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Primeros pasos en una vida consagrada

Una película que tuvo mucho éxito –Mi gran boda griega– presenta los muchos desafíos que afrontan las familias cuando tienen que preparar una boda. Hay muchas cosas que pueden salir mal: a la novia se le puede romper el vestido, se puede averiar el coche, se pueden perder las alianzas, puede faltar el vino, a veces la novia no aparece en la iglesia; y hoy, en la boda de la parábola de las vírgenes prudentes, es el novio quien se retrasa. En otro episodio del evangelio, Jesús describe la tarea de evangelizar comparándola con la de salir a las calles y ciudades para invitar a la gente a una gran celebración, una boda, pero de repente quienes llevan la invitación reciben una paliza. Todos conocemos anécdotas de auténticos desastres en una boda. Jesús también. En la boda de Caná no había vino. En los evangelios, Jesús se describe a sí mismo a veces como el buen pastor, y otras veces como el novio. Bonita descripción. Jesús nunca es el viudo. Él no existe separado de su novia, la Iglesia. Sin duda, todos conocemos jóvenes novios deslumbrados y enamoradísimos de su novia. Así es Jesús, enamorado de nosotros, su pueblo, su Iglesia. En la boda de Caná, María, madre del novio, madre de la novia, pronuncia sus últimas palabras, pero no será su última presencia. Nos dice: «Haced todo lo que él os diga». En el Calvario y en Pentecostés, María está presente otra vez. Siempre repitiendo el mismo mensaje y el mismo fiat. La primera palabra de María en el evangelio es «hágase en mí según tu palabra». Von Balthasar, el gran teólogo, que siempre habla de kniende Theologia, esto es, teología de rodillas, describe el fiat de María como Geschehen Lassen das Ja, esto es, un sí que permite que suceda algo. El sí de María permite que Jesús nazca en nuestro mundo, permite que Dios se haga uno de nosotros. Sus últimas palabras son: «Haced todo lo que él os diga». Estamos hoy aquí no para una boda, sino para un noviazgo durante el cual estas hermanas empiezan un período de intenso discernimiento sobre su vocación 3.

Esta nueva fase de sus vidas tiene como símbolo la elección de un nuevo nombre, la toma del velo blanco y la entrega de su propio diurnal.

Estas mujeres piden integrarse en la comunidad de las Hijas de María de Nazaret porque quieren responder al desafío de nuestra Señora: haced todo lo que él os diga.

Pasaréis vuestro noviciado escuchando la Palabra de Dios, en actitud de escucha del corazón para descubrir aquello a lo que Dios os llama. Es una actitud de disponibilidad a la voluntad de Dios. Cada una quiere pronunciar su sí a un estilo de vida evangélico, consagrada a través de los votos de pobreza, castidad y obediencia.

El evangelio de hoy empieza por decirnos que había una boda en Caná de Galilea y que María estaba invitada. Estoy seguro de que quienes conocían a María la apreciaban mucho. Querían que ella estuviese en sus fiestas, era divertida, sabía remangarse para echar una mano siempre que fuese necesario, ya fuese ocuparse de una familiar que iba a dar a luz o asegurarse de que hubiese suficiente comida y bebida para todos.

El evangelio sigue diciendo que Jesús y sus discípulos también habían sido invitados. Es un paréntesis extraño: es como decir que fray Seán estaba en la recepción en el Rose Garden de la Casa Blanca, el pasado viernes, y que el papa Francisco también estaba allí. Parece que esté dicho al revés.

Jesús hace su primer milagro a petición de María. Ella tiene tanta confianza en él que dice sencillamente a los criados: «Haced todo lo que él os diga».

Este es el mensaje de María, incentivándonos a abrazar fielmente la voluntad de Dios, con valor, con alegría y confianza –esta es la actitud de su Magnificat–.

Y después viene el milagro: ¡qué milagro tan extraordinario! Son setecientos litros de agua usada para lavar los pies de los invitados transformados en vino: ¡es mucho vino! Es como en el milagro de la multiplicación de los panes y los peces: sobran doce cestos. A mí no me gustan las sobras, pero aquí la sobreabundancia es parte del mensaje: Dios nos da más de lo que pedimos, más de lo que merecemos, más de lo que pensamos –¡ni sospechamos cuánto nos quiere!–.

El jefe de los criados probó el vino y se quejó de haber servido el peor vino al principio y haber guardado el mejor para el final... Jesús nos garantiza que el futuro puede ser mejor, nos podemos transformar en el vino vintage.

Este milagro es el signo que revela la gloria de Jesús, y los discípulos empiezan a creer en él. Aquí también percibimos que ante una misma realidad puede haber reacciones diferentes: algunos beben el vino bueno sin preocuparse de dónde viene, mientras que otros entrevén la gloria de Dios.

