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1 Jordán en el seno

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El agua murmura, el agua aumenta su caudal.



Aquí estaba ella tumbada en el césped de la orilla. Su minifalda con rayas verticales blanco-rosas, se deslizaba bastante para arriba, los pies balanceando en el agua tibia del Jordán cuyas olas suaves, con movimientos infinitos y ligeramente murmurantes, lamían las pantorrillas delgadas hasta las rodillas. El fuerte sol de la tarde cerró los párpados de Mariamaria y debajo sus sueños empezaron a pestañear.

De hecho, se hundió en un agradable ensueño, en el cual el viento de pensamientos y sueños estaba soplando la cortina de sus recuerdos hacia adelante y atrás y le dejaba adivinar fragmentariamente lo que había vivenciado en las últimas semanas. ¿O ella sólo pensaba haber vivenciado esto?

¿Por qué se había dado cuenta de que todas las personas en la calle viraban la cabeza hacia ella? Sí, todas las personas, no sólo los hombres más jóvenes y sus precursores adolescentes, también mujeres, niñas, ancianas y ancianos clavaban las miradas en ella. Sintió que todos volvieron la cabeza hacia ella, no tenía que cerciorarse.

Ella era Mariamaria, cierto, ¿y qué? ¿Ella era algo especial? Era un poco más alta que sus compañeras y amigas, pues bien, con la tez un poco más morena, y la naturaleza había ondulado su cabello de color castaño ligeramente, sus ojos marrones eran maquillados raramente con las manos inexpertas, y, sus labios carnosos, bastante oscuros, mal había pintado artificialmente. Pero, por supuesto: Ella ya estaba un poco encantada con su apariencia, ella no se vio arrogante, Dios sabe que no, pensaba… ¿Quién, ya volvería la cabeza por un gansito? …Ella estaba simplemente feliz y satisfecha.

¿O era eso lo que fascinaba los ojos de la gente?

De repente ya no estaba tan cierta aunque ella no sabía exactamente por qué debería estar insegura, especialmente, cuando siempre entraba en su mente si, a lo mejor, debería haber una explicación muy diferente por qué las personas la miraban. Poco a poco se acordó de que en las últimas semanas no había dormido tranquila, se había agitado bajo su cobertor presionando su cara contra la almohada de muchas veces. ¿A quién Mariamaria podría contar eso, como ella mismo no sabía precisamente lo que estaba aconteciendo en su sueño, y cuáles eran las sombras que se deslizaban de nuevo detrás de sus párpados?

Probablemente aún hacían falta muchos sueños en la orilla del Jordán con sus piernas balanceando en el agua, para que las piedrecillas del mosaico de su memoria - o de su imaginación - puedan ser reestructuradas para una imagen razonablemente visible.

Para hoy, en esta tarde soleada de agosto, sólo una vez, de flujos de pensamientos y una inundación de imaginaciones a partir de las cuales ella creía que el Jordán podría saber sobre eso, el Jordán le daría la respuesta, o tal vez iría a devolverlas. ¡ Qué líquidos podrían causar cualquier cosa! Desde luego que en el colegio en la clase de química ella ya había oído hablar sobre eso, pero esta tarde ella percibió como el Jordán la obligó y mandó sus presentimientos flotantes a sus piernas descubiertas.

Y cuanto más tiempo dormitaba en el borde del río, Mariamaria sintió eso, sintió el Jordán en sus suelas y en las pantorrillas desnudas, sintió, medio adormecida, como el río empujó los fantasmas desordenados y no descifrados hasta el seno, pasando por sus piernas y rodillas.

¡Qué cosquilleo latente que, a través de su vientre, todavía plano, y por su pecho movido, por la respiración, llegó a su frente, de alguna manera agradable, sí! El mensaje codificado, enviado por el Jordán realmente no atizó - aún - ninguna tempestad debajo del pelo rizado, tal vez fue un poco más abajo, ella no podía realizarlo en estos momentos, no, ninguna tempestad, sino un centellear suave que ella todavía no había sentido.

