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I. Un cielo despejado

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¡Alma bendita, hermosura de la vida eterna! Aquí estamos tú y yo. Unidos en un tiempo y lugar que se ha fundido en lo eterno. Juntos somos la luz del mundo. Unidos somos el sol de la vida. De nuestra relación de puro amor ha nacido una nueva realidad. Una de pureza y santidad. Somos una sola mente, un solo corazón, un solo ser santo. En nuestra unidad somos tal como siempre hemos sido. Somos la inmutabilidad del ser expresándose por siempre, en la luz de nuestra gloria.

Hemos llegado juntos hasta este punto sagrado. Un punto que no tiene principio ni fin. Un punto en el que convergen el universo y toda creación emanada de mi divinidad en razón de nuestro amor santo. Hemos llegado a las cimas máximas de la santidad. Nada ni nadie puede sobrepasar en altura la elevación de este lugar bendito al que hemos arribado, asidos de la mano y fundidos en nuestros corazones, porque más allá de esta morada no hay nada. Has entrado a la morada del ser.

Hagamos silencio por un instante. Descalza tus pies y deja atrás las sandalias que has traído. Entrégaselas al viento que aquí sopla. Un viento de nueva vida. Un soplo de amor que renueva la faz de la tierra. Él sabrá qué hacer con ellas. Suéltalas. Desnúdate. Ven como el alma niña que eres, siempre abierta a descubrir las maravillas que tu Padre creó, los regalos benditos que el amor le regala a cada instante. Ven dispuesta a recibir. Ven dispuesta a dar. Ven dispuesta a servir.

Te he traído hasta este puerto de salida por medio de los hilos invisibles de mi divinidad, hilos dorados que no se ven pero se sienten, hilos de pureza, amor y verdad. El soplo de mi divino amor ha movido tu barca, llevándola desde las aguas del olvido, hacia los serenos torrentes de agua viva en los que ahora navegamos juntos con alegría y en paz.

Has arribado a un tiempo en tu vida, cuya magnificencia no puedes siquiera imaginar. Ni los tesoros más grandes del mundo ni la majestuosidad de la creación pueden siquiera compararse a lo que aquí se está creando como fruto de nuestra unión. Has llegado a la morada del ser.

Un nuevo canto ha nacido en el cielo, una nueva luz brilla en el universo, una nueva melodía de amor es entonada por los ángeles de Dios. Es el himno de alegría de la creación por tu llegada ante el portal del camino de ser. Un camino que no tiene igual. Un camino que esperaba tu arribo, tanto como una madre espera con ansias el nacimiento de su amado niño.

Aquí no hay espacio para la locura, ni para la tempestad de los mares bravíos. Aquí solo hay espacio para la vida, la paz y la creación. Nada turbará tu mente ni tu corazón nunca más, puesto que todo aquello que afligía tu alma ha sido olvidado para siempre, ha sido borrado del recuerdo de tu corazón enamorado. Ahora solo habrá expresión del ser. Extensión del amor. Un dar sin límites. Un servir a la causa y al efecto del amor.

Amada que has llegado a las tierras del cielo. Dime, ¿qué otro propósito puede tener el camino de ser, sino el de servir al propósito del amor?

Desvelo del divino amado, cuánta alegría siente mi corazón al saber que gozaremos juntos, en unidad con todos, de la libre expresión de tu ser. Cuánta dicha hay en el dulce reconocimiento de la belleza que eres y en tu libre determinación de vivir para siempre sumergida en esta verdad que te ha hecho libre. En verdad, en verdad te digo, que contemplar la más hermosa de las puestas del sol o la belleza de un amanecer, es un pálido destello en comparación a la hermosura del cielo de tu ser santo.

¡Oh, alegría de las almas que han retornado a la verdad! Ellas cantan sin cesar nuevas melodías de amor. Crean música para embellecer el cielo y la tierra. Entonan cánticos de alabanza a la vida. Viven alegres en los brazos de su amado. Van destellando dulzura a su paso. De su realidad emana la pureza del corazón. Son la expresión viva del amor.

Hija del viento y del sol. Delicia de mi corazón. Has de recordar ahora que el ser que eres en verdad es lo que todo buscador de la verdad ha estado buscando, cuando buscaba, y que todo amante anhelaba cuando vivía sumergido en la añoranza de un amor que no tiene principio ni fin. La unidad que se deseó no era otra cosa que la unión con tu ser. Una unión entre tú y yo, en la que ambos nos fundimos en un nosotros que extiende la realidad del amor.

Aquí no hay espacio para las ilusiones, porque aquí solo existe la verdad. Aquí hay creación. Aquí hay expresión de pureza y santidad. Aquí hay realidad. Aquí vivimos tú y yo, entrelazados por el hilo invisible del amor perfecto. Ya no hay espacio para las tentaciones que un día llevaron a mi amada a pensar que tenía que centrar su vida en cosas que nada tenían que ver con la expresión bendita de su ser. La supervivencia, el reconocimiento de los demás, la aceptación de los semejantes, los planes de la vida. Todo eso quedó tan atrás, que ni siquiera existen recuerdos de su existencia.

Ahora, el camino está despejado. El firmamento se muestra en toda su belleza, sin nubes que lo surcan. Un cielo diáfano ha sido recreado, es la belleza de tu mente despejada de todo lo que no era verdad acerca de ti.

Ahora, la mente está en condiciones de recibir la verdad y aceptarla en unión perfecta con el corazón. Ya no hay resistencia. Solo hay alegría de ser, deseo vehemente y sereno de expresar el amor que no es del mundo, pero sí que es del corazón que vive enamorado. Enamorado del amor. Enamorado de Cristo. Corazón amante. Corazón ardiente en el deseo perenne de unión.

Ahora el deseo se ha hecho fuego que incendia lo que eres. Es el fuego que emana de las entrañas mismas del ser que eres en verdad. Es el mismo fuego con que se ha creado la vida y la sostiene en la existencia. Es el fuego de Dios, ardiendo sin cesar en los corazones, en el centro de toda creación celestial. Fuego sagrado. Fuego que da calor al ser y extiende su dulzura a todo lo que lo rodea.

Elige solo el amor: El camino de ser

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