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«COMO SI NO HUBIESEN PASADO JAMÁS TALES

ACTOS» LA GESTIÓN FERNANDINA DE LA MEMORIA

HISTÓRICA DURANTE EL SEXENIO ABSOLUTISTA (1814-1820)*

Antonio Calvo Maturana

Universidad de Alicante

Pasados estos días entre los mayores regocijos y diversiones, de luego a luego se aplicó el señor Don Fernando a poner orden a las cosas y tribunales, y volverlas al estado que tenían en el año de 1808. (José Clemente Carnicero, Historia razonada de los principales sucesos de la gloriosa revolución de España, 1814)1

Gracias al apoyo de los sectores inmovilistas y al gran respaldo popular que le había granjeado su leyenda de mártir y redentor,2 Fernando VII pudo recuperar en 1814 el trono absolutista que había heredado –y usurpado– en 1808. Pero el monarca tuvo que hacer frente a un gran cúmulo de acontecimientos recientes que cuestionaban seriamente su legitimidad y eran una importante amenaza para su aura de Deseado. Después de seis años en los que había existido la libertad de imprenta de facto, la restaurada monarquía absoluta no podía conformarse con imponer la censura y el silencio administrativo como si nada hubiese pasado. Nada volvería a ser lo mismo a partir de 1808, el monarca reaccionario tenía que tener a la opinión pública más en cuenta que sus antecesores.

Para recuperar la estabilidad absolutista del siglo anterior y volver al «tiempo largo» político, resultaba imprescindible establecer una visión oficial y monolítica del pasado reciente que dejase atrás los controvertidos debates políticos que se habían librado en foros como las Juntas, la prensa o las Cortes. Eran muchos los asuntos espinosos a explicar, tales como la protesta de Carlos IV tras el Motín de Aranjuez, la fama de libertina de la madre del monarca, la incauta decisión de viajar a Bayona, las nada airosas abdicaciones allí producidas, el gobierno de un rey de la dinastía Bonaparte con el apoyo de parte de los españoles, la proclamación de una Constitución liberal, la derogación de la misma, etc.

Por si fuera poco, el pasado no era el único problema de Fernando. Durante su reinado, las conspiraciones liberales y las obras escritas tanto por los exiliados como por los extranjeros siguieron poniendo en jaque a un monarca cada vez más necesitado de reforzar su posición política, y cuya baza fundamental siguió siendo la maniquea confrontación entre su religiosidad y “españolismo” frente al ateísmo y el cainismo de sus enemigos.

Nuestra intención aquí es identificar una buena parte de los recursos propagandísticos utilizados por la Corona para imponer su visión de los hechos más recientes. Sin ánimo sistemático –solo posible en una monografía– aludiremos a las manifestaciones artísticas, a la producción de la imprenta, a la legislación, y a las diferentes fiestas y conmemoraciones oficiales dirigidas a dicho fin que vieron la luz durante el llamado Sexenio Absolutista, centrándonos particularmente en los recursos propagandísticos utilizados en los primeros compases de la restauración de 1814.

Dedicaremos la segunda parte del trabajo a los principales relatos históricos sobre la Guerra de la Independencia escritos durante el reinado. Los vencedores son los que escriben la Historia, y el reinado de Fernando VII no fue una excepción. Trascenderemos la frontera cronológica de 1820 para comparar las obras de José Clemente Carnicero (1814-1815) y la Comisión Militar (1816) con la de José Muñoz Maldonado (1833), y veremos que esta última dio un llamativo giro a la visión de los hechos, evidenciando el dinamismo de la no tan estática memoria histórica fernandina.

LA POLÍTICA FERNANDINA DE LA MEMORIA DURANTE EL SEXENIO (1814-1820)

A su vuelta a España, todo fueron parabienes para El Deseado, el mártir de la tiranía.3 Autores civiles y religiosos cantaban las excelencias del monarca por medio de elogios, poemas y sermones en acción de gracias, mientras que ayuntamientos e instituciones organizaban fiestas y homenajes en su honor.4 Los conocidos cuadros de Miguel Parra5 y otros lienzos y grabados de similar temática6 demuestran la intención oficial de perpetuar la imagen de un monarca adorado por su pueblo, recibido en olor de multitudes desde la misma frontera con Francia.

a) El edicto del 4 de Mayo de 1814

Pronto demostraría Fernando VII que no todos habían hecho bien en desear su retorno. El llamado Manifiesto de los Persas simboliza la restauración absolutista en España,7 pero tenemos que buscar su plasmación oficial en el edicto real redactado en Valencia el 4 de mayo de 1814 y publicado el 12. En este documento, Fernando VII hizo una total revisión del pasado reciente, desde Aranjuez hasta su regreso a España, en un evidente esfuerzo por legitimar su posición (coyunturalmente respaldada por la población, pero comprometida en el fondo, como ya se ha dicho).

El edicto es un verdadero programa político y propagandístico en el que ninguna frase carece de intención y contenido. Buen ejemplo de ello es el comienzo del texto, en el que Fernando asentaba su derecho al trono aludiendo directamente al Motín de Aranjuez e indirectamente a las Cortes de Cádiz (comparando esta convocatoria con la anterior, «según fuero y costumbre»):

Desde que la divina Providencia por medio de la renuncia espontánea y solemne de mi augusto padre me puso en el trono de mis mayores, del cual me tenía ya jurado el reino por sus procuradores juntos en Cortes, según fuero y costumbre de la nación española, usados de largo tiempo...8

En todo momento, Fernando recordaba que tenía de su lado el “amor y la lealtad” del pueblo. Como contrapartida a su heroísmo, el rey seguía alimentando el fuego contra los dos grandes antihéroes de la propaganda fernandina y patriótica:9 Manuel Godoy y Napoleón Bonaparte.10 En el contexto de las maquinaciones de este último, no podía faltar una mención al desafortunado viaje a Bayona. La maldad del emperador y el amor de Fernando por sus vasallos eran los responsables de aquel desgraciado asunto:11 «un tan atroz atentado, que la historia de las naciones cultas no presenta otro igual».12

Proseguía la particular narración fernandina de los hechos con una descripción de los pasos previos que llevaron a la Constitución de Cádiz: la convocatoria regia de Cortes del 5 de Mayo, el surgimiento de las Juntas, la creación de la Central («quien ejerció en mi real nombre todo el poder de la soberanía»), el establecimiento del Consejo de Regencia y, finalmente, las Cortes, a las que se achacaba todo tipo de desaciertos y atropellos.

En la línea servil, la principal acusación contra las Cortes era su nula conexión con la tradición hispana, ya que habían sido «convocadas de un modo jamás usado en España», prescindiendo de «los estados de nobleza y clero, aunque la Junta Central lo había mandado».13 El resultado final fue que «casi toda la forma de la antigua constitución de la monarquía se innovó». Con «un modo de hacer leyes (...) ajeno a la nación española», la Constitución de 1812 «se había hecho copiando los principios revolucionarios y democráticos de la constitución francesa de 1791».14

Mencionando a la Revolución Francesa, Fernando parecía rememorar el escenario aparentemente moderado y monárquico que derivó en el regicidio de 1793, en el contexto de un extremismo jacobino que hizo caer en el desencanto a muchos intelectuales progresistas españoles y del resto de Europa. La supuesta prueba de la exaltación gaditana era la usurpación de la soberanía del monarca; fingiendo constituir una «monarquía moderada», las Cortes habían diseñado un «gobierno popular, con un jefe o magistrado, mero ejecutor delegado, que no Rey, aunque allí se le dé este nombre para alucinar y seducir a los incautos y a la nación».15

El edicto limitaba la paternidad de la Constitución de 1812 a una «facción» que aterraba al resto de diputados y se había beneficiado de la libertad de imprenta para «preparar los ánimos». Estos «pocos sediciosos», revestidos «del especioso colorido de voluntad general» habían atribuido la soberanía «nominalmente a la nación para apropiársela ellos mismos». A este egoísmo achacaba Fernando el «democratismo» –que consideraba afectado– de este grupo de diputados, que habrían empleado el nombre de la nación para hacerse con el poder y a la vez «lisonjear al pueblo» (si bien este no se había movido de su «natural lealtad»).16

Las siguientes líneas del decreto son, posiblemente, las más interesantes. En lo que parece más un conjunto de promesas electorales (a las que llama «reales intenciones en el gobierno» o «bases»)17 que el discurso de un monarca absoluto, Fernando VII trazaba las líneas a seguir en su reinado. El monarca utilizaba un lenguaje ornamental y moderado que tiene sus raíces en el discurso paternalista del Absolutismo Ilustrado y en la modernización ornamental de la propaganda borbónica de finales del XVIII,18 pero que conecta igualmente con el espíritu de las Cartas otorgadas. La permeabilidad del edicto del 4 de mayo con el mensaje formal del liberalismo y el nulo cumplimiento posterior de los compromisos invitan a pensar que Fernando también quería «lisonjear al pueblo».

