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Estamos a un día de…

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Tenemos todos presente el concepto the day after, uno de esos conceptos que han venido a resumir un sinfín de escenarios posapocalípticos que hemos visto muchas veces en novelas o películas. Los hay de varias clases, pero se resumen en que los seres humanos hemos enviado el planeta al garete y vivimos una suerte de neoprehistoria, o distopía tecnofascista, ya sea por frío, por inundaciones, por pandemias provocadas, por falta de combustible o por calor extremo. En todos esos «días después» se muestra el ingenio de los humanos (los pocos que han sobrevivido) para crear herramientas y, sobre, todo armas. También, en la mayoría, el sistema financiero no existe, pero sigue vigente una especie de capitalismo rupestre. A mí, el diseño para ese momento no me interesa, espero morir de los primeros si llega el caso. A mí me interesa, sobre todo, el diseño para el día antes del apocalipsis. En términos temporales, si consideramos la presencia humana en el planeta, estamos justo ahí, un día antes del colapso. No sabemos si será en cinco, diez, cincuenta o cien años, pero, en cualquier caso, y como decía, en términos globales teniendo en cuenta la presencia de vida «inteligente» en el planeta Tierra, esos años representan un día, incluso unas horas o solo unos minutos si nos remontamos a la vida orgánica. Y lo que nos toca, si queremos sobrevivir como especie, es que ese día sea tan largo y transformador como podamos.

Somos una sociedad en transición, eso es inapelable. La pregunta es si seremos capaces de transitar hacia modelos sostenibles (ecológica, económica y socialmente hablando) o si vamos directamente a una distopía de precariedad y totalitarismo. Por tanto, cada una de nuestras acciones nos dirige hacia una dirección o hacia al otra, no hay más opciones. Buena parte de las decisiones que implican gasto ecológico se toman en el proceso de diseño. Muchas veces están condicionadas por aspectos de construcción, ingeniería, tecnología, pero también de marketing, posicionamiento de producto… Ahora bien, el rol del diseñador está presente en muchas fases de las decisiones y eso le permite ser proactivo en este sentido. De hecho, muchas veces debería ser él quien cuestionara la misma existencia del producto. Si lo que estamos creando genera más problemas ―ecológicos, pero también sociales― de los que resuelve (tanto en la fase de producción, muchas veces deslocalizada, como en el mismo objetivo de producto), habría que replantear la idea misma de sacarlo al mercado. Con absoluto respeto por mis colegas de profesión, creo que el diseño está en una pantalla anterior. Decía Victor Papanek al inicio de su famoso libro Diseño para el mundo real:

Hay profesiones que son más dañinas que el diseño industrial, pero muy pocas. Y posiblemente solo haya una profesión que sea más insincera. El diseño publicitario, dedicado a convencer a la gente para que compre cosas que no necesita con dinero que no tiene para impresionar a personas a quienes no les importa, es quizás la especialidad más falsa que existe hoy en día. El diseño industrial, al confeccionar las cursis estupideces pregonadas por los publicistas, logra un merecido segundo puesto.

No hemos entendido que el rol del diseño puede ser parte del problema o parte de la solución. Se ha de repensar casi todo. Hasta ahora, en la mayoría de los casos, el diseño es un medio al servicio de las empresas para situar sus productos en el mercado. Es lícito, pero ya no es suficiente, porque el mercado demanda siempre novedades, para seducir. Pocas veces estas novedades van acompañadas de verdadera innovación. Y si hablamos de diseño para el día antes, mucho tendremos que innovar para conseguir generar un cambio de paradigma.

Si el diseño se establece como un mediador entre nosotros y el mundo, entre nosotros y los demás, y entre nosotros y nuestras propias capacidades, puede mediar en las dificultades reales que tenemos para vivir y vivir mejor, y por eso ha de ponerse al servicio de la innovación social. El diseño no tiene las soluciones, pero puede ayudar a encontrarlas, incluso puede hacer las preguntas adecuadas. La máxima dificultad es apartar la idea de que somos creadores / genios / artistas y de que el mundo necesita urgentemente conocer nuestro talento. Aquí, las escuelas tienen un gran papel. Debemos defenestrar la idea de formar creativos iluminados por las musas y tenemos que hacer entender a los estudiantes que el único camino es la empatía. Una creatividad empática se basa en una realidad pretérita y tiene como objetivo generar unas realidades transformadas. Es un diseño reactivo que parte de la inteligencia colectiva y que tiene que ver con la empatía y la capacidad transformadora. No trabaja con consumidores, sino con usuarios, que a menudo se pueden incorporar en el propio proceso de diseño. Creo que ese es el diseño que podemos ofrecer para cuando, como dice Ezio Manzini, «todos diseñan». Ese sería el «diseño para el día antes».