¿Cuánto tiempo estará tumbada aquí, con las piernas balanceando en el agua del Jordán? Después de que el sol había comenzado a quedarse más bajo y los rayos menos fuertes permitían a los ojos de Mariamaria parpadear bien lentamente debajo de las largas pestañas oscuras, sus manos tantearon la realidad de la naturaleza que la rodeaba: La izquierda sintió la hierba bajo sus caderas y la transición entre la piel y el tejido, la derecha tenía que darse cuenta de que sus piernas ya no estaban cubiertas por la falda. Sus mejillas se pusieron todavía más rojizas que el sol del verano ya había hecho, se apoyó sobre sus codos y miró cautelosamente a su alrededor, pero no podía ver a nadie cerca de ella. ¿Quién va a tumbarse en el sol ardiente del mediodía?

Por lo menos Mariamaria estaba terriblemente avergonzada, en qué apariencia había vivenciado su ensueño. ¡Sólo si alguien la hubiera visto! Ella tenía vergüenza como una pecadora atrapada, en fin sus padres la habían educado desde la infancia para la castidad y en cada oración de la noche ella se había comprometido a preservar una imagen impecable de niña y posteriormente de mujer. Esto también no debería cambiar nada, y esta misma tarde se le había ocurrido que se despertó tan ardiente, y tal vez también había soñado libertina y desenfrenadamente, pero eso realmente no lo sabía.

Tomó el dobladillo de su camiseta azul celeste entre pulgar e índice y comenzó a secar las gotas de sudor sobre su barriga y en el hoyuelo de su ombligo, también entre sus piernas, secó el resto de la humedad que nunca había notado antes, y, finalmente borró el último terror de su ceño fruncido.

El tejido de color azul celeste de la parte superior de su t-shirt con tirantes se había vuelto sudor oscuro, y el calor sofocante del sol de la tarde produjo bordes blancos alrededor de las manchas empapadas. Ojalá que sus amigas no presenten preguntas punzantes por los bordes de sudor y la cara de langosta roja. A los padres podría, sin embargo, explicar que había jugado al baloncesto con los jóvenes vecinos carpinteros, pero no, la idea tal vez no era tan buena, porque, en fin, no se juega baloncesto con los muchachos vecinos de minifalda y sandalias, y, además, tanto el padre, pero más aún la madre se dieron cuenta de que Josip, el mayor de los dos, había arriscado al menos un ojo en su hija. Y en este sentido él, absolutamente, no se distinguió de todas las otras personas que estaban mirando a Mariamaria a cada paso. Pero Josip, a pesar de todo, era - casi - el único a quien no le habría llevado mal las miradas calurosas y, sin embargo, inquietas.

Bueno, alguna cosa tenía que acontecer con este t-shirt lleno de rastros de sudor y ya no muy azul celeste. Mariamaria casi automáticamente pensó en su prima mayor Elsbet. De todas maneras tenía que pasar en frente de su casa. A ella, probablemente, podría dejar claro como es, y además sus tíos ya eran un poco seniles, ellos no deberían notar el tejido manchado.

¿Pues qué pensarían todas las personas que la perseguían con sus ojos implacables, cuando aquellos podían verla ahora en esta condición? Tal vez ellos irían a usar sus pestañas con más moderación?

Mariamaria había olvidado completamente volver a cubrir sus piernas recatadamente, hizo eso rápidamente intentando alisar los pliegues de su minifalda hacia abajo. Sacó las piernas desnudas fuera del agua del Jordán, se puso de pie y se secó los pies en el césped de la orilla del río. En seguida se deslizó en sus sandalias marrones planas, trajo la mochila de cuero hacia su pecho y subió el barranco.

Para llegar a la casa de Elsbet y, si es posible, quedar escondida, tenía que hacer un corto atajo que la llevó a través del pequeño parque municipal del distrito sur de la ciudad de Nazaré. A partir de ahí sólo faltaba pasar una calle lateral.

