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2 La huerta de Valencia

¿Qué porvenir?

Roland Courtot

Aix-Marseille Université

Maison méditerranéenne des Sciences de l’Homme

Aix-en-Provence

La huerta de Valencia es una antigua conocida para mí, ya que la atravesé por primera vez en el verano de 1966 camino hacia Benidorm donde iba a asistir a un curso de verano de la Universidad de Valencia. Como asistente de geografía de la Facultad de Letras de la Universidad de Aix-Marseille, tenía la intención de buscar un tema de tesis de geografía en España y para ello debía aprender rápidamente una lengua que ignoraba completamente hasta entonces. Volví la primavera siguiente con un tema de investigación definido entre épocas: «ciudades y campos en las regiones de regadío de las provincias de Valencia y Castellón», para conocer a los geógrafos valencianos, en este caso, los del departamento de geografía de la Universidad (situada entonces en el edificio histórico de la calle de la Nave) cuyo rector era don Antonio López Gómez, asistido por dos colegas. Así pues, la huerta del Turia no era más que una parte de mi campo de tesis, ya que el sistema de relaciones ciudad-campo que yo quería estudiar estaba, en aquel momento, desarrollado en el inmenso vergel de cítricos que cubría, desde el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, la llanura litoral desde el Ebro hasta el cabo de la Nao. Allí pude constatar la instalación de un sistema socioespacial entre ciudad y campo que tenía muchos puntos en común con el que el geógrafo Raymond Dugrant (del cual había recibido enseñanza en Montpellier) había descrito para el viñedo de producción en masa y las ciudades del Bajo Languedoc. Sí investigué mucho en los catastros y las comunidades de regantes de las regiones citrícolas de las dos provincias, pero no tanto de la huerta, excepto en las comunidades de regantes de la parte norte, es decir, de la orilla izquierda del Turia, pues, al mismo tiempo que yo, un joven valenciano empezaba una tesis sobre la huerta sur, que defendería con brillantez (Burriel, 1971). Sin embargo, la huerta estaba incluida en mi campo de investigación, así como el arrozal de la Albufera y del Bajo Júcar, y seguí su historia durante todo el tiempo de mi investigación (Courtot, 1989) hasta hoy. Conocí el tren de Rafelbuñol y el tranvía de la Malvarrosa (cuyos vagones se invadían, a veces, de efímeras mariposas, cuando atravesábamos los campos de la acequia en las tardes de otoño), las tartanas de los huertanos y en las aceras de la ciudad los puestos de helados en forma de cubas protegidas con corcho y hierro, vendedores de horchata, durante los días calurosos del verano. Esta visión exterior, extranjera, de un espacio que llegaría a serme muy familiar a lo largo de los años está quizás menos aguzada que la de los geógrafos valencianos que, desde la maestría de Antonio López Gómez, no han dejado de recorrer y estudiar «su» huerta, y de enriquecer su conocimiento en numerosos escritos: han sido acompañados en esta tarea por los representantes de otras disciplinas, historiadores, economistas, agrónomos, sociólogos, urbanistas..., y nunca hemos estado tan informados sobre este territorio como desde que vemos que se reduce inexorablemente ante nuestros ojos. La cuestión de la supervivencia de la huerta en Valencia no es nueva, pero es cada vez más urgente encontrar respuestas. Se está elaborando un nuevo plan de actuación territorial de protección de la huerta de Valencia por la Generalitat Valenciana, éste sucede a las propuestas del PGOU de 1986 y a las del «Plan verde de la ciudad de Valencia» en 1992, que han obtenido pocos resultados en los treinta últimos años.

1. La huerta de Valencia, un «sistema» socio-espacial emblemático

La cuestión de la desaparición de la huerta periurbana en Valencia es un caso particular del hecho de geografía urbana de las «periferias hortícolas». En el Mediterráneo noroccidental, éstas han tenido un desarrollo más considerable y una historia mucho más larga que las de las ciudades de regiones más septentrionales: sobre redes de riego antiguas y complejas, en un ambiente climático que favorecía a los cultivos de verduras tempranas, se ha desarrollado un sistema social y económico original basado, fundamentalmente, en los lazos entre la ciudad y su campo y ha creado un paisaje que es, a la vez, un espacio de producción y un conservatorio de imágenes memoriales. De manera que las periferias hortícolas se han sustituido en muchos sitios por formas de agricultura «industrial» de invernadero, mientras que subsistían en las puertas de las ciudades de la España mediterránea: Barcelona, Valencia, Murcia... Resulta aún más interesante que la huerta valenciana sea, a la vez, la que se ha constituido un lugar aparte en el sistema espacial del área metropolitana y que haya conservado un papel considerable en el inconsciente colectivo de la población: este lugar y este papel son causas y consecuencias de que la huerta ocupa, todavía hoy, extensos espacios agrícolas, si no «en las puertas de las ciudades» como en otra época, al menos a cortas distancias desconocidas en otras partes.

