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PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN

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En las páginas siguientes se ha hecho un intento de examinar de nuevo, a la luz de la Palabra de Dios, algunas de las preguntas más profundas en las que pueda indagar la mente humana. Algunos han abordado estos problemas en días pasados y de su trabajo todos nos hemos beneficiado. Aunque no hace alarde de originalidad, el autor ha procurado examinar y tratar con el tema que le ocupa desde un punto de vista totalmente independiente. Hemos estudiado diligentemente los escritos de hombres como Agustín, Tomás de Aquino, Calvino, Jonathan Edwards, Ralph Erskine, Andrew Fuller y Robert Haldane. Entre aquellos que han tratado de la manera más útil la soberanía de Dios en los últimos años podemos mencionar a los doctores Rice, J.B. Moody y George S. Bishop de cuyos escritos también hemos recibido instrucción. Es muy triste pensar que estos nombres son desconocidos para la presente generación. Por supuesto, no compartimos todas sus conclusiones, pero felizmente reconocemos nuestra deuda hacia su trabajo. Intencionalmente nos hemos abstenido de citar libremente a estos teólogos porque deseamos que la fe de nuestros lectores no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios. Por esta razón hemos citado libremente a las Escrituras y hemos buscado fundamentar cada una nuestras declaraciones en textos bíblicos.

Sería necio de nuestra parte el esperar que esta obra sea aprobada por todos. La tendencia en la teología moderna —si le podemos llamar teología— es hacia la deificación de la criatura en lugar de la glorificación del Creador, y la levadura del racionalismo está permeando rápidamente en toda la cristiandad. Los efectos malévolos del darwinismo han tenido alcances más allá de lo que la mayoría nos percatamos. Muchos de nuestros líderes religiosos que todavía son considerados ortodoxos serían, con temor lo decimos, clasificados como heterodoxos si fuesen pesados en las balanzas del Santuario. Incluso aquellos que tienen claridad intelectual sobre otras verdades, rara vez tienen una doctrina sana. Pocos, muy pocos, hoy en día creen en la completa y total depravación del hombre. Aquellos que hablan del «libre albedrío» del hombre e insisten en su poder inherente de aceptar o rechazar al Salvador, solo muestran su ignorancia de la condición real de los hijos de Adán. Y si existen pocos que creen esto (que la condición del hombre es totalmente desesperada), hay incluso menos personas que creen en la absoluta soberanía de Dios.

Adicionalmente a los efectos de la enseñanza no bíblica, también debemos enfrentarnos con la superficialidad de la presente generación. Anunciar que cierto libro es un tratado de doctrina es suficiente para crear prejuicios en la gran mayoría de los miembros de las iglesias y los predicadores. El anhelo, hoy en día, es de algo ligero y entretenido, y pocos tienen la paciencia, mucho menos el deseo, de examinar cuidadosamente aquello que demandará toda su concentración y poder mental. También sabemos lo difícil que es encontrar, en nuestros días ajetreados, el tiempo que requiere el estudiar los temas profundos de Dios. Sin embargo, también es cierto que aquel que quiere algo, encontrará la manera de lograrlo y a pesar de las cosas desalentadoras a las que hicimos referencia, creemos que habrá un remanente piadoso que se deleitará en considerar cuidadosamente esta obra, y confiamos que tal deseo traerá «su fruto en su tiempo».

No olvidamos las palabras de alguien que dijo: «La censura es el último recurso de un oponente derrotado». El descartar este libro con el epíteto de «híper–calvinismo» no es digno de mención. No tenemos ningún gusto por la controversia y no aceptaremos ningún reto a entrar en un debate sobre las verdades discutidas en estas páginas. En cuanto a nuestra reputación, la dejamos en las manos del Señor, y a Él dedicamos esta obra y cualquier fruto que ella pueda producir, orando que Él la use para dar luz a Su amado pueblo (mientras sea acorde a Su Santa Palabra) y perdone al escritor, y guarde al lector, de cualquier falsa enseñanza que pudiera haberse infiltrado en ella. Si el gozo y el consuelo que el autor ha obtenido al escribir estas páginas son compartidos por el lector, entonces estaremos agradecidos a Aquel que nos da Su gracia para discernir las cosas espirituales.

Arthur W. Pink, Junio 1918

La soberanía de Dios

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