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Presentación

Joan Romero y Miquel Francés

Universitat de València

La Huerta de Valencia es uno de los paisajes culturales más importantes del Mediterráneo. Constituye un elemento de identidad que reúne siglos de historia de la cultura y que testimonia el paso de diferentes pueblos que han dejado su huella. Es a la vez historia de la cultura, de la tecnología, de la organización social, de las estructuras de poder, de la agricultura, del paisaje. Ofrece condiciones productivas, ambientales y paisajísticas de excelencia en el contexto europeo. Es un espacio de acreditados valores paisajísticos, medioambientales, históricos y culturales merecedor de un régimen de protección acorde que garantice su pervivencia como legado para las generaciones futuras.

Pocas ciudades europeas disponen de un entorno tan singular y, sin embargo, tan desprotegido. Los procesos ocurridos en este espacio tan excepcional, una de las escasas grandes huertas metropolitanas europeas, sintetizan muy bien muchos de los problemas y retos que hoy afrontan muchos espacios periurbanos y paisajes culturales de gran valor. Hace tiempo que muchos expertos alertan de que la Huerta corre el riesgo de desaparecer, de degradarse hasta el punto de hacerla irreconocible, de sucumbir al impulso urbanizador, como en gran parte ya ha sucedido en otros perímetros periurbanos de menor entidad y significado cultural existentes en otras ciudades mediterráneas.

Estos entornos singulares, que cada día entablan su particular y desigual combate con la ciudad real, tienen escasas posibilidades de supervivencia más allá de las grandes declaraciones sobre desarrollo sostenible, de seminarios de expertos, de inventarios y estudios, de diagnósticos, de planes y programas sin contenido real y de declaraciones de organismos internacionales y de gobiernos regionales y locales. No hay más que analizar lo ocurrido durante las últimas décadas para comprobar que el panorama es ciertamente desolador. La superficie tradicional se ha reducido en más de la mitad. La mayor parte de las acequias han reducido su perímetro regado de tal manera que en algunos casos es ya testimonial. En algunos tramos la zona regable o ha desaparecido por completo o únicamente subsisten áreas inconexas de huerta residual condenadas a desaparecer definitivamente en un futuro próximo. Quedan únicamente, en especial en el área periurbana del norte de la ciudad Valencia, algunos espacios de Huerta que mantienen en conjunto su alto valor paisajístico.

Los valores, el significado, las relaciones Huerta-ciudad y las formidables capacidades productivas son magistralmente analizadas en este volumen por algunos de los mayores especialistas que sobre la Huerta han escrito. También se abordan aquellos elementos que constituyen una seria amenaza: expansión caótica y masiva del urbanismo residencial, localización desordenada de actividades industriales y de servicios, especulación del suelo, degradación medioambiental y contaminación de suelos agrícolas de gran valor, consecuencia visible de la ausencia de planificación a escala metropolitana y de la acción descoordinada de decenas de gobiernos locales.

En los últimos veinte años se ha producido el retorno al territorio y al paisaje en las sociedades más cultas de Europa. Como afirma acertadamente John Berger (2006) muchos territorios rurales europeos serán, básicamente, paisaje. Gran parte de ellos ya no serán necesarios para producir alimentos, pero les seguimos atribuyendo un conjunto de valores que trascienden a las tradicionales funciones productivas. Además de su dimensión territorial y ambiental, los paisajes rurales europeos son también –y en ocasiones sobre todo– cultura, historia, memoria colectiva, referente identitario y legado. Por eso las políticas públicas van incorporando también esas dimensiones. Los europeos queremos mantener vivos esos territorios y estamos dispuestos a dedicar recursos públicos para hacerlo. Por eso han cobrado tanta importancia las políticas públicas que refuerzan la función territorial y paisajística.