No se puede dejar que este espacio geográfico se cubra por la urbanización que no deja de extenderse alrededor de la tercera ciudad de España, pues no se trata simplemente de un problema de suelo que se urbanice o no, sino del futuro de un «territorio», es decir, de un conjunto de lugares donde la sociedad y su espacio se han combinado en un «sistema societal» localizado, basado en una agricultura de regadío en las puertas de una gran ciudad. Este conjunto ha sido y es todavía generador de suficientes valores añadidos para que hoy su futuro sea considerado con atención. Valor añadido económico, en el que se piensa siempre en primer lugar: el de los empleos agrícolas y producción de legumbres y frutos que engendran otros empleos y otros valores añadidos en los servicios, el comercio y la industria agroalimentaria. Y también valor medioambiental de este paisaje en el que la lógica de la naturaleza y de la biodiversidad propone a los ciudadanos un espacio abierto de descanso y un marco de ocio. Por último, un valor añadido para el inconsciente individual y colectivo por la formación de una memoria visual y sensorial a través de las representaciones que constituyen un territorio identitario para los valencianos. Los geógrafos franceses, Jean Brunhes, Paul Vidal de la Blache, que han visitado la costa mediterránea de España mucho después que viajeros eruditos como Laborde y Jaubert de Passá, han introducido la huerta en la gama de los paisajes agrarios mediterráneos en referencia a las huertas de este país: Jean Brunhes ha incluido en su tesis la huerta de Valencia como un modelo de organización hidráulica y económica y como base de comparación para su tipología de los espacios regados de la Península Ibérica y de África del norte (Brunhes, 1902, p.67). Se puede decir que la huerta de Valencia se encuentra en el punto de partida de la «invención» científica de este tipo de paisaje agrario y que a este respecto merece una atención particular. Pero ésta presenta caracteres geográficos también muy particulares que complican la cuestión de su supervivencia.

2. La huerta agrícola en el espacio de su comarca

Desde hace un siglo los lazos entre la ciudad y el campo han cambiado de significado a causa de la presión urbana que se ha ejercido sobre sus parcelas, cada vez con más fuerza, debido a la aceleración del crecimiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX. Los antiguos colonos, arrendatarios de propietarios, a menudo, ciudadanos unidos por arrendamientos históricos, fueron en parte expulsados de las tierras que explotaban debido al alza de sus precios en el mercado financiero y a las necesidades de suelos urbanizables, es decir, destinados a construir viviendas, zonas de actividades, equipamientos urbanos, redes de transporte. Este proceso ha sido descrito por numerosos autores valencianos y yo no volveré a ello aquí. Sin embargo, es necesario recordar que la posición geográfica de las tierras de la Huerta ha hecho de ellas un espacio particularmente expuesto y amenazado por la transformación, en un siglo, de una aglomeración de medio millón de habitantes en un área metropolitana de casi 1,8 millones. Además, la transformación de la ciudad de Valencia en una capital de comunidad autónoma, gran ciudad industrial y de servicios, y de su región urbana en un área metropolitana, ha provocado una serie de cambios territoriales en que las necesidades de la economía y de la planificación del desarrollo han conllevado la ocupación de los suelos por el hábitat, las infraestructuras de transportes, industriales y de comercio.