La puerta principal de la casa de su tío quedaba semi-abierta, como siempre en el verano, y así anduvo de puntillas dirigiéndose directamente a la habitación de Elsbet que estaba en la parte trasera de la casa. Por la puerta del patio vio que tía y tío, ya un poco sordos, estaban sentados en el jardín jugando naipes.

Elsbet, cómodamente tumbada en su sofá-cama, con el notebook sobre las rodillas y los auriculares en sus oídos, no se había dado cuenta de inmediato y se asustó después que Mariamaria había abierto la puerta de la habitación. Pero en el mismo instante puso la mano en la boca de su prima para no revelar esta situación delicada.

Elsbet arrancó los auriculares de sus oídos, miró a Mariamaría con los ojos abiertos, frunció la frente con profunda sorpresa, entonces apretó los labios, los abrió de nuevo con la lengua y tartamudeó: Sí, ¿pero, cómo estás? La prima percibió inmediatamente que el rubor de la vergüenza se apoderó de la cara de Mariamaria y Elsbet contestó con las cejas levantadas.

Como si hubiera sido atrapado en una situación embarazosa, Mariamaria apretó sus pestañas superiores en las inferiores, respiró profundamente, dejó el aire mucho tiempo en su pecho antes de que se oyó salir el aliento lentamente sin responder nada. Poco a poco dirigió su mirada a Elsbet que tenía la boca abierta con la mandíbula inferior caída. La prima también respiró profundamente por la nariz, pero expiró inmediatamente por sus dientes y estaba yendo a anexar otra pregunta.

Mariamaria ya había esperado esta reacción, estiró su brazo derecho hacia delante, hacia el pecho de Elsbet, queriendo interrumpirla con los dedos extendidos de la mano abierta. Elsbet dejó caer las manos batiendo sobre sus muslos, miró a los ojos de Mariamaria intensamente, interrogativamente, y no consiguió creer la apariencia extraña de su prima más joven.

Mariamaria se mordió rápidamente con los incisivos el labio inferior, en seguida, pasó inquietamente la punta de la lengua sobre el labio superior seco cubriéndolo apenas con el dedo índice izquierdo, para indicar a Elsbet que ella ahora debería parar de preguntar. Por un momento las dos se miraron sin decir nada hasta que Mariamaria rompió el silencio suspirando y susurrando a su prima en voz baja: Por favor, no digas nada más, yo tampoco no sé exactamente lo que hay de errado conmigo, por favor, no vuelvas a preguntar, seguramente te voy a contar luego así que pueda pensar razonablemente.

Elsbet cerró la boca, se extendía de la almohada, se levantó medio irritada, hizo un gesto de socorro, giró su cabeza hacia un lado, tiró su pelo de la frente balanceando la cabeza de nuevo. Mucho tiempo que una estaba enfrente de la otra con los hombros caídos hasta que Mariamaria acaba murmurando: Ya ves, querida, de ninguna manera yo puedo ir a casa así y me dejo ver bajo los ojos de mis padres, porque ellos van a preguntar y no comprender nada, igual que tú, y no puedo contestar a ellos así como no puedo, a ti. La única cosa que realmente necesito ahora, es que tengo que tomar una ducha con urgencia para lavar las manchas de transpiración de mi t-shirt sudado.

Elsbet se quedó pensativa mucho tiempo, cruzó los brazos bajo su pecho exuberante, frunció el ceño, miró al techo y, en seguida, miró a Mariamaria desesperadamente y por fin respondió: Pero todavía mucho menos puedes llegar a casa con esta camiseta mojada. Pero Mariamaria, de repente, obviamente ya había inventado la solución: Eso no es ningún problema, nosotros dos vamos a retorcerla, la ponemos en la secadora, y el resto lo hacemos con tu secador de pelo. Hasta que llegue a casa el viento del verano la habrá secado completamente.

