio, digestivo, sensorial, nervioso— se ponen a trabajar desenfrenadamente para afrontar lo que se percibe como un peligro. Con el tiempo, la repetición de situaciones estresantes de corta duración también puede acabar suponiendo una carga de tensión que desencadene problemas de salud.

Pero el estrés no siempre surge ante circunstancias inmediatas o que pasan con rapidez. Los acontecimientos de larga duración o que son percibidos como tales —como un proceso de divorcio, mudarse a otro vecindario o acudir a una nueva escuela— también pueden producir estrés.

El estrés no siempre surge ante circunstancias inmediatas. Los acontecimientos de larga duración o que son percibidos como tales, como un divorcio, también pueden producir estrés

Estas situaciones generan un estrés de bajo o medio nivel, pero prolongado, lo que resulta perjudicial para la persona que lo padece. El sistema nervioso siente una presión continua y puede quedar ligeramente activado y seguir bombeando un aporte extra de hormonas del estrés durante un periodo de tiempo largo. Esto conduce a un desgaste de las reservas del cuerpo y deja a la persona con una sensación de agotamiento y fatiga permanente, o se siente sobrepasada, lo que debilita su sistema inmunitario y trae consigo múltiples disfunciones. Este tipo de estrés, que recibe el nombre de «estrés crónico o de larga duración», acarrea consecuencias muy graves para la salud.

Las presiones que resultan demasiado intensas o duraderas, o los problemas que se sobrellevan en solitario, crean estrés crónico.

SITUACIONES QUE CREAN ESTRÉS CRÓNICO

A continuación se enumeran algunas situaciones frecuentes que son susceptibles de superar la capacidad del organismo para asumirlas durante un periodo prolongado:

• Ser sometido a bullying o estar expuesto a la violencia o a lesiones.

• Tener relaciones conflictivas con la familia o experimentar emociones extremas asociadas a una ruptura sentimental o a la muerte de un ser querido.

• Presentar problemas escolares relacionados con una incapacidad de aprendizaje o bien con trastornos como la dislexia, la hiperactividad, etcétera.

• Tener horarios repletos de actividades que no dan tiempo para el descanso ni la relajación y que obligan a no parar nunca.

• Estar sometido al cumplimiento continuo de objetivos laborales que no son viables.

LAS FASES DEL ESTRÉS

Hans Selye creó una teoría basada en lo que denominó «el síndrome general adaptativo» que en lo básico sigue siendo válida hoy día para explicar el estrés y la fatiga. Este síndrome tiene tres etapas:

1. Reacción de alarma: la persona se pone en guardia, contrae la musculatura, se acelera el ritmo cardiaco, la sangre se espesa y aumenta el nivel de azúcar; en resumen, el cuerpo se prepara para una previsible lucha.

2. Resistencia: pueden empezar a aparecer síntomas tanto en el plano físico como psíquico: irritabilidad, cambios de humor, insomnio, pérdida de la libido, bajo rendimiento intelectual, dolor de cabeza, trastornos digestivos, palpitaciones, etcétera.

3. Claudicación: la persona cae en un estado de indefensión que tiene el aspecto de un cuadro depresivo. En esta fase ya pueden aparecer alteraciones y dolencias físicas susceptibles de desembocar en la muerte.

Remedios naturales para el estrés y la fatiga

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