Sin embargo, esta urbanización se ha realizado en un marco geográfico particular, el de la huerta histórica de «las siete acequias»: ésta dibuja a grandes trazos un triángulo abierto en abanico hacia el mar a partir de un vértice que se sitúa sobre el Turia aguas arriba de la ciudad, en el lugar de las tomas de agua de los canales de riego. Y es en este triángulo regado donde se han desarrollado la ciudad, la aglomeración, el área metropolitana, según la organización radio-concéntrica clásica de la geografía urbana: ejes radiales y circunvalaciones son por tanto los rasgos principales y su impacto en la huerta está lleno de consecuencias.

a. Una huerta «rodeada»

Una gran parte de la huerta, en particular en el sur y en el oeste, esta atenazada/encerrada entre el crecimiento de la ciudad y el de las aglomeraciones periféricas. Los antiguos municipios agrícolas y rurales asentados al contacto entre las colinas de secano y el regadío de las 7 (+1) acequias, formaban, hasta mitad del siglo XX, un collar de polos rurales, a unos kilómetros de los antiguos límites de la ciudad, desde Alfafar al sur hasta Meliana al norte, pasando por Torrente, Manises, Paterna y Moncada. Ya descritas por López Gómez como «conruraciones» (López Gómez, 1962), estos satélites de la ciudad por su población y sus actividades han experimentado, en la segunda mitad del siglo XX, como todas las periferias de las grandes ciudades, un crecimiento mucho más rápido que el del centro de la ciudad, y sus espacios urbanizados coalescentes forman hoy una corona casi continua desde Lloc Nou de la Corona al sur hasta Meliana al norte.

b. Una huerta «dividida»

Por otra parte, este espacio ha sido dividido en trozos, como un pastel, por los principales ejes de comunicación que parten radialmente los alrededores del centro de la ciudad: las carreteras nacionales (hacia Barcelona, Madrid y Alicante) son los primeros ejes radiales de esta urbanización periférica, pero han sido reemplazados por las carreteras secundarias (hacia Liria y Torrente) y más tarde por las vías rápidas y las autopistas. Éstas se han trazado, a menudo, en paralelo a las carreteras principales ya existentes, por tanto, en los terrenos agrícolas de las huertas o incluso en las ciénagas y los arrozales (la pista de Silla hacia el sur, la pista de Barcelona hacia el norte). Éstas nuevas vías de comunicación han provocado la implantación de nuevas zonas de actividad (comercio, industria), no planificadas (pista de Silla), o planificadas más tarde (pista de Barcelona), las cuales han consumido gran cantidad de terrenos agrícolas.

Finalmente, para que el modelo radio-concéntrico urbano apreciado por los geógrafos sea completo, hay que considerar el comportamiento de los sucesivos cinturones de la aglomeración urbana. El primer cinturón de los años 1950-60 es hoy intra-urbano completamente integrado en la ciudad y el segundo, trazado durante el crecimiento urbano de los años ha quedado anticuado por las nuevas autovías que, tanto en el sur como en el norte de la ciudad acompañan con un cierto retraso la coalescencia urbana de los antiguos municipios rurales.

El gran cinturón de la autopista del Mediterráneo, que no está nunca a menos de 10 km de la ciudad, rodea toda la huerta y la aglomeración por el oeste, sin tocar las tierras agrícolas que nos interesan aquí; por el contrario, el plan de reestructuración de los trazados ferroviarios ha sido un gran «consumidor» de tierras agrícolas, así como el establecimiento actual de las líneas de alta velocidad hacia Alicante y Madrid, respecto a la huerta sur, en los términos de Picaña, Torrente, Alacuás y Valencia.

c. Una huerta «sacrificada»

Dos actuaciones públicas valencianas han intensificado los efectos del crecimiento urbano radio-concéntrico descritos aquí:

 el plan Sur, que ha desplazado el Turia de su cauce intra-urbano para evitar las inundaciones catastróficas: proyectado en 1958 e inaugurado en 1973 ha creado un nuevo cauce a través de la huerta Sur. Esto ha supuesto una reestructuración completa de las relaciones por carretera y por ferrocarril de toda la parte meridional del área metropolitana, pero ha introducido también una nueva «barrera» en torno a la mitad sur de la ciudad, a menos de 4 kilómetros del centro histórico: iba a entregar rápidamente a la urbanización terrenos agrícolas muy «cercados», lo que el consejo municipal no tardó en hacer.

 el desarrollo del puerto de Valencia, convertido en el tercer puerto español en tonelaje de mercancías (y el segundo en tráfico de contenedores). A través de un deslizamiento hacia el sur las autoridades portuarias han solucionado su problema de necesidad creciente en terrenos logísticos para acompañar el crecimiento del tráfico. Las autorizaciones concedidas para ello por la municipalidad valenciana han conducido a la desaparición de una gran parte de la huerta de la Punta, atrapada entre la ciudad, el puerto, el antiguo y el nuevo cauce del Turia.