Elsbet había entendido el plan de su prima, asintió con la cabeza, se dejó caer con las nalgas primero en su sofá-cama, buscó apoyo con los hombros en el respaldo, tiró las rodillas abrazadas hacia el pecho, puso el lado de la cabeza en los brazos esperando lo que la prima hiciera ahora. Mariamaria miró alrededor del cuarto, así que sólo con la segunda mirada se dio cuenta que Elsbet con las piernas levantadas y por la falda plisada descubierta dejó a la vista la piel demasiado desnuda y de esta manera ofreció un aspecto, ciertamente no intencional, insólito, que ella hasta ahora no había percibido.

Elsbet miró atenta y curiosamente como Mariamaría resbaló de las sandalias, empujó la minifalda rayada rosa y blanca sobre sus muslos y pantorrillas hacia abajo y salió primero con el pie izquierdo y, en seguida, con el derecho. Todo lo que restó era el slip blanco. Elsbet levantó la cabeza y sus ojos estaban quedando cada vez más grandes, cuando Mariamaria, totalmente inesperada, sin vacilar y completamente sin vergüenza metió sus pulgares al nivel de los huesos de la cadera en la cintura de su slip y, poco a poco, lo empujó bajo sinuosos movimientos de sus caderas hacia los muslos a lo largo de las rodillas hasta los tobillos. Para librarse de la mini-falda había sido más fácil, pero su slip se mantuvo detenido en los talones, y ellos tenían que lidiar con las plantas de los dos pies. Elsbet había mirado los esfuerzos de su prima medio sorprendida, medio divertida, y cuando Mariamaria se levantó nuevamente, automáticamente los ojos de Elsbet también se deslizaron hacia arriba y quedaron capturados por una concha peluda.

Mariamaria dio media vuelta rápidamente y se dirigió directamente hacia la ducha, que estaba situada detrás de la puerta al lado de la entrada de la habitación. Elsbet oyó abrir los grifos. Mariamaria jugó con el agua fría y caliente, con el tiempo se acomodó a una temperatura tibia y dejó tamborear el agua sobre sus hombros en su parte delantera. Dos brotes florecieron a través del tejido mojado de la goteante camiseta chupadera, y ella sintió sus curvas debajo de sus manos. Una y otra vez miró los rastros que había traído de las orillas del Jordán intentando barrerlos y Mariamaria observó cómo desaparecieron lentamente.

Con gotas de agua entre los dientes ella llamó a su prima: ¡Ven a ayudarme para limpiar la parte posterior de la camiseta! Elsbet se levantó inmediatamente del sofá, vino corriendo, abrió la puerta de la ducha y comenzó a tratar las manchas blancas de sudor en la espalda. Con las puntas de los dedos frotó sobre el algodón, ahora profundamente azul, tiró varias veces la tela empapada de la espalda de Mariamaria y dejó fluir agua nueva hasta que las manchas desaparecieron definitivamente. Ella tiró la camiseta por delante y detrás hacia abajo dejándola lisa, e, involuntariamente, casi sin querer, raspó los rizos de cabello castaño, que ya le habían sorprendido mientras su prima se desvestía y que ella misma no podía sentir más.

Mariamaria señaló que el procedimiento de lavado ya estaba terminado, se volvió a Elsbet y tiró la camiseta con ambas manos sobre su pelo castaño rizado. Elsbet que todavía había quedado con la nariz en el centro de la puerta de la ducha, recibió la camiseta y, como enraizada, tuvo que dirigir su mirada directamente en las colinas firmes goteantes de su prima, y se sintió capturada por esa visión de modo que no era capaz de desviar los ojos de esta belleza redondeada, de la cual dos cositas milagrosas destacaban que, tan sublime, nunca había percibido en el espejo en sí misma.

Mariamaria se puso de puntillas y cogió la toalla que Elsbet siempre había dejado en la puerta de la ducha. La tomó con un leve tirón para abajo, la desdobló sacudiéndola, y, en seguida anudó la toalla sobre su pecho. Casi simultáneamente tomaron la ropa azul, la doblaron, la torcieron en direcciones opuestas y empezaron a retorcer el t-shirt.


Mariamaria

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