Buckminster Fuller, en su libro de referencia Manual operativo de la nave espacial Tierra del año 1967, decía:

La nave espacial Tierra es un invento tan bien logrado, su diseño es tan bueno que, por lo que sabemos, los humanos llevan a bordo dos millones de años sin siquiera ser conscientes de que se encuentran en una nave. Y nuestra nave espacial está tan magníficamente diseñada que permite que la vida se regenere a bordo a pesar del fenómeno de la entropía, por el que todos los sistemas físicos locales pierden energía. Para compensar esa pérdida, tenemos que obtener la energía para regenerar la vida de otra nave espacial: el Sol.

Pero él también advertía que es una nave que se nos ha sido entregada sin instrucciones. Diría que si queremos trabajar para que ese día de antes del colapso haga retrasar el propio colapso, o evitarlo si podemos, hemos de trabajar con la idea de que no somos meros pasajeros de esta nave espacial, somos tripulantes (la idea también es de Fuller, por supuesto). Si somos tripulantes, cada decisión que tomamos puede modificar el rumbo de la nave y su propia existencia. Es cierto que eso tiene una lectura antropocéntrica, no lo negaré. Pero hemos llegado tan lejos en el cambio de las condiciones de vida sobre el planeta que ya no creo que sea suficiente con «no hacer nada», principalmente porque si no hacemos nada seguiremos en la dirección actual, es decir, el colapso. Detesto ser alarmista, pero hemos pasado de tener un problema climático a estar en alarma climática, lo dice la propia Unión Europea. Así que no nos queda otra opción que trabajar en este escenario de emergencia. Ese colapso no vendrá de la falta de recursos energéticos, como se nos decía hace años. El colapso llegará cuando la biosfera no sea capaz de digerir más CO2 que se liberará cuando usemos las reservas que ya hoy tenemos de combustibles sólidos. Eso, combinado con el cambio climático, generará una crisis alimentaria sin precedentes que será mucho más drástica de la que ya vive de forma crónica una parte importante del planeta.

Hay muchas cosas que podemos hacer y muchos colectivos que ya las están haciendo; grupos, cooperativas, sindicatos, pequeñas empresas, etc., que intentan mejorar la situación, desde el ámbito local o el global, desde iniciativas de barrio o de país. Esa es la innovación social a la que debemos ofrecer nuestro conocimiento y experiencia. En ese contexto es donde el diseño puede mediar y esa es la idea que intentaré desarrollar a lo largo de este libro.

Más allá de eso, creo que, como diseñadores, somos claramente comunicadores y, como humanos, necesitamos con urgencia un relato alternativo al the day after. El imaginario colectivo parece muy predispuesto a aceptar el fin de la humanidad, quizás porque llevamos décadas y décadas recibiendo mensajes en el cine, los videojuegos, la televisión, los cómics y la literatura que han conformado un horizonte de colapso y destrucción. Hay quien dice que eso no sería tan terrible. Es cierto que no sería el fin del mundo, sería simplemente nuestro fin como humanos. Quizás sea volver a pecar de antropocéntrico, pero me resisto a pensar en ese fin de la raza humana como inevitable, aunque solo sea por la curiosidad de ver cómo conseguimos salir adelante. Hemos de ser capaces, desde nuestra profesión, de generar un relato que nos sitúe en el día antes (del colapso), pero pensando, al mismo tiempo, que ese día puede cambiarlo todo. Sin caer en inocencias naif, pero aportando escenarios de éxito para que esa idea arraigue en nuestra mentalidad como especie. Es vital ser capaces de generar nuevos imaginarios donde los humanos encontremos un encaje en el planeta que no destruya el hábitat y que el mismo tiempo opere desde la justicia social. Otra vez Fuller apunta la dirección de lo que para mí sería el objetivo del Diseño para el día antes: «Hacer funcionar el mundo para el 100 % de la humanidad en el menor tiempo posible mediante la cooperación espontánea, sin perjuicio ecológico o sin dejar a nadie atrás».

El diseño para el día antes

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