Por lo tanto, se puede decir, sin proferir un juicio de valor, que desde hace medio siglo, las tierras de la huerta han sido sistemáticamente sacrificadas en beneficio del crecimiento urbano, y que el balance es gravoso. Basta con consultar las fotografías aéreas en los grandes sitios de Internet (Google, Microsoft, Signa) para darse cuenta que, al sur de la ciudad, la huerta ha desaparecido prácticamente hasta el nuevo cauce del Turia y que sólo la zona norte ofrece todavía conjuntos cultivados bastante amplios, con una «masa crítica» suficiente, para esperar su mantenimiento en las puertas de la ciudad, para formar un espacio que pueda continuar llamándose «huerta de Valencia».

3. Los retos de la conservación de la Huerta

Hace más de medio siglo, un geógrafo español, Antonio López Gómez se extrañaba de que la ciudad de Valencia se extendiera entre las tierras más fértiles y más productivas de España, y que redujera así progresivamente un sistema agrícola que le proporcionaba directamente bienes de consumo alimentario y cuyo funcionamiento estaba económica y socialmente unido a ella. La teoría general de los sistemas (de los que los geógrafos han sacado provecho durante la revolución cuantitativa de su disciplina) nos muestra que esta paradoja no es más que la traducción de la competición por el territorio entre un sistema dominante, la ciudad, y un sistema dominado, su huerta periurbana. La expansión de la ciudad en la economía industrial, después post-industrial, ha actuado, por tanto, contra la huerta que rodeaba directamente las antiguas murallas de Valencia.

Además, la agricultura de la huerta se apoyaba, en gran parte, en las relaciones socio-económicas quasi-verticales, entre la población y su espacio natural y humanizado: los intercambios que conllevaba se hacían a corta distancia, del campo a la ciudad, aunque la primera revolución de los transportes, la del ferrocarril, había permitido el desarrollo de las exportaciones, en el mercado nacional e internacional, de los productos de la huerta. Sin embargo, el fenómeno de expansión continua de las relaciones económicas a lo largo de la evolución de la sociedad industrial condujo a la devaluación de los productos agrícolas locales en un mercado cada vez más internacionalizado, al mismo tiempo que el crecimiento de la sociedad urbana y de la economía industrializada y después terciarizada (e incluso hoy financiarizada) provocaba una competencia en aumento continuo sobre los suelos urbanizables en la periferia de las grandes ciudades.

Antes de buscar repuestas al problema del mantenimiento de una huerta periurbana, hay que plantearse una primera cuestión frente a esta doble presión en el suelo, la de las autoridades municipales que quieren favorecer el desarrollo del espacio de su ciudad, y la de los actores económicos que quieren crear nuevas formas urbanas de ocupación del suelo: ¿qué se quiere conservar, por tanto, proteger o incluso volver a desarrollar?

¿Se trataría de un simple conjunto de parcelas agrícolas y de hábitats? De un paisaje que podría considerarse como un «museo» de la huerta, una imagen patrimonial que no tendría ya verdadero sentido ni gran relación con la sociedad que ocuparía: algo como la transformación ampliamente comprometida del palmeral de Elche en un gran «jardín público». Esta situación podría afectar a la parte sur de la huerta, en el término municipal de Valencia, en particular en lo que queda de los antiguos perímetros de las acequias de Rovella y del canal del Turia, entre la ciudad y el nuevo cauce del río: haciendo frente a la urbanización, los agricultores continúan practicando una agricultura hortícola medianamente intensiva, en un paisaje tradicional, pero a pocos metros de las calles, de las aceras y de las farolas de la ciudad. Es una agricultura débil, en retroceso, cuyo futuro es sumamente hipotético. Su «museificación» podría realizarse en algunos puntos por una municipalidad que planificara una protección absoluta de los suelos (llegando hasta su propiedad pública) y la permanencia de agricultores «jardineros del paisaje», frecuentado por los turistas y los niños de las escuelas. Pero las recientes y actuales instalaciones de la red ferroviaria, los terrenos portuarios, los nuevos servicios urbanos (hospital) y los barrios de viviendas transforman este espacio en espacios de huerta y convierten cada vez más en aleatoria esta perspectiva a más o menos corto plazo. Sin embargo, ¿se pude separar el «paisaje» del sistema societal que lo ha construido y que le da sentido? En este caso, se trata de un espacio rural que es, a la vez, un paisaje y el sustento de un sistema socio-económico especializado capaz de conservar su propia organización, sus propias dinámicas y continuar integrándose en el metasistema del área metropolitana, contenido en el interior del mismo, es decir, condenado a vivir dentro. El reto es entonces diferente.