La declaración inicial contra el despotismo es totalmente coherente con el discurso del absolutismo tradicional –todos los reyes dieciochistas renegaban del despotismo–19 igual que lo es la promesa de Fernando de no ser déspota ni tirano «sino un Rey y un padre de sus vasallos».20 Pero hay otros pasajes en los que el absolutismo flirtea con los postulados de sus enemigos. El monarca prometía una nueva convocatoria de Cortes «legítimamente congregadas», en la que esperaba quedasen «afianzadas las bases de la prosperidad» de sus «súbditos que habitan en uno y otro hemisferio». Definiendo su gobierno como «moderado» (y por tanto como un justo medio entre el despotismo y la exaltación revolucionaria), Fernando hacía suyo parte del programa gaditano, aludiendo al aseguramiento de la «libertad y seguridad individual y real» (para los que llama «ciudadanos»), a la «libertad de imprenta»,21 a la transparencia en las cuentas, y a la separación de los gastos del rey y los «de la nación».22

De hecho, Fernando VII no recurrió a su poder absoluto para derogar la Constitución. Para tal fin, parecía querer utilizar los argumentos liberales, asegurando seguir «la voluntad de mis pueblos»:

Por tanto, habiendo oído lo que unánimemente me han informado personas respetables por su celo y conocimientos, y lo que acerca de cuanto aquí se contiene se me ha expuesto en representaciones, que de varias partes del reino se me han dirigido, en las cuales se expresa la repugnancia y disgusto con que así la constitución formada en las Cortes Generales y Extraordinarias, como los demás establecimientos políticos de nuevo introducidos son mirados en las provincias (...) conformándome con tan decididas y generales demostraciones de la voluntad de mis pueblos, y por ser ellas justa y fundadas, declaro...23

Finalmente, el edicto se cierra con la anulación de la Constitución, la clausura de las Cortes y la proscripción de quienes osasen oponerse. La anulación de la obra legislativa gaditana «como si no hubiesen pasado jamás tales actos, y se quitasen de en medio del tiempo» da título a este trabajo porque refleja con nitidez el espíritu fernandino a partir de 1814.24 Con este acto reaccionario, Fernando VII cerraba el paréntesis abierto en el último sexenio y pretendía gobernar como si no hubiera perdido el trono en 1808. Su consiguiente política –con el reestablecimiento de la Inquisición25 y la restitución, junto a sus bienes, de las órdenes religiosas, como si las más progresistas medidas liberales y josefinas no se hubieran aplicado– así lo demuestra. Más difícil era combatir la memoria histórica; ya que no era posible borrar una historia tan reciente, se podía al menos reescribir una versión oficial que se acabase imponiendo con el paso de los años.

b) El fin del «escoiquismo»

En 1814 y 1815, los dos primeros años del segundo reinado, no encontramos todavía un modelo ni un mensaje consolidado. Aunque se publicaron muchas obras firmadas por autores cercanos al rey y por muchos otros que querían hacer méritos siguiendo la línea oficial, hallamos todavía retazos del modelo que había imperado en la Guerra de la Independencia: obras cortas y con un tono polémico y revanchista.26 Es el caso de la visceral obra contra los afrancesados: Los famosos traidores, a la que volveremos más adelante.

Prueba del interés de Fernando VII en explicar al público los motivos de su desplazamiento a Bayona es la publicación de tres obras sobre el asunto, las firmadas por tres autores tan cercanos a él como Ayerbe, Cevallos y Escoiquiz. Resulta excepcional dentro del tradicional hermetismo absolutista –que aleja del público cualquier atisbo de debate político– la polémica entre Cevallos y Escoiquiz sobre el viaje hacia las fauces de Napoleón.27 Muy pronto, la Monarquía optaría por vender de nuevo un mensaje de tono sosegado y sin fisuras. Ese mismo año se publicaron las cartas del Marqués de Ayerbe, hombre al servicio de Fernando en Valençay. Al final del texto hay una nota impresa de Escoiquiz lamentándose de no tener permiso para poder responder a Cevallos:

Un precepto superior, fundado en lo indecoroso que sería para personas de la clase del Sr. Cevallos y de la mía, el dar pábulo a las conversaciones del público con semejantes discusiones, me ha obligado a ceñirme a la estrechez de esta nota, que será mi última contestación, no solo a dicho Sr. Cevallos, sino a cuantos pretendan ofenderme con iguales acusaciones injustas.28

El rey ya no quería polémicas, el intrigante Escoiquiz –más útil para tiempos de guerra que para los de paz– acabó perdiendo su confianza y fue expulsado de la Corte en 1817. De hecho, la obra de Ayerbe (a cargo del Impresor de Cámara del rey), lo responsabilizaba casi oficialmente del error de Bayona:

En esta situación no quedaba ya a S.M. otro partido que la fuga, a que por consejo de todos nosotros se hubiera indudablemente decidido (...) si Don Juan Escoiquiz, que temiendo demasiado el poder de Napoleón jamás pudo figurarse la genera y enérgica oposición de los españoles, no se hubiese valido de todo su ascendiente sobre el amo para disuadirle de la empresa.29

Este no es el único asunto polémico que envolvía a Escoquiz. Si, para llegar al trono, Fernando VII había iniciado una campaña contra Godoy y su madre, una vez alcanzado no le interesaba ser el hijo de una libertina, lo que –como ya le había advertido Napoleón en 1808–30 podía comprometer su corona. Es normal, por tanto, que el que había sido la mano derecha de Fernando no pudiera publicar sus Memorias en vida, ni siquiera cuando gozaba de todo el favor real.

Corrían por tanto nuevos tiempos para la imagen de los destronados y exiliados reyes. A Fernando VII no solo le convenía limpiar la leyenda negra de su madre, sino llevarse bien con sus padres, peligrosos reyes vivos y resentidos a los que interesaba tener de su parte. Para poner fin a las conspiraciones liberales que intentaban devolver a Carlos IV al trono español,31 Fernando –por medio de su embajador Vargas Laguna– alcanzó en 1815 el Convenio ajustado entre el Rey Nuestro Señor y su Augusto Padre.32 Mediante este acuerdo, Carlos IV reconocía a su hijo como rey –olvidándose de la protesta tras el Motín de Aranjuez– a cambio de una subvención económica, el permiso de Godoy para residir en Roma, y otros puntos de los que ya nos hemos ocupado en otro trabajo.33

Así María Luisa de Parma desapareció de los pasajes de las obras que mencionaban el ascenso de Godoy, y Carlos IV permanecía en un honroso segundo plano.34 En un nuevo gesto hacia su madre, Fernando dio en 1816 unas nuevas constituciones a la Orden de damas de la reina María Luisa, lo que hizo que esta orden no desapareciese y siga viva a día de hoy.35

Cuando Carlos y María Luisa murieron en 1819, Fernando quiso redimirse públicamente como hijo organizando unos funerales de cierta importancia tanto en Roma como en Madrid.36 Ese mismo año se publicaron numerosos elogios fúnebres de ambos, en los que María Luisa –otrora «madre desnaturalizada»– recuperaba esa imagen de virtud doméstica tan típica de las reinas de finales del XVIII y principios del XIX.37 Entre las obras que inmortalizaron aquellos funerales, resultan llamativos los cuadros encargados por Fernando VII al pintor Pedro Kuntz sobre la Conducción del cadáver de la reina María Luisa de Parma desde el Palacio Barberini a la basílica de Santa María la Mayor (1824) y el Funeral por la reina (1821).38 En el primero, la luna en cuarto menguante, las antorchas del cortejo y, sobre todo, el cuerpo de la reina (vestida de blanco), son la única iluminación en una luctuosa visión nocturna de la llegada a la basílica.

c) Liberales y afrancesados: hijos bastardos de la patria fernandina

La imagen de los supuestos enemigos de Fernando en sus años de príncipe se mantuvo estática durante el resto del reinado: Godoy cargó con toda la culpa y los Reyes Padres permanecieron más o menos absueltos. Pero no se puede decir lo mismo de los dos colectivos que habían amenazado su trono absoluto: afrancesados y liberales, cuya imagen sí se transformó con el tiempo. Creemos que se puede percibir un matiz que diferencia la persecución a ambos grupos. Los afrancesados se llevaron la peor parte en un principio, y los liberales –que, al fin y al cabo, también habían apoyado a Fernando– fueron tratados en la imprenta de forma algo más condescendiente hasta el trienio (lo que no significa que no fueran represaliados antes ni recibieran duras críticas). A partir de 1823, las invectivas contra los liberales arreciaron, mientras que los afrancesados acabaron –previa evidente rehabilitación en la imprenta– siendo amnistiados por el rey que los había expulsado años antes.

Claro ejemplo de ese tono exaltado inicial que se iría perdiendo con los años es el incendiario Los famosos traidores refugiados en Francia, panfleto contra los afrancesados publicado tras el decreto que los expulsaba de España. Nos podemos hacer una idea del contenido visceral del texto (publicado en la Imprenta Real y escrito en un tono muy distinto al decreto)39 leyendo su cita más conocida:

Traidores, sí, traidores os llamaba a boca llena la España toda; traidores os apellidaban en los momentos de reflexión y de calma los mismos conquistadores a quienes servíais; traidores os llaman hoy el francés, el alemán, el inglés, el ruso, el polaco; y, mal que os pese, vuestro nombre transmigrará a la posteridad más remota ennegrecido con el feo dictado de traidores, que de él será inseparable mientras que haya virtudes y justicia sobre la tierra. ¡Virtudes y Justicia!40

Los famosos traidores eran «bastardos que favorecieron la causa del moderno Atila», «instrumento de todos los horrores cometidos en España” y “seres ruines que abortó el mundo».41 Ni siquiera los autores religiosos tuvieron mucha piedad de estas ovejas descarriadas. Fray Manuel Casamada hablaba de ellos como: «unos cuantos hijos desnaturalizados, que a manera de fieras intenten chupar la sangre de su madre y despedazar las entrañas que les dieron el ser»,42 y Manuel Fortea como «renegados españoles vendidos a la lisonja».43 Desde entonces, la corriente de opinión favorable al perdón fue creciendo progresivamente. Tras una serie de decretos de rehabilitación e inmediatas marchas atrás, los afrancesados acabarían siendo una parte importante de los últimos compases del reinado de Fernando.44 Es lógico por tanto que, como veremos más adelante, la Historia fernandina acabase juzgando a los seguidores de José I con benignidad.

En cuanto a los liberales, sabemos que no fueron expulsados sino procesados (si bien muchos de los más destacados habían marchado al exilio). Como escribió el general Arco Agüero, solo había orden de expulsión contra los afrancesados:

Solo dos clases de personas estaban ausentes del reino por opiniones políticas, esto es, los liberales y los afrancesados. En cuanto a los primeros, dígaseme, ¿por qué decreto formal se hallaban expatriados? ¿Pesaba sobre ellos alguna ley, alguna resolución de S.M. por la cual se les hubiese mandado permanecer fuera de la nación? Nadie lo citará porque no existe.45

En el decreto del 4 de mayo de 1814, Fernando VII había declarado proscrito a todo el que se opusiera a su soberanía, pero en la circular del 1 de junio del mismo año parecía proteger consecuentemente a los liberales que la hubieran acatado. El rey diferenciaba así el «necesario castigo de los malos y de los inquietos y díscolos, que descaradamente han tratado de trastornar la constitución fundamental del reino, o de establecer y sostener al gobierno intruso», de los que «aunque por las opiniones que acaso han manifestado, hayan dado muestras de afecto a las novedades que se iban introduciendo (...) todavía la opinión común no las señala por tumultuantes y sediciosas». Con esta medida, que decretaba la liberación y el fin de la persecución de los liberales (y afrancesados) menos implicados, esperaba «S.M. que la moderación y justicia de su gobierno enmendará más bien que el terror los excesos de imaginación».46

Si los miembros de la administración josefina habían sido marcados claramente en el decreto de 30 de mayo (perdonando solo a los escalafones más bajos), los simpatizantes con el liberalismo eran más difíciles de identificar, ya que estaban mezclados con el resto de fernandinos. Para identificar a esos «pocos sediciosos» de los que hablaba Fernando el 4 de mayo, se produjeron numerosos y dilatados juicios en los que pocas veces se sacó algo en limpio.47 Hubo represión a los constitucionales sin duda, pero no comparable a la de 1823-1824.

