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SELECCIÓN, RENUNCIA Y APROPIACIÓN CULTURAL

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En 1871, tres años antes del establecimiento formal de la Restauración Meiji —que puso punto final al feudalismo y restableció la figura del emperador—, los japoneses se dieron cuenta de que tenían que ponerse al día con respecto a Occidente si querían competir en el mundo moderno y evitar que los colonizaran. En pos de ese fin, una delegación denominada Embajada Iwakura viajó a Estados Unidos y a Europa para seleccionar qué debía aprender Japón de cada país y descubrir qué puntos tenía que desarrollar para convertirse en una nación fuerte.

En pocas palabras, la infraestructura pública del transporte de Estados Unidos, la monarquía parlamentaria de Gran Bretaña, y la metodología de investigación científica junto con las universidades de Prusia llamaron poderosamente su atención.

Adaptar esos modos de organizar la sociedad a la forma de hacer tradicional japonesa supuso nuevas maneras híbridas de llevar a cabo las cosas y sirvió para modernizar Japón y convertirlo en una gran potencia mundial.

Por lo tanto, es justo decir que este libro, inspirado por la Embajada Iwakura, es selectivo. La delegación japonesa eligió aquello que creía que era lo mejor de Occidente. Nosotros también podemos seleccionar lo que creamos que es mejor de Japón.

Al igual que en Occidente celebramos el individualismo, en Japón la armonía que se desprende de pertenecer al grupo resulta esencial para el bienestar personal. Podemos aprender los unos de los otros con solo aceptar qué es mejor de cada una de nuestras sociedades.

No repitamos los errores.

Lo que me lleva a la renuncia. Entre la aceptación y la resignación, puede haber una gran diferencia o una línea divisoria muy fina. Depende de lo que quieras decir y de quién seas.

Yo creo que hay una gran diferencia por lo siguiente: si una situación o una relación requiere paciencia y observación, acéptalo por el momento. Sé estratégico en vez de táctico. La situación quizá cambie. Y que varíe o se perpetúe en el tiempo acaso no guarde ninguna relación con lo que tú puedas hacer o decir en ese momento. Si reaccionas ante ella desde una perspectiva personal, a lo mejor descubres que has empeorado la situación y, así, podría suceder que acabara superándote en potencia de fuego.

Tal vez no sea justo, es cierto, pero ¿qué está en tu mano hacer para cambiar la situación, de manera que no vuelva a darse en esos términos? Piensa a largo plazo, traza un plan, organiza y contribuye a recabar un acuerdo de grupo. Seguro que no te está pasando solo a ti. Podría tratarse de algo sistémico o institucional, o darse debido a una relación caótica. Y como tal vez no tenga que ver solo contigo, cuentas con grandes posibilidades de que otros trabajen a tu lado para cambiar esa injusticia. No estás solo.

La renuncia, por el contrario, supone una pasividad insistente, una inseguridad que se te presenta a la hora de determinar quién eres y qué puedes hacer. Es un robo de autoridad. Te provoca incertidumbre. Te niega derechos que te pertenecen por el mero hecho de existir. Y el robo de identidad conduce a la ira, que es una emoción de lo más pobre.

Los japoneses expresan semejante resignación con la frase shikata ga nai, que viene a ser algo así como concluir que «no se puede hacer nada». Si bien una situación puede cambiar gracias a la actuación de aquellos implicados en ella, la posición alternativa será recurrir al shikata ga nai.

La frase shikata ga nai reflejaba un fatalismo y una pasividad peligrosos para muchos japoneses a los que habían educado en la senda de aceptar lo inevitable y no discutir con la autoridad ni enfrentarse a las leyes arbitrarias y burócratas. Esta declaración de renuncia la hacían los japoneses que vivían bajo un yugo militar.

O, como John Hersey escribió en su ya clásico Hiroshima, para contar por qué las víctimas de la bomba atómica dejaron de recibir atención sanitaria: «No se puede hacer nada, no va a servir de nada, shikata ga nai».

La resignación es peligrosa. Es posible que pueda hacerse algo, es posible que deba hacerse algo, quizá sea necesario tomar cartas en el asunto. La renuncia puede acabar siendo característica de una persona, quien, a partir de entonces, se mostrará pasiva en otras muchas situaciones.

Este libro no tiene nada que ver con el shikata ga nai, no trata de rendirse ni de darse por vencido.

Al contrario, si eres capaz de aceptarte a ti mismo y, después, a los demás, junto con tu lugar en el orden natural del mundo, estás preparado también para reconocer tu responsabilidad y pensar en los demás antes de actuar. Así, es más probable que reacciones de una manera que beneficie al mundo en el que vives. ¿Por qué elegir empeorar el asunto cuando te sientes unido a tu comunidad?

Por último, hay que hablar de la apropiación cultural. No soy japonés y no pretendo serlo, y tú tampoco deberías intentarlo —¡a menos, claro está, que seas japonés!—. Al igual que los japoneses se modernizaron seleccionando aquello que creían que era mejor de Occidente, adaptándolo a su cultura, también tú puedes elegir lo que más te guste de Japón.

No estoy sugiriendo que te vistas con un kimono o que empieces a practicar ikebana («arreglos florales») —aunque si es lo que te gusta, hazlo con respeto y reconociendo que, con ello, honras otra cultura de la que estás, lo quieras o no, irrevocablemente separado—. No seas un impostor. No intentes ser quien no eres. No te hagas con algo que no es tuyo y le robes su verdadero significado.

Con independencia de la apropiación cultural, acéptate tal y como eres antes de intentar convertirte en quien quieres ser y en quien podrías ser.

Ya lo escribió Michelle Obama en Mi historia, sus memorias: «Era posible, lo sabía, vivir en dos planos al mismo tiempo para tener los pies bien plantados en la realidad, pero señalando en la dirección del progreso. […] Siempre llegas a algún lado cuando mejoras esa realidad, aunque solo sea en tu interior. […] Puedes vivir en el mundo tal y como está, pero también puedes trabajar para hacer que el mundo sea como debería ser».

¿Por qué ser feliz?

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