Este segundo caso es más difícil de evaluar y de aplicar pues hay que considerar un cierto número de presupuestos:

 La huerta no puede subsistir en el marco de las reglas de la economía capitalista liberal por varias razones:

a. el valor venal del suelo cultivable no puede competir con el valor del suelo urbano (cualquiera que sea el destino de este último).

b. la agricultura valenciana entra en competencia en sus producciones con las «huertas» más meridionales, que se benefician de rentas de situación climática y de costes técnicos de producción (mano de obra) más bajos, y que son privilegiadas por la evolución de los sistemas de transporte y por la gran distribución agroalimentaria.

c. el medioambiente urbano es desfavorable para los cultivos a causa de la contaminación de la atmósfera, del agua y de los suelos, aunque uno de los medios, en manos de los agricultores, de luchar contra las competencias exteriores sería la de orientarse hacia producciones locales garantizadas por sellos de calidad (agricultura biológica, denominaciones de origen, IGP, etc.): se trata de restablecer o de mantener relaciones económicas de proximidad entre el campo y la ciudad, a la inversa de la tendencia dominante desde hace medio siglo.

 Es necesario, por tanto, pensar en un contrapeso político, jurídico y económico fuerte para mantener una actividad económica rentable, base obligada para el sustento de un sistema de la huerta:

a. en primer lugar una voluntad política y social, que se manifestaría con un consenso del electorado municipal. En el caso de la huerta de Valencia, este consenso debería ser, incluso, pluri-comunal, ya que ésta se extiende muy por encima de los límites del municipio central (de por sí grande) y afecta a 43 municipios según la delimitación comarcal actual. Esto nos devuelve a la existencia y por tanto a la creación de un organismo político democrático encargado de la gobernanza en el área metropolitana de la ciudad. Ésta última se manifestaría, también, mediante una planificación territorial rigurosa: en los PGOU: una protección jurídica del suelo debería prohibir cualquier urbanización y mantendría las tierras agrícolas lejos de la especulación inmobiliaria. Esta política podría llegar hasta la apropiación pública del suelo y a la instalación de nuevos colonos en caso de que no haya traspaso familiar o venta de las explotaciones.

b. un apoyo económico a los agricultores, susceptibles de continuar formando un grupo social de emprendedores capaces de organizarse de manera más colectiva. Las diversas experiencias puestas en marcha en otras ciudades del Mediterráneo septentrional en el campo de la agricultura periurbana, presentan puntos comunes: desarrollo de productos de calidad, que se benefician de las denominaciones de «territorios», canales de comercialización en los espacios urbanos próximos, por agrupaciones de productores que utilizan medios técnicos e infraestructuras de tipo cooperativo. Ayuda eventual a la financiación y subvención a estas nuevas dinámicas, si es necesario. La política agrícola común europea ha mantenido, durante mucho tiempo, el crecimiento de la producción agrícola más que la permanencia de las sociedades agrícolas. Esta situación ha cambiado con las nuevas orientaciones de esta política hacia la permanencia de los agricultores en la tierra y el apoyo a los que la explotan, que garantizan un cierto mantenimiento de los paisajes agrarios, cuyo papel en el medioambiente natural (terrazgos) y social (amenidades y memoria) está actualmente reconocido.