Es cierto que varios autores, sobre todo los religiosos, criticaron a los liberales a partir de 1814, refiriéndose a ellos como «los jacobinos que nos oprimían»,48 antirreligiosos y antimonárquicos,49 o como «un puñado de anarquistas [que] se atreven, aún reconociendo su impotencia, a convidar con escritos infames al desorden y falta de respeto al más amado de los Soberanos, y sacrílega y neciamente amenazan en el centro de la Monarquía al augusto Fernando, al Rey adorado de España y al deseado de los Pueblos (...) [son] malvados, que la opinión general de la Nación condena a la execración».50 Pero insistimos en que podemos encontrar en algunos textos una mayor solidaridad hacia patriotas equivocados y descarriados como podían ser los liberales, que a los afrancesados, considerados traidores.51

Fueron muchas más las obras antiliberales publicadas durante la Década Ominosa, algunas de ellas con el respaldo directo del rey, como la Apología del Altar y del trono, de Rafael de Vélez.52 En 1823, lejos ya la traición afrancesada, el odio absolutista y reaccionario se volcará hacia la más reciente de los liberales, con la misma virulencia empleada años antes contra los primeros. Un párroco de Burgos llamaba a los constitucionalistas: «Españoles desnaturalizados, viles prostituidos a la impiedad y a la ambición, hijos espurios de la España, hombres débiles y cobardes (...) infames (...) viles, cobardes, irreligiosos y libertinos».53 Así comenzaba una obra impresa por el obispado de Jaén y dedicada a la reina:

Entretanto que seres despreciables

En nocturnas sesiones congregados

Al ver desbaratados

Sus ominosos planes detestables,

No queriendo existir sobre la tierra,

Reniegan de la paz y ansían la guerra...54

Una vez más, los acontecimientos presentes habían cambiado la imagen del pasado. Después del Trienio, mientras los liberales monopolizaban el puesto de enemigos del statu quo absolutista, los afrancesados (por su preparación, por la necesidad del gobierno fernandino de cierta apertura, etc.) acabarían ocupando altos puestos de la administración y recibiendo un trato verdaderamente favorable.

El fernandismo no llegó a perdonar legalmente a los liberales más destacados del Trienio, ni siquiera en un momento de acorralamiento como la amenaza carlista durante la agonía del rey. La amnistía general del 14 de octubre de 1832, firmada por la reina María Cristina, perdonaba a todos los reos de Estado «exceptuando de este rango benéfico los que tuvieron la desgracia de votar la destitución del rey en Sevilla, y los que han acaudillado fuerza armada contra su soberanía».55

d) El 2 de Mayo y el 24 de Marzo: la coexistencia de dos conmemoraciones opuestas

No queremos cerrar este apartado sobre la revisión fernandina de la Guerra de la Independencia y la elaboración absolutista de una memoria histórica, sin mencionar las conmemoraciones, esos abstractos «lugares de la memoria» (P. Nora) que recrean una tradición más que probablemente inventada (E. Hobsbawm). Las efemérides civiles fueron un recurso eminentemente liberal, pero los absolutistas no podían darle la espalda a un arma propagandística tan poderosa. Estas conmemoraciones, al ser creaciones del poder vigente y manifestaciones culturales de una coyuntura sociopolítica concreta, no son estáticas ni eternas sino que pueden cambiar o desaparecer.

Resulta significativa la tibia recepción fernandina del Dos de Mayo, que había sido ensalzado por los liberales como el símbolo del despertar de la nación contra la tiranía.56 Sabemos que los liberales eran fernandinos, pero muchas de las obras firmadas por ellos ofrecían una imagen incómoda para un monarca absoluto,57 y la visión liberal de la resistencia antifrancesa no era una excepción. Los liberales cargaron las tintas en el carácter popular y nacional de la guerra contra Napoleón, mientras que a los absolutistas les interesaba personificar la lucha en la figura de Fernando VII, ídolo victorioso que habría luchado junto a ellos como si de Santiago se tratase. Los dos famosos cuadros de Goya sobre el levantamiento del Dos de Mayo y sus consecuencias (La carga de los mamelucos y Los fusilamientos), ofrecen una imagen popular que no sería continuada por los encargos oficiales durante los años siguientes.58 El mismo Goya haría en 1814 varios retratos de Fernando con evidentes alusiones a su «victoria» en la guerra.59

Fernando VII no se olvidó por completo de la conmemoración del Dos de Mayo, pero la adaptó a sus intereses políticos, modificando el trasfondo que le habían dado los liberales, y restándole importancia y alcance. En 1814, el aniversario había sido celebrado por las Cortes, así que el monarca absoluto pudo aparcar el problema hasta 1815. El 18 de abril de ese año, el ministerio de Gracia y Justicia estipuló cómo se había de recordar el siguiente Dos de Mayo, dejando claro que el levantamiento había sido una manifestación del amor del pueblo por su rey, y circunscribiendo la modesta celebración a la ciudad de Madrid:

Queriendo S.M. dar a su heroica villa de Madrid un nuevo testimonio de cuán grata le fue, y todavía le es, la memoria del célebre día Dos de mayo, en el que sus más leales vasallos, arrebatados de su amor al Rey y a la Real familia, tan noble y generosamente se sacrificaron, arrostrando la muerte por oponerse y no sufrir el yugo de la tiranía extranjera; se ha servido mandar que en aquel día se vista la corte de luto en señal de dolor por la muerte de tantas ilustres víctimas; que en todas las iglesias de esta capital se celebre con la solemnidad correspondiente un oficio y misa por el eterno descanso de las almas, etc.60

La efeméride quedaba desprovista de desfiles y celebraciones populares. Si los liberales de las primeras Cortes,61 los del Trienio y los isabelinos, construyeron monumentos e hicieron de esa fecha una fiesta nacional, en la España absolutista imperaría la idea de que el Dos de Mayo fue un acto heroico de los madrileños, pero no espontáneo, aduciendo que había sido provocado por los franceses.62

No satisfecha con adaptar el mito liberal del Dos de Mayo, la Monarquía entró en el juego liberal de las conmemoraciones y contraatacó con un aniversario propio, directamente vinculado con el rey. El 19 de marzo de 1808, fecha honrada durante la guerra como el día en el que Fernando VII sustituyó a su padre, y en la que Godoy fue derrocado, ya no interesaba al poder, ya que los liberales la habían usado para la proclamación de la Constitución de 1812.63 Así que el gobierno improvisó el 24 de marzo, doble aniversario por ser el día en el que Fernando entró en Madrid en 1808, y el día en el que había vuelto a España en 1814.

Decir que el gobierno «improvisó» esta conmemoración puede ser más que una forma de hablar. El 24 de marzo de 1815, Fernando VII había querido conmemorar el primer aniversario creando la Real orden Americana de Isabel la Católica, con la que pretendía fidelizar a sus vasallos americanos en pleno proceso de emancipación de las colonias.64 Peroninguna orden previa había previsto celebrar ni ese ni los posteriores aniversarios. Sin embargo, cuando se acercaba la fecha del Dos de Mayo, el rey quiso contrarrestar o compartir el protagonismo de esa fiesta popular anunciando la suya. No tiene otro sentido que el artículo de oficio que anunciaba la celebración del Dos de Mayo incluyese una orden supuestamente fechada el 25 de marzo de 1815, un día después del primer aniversario de su entrada triunfal en Madrid y de su cruce de los Pirineos, ordenando conmemorar los siguientes.

En el caso del 24 de marzo, se trata de una celebración generalizada en todos los dominios del monarca, y no limitada a Madrid, como el Dos de Mayo. Tenía la ventaja, además, de tener connotaciones festivas, no funerarias:

Condescendiendo el Rey nuestro Señor con la súplica que VV. SS. le han hecho, se ha servido mandar que el día 24 de marzo, aniversario de su feliz regreso a la Península, sea en lo sucesivo de gala con uniforme en todos los dominios de S.M.; que en las plazas de armas se celebre con triple salva de artillería, y que en el lugar que honre SM con su Real presencia haya besamanos general...65

La Gaceta de Madrid siguió haciendo referencia a esta fiesta el resto del reinado, aunque parece que fue perdiendo fuerza con el tiempo.66 Podemos encontrar referencias al 24 de marzo en los elogios a Fernando (la Academia de la Historia lo llamó «venturoso día... de placer y de júbilo para España, que jamás se borrará del corazón de sus naturales»),67 en los sermones,68 y en alguna composición literaria dedicada expresamente a esa fecha.69

Este simbólico juego de conmemoraciones se hace aún más evidente si contrastamos el Sexenio Absolutista con el Trienio Liberal. El 19 de marzo, aniversario de la Constitución, fue obviado de toda referencia absolutista hasta que la tercera consorte de Fernando VII, María Josefa Amalia de Sajonia, hizo necesario mencionarlo como fecha de su onomástica. Durante el Trienio, se volvió a rememorar el nacimiento de la Constitución, que se celebraba en la Corte junto al santo de la reina.70 En el caso del Dos de Mayo, los liberales de 1820 lo devolvieron a su condición de día en el que “sellaron con su sangre los primeros mártires de la patria su generoso y heroico amor a la libertad e independencia de la Nación”, magnificándolo en el tiempo («perpetuamente») y en el espacio («en toda la Monarquía española»).71

LAS HISTORIAS FERNANDINAS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1814-1833)

Durante el reinado absolutista de Fernando VII se publicaron en España tres relaciones del conflicto que hoy conocemos como Guerra de la Independencia:72 la Historia razonada de los principales sucesos de la gloriosa revolución de España, de José Clemente Carnicero; la Historia de la Guerra de España contra Napoleón Bonaparte, iniciada por una comisión militar; y la Historia política y militar de la Guerra de la independencia, de José Muñoz Maldonado. De una manera u otra, todas tuvieron el respaldo gubernamental, por lo que pueden sernos útiles para analizar la evolución de la visión fernandina del controvertido sexenio que va desde el Motín de Aranjuez hasta la derogación de la Constitución de Cádiz.