También ha cobrado creciente importancia la atención sobre los espacios periurbanos y los paisajes del agua. La afortunada diferencia con relación a momentos precedentes es que ahora estas miradas académicamente se han generalizado y socialmente se han democratizado. La sociedad y la comunidad científica lo ha hecho suyo y ya no se trata de proteger y conservar determinados hitos simbólicos, sino de entender el valor y las funciones del territorio y del paisaje de otra forma. Y el paisaje cultural con mayúsculas es el conformado en los espacios ocupados por los regadíos tradicionales.

Lentamente, cultura, identidad, patrimonio colectivo y paisaje emergen y acaban impregnando directrices y normativas, desde la escala comunitaria a la local. Como consecuencia de ese cambio de valores y del mejor conocimiento de territorios y paisajes también se abre camino una interesante experiencia de buenas prácticas en el campo de las políticas de ordenación y gestión de los paisajes en Europa. Por desgracia, no es el caso de la Huerta de Valencia. La relación de seminarios, Planes (todos seguidos del calificativo verde o sostenible), y planes municipales de especial protección...que han visto la luz durante los pasados años y que abogan por la defensa y protección de estos espacios es interminable. Se dispone incluso de referencias que, sin obligar de forma imperativa, sí pretenden incorporar una nueva cultura del territorio y otras formas de proteger y gestionar estos espacios tan vulnerables. Es el caso, por ejemplo, del Dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre agricultura periurbana (CESE, 2005), la propia legislación básica estatal sobre desarrollo rural sostenible y otras Directivas comunitarias e iniciativas recientes que van en esa misma dirección. Pero ningún gobierno democrático ha tomado una sola iniciativa eficaz que de forma global, es decir a escala metropolitana, naciera con vocación de alterar esta deriva de desgobierno territorial y de progresiva desaparición de uno de los paisajes culturales más formidables de la cuenca del Mediterráneo. Iniciativas eficaces, se entiende, que además estén fundamentadas en la realidad y no en la creencia nostálgica de que cualquier tiempo pasado fue mejor o en la pura utopía urbanita.

Si realmente existe voluntad de ocuparse de la Huerta hace tiempo que ya es el tiempo de las propuestas. En primer lugar, el retroceso será irreversible si no se impulsan Planes Territoriales a escala metropolitana que establezcan regulaciones pormenorizadas de protección especial para suelos agrarios de alto valor agrícola patrimonial y paisajístico. El propio bloque de constitucionalidad y las reiteradas sentencias del Tribunal Constitucional, facultan a las Comunidades Autónomas a poder impulsar este tipo de instrumentos normativos sobre la base del principio de coordinación. Sin menoscabo del respeto a la autonomía municipal, pero con capacidad de establecer normas vinculantes que establezcan la obligatoriedad de que el planeamiento municipal se adapte y recoja en su categorización del suelo no urbanizable de especial protección zonas definidas con la coherencia requerida para el conjunto de las áreas periurbanas. Solamente en esa escala y con ese tipo de instrumentos se podrían abordar planes integrales de protección de las Huertas en aquellas áreas susceptibles de ser protegidas con garantía de estabilidad futura. Sin una política territorial supramunicipal cada municipio adoptará, como hasta ahora, sus propias directrices y planeamiento del suelo y cada unidad de las diversas administraciones competentes las suyas. El resultado será sencillamente caótico.

Contando con Planes territoriales metropolitanos que vincularan al planeamiento municipal y contuviera el avance urbanizador como condición necesaria, ello implicaría además desplegar políticas metropolitanas de depuración integral de aguas, control de vertidos, planes de modernización del regadío tradicional, iniciativas de coordinación de polígonos industriales y de establecimiento de servicios, planes incentivadotes de agricultura y ganadería biológica y saludable, planes de reducción de abonos nitrogenados y de tratamientos de productos fitosanitarios, creación de marcas de denominación, nuevos canales comerciales, impulso a nuevas formas y figuras contractuales con los agricultores, mecanismos incentivadores (fiscales o de compensación de rentas) para el mantenimiento de explotaciones que puedan tener tanto vocación productiva como función territorial, planes de rehabilitación de patrimonio rural, de la red de caminos y de elementos del sistema hidráulico...