El primer milagro de Jesús se desarrolla en una boda. Y es gracias a María. Ella es la mujer llena de fe que muestra el poder de Jesús –«Haced lo que él os diga» y tendréis vino–. Es una epifanía.

Con María todo es sencillo. Su oración es una simple declaración de pobreza: «No tienen vino». Lo que María quiere decir es: «Ellos no tienen vino, yo no tengo vino, pero confío en la providencia amorosa de Dios».

La pobreza es una de las características de María de Nazaret. María es una de los ‘anawim, aquellos que ponen su confianza no en el dinero o en el poder, sino en la providencia amorosa de Dios.

Cuando el beato Carlos de Foucauld publicó su retiro en Nazaret, lo llamó La dernière place (El último lugar). Jesús dijo que debíamos buscar el último lugar en el banquete. Para los contemporáneos de Jesús, Nazaret era el último lugar, aquel donde nadie quería vivir. Hasta Natanael pregunta: «¿De Nazaret puede salir algo bueno?». La respuesta es lapidaria: es Jesús quien viene de Nazaret.

Suelo decir que la pobreza no siempre lleva al amor, pero el amor lleva siempre a la pobreza –hacerse pobre para bien de aquellos a quienes se ama es la kénosis de Cristo, que se vació de sí mismo y tomó la condición de esclavo–.

Los apóstoles abandonaron pescas milagrosas para seguir a Jesús. El amor lleva a la pobreza, a la renuncia, al sacrificio.

Nazaret también significa esa hospitalidad donde es acogido el extranjero, donde se practica aquello que el papa Francisco llama «arte del acompañamiento y cultura del encuentro».

En Nazaret es necesario acoger primero al Señor eucarístico, que vive escondido entre nosotros. La espiritualidad de Nazaret también es el desierto, el sabbat, el silencio. Una vez, cuando la Madre Teresa nos visitó en Massachusetts, miles de personas se acercaron a ver a la santa. Ella empezó a distribuir pequeñas tarjetas blancas y yo pensé: «Parecen tarjetas de visita, ¡yo quiero una!». Me puse a la fila con otras personas y, cuando llegué cerca de la Madre, ella me dio una tarjeta en la que estaba escrito:


El fruto del silencio es la oración,

el fruto de la oración es la fe,

el fruto de la fe es el amor,

el fruto del amor es el servicio,

el fruto del servicio es la paz.


Pero todo empieza con el silencio. Todo empieza con Nazaret, todo empieza con el desierto. Nazaret también tiene que ver con «ser familia», ser una hermana universal, para eliminar todas las fronteras y diferencias. Porque, como Carlos de Foucauld, estamos llamados a ser hermanos y hermanas universales.

Nazaret es también amor hacia los más pequeños en Cristo, los menores de nuestros hermanos y hermanas, que son Jesús en un angustioso disfraz, en una apariencia perturbadora. Nazaret es también relación con Oriente Medio, con el islam, con Tierra Santa –también llamada el quinto evangelio–, esa parte del mundo tan lacerada por la violencia. Esa parte del mundo de donde viene la madre Olga, donde nuestros hermanos y hermanas están sufriendo tanto. En algunos lugares, las casas donde viven los cristianos están marcadas con la letra «N», porque los cristianos son conocidos como los nazarenos. Nosotros somos nazarenos de Nazaret. Hoy, aquí, están dibujando en los muros y en vuestros corazones esa «N». Peregrinad como hermanas, Hijas de María de Nazaret.

René Voillaume, en su Retraite au Vatican, habla de la vida de Jesús en Nazaret como perdu dans la foule (perdido entre la multitud); la vida escondida de Jesús, María y José, común, rutinaria, trivial. Contemplemos a estas tres personas en sus vidas diarias de trabajo, oración, sencillez. Con esto, Jesús nos muestra la importancia de la gente sencilla, que tiene valor no por su riqueza o influencias, sino simplemente porque son hijos de Dios. Ellos son acreedores de nuestro amor, creyente o ateo, cristiano, judío o musulmán.

Hoy, al comenzar vuestro noviciado, dejad que la frase del Abbé Huvelin os inspire como inspiró al bienaventurado Carlos para ir a Nazaret, buscando vivir tan sencillamente como pudiera, tan orante como pudiera, tan cerca de Jesús como pudiera: Vous avez tellement pris la dernière place que jamais personne n’a pu vous la ravir (Has escogido de tal modo el último lugar que nunca nadie conseguirá robártelo). El último lugar es donde estamos más cerca de Jesús. Bienvenidas a Nazaret.

Enganchados a la luz

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