Читать книгу La caída de Tenochtitlan y la posconquista ambiental de la cuenca y ciudad de México - Sergio Miranda Pacheco - Страница 10

Introducción

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Grandes problemáticas y conflictos sociales han derivado de un sinnúmero de condiciones históricamente asociadas a la Ciudad de México. La desi­gual­dad, segregación, criminalidad, pobreza, locura, migra­ción, enfermedades y epidemias, violencia de todo género, discriminación, explosión demográ­fica, desempleo, inmigración, contaminación, subur­ba­­­­­ni­za­ción, gentrificación, terremotos, inundaciones, sequías, guerras, crímenes, protestas, revueltas, etcé­­tera, han llevado a diversos especialistas de las ciencias sociales y las humanidades a elaborar relatos y análisis puntuales sobre actores, acontecimientos, prácticas, discursos y procesos para explicar las dinámicas urbanas del presente.

Los especialistas se han apoyado en los estudios del pasado urbano, aunque su propósito no sea escribir propiamente la historia de la ciudad. De hecho, ninguna crónica o disciplina científica logra por sí sola abarcar la complejidad de la ciudad y de su historia. Esta tarea requiere de un análisis multidisciplina­rio para articular los aportes de estudios especializados y ofrecer un relato comprensivo y explicativo de cómo el ser humano produce a la ciudad y, a la vez, de cómo ésta lo produce a él. Un análisis y una narrativa de esta naturaleza son los que ofrece la his­toria urbana.

Dentro de la multidisciplinariedad y pluralidad temática con que la historia urbana descifra a la ciudad y al proceso de urbanización que es consustancial a ella, resulta primordial estudiar la relación histórica de las ciudades —ambiente construido— con el medio físico —ambiente natural— y el rol histórico de esta relación en el cambio socioambiental tanto local como regional, nacional, internacional y global.

El principio que guía el interés de la historia ambiental en el pasado urbano es la idea de la unidad histórica entre el ser humano y sus ambientes natural y construido, la cual coloca al género humano y a la naturaleza en una interrelación mutuamente condicionante que se proyecta y materializa en su ambiente social y material, e imprime también su hue­lla ecológica en el mundo natural.

Históricamente, la ciudad ha sido quizá el mejor ambiente y sistema que la especie humana ha construido para sustentar su vida individual y colectiva, y lo ha logrado en estrecha asociación con la naturaleza, tal como lo hacen otras criaturas, pero también en contra de ella, pues ha venido socavando sistemas de ésta que sustentan y comprometen su vida y su existencia misma como especie.

Paul R. Ehrlich ha demostrado que la comprensión del proceso evolutivo de nuestros sistemas de percepción puede aclarar parte de nuestras dificultades para enfrentar la emergencia ambiental que vivimos hoy como especie. En la misma perspectiva y propósito, la historia urbana ambiental nos proporciona un marco comprensivo —útil para la acción y la promoción del cambio— del complejo proceso histórico de producción del ambiente construido, a partir del cual puede reconocerse que nuestra percepción e interacción con el ambiente natural ha sido también una construcción social y cultural mediada por ideas, prejuicios, intereses, experiencias y conocimientos a lo largo del tiempo.

De ahí que para comprender el sentido y sig­nificación sociocultural de la ciudad, junto con los procesos de producción de la materialidad urbana, de­bemos estudiar las prácticas, representaciones, ideas, intereses, fines, instituciones, prejuicios, valores y nor­mas que han mediado y median nuestra percepción y acción sobre la naturaleza.

En este sentido, la historia urbana ambiental puede ayudar a reconocer la operatividad y las contradicciones históricas de las relaciones entre la actividad humana y la agencia de la naturaleza en la producción del ambiente urbano y, a partir de ello, generar acciones individuales y colectivas que recuperen lo positivo de la vida urbana y de su relación con la naturaleza.

La historia de esta relación nos muestra que los humanos han producido su ambiente social y urbano conforme a los mismos principios con que se han apropiado y producido cambios en el paisaje de la naturaleza; es decir, los humanos han aplicado al funcionamiento, forma, organización y vida de sus ciudades las mismas relaciones utilitarias que históricamente han practicado sobre la naturaleza y sus elementos. No existe emplazamiento humano y urbano que no haya sido producido sobre esta base.

Las diferencias históricas entre ciudades, sin embargo, radican no sólo en la diversidad ambiental en la que se erigen y actúan, sino también en la significación que sus habitantes dan a ésta, en la sustentabilidad de sus acciones sobre ella y, por extensión, en los valores, normas e instituciones que rigen su vida social.

Tenochtitlan y los asentamientos humanos establecidos en las riberas e inmediaciones de los antiguos lagos, canales y ríos de la cuenca de México fueron ejemplo de un ambiente construido dentro del cual los sistemas naturales continuaron operando y favoreciendo la producción agrícola, la caza, la pesca y la recolección de recursos lacustres de variadas especies vegetales y animales. En la simbiosis entre naturaleza e intervención humana ocurría la movilidad, la edificación de vivienda y edificios públicos, el vestido, la conquista de otras poblaciones y la defensa frente a los enemigos. Fue durante el periodo mexica que el sistema de lagos y su explotación local se articuló y fue operado por primera vez en la historia del valle de México, bajo el mando de Tenoch­titlan, y en el que la combinación de una simbiosis intensiva de poblaciones locales con el conjunto del valle, más la introducción del cultivo de chinampas, propició la gran densidad poblacional y civilizatoria que sorprendió a los españoles.