En segundo lugar, acciones coordinadas para garantizar la actividad de los agricultores. Muchos partidarios de la conservación de estos espacios comparten valores que se asientan en una nueva cultura del territorio y del paisaje. Y desearían que, para mantenerlos vivos y dar contenido a su carácter multifuncional, los agricultores continuaran siendo los auténticos conservadores de estos entornos privilegiados y los responsables de mantenerlos vivos. A veces, en especial desde la cultura urbana porque estos espacios también se han convertido en «territorios de las clases medias urbanas», incluso se les censura que aspiren a vender como suelo urbano unas explotaciones económicamente inviables y sin perspectivas de futuro. En relación con esta cuestión central no deberían olvidarse dos cosas esenciales para una protección futura de estos espacios: que cualquier política pública se ha de acometer contando con el consenso y la cooperación de los agricultores y que cualquier iniciativa orientada a favorecer la estabilidad de las explotaciones ha de garantizar la rentabilidad de explotaciones agropecuarias, introducir mecanismos económicos de compensación para aquellas explotaciones que hayan de mantenerse por su valor territorial, cultural o paisajístico y favorecer otras actividades complementarias en estos espacios rurales.

El problema fundamental de viabilidad de la Huerta de Valencia y del conjunto de los regadíos históricos radica en la preservación de la actividad agrícola. Pero la preservación a largo plazo de la actividad agrícola en un área periurbana como la de la Huerta de Valencia solo es posible si se asegura una rentabilidad de los productos agrícolas que permitan unas rentas semejantes a las de los sectores terciarios e industriales que sustraen el relevo generacional de la actividad agrícola en la comarca.

Hay posibilidades de futuro, y mucho más en un contexto incierto donde la producción saludable en mercados locales y la seguridad alimentaria serán cada vez más estratégicas: desde la agricultura y la ganadería biológica o las producciones saludables y de calidad orientadas a la demanda urbana, hasta el turismo rural. Pero en otros muchos casos la función social requerida a los agricultores será distinta a la tradicional. Ahora se tratará de mantener vivos unos territorios porque la sociedad considera que el territorio, además de un recurso y de soporte físico para actividades, es referente identitario, es patrimonio colectivo, es cultura, es historia y es legado. En ese contexto, los poderes públicos han de imaginar un nuevo contrato social con los agricultores en estas áreas singulares.

El principal valor externo de la Huerta es su aportación a la ciudad de Valencia y a su área metropolitana como espacio periurbano de calidad, por ser un elemento natural de valor histórico y cultural casi irrepetible (sólo cinco ciudades europeas pueden presumir de un espacio periurbano semejante), a la vez que un elemento paisajístico y ambiental contribuidor a la sostenibilidad de toda el área metropolitana, cuya externalidad positiva debería ser aprovechada por el propio medio urbano. Por ello, la contribución económica debe venir de la mejora de la eficiencia económica de la producción agrícola, pero también, de forma destacada, de la contribución de las zonas urbanas a las que sirve y proporciona bienes públicos.

El tiempo de los diagnósticos y los textos ya ha pasado. Tampoco es suficiente con la protesta. Ahora es tiempo de propuestas decíamos antes. Es el tiempo de los compromisos políticos. Y la iniciativa para proteger un espacio de alto valor únicamente podrá prosperar si existe el compromiso político de desarrollar nuevos instrumentos de protección y un amplio abanico de políticas públicas para revitalizar económicamente ese espacio con criterios de sostenibilidad. Haciendo de la búsqueda de amplios consensos sociales y políticos para aprobar una ley de protección de la Huerta su primer objetivo. Partiendo de un buen conocimiento de la gran diversidad de situaciones y de los serios obstáculos existentes. Con un enfoque metropolitano flexible y adaptado a un contexto cultural específico. Y conscientes de que tal vez sea la última oportunidad para garantizar su supervivencia de un paisaje cultural milenario de alto valor simbólico y de gran proyección internacional. Huyendo de toda tentación de reducir su pervivencia a intentos de museización o tematización en forma de parque urbano.