Por orden cronológico, la primera obra (1814-1815) es la de José Clemente Carnicero, oficial del archivo de la Secretaría de Gracia y Justicia, quien –como tantos otros autores– intentó congraciarse con su monarca escribiendo obras afines a la doctrina oficial.73 En 1816 publicó La inquisición, justamente restablecida, en la que refutaba tanto a liberales como a josefinos en su crítica y supresión del Santo Oficio.74 En 1830 sacó a la luz El liberalismo convencido por sus mismos escritos, donde revisaba y rebatía la Constitución de Cádiz junto a obras de autores liberales como Martínez Marina.75 En sus textos, Carnicero defendió el absolutismo fernandino, pero con un destacable tono moderado (en algunos pasajes, podemos considerar que el autor no es nada ajeno al espíritu ilustrado).

Ese tono es especialmente reseñable en su Historia razonada de los principales sucesos de la gloriosa revolución de España,76 ya que –como hemos visto– fue escrita en un momento de reacción y crispación generalizadas.77 En cambio, Carnicero menciona a los grandes enemigos de Fernando con cierto respeto (a José Bonaparte, como “rey Josef”, la mayoría de las veces), sin apenas ahondar en descalificaciones personales, y se puede decir lo mismo de su actitud con afrancesados y liberales. Llama la atención el papel de las Cortes en la obra, cuya tarea legislativa es pormenorizada y no siempre para mal. Carnicero parece considerar acertada la idea de reunir Cortes en Cádiz como manera de aunar esfuerzos para vencer a los franceses y recuperar al rey, y no da la impresión de poner en duda las buenas intenciones de los diputados. El espíritu de partido, junto a decisiones equivocadas como la libertad de imprenta o la supresión del Santo Oficio habrían fomentado la desafección del pueblo hacia la Constitución y la justa anulación por parte de Fernando VII. En definitiva, los liberales gaditanos parecen en el libro patriotas equivocados y seducidos por malas ideas.

Aunque no cabe duda del respaldo oficial a la obra,78 de los tres libros de Historia a comentar en este apartado, el de Carnicero es el único que no fue publicado por orden del rey. Quizá por eso no coincide del todo con la imagen canónica que del pasado reciente se estaba forjando.79 La dura crítica a Carlos IV,80 el tibio espíritu absolutista de algunos pasajes,81 e incluso las palabras a favor de los ingleses (cuyo papel en la guerra sería pronto obviado por motivos políticos),82 pueden explicar que el libro fuese casi ignorado por las dos Historias oficiales,83 y que el autor no pasase de oficial de archivo.84 Es evidente que el espíritu conciliador con que Carnicero cerraba su Historia razonada no iba acorde con los tiempos que corrían en España:

Y por último, españoles todos, si en esta breve y sencilla historia he referido las divisiones que ha habido entre los que nos preciábamos amantes de nuestra Patria y Rey bajo el nombre de liberales y serviles, sabe Dios que no ha sido por procurar venganza; sino para que sirvan de ejemplo y escarmiento. No se mienten más estos nombres, óiganse solo los de español y españoles fieles a nuestro Dios, a nuestra Patria y a nuestro Rey, cesen todos los resentimientos y partidos, procuremos todos mejorar nuestras costumbres, promover nuestra agricultura, aumentar nuestros ganados, animar nuestra industria, fomentar nuestro comercio, y a vuelta de pocos años daremos por bien empleados los trabajos de esta tan penosa y sangrienta revolución que con tanta heroicidad hemos sostenido por defender nuestra libertad, nuestra Religión y nuestro Rey.85

El primer intento oficial de publicar un libro de Historia sobre la reciente guerra, y de contestar a los escritos que extranjeros y exiliados estaban publicando fuera de España,86 fue la Historia de la Guerra de España contra Napoleón Bonaparte escrita y publicada de Orden de S.M., realizada por una comisión militar formada en 1816 con este propósito.87 Ese mismo año, uno de sus miembros, Francisco Javier Cabanes (próximo “Jefe de la sección de Historia Militar”),88 había publicado una Memoria acerca del modo de escribir la Historia Militar de la última guerra entre España y Francia, explicando la necesidad de que fueran los militares quienes relatasen el conflicto.

José Muñoz Maldonado explicó años más tarde las causas del nacimiento y el deceso de esta comisión que solo llegó a publicar un volumen:89

Apenas Fernando VII salió de su cautiverio y ocupó el trono, por cuya conservación había hecho la España tan costosos sacrificios, que para levantar un monumento eterno al heroísmo nacional nombró en 1816 una junta de jefes y oficiales del Estado Mayor del ejército, que bajo la dirección del Ministerio de la guerra escribiesen los gloriosos hechos de la guerra de la Independencia. En efecto, los deseos del Monarca y la expectación pública parecía que iban a ser satisfechos y aún llegó a publicarse una excelente introducción a la historia y un cuadro cronológico de los principales sucesos escritos con el mayor tino y maestría. Pero sobrevino la desastrosa revolución de 1820, y aún cuando la junta continuó sus trabajos, estos se redujeron a acopiar muchos y útiles materiales para la formación de la Historia. Restablecido el Rey N.S. a la plenitud de su soberanía en 1823, cesó la comisión del Estado mayor general militar, resultando que después de 15 años de su formación, la Nación carece de una historia en donde se consignen los heroicos hechos de sus hijos en aquellos célebres siete años.90

Centrémonos en el volumen que la Comisión Militar tuvo tiempo de publicar (1818). La Historia de la Guerra de España contra Napoleón Bonaparte está dedicada al rey, considerado el protagonista de la Historia:

La lucha memorable que, principiada en 2 de Mayo de 1808, no terminó hasta derribar de su usurpado trono al tirano de la Francia, que la había provocado, tuvo a V.M. por principal objeto; y así la historia de aquellos esforzados hechos que han dejado atónita a la Europa, al paso que la han libertado de la esclavitud en que gemía, tiene una relación tan íntima con V.M., que se puede decir que es parte de la historia de su augusta persona.91

Aunque la introducción del libro promete iniciar la narración de los hechos en el Dos de Mayo, la realidad es bien distinta. El primer capítulo ofrece una visión general de las potencias europeas a partir de la Paz de Amiens (1802), el segundo se centra en el estado de Francia en 1808 y el tercero hace lo propio con España. La narración avanza poco más en los capítulos sucesivos, el último se detiene en los motivos del viaje a Bayona sin llegar a referirse al Dos de Mayo; hasta tal punto la Historia de la Comisión es un proyecto truncado.

La obra sigue las líneas temáticas mencionadas en el apartado anterior cumpliendo por ejemplo con el respetuoso silencio hacia Carlos IV que Carnicero no observó,92 recordando la trama de Godoy en El Escorial (donde la inocencia de Fernando y la bondad de Carlos quedan fuera de toda duda)93 o ensalzando el «generoso sacrificio» de Fernando VII al arriesgar su vida por sus vasallos en el viaje a Bayona.94

El tono reflexivo de la obra, así como su pretendido rigor (anotando al final la documentación utilizada) demuestran que está escrita con la intención de ser una verdadera alternativa a las obras críticas con Fernando VII (que no son ignoradas sino citadas al final del volumen). Por tanto, el libro no es mera propaganda autosatisfactoria, está escrito para convencer a la opinión pública nacional e internacional. Los autores se dirigen al público presumiendo que ha leído las obras prohibidas y no eluden ni niegan episodios tan peliagudos como la intención de Fernando de casarse con una Bonaparte.95

tampoco ignora la Historia de la Guerra de España las alusiones al Motín de Aranjuez como conjuración fernandina, teoría que achaca a «los monitores franceses de 1810». Evidentemente, la versión oficial le entrega el total protagonismo del levantamiento «al pueblo» (mencionado una y otra vez en este pasaje), que odiaba a Godoy y sentía por Fernando «no ya aquel tributo de veneración y respeto que se debe al jefe del Estado, sino una adoración, una idolatría». La renuncia de Carlos IV habría sido voluntaria y solo las intrigas y amenazas de Murat le habrían hecho dar marcha atrás.96

Es una pena que no se publicara más que un volumen de esta obra oficial, lo que nos deja con las ganas de conocer el papel otorgado a afrancesados y liberales. La introducción invita a pensar en la línea ya comentada: crítica a ambos grupos quizás cargando las tintas en los primeros (“los que han faltado conocidamente a sus deberes, los que pusieron a merced del traidor las funciones de sus destinos y trajeron sobre su patria el baldón y las desgracias...”),97 pero sin simpatía alguna por los segundos.98

Aunque trascienda cronológicamente los límites del Sexenio Absolutista, hemos creído de utilidad recurrir a una última obra de historia que ofrece un contraste fundamental con lo visto hasta ahora. Se trata de la Historia política y militar de la Guerra de la Independencia de España contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814 publicada «de orden del Rey N. S.» en 1833.99 Esta obra en tres tomos, impresa en el contexto de la agonía de Fernando VII y de la difícil situación sucesoria para su hija Isabel (a quien está dedicada la obra como «princesa heredera de los reinos de España»), demuestra cómo un presente político distinto exigía una revisión del pasado.

