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Fernando Broncano Prólogo

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Es sabido que el término diseño esconde una ambigüedad que nace en su origen etimológico del latín (de-signare), una ambivalencia que conduce a dos trayectorias semánticas que se entrelazan de forma inquietante: en una de ellas, avanzar un signo, señalar, constituir un futuro llenan el término de proyección sobre el tiempo mediante la transformación de algo; el término «designio» del español recoge esta senda del significado. En la otra, diseñar es representar mediante signos gráficos, donde el dibujo señala, indica, declara. En el uso práctico y extendido del término estas dos sendas convergen en la idea de definir un objeto futuro mediante la representación de una forma que acogerá funciones, usos y connotaciones simbólicas. En ingeniería se suele hablar de proyectos más que de diseños, y en las prácticas sociales políticas o institucionales se usa más el término «plan» (y ocasionalmente también el de diseño). El uso habitual de «diseño» se refiere en los usos más habituales al formateo de los objetos de consumo con la intención de añadir algo simbólico o estético a lo que se supone que ya es funcional. Pero hablamos de lo mismo: proyectar, planificar, diseñar es construir el futuro a través de la imaginación, la deliberación, la experiencia pasada, los deseos de futuro. El resultado del diseño es la creación de un entorno de objetos que adquieren una cierta independencia de las intenciones del diseñador y que, al entrar en el espacio de los usos, las prácticas, y las relaciones funcionales con otros objetos crean un hábitat completo en el que los seres humanos se desenvuelven y adquieren ellos mismos también su forma.

La tesis de este libro recoge muy bien la potencia que tienen los objetos diseñados y por ello el entrelazamiento de los dos hilos semánticos que tejen el concepto de diseño. Óscar Guayabero considera que el diseño (ahora entendido como el resultado de la práctica de diseñar) constituye una mediación. Esta es una tesis honda y productiva para entender por qué es tan importante el diseño en el mundo contemporáneo. Nunca la experiencia del tiempo profundo, el tiempo de la naturaleza, ha sido tan intensamente sentida en la humanidad. Desde las pasadas proclamas de la era posmoderna acerca del fin de la historia a las ansiedades que por fin ha comenzado a producir la evidencia del agotamiento de recursos no renovables, de la creación de un entorno urbano tóxico, del cambio climático y de la progresiva degeneración biológica del planeta, se extiende una conciencia de estar en un tiempo de transición no ya histórico, sino telúrico.

Aunque toda práctica de producción humana entraña diseño (Marx afirmaba que es el diseño, la anticipación, lo que diferencia al edificio del arquitecto de la celdilla de cera de la abeja), la omnipresencia del diseño pertenece al capitalismo de consumo, a la estructura económica en la que la reproducción de los trabajadores y la sociedad deja de ser un siempre cálculo de supervivencia hasta el día siguiente a convertir el consumo en el motor de la economía. Fue un cambio progresivo que comenzó en el siglo XIX, cuando el movimiento Arts & Crafts en el Reino Unido abogó por considerar la casa y la habitación humana como un entorno estético dedicado a la experiencia de la belleza. William Morris creía que pronto o tarde el diseño entraría en las casas de los obreros, por entonces infectos lugares tal como los describe Engels en La situación de la clase obrera en Inglaterra. Los grandes movimientos de transición de siglos del Art Nouveau, De Stijl, Bauhaus y otros difundieron la idea de fundir la utilidad con la belleza y lo simbólico. Para bien o para mal, estos primeros diseños que tuvieron las mejores intenciones dieron lugar a lo largo del siglo XX a una transformación radical del objeto de consumo, fuera una lata de sopa o un edificio de apartamentos para la clase obrera.

En este libro, Óscar Guayabero distingue con finura entre el diseño como medio y el diseño como mediación. El ser humano es una especie producto de un medio que solo en parte le ha sido dado por las contingencias geográficas. El medio humano es un resultado de las prácticas de producción y reproducción que llevaron a cabo especies de homínidos anteriores al Homo sapiens. La antropogénesis tuvo lugar en entornos de cultura material que crearon espacios de presión evolutiva tan importantes como los de los nichos ecológicos. La especie humana se ha desenvuelto en la historia en un medido sociotécnico que denominamos «cultura material». Esta cultura material está formada por las redes de artefactos diseñadas y producidas por el arte de los miembros de las culturas: tejidos, herramientas, cultivos, murallas, templos… El medio que constituye la cultura material abarca desde la piel al conjunto de la sociedad y del territorio. Es un medio que ha producido el increíble éxito biológico de la especie en el planeta, hasta llegar a esta era que llamamos Antropoceno, en la que la huella humana adquiere proporciones geológicas.

Este carácter de medio solo en parte es intencional, «diseñado». Como estudió Jared Diamond en varios de sus libros, la actividad ciega productiva de muchas culturas fue creando las condiciones de su colapso por agotamiento de los recursos del medio natural. El medio humano y el natural se entrelazan, pero no siempre lo hacen de una manera virtuosa. A gran escala, se han producido históricamente ciclos autodestructivos en los que el medio sociotécnico acaba con la potencialidad del medio ecológico para sostener a una sociedad humana.

Junto a este carácter de medio creado por el diseño, el entorno de objetos prefigurados y construidos por la capacidad proyectiva forma a la vez una «mediación». El término mediación connota una capacidad transformatoria de los sujetos que se desarrollan en ese entorno que no lo tiene el concepto de medio. Las identidades contemporáneas deben tanto a la cultura intelectual como a la cultura material: los cuerpos y las almas son productos de la mediación de un entorno diseñado que actúa como productor al mismo tiempo que como producto. El interés que tiene el texto de Óscar Guayabero es que nos hace pensar sobre la responsabilidad educativa y formadora del diseño. Siempre se ha encomendado a la cultura escrita e intelectual la función de formar (Bildung) a la humanidad, pero lo cierto es que la constitución de nuestras formas de ser debe tanto al entorno de objetos diseñados como a los mensajes que portan o que se reciben a través de los medios de comunicación y de la escuela. De ahí la llamada a diseñar un entorno que cambie las direcciones autodestructivas de nuestra cultura. Diseñar objetos que contribuyan a formar seres humanos solidarios con la vida, habitantes de la nave terrestre, compasivos con todo sufrimiento humano o animal y mediaciones para formas de vida solidarias.

No llega pronto este mensaje. Al contrario, en una cierta medida hay que achacar a un diseño productor de adicciones, de indiferencia a la huella ecológica, parte de la responsabilidad de la sociedad humana en la génesis del Antropoceno. Automóviles individuales diseñados para derrochar energía fósil, habitáculos energéticamente ineficientes, culturas de un turismo adictivo y destructivo de los entornos. El llamar la atención sobre esta responsabilidad, que alcanza desde la empresarial a la misma práctica de diseño, es una tarea cada vez más necesaria y complementaria de otras presiones culturales y políticas que podemos poner en marcha para cambiar la dirección de esta civilización autodestructiva. En la mente utópica de William Morris, el diseño debería producir a la vez una vida feliz y una vida buena. Es uno de los grandes proyectos culturales de nuestro tiempo: rediseñar el mundo, rediseñar esta nave que, como la nave de Neurath, debe ser reconstruida sin poder llegar a puerto, sin que se hunda en las aguas a pesar de sus graves daños.

El diseño para el día antes

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