No se trata de un problema normativo. El mayor obstáculo se reduce exclusivamente a la falta de voluntad política de los gobiernos regionales de haber querido impulsar y, en su caso, consensuar, Planes territoriales metropolitanos o Planes sectoriales a escala metropolitana y de haber imaginado nuevos instrumentos de gestión, nuevas funciones territoriales y paisajísticas y nuevos mecanismos de compensación para esas nuevas funciones que el conjunto de la sociedad requiere ahora del colectivo de agricultores. Por ahora, los textos poco tienen que ver con la realidad.

Este volumen auspiciado por la Universitat de València está inspirado en esa forma de entender el paisaje rural en el actual contexto económico, social y cultural. Los textos ofrecen una mirada culta y comprometida de lo mejor que tenemos y de lo mejor que hemos sido capaces de preservar como colectividad. Exploran las oportunidades. También alertan de las amenzas. Muchos paisajes culturales de gran valor han sucumbido a presiones incontenibles. Los paisajes rurales devastados, abandonados o perdidos son ya irrecuperables. Pero otros muchos se mantienen vivos y en muchos casos son referente irrenunciable para una comunidad local, para una comarca o para una colectividad más amplia. Esos pueden preservarse. Y de entre todos ellos aquí se proporciona una muestra excelente y variada para que cualquier persona con sensibilidad pueda apreciar la profunda relación existente entre historia, geografía, cultura e identidad. La relación existente entre pasado, presente y futuro.

En un bello libro reciente, Eduardo Martínez de Pisón describe de forma magistral cómo entendemos hoy los paisajes rurales en Europa y por qué queremos preservarlos, mantenerlos y gestionarlos de otra manera. Al menos, qué significado otorgan hoy a sus paisajes los pueblos más cultos de Europa. «El paisaje rural no es el territorio, afirma el autor. El territorio es el solar, el paisaje rural es el resultado de un proceso histórico. El paisaje rural es el legado de nuestro pasado colectivo. Legados, como lo son las artes, la arquitectura, el pensamiento o la literatura de un país. Los paisajes rurales poseen contenidos culturales propios que llegan a definir la personalidad de un municipio o de una región. Los paisajes rurales son testigos culturales de todo un pueblo. Como consecuencia de ese legado de conjunto, reflejan o contienen, significativas señas de identidad de los pueblos que los habitan y por otro expresan el rostro y la cultura de la generación que tiene la responsabilidad de conservarlos y de entregarlos a la próxima generación.

El paisaje posee significados naturales e históricos. Pero también posee otros que remiten a referencias culturales y sociales, en sus identificaciones, en su personalidad, en sus valores. Es un espacio común de la vida colectiva de un pueblo. Vivido, pensado, habitado, cultivado, construido, cuidado, ¿destruido? (...) Ignorar eso es mutilar el paisaje y la vivencia colectiva tan gravemente como pudiera serlo la tala de un bosque o el derribo de un pueblo (...). Los paisajes rurales son bienes culturales que sintetizan la experiencia vital de una colectividad. Pero son frágiles. Por eso precisan de mucha atención y protección. Atención y gestión culta e inteligente. Mantener vivos muchos territorios rurales precisa de políticas no solo territoriales sino culturales y de patrimonio. La política de protección del paisaje es también una política cultural...» (Martínez de Pisón, 2009).

Una mirada culta e inteligente significa tener capacidad de reconocer lo valores visibles y ocultos, tangibles e intangibles, que tienen unos campos de cultivo mantenidos vivos aunque sus propietarios ya no vivan de ello o un regadío histórico con todo su rico patrimonio hidráulico que tantas generaciones anteriores han contribuido a construir y que hoy tienen valor patrimonial y cultural incalculable. Paisajes de agua, paisajes arbolados, paisajes cultivados... paisajes con alma en definitiva.