Su autor, el erudito José Muñoz Maldonado (futuro conde de Fabraquer), secretario del rey y miembro del Consejo Real, era un hombre de confianza del monarca que demostró su fidelidad a Fernando y –sobre todo– a María Cristina antes y después de la muerte del rey.100 No puede cabernos por tanto ninguna duda de la total sintonía entre la obra publicada y el punto de vista oficial. Por Real Orden de 24 de agosto de 1831, Fernando VII ordenaba que se le facilitasen al autor todos los documentos necesarios (actas de las Cortes incluidas). Incluso para pasar la censura se le concedieron facilidades al autor, que agradecía a dos clérigos cercanos al monarca su intervención «evitando las dilaciones y disgustos que se sufren ordinariamente en las censuras, capaces de retraer a cualquiera del deseo de escribir y publicar obra alguna». 101

Tanto por la rapidez en la redacción del texto, como por las facilidades en la censura y la cadencia apresurada de la publicación de los tomos,102 se atisba cierta urgencia en el proceso, quizá con la intención de sacar la obra a la luz antes de que falleciera el rey. En la introducción, Muñoz Maldonado consideraba necesario llenar un importante vacío: «la Nación carece de una historia en donde se consignen los heroicos hechos de sus hijos en aquellos siete años célebres», mientras que en el extranjero se habían «redoblado las calumnias, animadas con el cuasi sentimiento que presta el no desmentirlas».103 Pero esta no era la única ni quizá la principal urgencia, parece que la Corona tenía prisa por reconciliarse con liberales y afrancesados revisando la imagen oficial del periodo en el que se produjo la ruptura.

Si abriéramos cualquiera de los volúmenes sin mirar la fecha, no sería nada fácil ubicar la Historia política y militar de la Guerra de la Independencia de Muñoz Maldonado en el reinado de Fernando VII, ya que combina un absolutismo tibio con pasajes que podrían pasar por ser obra de un liberal moderado (de hecho, esa será la tendencia política del autor en el reinado de Isabel II). Aunque la narración no presente muchas novedades respecto a lo ya mencionado (Conspiración del Escorial, Motín de Aranjuez, abdicaciones de Bayona, etc.) hay que decir que las pocas que hay son ciertamente destacables.

Podríamos ahondar en el hecho de que Godoy (muertos ya los Reyes Padres) volviese a ser «el imbécil privado», «detestable» y de «odiosa memoria», o que Napoleón fuese elogiado por su «talento y genio militar»,104 o que la lucha popular contra los franceses (Dos de Mayo incluido)105 resultase algo menos monárquica (incluyendo alguna sentencia ciertamente inesperada),106 pero lo más llamativo en la obra es el más que airoso papel desempeñado por afrancesados y liberales.

Llegado el momento de mencionar a los españoles que siguieron a José I, Muñoz Maldonado recuerda que la mayoría de los presentes en la Asamblea de Bayona «fueron obligados», y que muchos de ellos fueron «heroicos españoles» que más tarde combatieron a Napoleón «haciendo innumerables sacrificios por la libertad del Rey e independencia de la Patria».107 Pero el autor no se conformaba con defender a los fernandinos que habían cambiado pronto de bando, sino que hacía suyo el gran argumento de los afrancesados, que no era otro que su condición de patriotas bienintencionados que no vieron otra salida que seguir a José I para evitar un derramamiento de sangre:

Puede asegurarse que en realidad no había ningún español que de corazón desease la mudanza de dinastía, ni tampoco que apeteciese la dominación de Bonaparte; pero el cálculo y conocimiento de los pocos recursos de su patria, y el no contar con los esfuerzos extraordinarios del patriotismo español, hizo que algunos tratasen de suavizar los males que la amenazaban, tomando este apartido, que abrazaron otros, arrastrados de una ciega ambición o del sórdido interés.108

En cuanto a los liberales, Muñoz Maldonado mencionaba su arrogancia al atribuirse la soberanía nacional, pero hacía un repaso bastante moderado de la obra legislativa de las Cortes reconociéndole ciertos méritos a los diputados como la declaración «como ley fundamental de la Religión católica» (totalmente contradictoria con la imagen de impíos que los absolutistas daban a los liberales) o su política contra la venalidad y el nepotismo «para dar una prueba del desinterés que animaba a los representantes de la Nación»109 (negando por tanto su supuesto egoísmo).

El relato del regreso de Fernando no es en absoluto glorioso y deja entrever cierta pena por los represaliados, incluso se lamenta de que no llegara a producirse una amnistía.110 Por si le queda al lector la más mínima duda de las simpatías liberales y afrancesadas en la obra, la siguiente frase –incluida en el volumen publicado un mes después de la muerte de Fernando VII– es definitiva:

Es preciso confesar con este motivo [la amnistía] una verdad muy importante para la historia. Los hombres de más talento, las personas más ilustradas de España, se habían adherido a la Constitución de Cádiz o al partido de José.111

Para justificar implícitamente las amnistías recientes, Muñoz Maldonado criticaba al gabinete fernandino de 1814: «al Ministerio de entonces se debe sin duda el que no se pensase en semejante medida, que hubiera evitado muchos males». Anticipando las próximas reformas, el autor legitimaba a josefinos y liberales: «Todos conocían los abusos envejecidos en esta Nación y la necesidad de remediarlos».112

Los tiempos eran distintos a los de las reacciones absolutistas de 1814 y 1823. A los Eguía, los Calomarde y los Sáez los habían sustituido los López Ballesteros, Cea Bermúdez, Lista y Burgos. En un momento en el que la sucesora del rey absoluto no podía contar con los absolutistas, es verdaderamente interesante ver cómo la Corona utilizó un libro de Historia para conciliarse con los antiguos enemigos, o al menos para explicar al público esa reciente conciliación. Podemos decir que un nuevo presente exigía un pasado distinto.

Fernando VII consiguió morir en la cama como rey absoluto, pero la fuerza moral de su aura se había desvanecido. Los mismos absolutistas se habían ido alejando de su líder acusándolo de tibieza. Una interpretación tendenciosa del pasado, la de su hermano Carlos María Isidro al negar la Pragmática Sanción, obligaría a los últimos gabinetes de Fernando VII y a su sucesora a tender la mano a los progresistas. Al asentarse en el poder, los liberales escribirían su propia Historia fijándolo hasta hoy como el más pérfido de los reyes.113 Parafraseando a Orwell, podemos decir que el control del presente sirvió a Fernando para imponer su visión del pasado, pero no le sirvió al absolutismo para controlar el futuro.114 El fernandismo, una suerte de reaccionaria mitología providencialista, moriría con su líder.

* Este trabajo se inserta en el proyecto de investigación I+D: «La Corona en la España del siglo XIX. Representaciones, legitimidad y búsqueda de una identidad colectiva» (HAR2008-04389).

1 Vol. III, p. 276.

2 Emilio La Parra López, «Fernando VII, el rey imaginado», en Emilio La Parra López, coord., La imagen del poder. Reyes y regentes en la España del siglo XIX, Madrid, Síntesis, 2011, pp. 29-76. El caso francés en Martin Wrede, «Le portrait du roi restauré, ou la fabrication de Louis XVIII», Revue d´Histoire Moderne et Contemporaine, num. 53-2 (avril-juin 2006), pp. 112-138.

3 La tiranía de Napoleón habría sido un epílogo de la sufrida en su infancia y juventud a manos de María Luisa de Parma y Godoy: «Nosotros que le vimos nacer sabemos que su niñez fue una continua agonía» (Marqués de Ayerbe, Carta que escribió el Excmo. Señor Don Pedro Jordán María de Urries, marqués de Ayerbe, gentil-hombre de cámara de S.M. y su mayordomo interino en Valençay a su regreso de Francia, a un amigo suyo noticiándole lo ocurrido desde la salida de Bayona hasta que quitaron a S.M. la servidumbre en 1809. Publícala S.H.P.Y.M.D.A., Madrid, Francisco Martínez de Ávila, Impresor de Cámara de S.M., 1814, p. 21).

4 Siguiendo la política del siglo anterior, todos los homenajes municipales fueron pormenorizados en la Gaceta de Madrid, cuando no publicados aparte.

5 Paso del río Fluviá por Fernando Vii a su regreso a España (1814, Palacio de San Ildefonso), Entrada en Zaragoza del Rey Fernando VII (1818, Palacio Real), y Entrada triunfal de Fernando Vii en Valencia (1814-1815, Palacio Real). Véase María José López terrada y Ester Alba Pagán, «La imagen victoriosa de Fernando VII. Las entradas del pintor Miguel Parra (1780-1846)», en Paulino Castañeda Delgado, coord., Las Guerras en el primer tercio del siglo XIX en España y América, Sevilla, Deimos, 2005, vol. II, pp. 607-622 y Ester Alba Pagán, «El arte efímero y los artistas valencianos en la primera mitad del siglo XIX: de la fiesta barroca a la fiesta político-patriótica (1802-1833), (II)», Cuadernos de arte e iconografía, núm. 10-19 (2001), pp. 183-212.

6 Como la Entrada victoriosa a Madrid de Fernando VII (1823-1824, Palacio Real), atribuida a Parra entre otros; o España coloca en el trono a Fernando VII (1818, Museo de Bellas Artes de Valencia), de Vicente Rodés (Ibídem, p. 611). Las manifestaciones artísticas en homenaje de la derrota francesa y del regreso de Fernando no se detienen en la pintura. Un breve paseo por la madrileña calle de toledo nos llevaría desde la llamada Fuentecilla (erigida por el corregidor de Madrid en 1815) hasta la Puerta de toledo (1827). Las inscripciones de ambos monumentos son elocuentes en este sentido.

7 Véase el cuadro firmado por Zacarías González Velázquez Fernando VII recibe de Eugenio María Gutiérrez el Manifiesto de los Persas (1814, Instituto Brianda de Mendoza, Guadalajara, en Jean-René Aymes, ed., ilustración y Liberalismo, Madrid, Ministerio de Cultura/ SECC/Patrimonio Nacional, 2009, p. 236).

8 Gaceta Extraordinaria de Madrid, 12-V-1814, p. 515.

9 Antonio Calvo Maturana, «Napoladrón Malaparte, El Choricero y la Madre desnaturalizada: los papeles antagonistas en el mensaje legitimador de El Deseado», en Ocupació i Resistència a la Guerra del Francés, 1808-1814, Barcelona, Museo de Historia de Cataluña, 2007, pp. 180-202.

10 «...dedicar todo mi tiempo (...) a reparar los males a que pudo dar ocasión la perniciosa influencia de un valido durante el reinado anterior (...) pero la dura situación de las cosas y la perfidia de Buonaparte...» (Gaceta Extraordinaria de Madrid, 12-V-1814, p. 515).

11 «...la dura situación de las cosas y la perfidia de Buonaparte, de cuyos crueles efectos quise, pasando a Bayona, preservar a mis pueblos, apenas dieron lugar a más» (Ibídem, p. 515).