Esta organización y manipulación del paisaje natural en favor de las necesidades de pobladores y de los poderes políticos dominantes en el valle de Méxi­co en tiempos prehispánicos se logró a través de gene­raciones, y supuso también la construcción de los poderes político, militar y religioso, y de una organización social jerarquizada garante del funcionamiento del complejo sistema hidráulico del valle. La limpieza de canales, el mantenimiento de estructuras, la vigilancia del nivel de las aguas y el control correctivo de compuertas de los diques, entre otras tareas, sirvieron para imponer el dominio de la capital tenochca sobre el valle y, fuera de éste, sobre poblaciones tan lejanas como la actual frontera de México con Guatemala.

La simbiosis de la principal ciudad indígena y del resto de comunidades con su medio lacustre fue de tal manera funcional a la satisfacción de sus necesidades que la vida devocional mexica giró en torno a deidades representativas de las fuerzas naturales vinculadas al agua, las lluvias, la humedad y la agricultura, junto a otras asociadas a la creación celestial, la guerra, el sacrificio humano y el alimento solar.

Al llegar a Mesoamérica, los españoles entraron en contacto con este complejo y simbólico medio ambiente humano y natural. Tras derrotar a Tenoch­titlan con la ayuda de aliados indígenas de otros señoríos, dieron continuidad a la conquista del ambiente de la cuenca y del valle para fundar la ciudad de México sobre las ruinas de aquélla y con los medios de sostenerla conforme a sus propios preceptos y cosmovisión.

Aunque al igual que los indígenas, los españoles actuaron sobre el medio natural para producir el suyo propio valiéndose de sus elementos; la fuerza de las acciones que planearon y ejecutaron para lograr­lo transitó muy pronto de la adaptabilidad inicial

a la acción transformadora del ambiente, semejante en su alcance y energía a la que la propia naturaleza ha ejercido sobre sí misma dando origen a las distintas edades geológicas. Este empeño antropogé­ni­co no ha cesado de manifestarse en la magnitud de las obras posteriores a la conquista de Tenochtitlan con que la ciudad de México se ha expandido históricamente.

El vehículo central empleado por los españoles para transformar radicalmente el paisaje y el ambien­te fue el desagüe del valle de México, complemento necesario de la urbanización de la ciudad y de las localidades del valle. La historia de esta infraestructura y de sus posteriores modificaciones y extensiones, así como de la urbanización que la exigió, abarca desde tiempos prehispánicos hasta nuestros días.

Tras infructuosas reparaciones del antiguo sistema hidráulico indígena —cuya destrucción parcial durante la guerra de conquista y después de ésta repitió la experiencia de las inundaciones de la ciudad que años atrás habían vivido los mexicas en 1449, 1498 y 1499 (poniendo en riesgo no sólo las casas, propiedades y negocios de los conquistadores, sino también la continuidad del proyecto imperial español en la Nueva España)—, el plan del desagüe inició sus obras a comienzos del siglo xvii, modificándose y culminando hasta 1900, aunque para ese año sus objetivos ya no sólo fueron expandir la ciudad y salvarla de las inundaciones, sino desecar los cuerpos de agua que la atravesaban junto con los lagos del valle, con el supuesto propósito de salvaguardar la salud de sus poblaciones afectadas por las aguas estancadas y residuales.

Sin embargo, apenas diez años después de concluido el desagüe, la inclinación de su pendiente, construida para expulsar mediante la fuerza de gravedad las aguas residuales fuera del valle, resultó afectada por el hundimiento del suelo —provocado por la extracción del agua del subsuelo— y se recurrió al bombeo, cuya operatividad también llegó a su límite a mitad del siglo xx, debido a la sobre­población y dimensión metropolitana que había alcanzado entonces la ciudad, al agravamiento del hundimiento de su suelo y al enorme volumen de aguas residuales que ésta arrojaba a los drenajes, colapsándolos con un mar de heces y desechos domésticos e industriales.

Al igual que siglos atrás, el riesgo de perder propiedades y viviendas, y el temor de colapsar el modelo industrial de la economía nacional, que tenía su nodo principal en la capital mexicana, llevaron nuevamente a la búsqueda de soluciones mediante obras no menos faraónicas que el desagüe del valle. Tal fue el drenaje profundo que, después de quedar concluido en 1975, a comienzos del siglo xxi mostró sus límites y hubo que construir un nuevo Túnel Emisor de Oriente (2019) para descargar las aguas residuales y “salvar” otra vez a la ciudad de las inundaciones, quién sabe por cuánto tiempo más.

En este libro propongo una narrativa comprehensiva y explicativa de la transformación ambiental del paisaje del valle y ciudad de México antes y después de la caída y derrota de la ciudad indígena de Tenochtitlan, hasta la primera mitad del siglo xx. Tomo como eje del relato y análisis el estudio de las ideas y proyectos, así como de algunos de los más significativos impactos socioambientales que tuvieron las obras de construcción del desagüe del valle de México, concluidas en 1900. Junto con ello estudio la percepción que de los problemas ambientales de la ciudad tuvieron sus habitantes y las prácticas de éstos, la opinión de científicos de la época sobre las causas del deterioro ambiental y social y sus soluciones. Además, destaco la estrecha relación que hubo a lo largo de los siglos entre la urbanización de la ciudad de México y el empeño secular y prometeico del poder político, aliado con los saberes técnicos y científicos, en dominar a la naturaleza mediante el desagüe del valle para producir una ciudad desequilibrada social y ambientalmente, pero ajustada a los intereses y aspiraciones de individuos, gobiernos, empresarios y burocracias técnicas y científicas.

La caída de Tenochtitlan y la posconquista ambiental de la cuenca y ciudad de México

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