Sabemos además que los paisajes culturales son incluso mucho más que el espejo del paso de culturas. Sabemos que el paisaje contribuye de manera determinante a la calidad de vida y al bienestar individual y colectivo de las sociedades. Que paisaje y salud van unidos. Como lo están también ciertas patologías y la pérdida traumática del sentido del lugar y la degradación del paisaje. Lo viene reiterando Joan Nogué desde hace muchos años y lo han corroborado muchos expertos que se han ocupado de esta relevante cuestión desde diferentes visiones (Nogué, 2008a; 2008b).

También sabemos que cuando se habla de paisajes (de todos los paisajes y no solamente de los excepcionales) y de la necesidad de protegerlos y de gestionarlos de otra manera, han de tenerse muy en cuenta indicadores que nada tienen que ver con cuestiones que se pueden reducir a valores numéricos. Han de tenerse muy en cuenta otras consideraciones de tipo cualitativo relacionadas con el entorno vital de las personas, con valores afectivos, estéticos y simbólicos. La tranquilidad es otro indicador fundamental cada vez más tenido en cuenta. Hasta el punto de que ya existen mapas de la tranquilidad en los que se subraya cómo el valor de la tranquilidad ayuda a la economía de un lugar, es bueno para la salud y reduce el estrés de las personas. El trabajo realizado por ejemplo en algunas áreas de Inglaterra, su envidiable esfuerzo por confeccionar sus Tranquility Maps y una extensa red de caminos tranquilos (Quiet Lanes) indica que algunas sociedades aprecian valores intangibles que son esenciales para garantizar su bienestar. Cualquier lector o lectora interesado puede acceder a las guías de caminos tranquilos o a la relación de condados más apreciados de Inglaterra precisamente porque cuentan con niveles de tranquilidad muy altos (Campaign to Protect Rural England, 2006).

Obras como la que ahora publica la Universitat de València están impregnadas de esa forma de entender el paisaje y la función de muchos espacios rurales hoy. Se inscribe en lo mejor de tradición académica de estudios sobre historia del paisaje que ahora se impulsan en muchas universidades y centros de investigación europeos. Es mucho más que un libro sobre la Huerta. Sugiera una mirada culta, ofrece un diagnóstico sólido, hace una denuncia severa y propone alternativas.

Muchos ciudadanos europeos participamos de la idea de que el futuro del territorio y de los paisajes culturales depende en gran parte de la existencia de una vigorosa sociedad civil que sea capaz de mirar con respeto, con sensibilidad y con cultura, con civilidad en definitiva, hacia atrás y hacia delante. Sabiendo que el territorio y el paisaje no son patrimonio exclusivo de nadie, que no somos los únicos, tampoco los primeros ni los últimos. Que no somos el centro de la Naturaleza. Los pueblos más cultos de Europa han sido capaces de mirar hacia su historia colectiva con respeto. También han sido capaces de conservar sus paisajes porque son parte de esa historia colectiva. Han preferido conservarlos y mantenerlos vivos antes que abandonarlos. Nosotros debemos ser capaces de hacer lo propio. Sabiendo que las funciones de muchos de esos territorios, además de producir alimentos, será la de ofrecer otras funciones ecológicas, culturales y reparadoras de gran utilidad para la colectividad.

Bibliografía

BERGER, J. (2006): Puerca tierra, Madrid, Alfaguara.

CAMPAIGN TO PROTECT RURAL ENGLAND: CPRE’s guide to Quiet Lanes, septiembre de 2006.

—: Campaigning for the beauty, tranquility and diversity of the countryside, Octubre, 2006.

COMITÉ ECONÓMICO Y SOCIAL EUROPEO (2005): Dictamen del Comité Económico y Social Europeo sobre la agricultura periurbana.

MARTÍNEZ DE PISÓN, E. (2009): Miradas sobre el paisaje, Madrid, Biblioteca Nueva, Colección Paisaje y Teoría.

NOGUÉ, J. (Ed.) (2008a): Paisatge i salut, Observatori del Paisatge de Catalunya, Sèrie reflexions.

— (2008b): Entre paisajes, Barcelona, Àmbit.

La Huerta de Valencia, 2a ed.

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