c. una visión espacial de esta política adaptada al caso de la huerta valenciana: la fragmentación de la huerta en un mosaico de «trozos» de diferente tamaño, en particular en el sur de la ciudad, conduce a concentrar los esfuerzos políticos y financieros en las zonas más amplias y que puedan servir de base para el mantenimiento de un sistema agrícola verdaderamente especializado, es decir un sistema anclado en un espacio cuya función agrícola esté asegurada por mucho tiempo. Además el análisis del los sistemas espaciales nos enseña que todo territorio está organizado en polos, centros y periferias: en el espacio de la huerta, esto se traduce hoy por «núcleos» donde el paisaje histórico esta mejor conservado, el hábitat todavía ocupado, las parcelas mejor «trabajadas», las explotaciones agrícolas las mejor gestionadas, y por «márgenes» (que son todavía los de la ciudad) donde los huertos están cerrados por barreras por miedo al robo de las cosechas y los hábitat arruinados. Será necesario, por tanto, pensar en «tratamientos» de planificación territorial adaptados a la realidad del contacto ciudad-campo: los «corazones» de huerta estarán siempre separados de los espacios urbanizados por zonas «periféricas» donde la transición a la ciudad pudiera hacerse de manera progresiva, ya que en los contactos «violentos» con el «frente» de la urbanización el «campo» sale, demasiado a menudo, perdiendo.

Conclusión

Si consideramos de manera más general el tema de la agricultura periurbana, debemos tener en cuenta que la manera de ver las relaciones entre la ciudad y su campo inmediato ha cambiado en el medio siglo que nos precede: la puesta en cuestión de la urbanización generalizada, la aparición del concepto de «ciudad duradera», la toma de conciencia de las complementariedades de la ciudad y de su campo en un mundo considerado, cada vez, más artificial, han conducido a la introducción de nuevas fórmulas y al desarrollo de nuevas políticas que tienen como finalidad conservar a las agriculturas periurbanas (que algunos califican incluso «urbanas» para subrayar su grado de integración en espacios identificados como «urbanos»). Los ejemplos comienzan a ser numerosos en las áreas metropolitanas de los países europeos, donde una asociación («Tierras en ciudad») se beneficia de la ayuda de la Unión europea para desarrollar y confrontar las iniciativas que van en este sentido: por ejemplo, en el área metropolitana de Marsella la carta agrícola y los «huertos de Aubagne», en el de Barcelona el «parque agrario del Bajo Llobregat». Aunque estas iniciativas no dan siempre los resultados esperados, es necesario pensar que el mantenimiento de la agricultura en las puertas de la ciudad es una obra larga y dura, pero que quizás ya ha llegado el momento, en la situación de crisis financiera generalizada que sufre la economía europea, de modificar nuestro modelo de desarrollo y de urbanización.

Es midiendo estos presupuestos y estas posibilidades como se puede evaluar la situación actual de la huerta de Valencia: y esto es competencia de los propios valencianos. Los argumentos económicos, sociales, paisajistas, ecologistas, son suficientemente conocidos para que todas las partes implicadas en este asunto de ordenación rural y urbano puedan pronunciarse. En el momento en que la sociedad post-industrial en la que vivimos muestra los límites económicos y ecológicos de su mal controlado desarrollo, que algunas ciudades de los Estados Unidos ven sus espacios deshacerse y su superficie construida decrecer, donde se puede incluso hablar de «ruralización, ellos pueden preguntarse si, por fin, ya es tiempo de reconsiderar los datos del problema. ¿Existe una mayoría de valencianos que quieran conservar una huerta para constituir un grupo social numeroso y decidido a continuar viendo su existencia y su actividad a las puertas de la ciudad? Estas son las preguntas a las que los valencianos deben responder ahora. Además es urgente hacerlo, ya que los escenarios que se contemplan para el futuro de la huerta no son muchos. Hay que evitar la consecución de las tendencias actuales, prioridad a la urbanización y disminución de la rentabilidad de las explotaciones agrícolas, ya que ello conlleva la quasi desaparición de la Huerta y de su paisaje histórico. Los agricultores, para mantener su actividad, vuelven a la extensificación (extensión de los cítricos) o hacia la intensificación (extensión del cultivo en invernaderos) y la actividad agrícola es progresivamente devuelta a las periferias de la huerta. El desarrollo contemporáneo de los cultivos de invernaderos en el arenal del Perelló y del Perellonet es una ilustración de este último fenómeno: el «cinturón agrícola» de Valencia es apartado fuera de la Huerta y cambia de finalidad económica ya que alimenta el mercado internacional más que el consumo local.

¿Un día no quedará ya más que la Estación del Norte de Valencia para admirar, bajo la forma de mosaicos, un paisaje, entonces, desaparecido?

La Huerta de Valencia, 2a ed.

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