12 Ibídem, p. 515.

13 Esto es una verdad a medias. Algunos miembros destacados de la Junta Central, como Jovellanos, apostaban por unas cortes bicamerales, con una cámara alta estamental, lo que no significa que comulgasen con el absolutismo.

14 Ibídem, pp. 515-516.

15 Ibídem, p. 516.

16 Ibídem, pp. 516-518.

17 Ibídem, p. 519.

18 Antonio Calvo Maturana, «Cuando manden los que obedecen»: la clase política e intelectual de la España preliberal (1780-1808), Madrid, Marcial Pons, 2013.

19 «Aborrezco y detesto el despotismo: ni las luces y cultura de las naciones de Europa lo sufren ya, ni en España fueron déspotas jamás sus Reyes, ni sus buenas leyes y constitución lo han autorizado, aunque por desgracia en tiempo se hayan visto, como por todas partes, y en todo lo que es humano, abusos de poder que ninguna constitución posible podrá precaver del todo» (Gaceta Extraordinaria de Madrid, 12-V-1814, p. 518).

20 Ibídem, p. 519.

21 La lectura de la frase completa ya hacía ver que nada cambiaría, y que el respeto a la «religión y al gobierno» seguiría vigente: «De esta justa libertad gozarán también todos para comunicar por medio de la imprenta sus ideas y pensamientos, dentro, a saber, de aquellos límites que la sana razón soberana e independientemente prescribe a todos para que no degenere en licencia» (Ibídem, p. 519).

22 Ibídem.

23 Ibídem, pp. 519-520.

24 Fernando derogó la Constitución y clausuró las Cortes, aunque –al contrario que en 1823– mantuvo las gracias y honores concedidas hasta su entrada en España.

25 Significativo al respecto es el cuadro de Bartolomé Montalvo, El triunfo de la inquisición (1815, Colección particular, en Jean-René Aymes, ed., ilustración y Liberalismo..., op. cit., p. 238). Autores atentos a los intereses del poder, como José Clemente Carnicero, cogieron la pluma para defender el honor del vituperado Santo oficio: José Clemente Carnicero, La inquisición, justamente restablecida, o impugnación de la obra de D. Juan Antonio Llorente: «Anales de la inquisición española» y del «Manifiesto» de las Cortes de Cádiz, Madrid, Imprenta de D.M. de Burgos, 1816.

26 Por su contenido visceral y su publicación en la periferia peninsular (Sevilla, Barcelona, etc.), podemos intuir que algunos de los impresos no habían sido supervisados en Madrid y que fueron publicados antes de que la centralizada censura borbónica calentase motores. Incluso las circulares del gobierno tienen en los primeros meses del nuevo reinado una fuerte carga emocional. El decreto de restitución de los bienes de las Órdenes Religiosas hablaba de la «escandalosa persecución que han sufrido» por parte de «los bárbaros opresores de la patria» (Gaceta de Madrid, 2-VI-1814, p. 602).

27 Se trata de la Idea sencilla de las razones que motivaron el viaje del rey Fernando VII a Bayona, de Juan Escoiquiz (Madrid, Imprenta Real, 1814) y las Observaciones sobre la obra del Excelentísimo Señor D. Juan Escoiquiz, de Pedro Cevallos (Madrid, Imprenta de Ibarra, 1814).

28 Marqués de Ayerbe, Carta que escribió..., op. Cit.

29 Ibídem. La Historia de la Guerra de España, publicada en 1818 de orden del rey, le daba la razón a Cevallos: «Las contestaciones que en 1814 se elevaron entre don Pedro Cevallos y don Juan Escoiquiz nada dejan que añadir sobre las razones que se alegaron a favor y en contra del viaje a Bayona; y no se podía reducir la cuestión a un punto de vista ni más exacto ni más luminoso que aquel desde el cual lo consideraba el mismo ministro» (Historia de la Guerra de España contra Napoleón Bonaparte, escrita y publicada de Orden de S.M. por la tercera sección de la Comisión de jefes y oficiales de todas armas, establecida en Madrid a las inmediatas órdenes del Excelentísimo Señor Secretario de Estado y del Despacho universal de la Guerra, Madrid, Imprenta de D.M. de Burgos, 1818, pp. 272-273).

30 «V.A.R. no tiene a [la Corona] otros derechos sino los que su madre le ha transmitido: si la causa mancha su honor, V.A. destruye sus derechos» (Carta de S.M. el Emperador de los franceses, y Rey de italia, Protector de la Confederación del Rhin a S.A.R. el Príncipe de Asturias).

31 Pedro Voltes Bou: «Una conspiración liberal a favor de Carlos IV», en Embajadas curiosas. Recreo y zozobras de diplomáticos españoles, Madrid, Espasa Calpe, 2002, pp. 183-187.

32 Madrid, Imprenta Real, 1815.

33 Antonio Calvo Maturana, «Del fango de los panfletos al incienso de las exequias: la paradójica rehabilitación fernandina de María Luisa de Parma (1815-1819)», en Juan Luis Castellano y Miguel López-Guadalupe, coords., Homenaje a Antonio Domínguez Ortiz, Granada, Universidad de Granada, 2008, vol. III, pp. 183-202.

34 Con el paso de los meses, esta será la actitud imperante. En un sermón leído ante Fernando VII, el orador soslayó –con intencionado mal disimulo– las implícitas críticas al gobierno de los padres del rey y de su protegido: “España... ¡ah! ¿os recordaré, españoles, el lastimoso estado de esta patria querida? (...) No, Señor, no me pondré yo, ministro de un Dios de paz y de clemencia, a soplar el fuego mal extinguido de las venganzas y de las recriminaciones» (Francisco Javier Vales Asenjo, Elogio fúnebre de los héroes y víctimas del Dos de Mayo de 1808, que en igual día de 1816, a presencia de SS.MM. y AA. dijo en la Real iglesia de San isidro de Madrid..., Madrid, Ibarra, Impresor de Cámara de S.M., 1816, pp. 16-17). Sin embargo, fuera de España, Canga se podía referir a Fernando como «un Príncipe, aborrecido de su madre desde que vio la luz, oprimido y espiado avizoradamente por el favorito, sin amigos de quien fiarse y sin medios para sacudir las cadenas que le oprimían» (José Canga Argüelles, Observaciones sobre la Historia de la Guerra de España que escribieron los Señores Clarke, Southey, Londonderry y Napier, Londres, Impreso Publicado por D.M. Calero, 1829, vol. I, p. 318).

35 Antonio Calvo Maturana, «Del fango de los panfletos...», op. Cit.

36 Ibídem.

37 Antonio Calvo Maturana, María Luisa de Parma: reina de España, esclava del mito, Granada, Universidad de Granada, 2007.

38 Carlos IV. Mecenas y Coleccionista, Madrid, Patrimonio Nacional/SECC, 2009, pp. 368-369.

39 El decreto del 30 de mayo diferenciaba a los seguidores «del intruso» de las personas «leales y de mérito». Nada que ver con Los famosos traidores, autodenominada «justificación del real decreto», que tuvo que contar con el beneplácito –cuando no con el impulso– oficial. El decreto en Gaceta de Madrid, 4-VI-1814, pp. 613-614.

40 Los famosos traidores refugiados en Francia, convencidos de sus crímenes y justificación del Real decreto de 30 de mayo. Por F.M.M.M.C., Madrid, Imprenta Real, 1814, p. 8.

41 Ibídem.

42 Fray Manuel Casamada, Barcelona victoriosa por su fidelidad contra los enemigos extranjeros, y por su lealtad contra los traidores domésticos. Discurso que en 28 de mayo de 1815, primer aniversario y cumpleaños de su libertad, dijo en la iglesia de PP. Carmelitas descalzos (...) Sale a la luz a expensas de los devotos que costearon la solemne acción de gracias, Con Licencia, Barcelona, oficina de Miguel y tomás Gaspar, 1815, p. 4.

43 Manuel Fortea y Úbeda, Sermón a la singular bienhechora y especial patrona del pueblo valenciano, María Sma. de los Desamparados, que en la solemne función de gracias que consagró en su Real Capilla su Capellán Mayor el domingo 5 de junio, día de la Santísima Trinidad de este año, por el feliz regreso de Nuestro Amado Monarca el Señor Don Fernando Séptimo al trono de sus mayores, dijo... Con licencia, Valencia, oficina de Esteban, 1814, p. 32.

44 Juan López tabar, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2011.

45 Reflexiones de un español dirigidas a S.M. por mano del General Don Felipe Arco-Agüero, sobre la situación actual de los afrancesados, Madrid, Imprenta que fue de Fuentenebro, 1820, pp. 9-10.

46 Gaceta de Madrid, 7-VI-1814, pp. 623-624.

47 Jean-Philippe Luis, L’utopie réactionnaire. Épuration et modernisation de l’État dans l’Espagne de la fin de l’Ancien Régime, Madrid, Casa de Velázquez, 2002, pp. 35-40.

48 Blas ostolaza, Sermón predicado el 21 de diciembre de 1814 en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen Calzado, con asistencia del Serenísima Señor infante Don Carlos, con motivo de una misa solemne que los oficiales de su secretaría costearon en acción de gracias por el regreso de S.M. y AA., Madrid, Francisco Martínez Dávila, Impresor de Cámara de S.M., s.a., p. 53.

49 Relación sucinta, pero verídica, de las extraordinarias demostraciones de alegría con que se ha distinguido esta ciudad de Palma, capital del reino de Mallorca, por el feliz y deseado regreso de su amantísimo Soberano el Sr. D. Fernando VII al trono de sus mayores. Compuesta por un amante de la Religión y del Rey, Con superior permiso, Palma, Imprenta de Felipe Guasp, 1814, p. 3.

50 Soldados del ejército de Andalucía... Reimpreso en Mallorca, Felipe Guasp, 1814.

51 Es el caso de la Historia razonada de José Clemente Carnicero, de la que hablaremos en breve.

52 Rafael de Vélez, Apología del altar y del trono o Historia de las reformas hechas en España en tiempo de las llamadas Cortes, e impugnación de algunas doctrinas publicadas en la Constitución, Diarios y otros escritos contra la religión y el Estado, Madrid, Imprenta de Repullés, 1825, 2 vols.

