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I. La ganancia procede de dar

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¿Qué otra cosa podía ser la causa de que no amaras la expresión de lo que eres, sino tu decisión de no amarte a ti mismo? Un ser que no se ama a sí mismo es un ser en pugna con lo que es y, por ende, en pugna con todo. Esto se debe a que, si estás en desacuerdo con lo que eres, proyectas ese enojo hacia todo lo que, de un modo u otro, es. Al no amarte a ti mismo, te pones en una situación en la que intentas sacarte de encima lo que eres, lo cual es algo imposible de lograr. Dada esa imposibilidad, una vez que decides rechazar al ser que eres en verdad, lo cual es en sí una falta de amor, buscas crear situaciones que te lleven a negarlo. Si no lo puedes eliminar, lo puedes dejar de mirar. Y de ese modo, cerrando los ojos a tu ser, haces como los niños que creen que, porque cierran sus ojos, el peligro ha desaparecido. O al menos creen que al no ver, el otro no los ve a ellos. Esa era la razón por la que, o bien mirabas para otro lado, o bien le temías a la mirada del amor.

Recuerda cuando hablamos del mecanismo de negación y de esa idea tan infantil que decía: ojos que no ven, corazón que no siente. Eso es lo que decía esa parte de la mente que tenía miedo a la santidad que el ser es. Ahora que has alcanzado la madurez de la consciencia ya no necesitas seguir pensando, ni sintiendo como un niño, a pesar del hecho de que siempre serás como un niño en los brazos del amor. Ya hemos hablado de esto. Ahora lo recordamos nuevamente con el fin de que tomes consciencia de que a lo único que le temías era al poder de expresión del ser, y que debe haber una razón para ello.

¿Qué motivo puede haber para que le temieras a ese poder que hace que el ser se manifieste? Piensa antes de seguir avanzando, pues en la respuesta a esta pregunta se encuentra tu completa liberación o tu permanencia en el cautiverio de la no expresión. Hagamos silencio por un instante. Deja que la sabiduría del ser te dé la respuesta, y el amor te prepare para recibir la revelación.

La razón por la que le temías al poder de expresión del amor era porque creías que, al manifestar tu ser, podía ser destruido de alguna manera. O al menos atacado. Es tanto el amor que tienes a tu verdadero ser que has tratado de ocultarlo de la mirada de los demás y escondido para que el mundo no lo viera. Y así cuidarlo, tal como si se tratara de un tesoro de inestimable valor, el cual no estás dispuesto a poner en riesgo. Esa fue tu respuesta al amor.

La manera en que respondes a lo que eres forma parte de tu modo de pensar, y eso está relacionado en forma directa con la idea que tienes de ti mismo. Tienes, por lo tanto, que haber visto dentro de ti algo que, según tu interpretación, no era digno de ser amado o que no era amoroso, para haber podido albergar la idea de un ser indigno. Eso es lo que la culpa era. Si bien ya no está aquí, y no existe motivo para seguir dando vueltas a ese asunto de la culpabilidad, lo que aún tenemos que reconocer abiertamente es que cuando negaste tu ser, negaste su expresión.

Una mente reconciliada consigo misma y un corazón que vive en paz son los pilares sobre los que ahora se sostendrá la morada de la luz que eres en verdad, dentro de la cual el amor se expresa en toda su belleza. Si todo ser se expresa por el solo hecho de existir, es evidente que un ser reconciliado con la verdad, o dicho con mayor exactitud, cuando te reconcilias con lo que eres, extenderá paz. Y dado que allí donde está la paz, vive el amor, lo que un ser de paz extiende, en la serenidad de su realidad, es amor.

No basta con reconocer que eres amor perfecto y que tu ser vive en paz dentro del abrazo de la santidad. Es necesario que esa realidad se manifieste. Esto se debe a que la expresión del ser y el ser son una unidad indivisa. En efecto, la separación no era otra cosa que una desunión entre el ser y su expresión.

Que siempre has sido y serás santo está fuera de toda discusión, porque tu ser fue creado por Dios y él solo crea santidad, belleza y perfección. Pero que hayas expresado conscientemente esa verdad en el mundo, no es algo tan evidente para ti, aunque sí que lo es para Dios. Aclararemos esto.

Creías que era posible expresar amor o su contrario. Cuando le prestaste tu atención y le diste valor a esa creencia, no te habías detenido a pensar en cuán imposible es algo así. No existe tal cosa como una distinción de ese tipo dentro de la realidad del ser. O eres o no eres. No existe una tercera opción. Y dado que no puedes dejar de ser lo que eres, pues una vez creado eres eterno, entonces siempre has estado extendiendo el ser que eres en verdad. Siempre has estado siendo. Siempre has estado extendiendo amor.

Te has extendido a ti mismo tanto como Dios mismo, pues eres su extensión. Ninguna expresión de amor divino puede dejar de crear un nuevo amor. Y dado que tú eres extensión del ser que Dios es, has creado amor en unión con Cristo. Ser consciente de ello es de lo que estamos hablando. Y no solo en cuanto a la toma de consciencia en sí, sino en cuanto al reconocimiento de esta verdad.

Una cosa es percatarte de algo y otra cosa muy distinta es reconocer que aquello de lo que te percatas forma parte de ti. Reconocer el amor que has extendido como extensión de tu verdadero ser, es reconocer la verdad acerca de ti. En otras palabras, es reconocer a tus creaciones santas, perfectas, hermosas. Ellas son las creaciones que Dios crea constantemente por medio de tu ser, las cuales forman parte de ti, tanto como tú formas parte de Dios. Aceptarlas como tus hijas bien amadas, nacidas de las entrañas de tu corazón enamorado, el cual permanece en perfecta unión con Cristo, es amarte a ti mismo en la expresión de lo que eres en verdad.

Elige solo el amor: El camino de ser

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