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Una generación reprimida y huérfana

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El alcalde Alessandri ha sido artífice de una larga trama de acusaciones en contra de estudiantes secundarios, a quienes por mantener una participación político–social y una acción movilizadora ha catalogado de delincuentes y criminales, insolentes y resentidos, desproporcionados y antojadizos.

Sin embargo, la identidad que tiene este grupo de jóvenes se aleja de los conceptos de la autoridad comunal: es un grupo que se caracteriza por su fragmentación orgánica, su autonomía en la acción, su ausencia de figuras inspiradoras; es una generación sin glorias ni derrotas, sin la Unidad Popular como horizonte extraviado y sin la lucha en Dictadura como referencia moral. Es un movimiento crítico de sus generaciones estudiantiles predecesoras, 2006 y 2011, que lamenta la parlamentarización de sus liderazgos y la coincidencia de sus estructuras partidarias con las prácticas de la vieja política, entendida como igual o parecida al quehacer de las dos coaliciones que han conducido los regímenes posdictadura.

Parte de su identidad cultural puede encontrarse en sus liceos, construida sobre la base a reivindicaciones generales: educación gratuita universitaria, mejores condiciones materiales, cambios en el currículo escolar y en temas transversales, como la relación sexista entre docentes y estudiantes y el vínculo entre mujeres y hombres, relevando un trato igualitario, todos elementos eludidos por los canales de televisión en función de potenciar conductas disruptivas, que tensionan la relación con las autoridades.

Por lo general, comparten conductas y valores de modo flexible, priorizando la libertad como un concepto compartido, el descreimiento hacia ideas homogéneas y un tajante escepticismo hacia la institucionalidad. Normalmente, esa flexibilidad se resquebraja cuando surgen juicios que se asocian al conservadurismo social. En su mayoría, tienen modos de vivir vinculados a la cultura de masas, en donde el consumo no es cuestionado, la moda es seguida y la satisfacción por la mercancía inhibe juzgarla como contraria al discurso asumido. Por ejemplo, la convivencia entre el gusto por el reggaetón y las practicas feministas, juventud que se desarrolla con paradojas y certezas (como la vida misma), en donde conviven grupos que, «ocultando» al mercado, promueven estilos de vida asociados a productos y distinciones que implícitamente otorgan superioridad vital sobre otros y otras, y sobre sus condiciones de vivir.

Un sector de las y los jóvenes urbanos cuenta con cobertura mediática y acceso al mercado. Generalmente, asumen posiciones que no dan cuenta de la complejidad cultural y material de la práctica que profesan. Esta idea se expresa en movimientos referidos a la crianza «respetuosa», que no considera las condiciones materiales que tiene una mujer obligada a mantenerse como fuerza laboral remunerada. También se observa en el discurso sobre la alimentación sana, que dota de virtudes a un producto industrial de «nicho» por sobre los de consumo masivo, obviándose el aumento de su costo monetario. Lo mismo se percibe en los movimientos antivacuna, que se estructuran en base a certezas no refutadas por la ciencia y/o creencias esotéricas que desprotegen la salubridad de niños y niñas en pos de un discurso que, generalmente, está asociado a estilos de vida monetariamente privativos para la mayoría de la juventud.

Una juventud que juzga como intolerable la violencia en contra de los animales por motivos de entretenimiento, que denuncia al Estado por permitir la crianza deplorable de aves y animales para uso alimenticio y se compensa comiendo «huevos de gallinas felices de campo», publicitados como la recuperación de sabores alimenticios perdidos.

Ese universo juvenil cuenta con la venia de los medios de comunicación, que los presentan como transgresores, personajes inspiradores de telenovelas, auténticos ejemplares de una época que transita hacia un mercado fragmentado, hacia un mundo de algoritmos y transitoriedad desechable.

Como contraparte a los jóvenes descritos en los párrafos anteriores, se organizan grupos centrados en aspectos sociales y políticos, que pretenden intervenir en comunidades más amplias; adolescentes y jóvenes que asumen que la solución a las malas condiciones de vida es colectiva, orientando sus acciones para destruir las políticas públicas neoliberales. Jóvenes que construyen una utopía anómica, enfrentada a la hegemonía de los medios de comunicación, a la escuela, al Estado, que promete un ascenso social a cambio de concentrar los esfuerzos en actos individuales. Grupo que ha mostrado coraje, una incansable acción y voluntad de cambios, característica que se sustenta en la certeza de que no puede ser la actual élite la que conduzca las posibles reformas que el país necesita.

Comunidad que ha sido desprestigiada por los medios de comunicación y reducida a la temática de la violencia, supuesto método propuesto para materializar la solución de sus demandas, ecuación que oculta la profundidad de la crítica y del quehacer cotidiano de sus protagonistas.

Apaga la TV. Apuntes sobre prensa y comunicación en tiempos de revuelta popular

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