53 José Cisneros, Sermón que en acción de gracias al Todo-poderoso y en desagravio del sagrado lugar del púlpito y de los verdaderos Héroes españoles, predicó el día 8 de junio de este año de 1823... La da a la luz pública dicha universidad con las licencias necesarias, Burgos, Imprenta de Villanueva, 1823, pp. 16-17. Una importante recopilación de estos sermones de 1823 en la signatura de la Biblioteca Nacional: 1/16021.

54 Diego Antonio Coello de Portugal, El deseado regreso de las personas reales por las riberas del Betis, y sus sentimientos de devoción al Santísimo Rostro de Nuestro Redentor Jesucristo, que adoraron SS.MM. y AA.SS. en la Real Carolina. Poema en un canto dedicado a Nuestra Virtuosa Reina Doña María Josefa Amalia de Sajonia, Jaén, Manuel María de Doblas, Impresor de la Dignidad Episcopal, 1823, p. 5.

55 Gaceta de Madrid, 20-X-1832, p. 515.

56 Sobre el mito del Dos de Mayo, véanse Christian Demange, El Dos de Mayo. Mito y fiesta nacional, 1808-1958, Madrid, Marcial Pons-CEPC, 2004 y Ricardo García Cárcel, El sueño de la nación indomable. Los mitos de la Guerra de la independencia, Madrid, temas de Hoy, 2007, pp. 95-124.

57 Por poner un solo ejemplo, recurramos a la obra teatral La variedad de opiniones y libertad de Fernando VII, en la que el rey aparece en escena encadenado, y promete –tras ser liberado por su pueblo– ser su esclavo de ahora en adelante: Mil gracias pueblo querido; / No gracia, sino justicia / es darte el corazón mío. / En mi tendrás más que padre, / más que esposo, más que amigo, / porque yo seré tu esclavo / vivamente agradecido. (La variedad de opiniones y libertad de Fernando VII. Comedia histórica en tres actos, Madrid, Imprenta de López García y Hermano, 1814, p. 32).

58 Tomlinson achaca la escasa repercusión de ambos cuadros en su momento al gusto neoclásico de Fernando VII o incluso a la imagen de «horda de bárbaros» que tiene el pueblo en La carga de los mamelucos (Janis A. Tomlinson, Goya en el crepúsculo del siglo de las luces, Madrid, Cátedra, 1993, pp. 172-194). En todo caso, parece claro que fueron incomprendidos.

59 El Consejo Municipal de Santander encargó al pintor un retrato del rey «vestido de coronel de Guardias» y «a pie un león con cadenas todas entre sus garras» (Fernando VII, 1814, Museo Municipal de Santander). Otro óleo bien conocido presentaba a Fernando VII con uniforme militar de gala en un entorno castrense (Fernando VII en un campamento, 1814, Museo del Prado). Véase Goya y el espíritu de la ilustración, Madrid, Museo del Prado, 1988.

60 Gaceta de Madrid, 25-III-1815, p. 429.

61 Decretos de 2 de Mayo de 1811 y 14 de abril de 1814.

62 Veamos un ejemplo de esta nueva concepción oficial del Dos de Mayo. Por encargo del Ayuntamiento de Madrid al Impresor de Cámara del rey, se publicó en 1816 el sermón fúnebre leído ante la Familia Real con motivo del octavo aniversario de levantamiento. Como era de esperar, las alusiones del capellán a la «fidelidad de un pueblo para con sus reyes» y al «Monarca Deseado, por quien disteis generosamente vuestras vidas» son habituales en el texto. El sermón, que no deja de ser un repaso de las circunstancias que llevaron a Fernando al trono y al exilio, presenta un escenario de adoración de los madrileños a su rey antes y después de Bayona. Madrid era «dócil a las órdenes, o verdaderas, o supuestas de su Rey», y fueron las maquinaciones de Murat para que corriera la sangre las que sacaron al pueblo de su pacífica indignación. El despertar de la nación y la lucha en pos de la libertad y contra la tiranía, máximas liberales en torno al Dos de Mayo, quedan en un plano secundario. Es cierto que el relato de aquel día toma prestado parte del discurso liberal («se despierta el fuego sagrado del patriotismo en todos los pechos, y de todas partes salen corazones inflamados a vengar la muerte de sus hermanos»; «El nombre sagrado de Patria no se oía en España largo tiempo había, y vosotros nos disteis una Patria») pero, tras estos épicos ornamentos, las últimas palabras atribuidas a Daoíz y Velarde son «Patria... España... Fernando... Dios...» (Francisco Javier Vales Asenjo, Elogio fúnebre de los héroes..., op. cit., pp. 7-9).

63 Sobre la imagen del Motín de Aranjuez en los primeros años, véase Antonio Calvo Maturana, «La revolución de los españoles en Aranjuez: el mito del 19 de marzo hasta la Constitución de Cádiz», en José Cepeda Gómez y Antonio Calvo Maturana, coords., La nación antes del nacionalismo en la Monarquía Hispánica (1750-1808), Cuadernos de Historia Moderna, Anejo x (2012), pp. 145-164.

64 Esperando de sus vasallos ultramarinos la misma lealtad que habían demostrado los peninsulares, Fernando premiaría con el ingreso en la Real orden a los protagonistas americanos de acciones militares en su nombre, denuncias de conspiraciones, levantamientos de regimiento, etc. (Constituciones de la Real Orden Americana de isabel la Católica, instituida por el Rey Nuestro Señor en 24 de marzo de 1815, Madrid, Imprenta Real, 1815). El anuncio en Gaceta de Madrid, 25-III-1815, pp. 316-317.

65 Gaceta de Madrid, 25-III-1815, pp. 429-430.

66 En buena parte de los años del reinado la Gaceta de Madrid introdujo, con fecha de 24 de marzo, una noticia similar a esta: «Con motivo de ser aniversario de la entrada de S. M. en sus dominios de vuelta de su cautiverio en Francia, se ha vestido la corte de gala con uniforme y ha habido besamanos general» (Gaceta de Madrid, 25-III-1830, p. 152). Los liberales no fueron ajenos la efeméride fernandina, que siguió recordándose durante el trienio con el acostumbrado besamanos. Pero también utilizaron esa fecha simbólica en 1820 para recordar al público que la situación había cambiado. No parece en absoluto casualidad que, tras el juramento fernandino de la Constitución en 1820, se publicase una Proclama a los españoles, Madrid, 24 de marzo de 1820 (s.l., Reimpreso en Niel, 1820). El texto recordaba que Fernando era ya un «rey constitucional». Otro manifiesto fechado el mismo día, anunciaba: «El seducido rey no es ya el juguete de viles cortesanos (...) Fernando no es ya un rey absoluto y despótico (...) sino un rey Constitucional, atenido a las leyes y a los dictámenes de ministros que no podrán extraviarle sin riesgo de parecer a manos de la inexorable justicia nacional (...) Así lo ha prometido jurando la Constitución de la Monarquía promulgada en Cádiz el año de 1812 y no podríamos, sin atentar al sagrado de la fe Real, desconfiar un momento de la religiosidad inviolable de su promesa» (Pueblos españoles... Coruña, 24 de marzo de 1820, Reimpreso en Madrid, Imprenta de Burgos, 1820).

67 Oración presentada por la Real Academia de la Historia al Rey Nuestro Señor Don Fernando VII con el plausible motivo de su feliz regreso al trono, Madrid, Imprenta de Sancha, 1814, p. 18.

68 «¡oh día 24 de marzo!, tú formabas una de las mejores épocas del mundo, y desde ella comenzará la edad de oro que fingieron los antiguos. ¿Quién puede explicar el entusiasmo general que produjo en los verdaderos españoles esta noticia?» (Blas ostolaza, Sermón predicado..., op. cit., p. 44).

69 Como el soneto: Día 24 de Marzo. Aniversario de la entrada del Rey Nuestro Señor en sus dominios de vuelta de su cautiverio, s.l., s.a. (Biblioteca Nacional, R/60280/106).

70 «Madrid, 20 de Marzo. Ayer con motivo de los días de la Reina y la publicación de la Constitución, que se verificó con el mayor orden y regocijo, hubo besamanos...» (Gaceta de Madrid, 21-III-1820, p. 306). La Gaceta de 1821 añade el recibimiento «de S.M. a la diputación nombrada por las Cortes para felicitarle en tan fausto día» (Gaceta de Madrid, 20-III-1821, p. 370).

71 Gaceta de Madrid, 26-IV-1820, p. 471.

72 Es cierto que solo la última (la de 1833) le daba ese nombre, pero Francisco Javier Cabanes ya había publicado en 1815 una Historia de las operaciones del ejército de Cataluña en la Guerra de la usurpación, o sea de la independencia, Barcelona, Imprenta de Brusi, 1815 (José Álvarez Junco, «La invención de la Guerra de la Independencia», Claves de la razón práctica, num. 67 (1996), pp. 10-19 y Mater Dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, taurus, 2001).

73 En la Historia razonada, Carnicero dice ser el autor de un texto anónimo publicado durante la guerra: Napoleón o el verdadero D. Quixote de la Europa, o sean comentarios crítico-patriótico-burlescos a varios decretos y párrafos de las gazetas de Napoleón y su hermano José, distribuidos en dos partes y cincuenta capítulos, y escritos por un español amante de su patria y rey desde primeros de febrero de 1809 hasta principios de enero de 1810, en los que procura vindicarse a su patria, a sus fieles generales, y a todos los fieles españoles de las negras invectivas y calumnias con que los franceses y sus secuaces han querido desacreditarlos..., Madrid, Ibarra, 1813, 2 vols.

74 José Clemente Carnicero, La inquisición, justamente restablecida..., op. cit., 1816.

75 José Clemente Carnicero, El liberalismo convencido por sus mismos escritos o Examen crítico de la Constitución de la Monarquía española publicada en Cádiz, y de la obra de Don Francisco Marina «Teoría de las Cortes» y de otras que sostienen las mismas ideas acerca de la soberanía de la nación, por..., Madrid, Imprenta de D. Eusebio Aguado, 1830.

76 José Clemente Carnicero, Historia razonada de los principales sucesos de la gloriosa revolución de España, escrita por el doctor..., Madrid, 1814-1815, 4 vols. (Vol. I: Imprenta de D.M. de Burgos, 1814; vols. II y III: Imprenta de la Compañía, por su regente Juan Josef Sigüenza y Vera, 1814; y vol. IV: Imprenta de la Compañía, por su regente Juan Josef Sigüenza y Vera, 1815).

77 No nos aventuramos a asegurar lo que es una percepción: un tono menos conservador en el volumen I, publicado en 1814, lo que invitaría a pensar que empezó a redactarse antes de la reacción absolutista de mayo.

78 No era habitual que un autor recibiese el honor de poder dedicarle una obra de cuatro volúmenes al rey Fernando, a los infantes Carlos María Isidro y Antonio Pascual, y al secretario de Estado Miguel Lardizábal respectivamente.

79 Aunque sí que coincide en pasajes importantes como el Motín de Aranjuez, el Dos de Mayo o el viaje de Fernando a Bayona.

80 «...aquel no tuvo impedimento alguno para entregarse muy desde los principios a su guardia y favorito D. Manuel de Godoy, seguir sus consejos ciegamente, y alejar de sí aquellos españoles que podían darle los contrarios y más convenientes al bien de la Nación» (Ibídem, vol. I, pp. 4-5). Más adelante, hablando del comportamiento de Carlos IV en Bayona: «De haber tenido el señor Don Carlos IV un poco de carácter y firmeza en esta ocasión, todavía puede ser que hubiera contenido las iras y proyectos de Napoleón» (Ibídem, vol. I, pp. 114-116).

81 He aquí –hablando de las Cortes de 1789– un reconocimiento del despotismo monárquico: “Ya los españoles inteligentes se lamentaban de que el gobierno monárquico de España había degenerado de aquella moderación prevenida por sus leyes fundamentales, y que apenas quedaba recurso a la Nación para precaverse de las disposiciones arbitrarias con que pudiesen mandarla sus reyes y ministros. Por esto para la jura y coronación del señor Carlos IV se pensó en tener unas cortes que pudiesen proponer algunos medios para evitar dicho mal. A este fin concurrieron a la corte varios obispos y diputados de las respectivas provincias y ciudades. Pero el conde de Floridablanca, ministro de Estado que fue de Carlos III, y lo seguía siendo de Carlos IV, tuvo miedo de ir dilatando y eludiendo bajo varios pretextos la reunión formal de las citadas cortes para el expresado fin, y por último no se celebraron sino en la apariencia, y con solo el objeto acostumbrado de autorizar la jura y proclamación del nuevo soberano, que en la corte y en todo el reino fueron de las más solemnes que se han conocido. Por esto el rey Carlos y sus ministros siguieron mandando sin más limitación que la que ellos quisieron proponerse» (Ibídem, vol. I, pp. 4-5).

82 Dentro de una sorprendente excusa de los apresamientos ingleses de barcos españoles: «Así, atendidos todos estos antecedentes y circunstancias, no fue la conducta de los ingleses tan reprehensible como nos han ponderado sin interrupción los Godoyes y Napoleones» (Ibídem, vol. I, p. 11).

83 La historia publicada por la Comisión militar –de la que hablaremos a continuación– al menos la cita tímidamente y la menciona entre las obras existentes sobre el tema. La de José Muñoz Maldonado la ignora, quizá porque rompía su argumentación de que no existía una historia completa del conflicto.

84 Tampoco debió de ayudar a Carnicero que Lardizábal, a quien se encomendaba dedicándole el cuarto volumen en 1815, fuese destituido y encarcelado ese mismo año.

85 Ibídem, vol. IV, pp. 320-321.

86 «Las Batuecas de madama de Genlis o el Gonzalo de Florian parecen menos soñados, menos ideales que la mitad de los escrito extranjeros publicados sobre nuestra península por testigos que se dicen oculares» (Historia de la Guerra de España contra Napoleón Bonaparte, escrita y publicada de Orden de S.M. por la tercera sección de la Comisión de jefes y oficiales de todas armas..., op. cit., p. VII). “En España había mucho más ilustración de lo que generalmente creían los extranjeros, y el pueblo aunque cordialmente religioso, ni era estúpido, ni fanático, ni supersticioso” (Ibídem, p. 187).

87 Con evidentes ganas de agradar, José Canga elogió a la medida desde el exilio: «una comisión de oficiales militares de gran mérito, encargada por S.M. reinante de escribir la Historia de la guerra de España, correspondiendo a los deseos del Rey, dio a la luz pública el tomo primero, que fue recibido con los mayores elogios por la veracidad y maestría con que está escrito. La terminación de esta obra, digna de la protección augusta, pondría freno a las detracciones de los extranjeros» (José Canga Argüelles, Observaciones sobre la Historia..., op. cit., p. 10).

88 Francisco Javier Cabanes (1781-1834), militar y autor de varias publicaciones, no solo militares, también relacionadas con el fomento del país (Base de datos Fichoz, nº 026722).

89 Aunque no contamos por ahora con más datos que los aportados por Muñoz Maldonado, es extraño que la comisión tardase dos años en publicar el primer volumen y no tuviese tiempo de sacar al menos un segundo en los siguientes cuatro años. Es posible que la Comisión cayese en desgracia en 1823 por haber continuado su trabajo a las órdenes del gobierno liberal. Durante el trienio publicó dos obras de contenido neutro: Estados de la organización y fuerza de los ejércitos españoles beligerantes en la península, durante la guerra de España contra Bonaparte, arreglados por la Sección de Historia Militar en 1821, Barcelona, Imprenta de la viuda e hijos de Antonio Brusi, 1822; y la Explicación del cuadro histórico-cronológico de los movimientos y principales acciones de los ejércitos beligerantes en la Península durante la guerra de España contra Bonaparte, formado en 1818 por la Sección de Historia Militar, Barcelona, Imprenta de la viuda e hijos de Antonio Brusi, 1822.

90 José Muñoz Maldonado, Historia política y militar de la Guerra de la independencia de España contra Napoleón Bonaparte desde 1808 a 1814, escrita sobre los documentos auténticos del gobierno, por... publicada de orden del Rey N.S., Madrid, Imprenta de d. José Palacios, 1833, pp. 8-9.

91 Ibídem.

92 «Solo buscamos el mayor lustre del nombre español. No pretendemos censurar al gobierno de un monarca que fue nuestro rey y señor (...) No es posible dar una idea del desacierto e ilegalidad de las operaciones de aquella época sin salir de los límites a que nos hemos circunscrito». Aún así, la obra presenta la hoy clásica –y discutible– inflexión entre el esplendor del reinado de Carlos III y el de su sucesor: «la muerte de Carlos III, la caída de Floridablanca y la del conde de Arana detuvieron el progreso de nuestros adelantamientos (...) en mayo de 1808 ni teníamos naves, ni ejércitos, ni armas, ni tesoro, ni crédito, ni fronteras, ni gobierno, ni existencia política. En una palabra: no había Patria» (Ibídem, pp. 105-129). Godoy, «joven sin instrucción y sin experiencia» no se libra de críticas directas –aunque con menos ensañamiento del acostumbrado– con sentencias como «no hubo fondo por sagrado que fuera que no cayese en manos del valido (...) confesemos que ni la aversión del público contra él carecía de motivos, ni era infundada la voz general que lo acriminaba y le pedía cuenta de los males que su ineptitud y su codicia habían acarreado a la patria» (Ibídem., pp. 121-131).

93 «...nadie profirió ni aún en la efervescencia y primera expansión del horror, una sola palabra que acusara la justicia del soberano. El extremado amor de Carlos IV a su familia, la integridad de su corazón, la religiosidad de sus sentimientos nunca desmentidos en su dilatada carrera, no dejaban lugar a creer posible ni la más ligera mella en su justicia y rectitud. La opinión pública como por instinto falló unánimemente contra el favorito» (Ibídem, pp. 174-198).

94 Ibídem, p. 118.

95 «Cualquiera que fuese la repugnancia que interiormente sentía (...) entonces dictó la necesidad (...) en aquella época las más ilustres casas de Europa tenían a dicha emparentar con la de Francia (...) todas las personas cuerdas y sabias que amaban al príncipe hallaron prudente y provechoso el consejo” (Ibídem, pp. 181-182).

96 Ibídem, pp. 232-259.

97 Ibídem, p. VIII.

98 «¿No es justo desenmascarar la venganza aleve, la rastrera envidia, la funesta ambición, disfrazadas con los colores del entusiasmo heroico, y escudados con los augustos nombres de patria y de libertad?» (Ibídem, p. IX).

99 Madrid, Imprenta de D. José Palacios, 1833.

100 Es autor de una Oda al Rey Nuestro Señor (Madrid, Imprenta de Amarita, 1828) y de unos Estudios sobre el catolicismo dedicados a S.M. la Reina Madre Doña María Cristina de Borbón (Madrid, Establecimiento Tipográfico de Francisco de P. Mellado, 1852).

101 José Muñoz Maldonado, Historia política y militar..., op. cit., vol. III, p. 601. Los dos clérigos a los que se refiere son el historiador, académico y obispo de Osma, José Sabau Blanco, y el capellán de honor del rey Antonio García Bermejo. Es llamativa, por cierto, la sincera crítica del autor a la incomodidad de la censura.

102 Los tres tomos están fechados en abril, junio y octubre respectivamente, y Fernando murió en septiembre.

103 Ibídem, vol. 1, p. 9. El autor se refiere por ejemplo a las historias escritas por los ingleses William F. P. Napier y Charles W. Vane, refutadas previamente por Canga.

104 Ibídem, vol. I, pp. 20-41.

105 Ibídem, vol. I, pp. 137-148.

106 «[sobre los abusos de los generales franceses]... los pueblos que se veían tratados de esta manera combatían a los franceses, no tanto como a enemigos de su Rey, cuanto como a opresores suyos, de que era preciso deshacerse a cualquier costa» (Ibídem, vol. II, p. 489).

107 Ibídem, vol. I, pp. 178-184.

108 Ibídem, vol. I, p. 353.

109 Ibídem, vol. II, pp. 468-489.

110 Ibídem, vol. III, pp. 564-603.

111 Ibídem, vol. III, p. 584.

112 Ibídem, vol. III, p. 585.

113 Emilio La Parra, “Fernando VII, el rey imaginado”..., op. cit.

114 «Quien controla el pasado (...) controla el futuro, quien controla el presente controla el pasado» (George Orwell, 1984).

Culturas políticas monárquicas en la España liberal

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