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ОглавлениеEL CLIMA EN LA CORRESPONDENCIA
DE CARLOS III (1759-1765)
CARTAS A FELIPE DE PARMA Y BERNARDO TANUCCI
Cayetano Mas Galvañ
Universidad de Alicante
INTRODUCCIÓN
La importancia de los epistolarios no necesita de ponderación entre los historiadores. Sin embargo, en España su explotación como fuente de datos climáticos (proxy-data) apenas acaba de iniciarse: aunque era sabido que proporcionaban informaciones de este tipo, generalmente quedaban orilladas en estudios que tenían otro centro de interés. De ahí la importancia de ir revisando los epistolarios conocidos, incorporando otros nuevos, y sobre todo, de desarrollar métodos adecuados para su explotación e interpretación como recurso en la investigación de la historia del clima.1
Ya sus biógrafos ochocentistas (Ferrer del Río, Danvila y Collado...)2 pusieron de manifiesto que la amplia correspondencia generada por Carlos III a lo largo de su vida resultaba imprescindible para establecer un perfil bien fundado del monarca.3 Dos de estos epistolarios han llamado especialmente nuestra atención. Por una parte, era conocida la existencia de las cartas enviadas por D. Carlos a Bernardo Tanucci, a la sazón en Nápoles, entre 1759 y 1783, de las cuales se ha publicado una pequeña porción: la comprendida entre 1759 y 1763.4 Totalmente ignoradas, sin embargo, permanecían las cartas que obran en el Archivio di Stato di Parma, correspondientes a la correspondencia enviada, entre 1759 y 1765, por Carlos III a su hermano Felipe, por entonces titular de aquel ducado cisalpino; es decir desde la llegada del primero a España para hacerse cargo de la corona, hasta poco antes de la muerte del segundo.5
Como veremos, se trata de epistolarios muy estrechamente relacionados, incluso redactados de forma simultánea, y que por encima de sus diversos matices y naturaleza intrínseca (amistoso y más político el primero; esencialmente familiar el segundo), presentan una característica en común: redactadas las cartas puntualmente cada semana, D. Carlos –debido a su afición cinegética, que le ponía en constante contacto con la Naturaleza– acostumbraba a indicar a su interlocutor cuál era el tiempo reinante en cada uno de los Reales Sitios donde se hallaba en el momento de escribirlas. Disponemos así, a través de un observador atento y cualificado, de una serie que –sin ser científica– por su extensión y regularidad resulta de un interés excepcional. Es más, en lo que se refiere a las cartas enviadas a su hermano, D. Carlos acostumbraba a acusar recibo del tiempo que aquél le había comunicado que hacía en Parma, con lo cual aporta también unos datos de interés –aunque indirectos– acerca del tiempo en aquellas tierras.
Como quiera que el epistolario completo con Tanucci sólo ha sido publicado parcialmente y está pendiente de un estudio completo y detenido, el presente trabajo tiene como objeto analizar las informaciones meteorológicas contenidas en las cartas de Carlos III a su hermano D. Felipe entre 1759 y 1765 (el fondo de Parma), utilizando sólo como fuente complementaria las cartas a Tanucci ya publicadas. Se describen igualmente las características de la fuente y las cuestiones metodológicas relacionadas con su explotación.
CARACTERÍSTICAS DE LA FUENTE DOCUMENTAL
El epistolario entre Carlos III y Felipe de Parma consta de un total de 222 cartas, escritas entre el 17 de octubre de 1759 y el 2 de abril de 1765. Por lo que hace a las cartas enviadas a Tanucci, las publicadas suman 167 hasta el 28 de junio de 1763, sobre un conjunto aproximado de 1.200.6 La correspondencia con este último, por tanto, no sólo es más abundante en cifras absolutas, sino que hasta dicho año 1763, las que tienen Nápoles como destino nos proporcionan información sobre 31 semanas en las que, o no hubo carta a D. Felipe, o se ha perdido.7 Carlos III databa siempre los martes,8 desde los distintos Reales Sitios donde a la sazón se hallaba la corte, las cartas que en perfecto –y en ocasiones castizo– castellano, enviaba a ambos destinos. Este hecho evidencia que ambas series iban siendo redactadas sin solución de continuidad, como se desprende no sólo de la fecha, sino de la similitud de contenidos. Bien es verdad que las dedicadas a Tanucci tienen mayor extensión (unas 8 páginas por término medio9) que las enviadas a D. Felipe (que muy raramente sobrepasan las 4 páginas): ello explica en parte que las del primero, amén de más densas, resulten menos ordenadas y de redacción más apresurada que las del segundo.10
De lo que acabamos de apuntar, y de la propia lectura de las epístolas a D. Felipe se intuye que se produjo alguna pérdida documental en los legajos parmesanos. Esta impresión queda muy reforzada gracias a las cartas a Tanucci, que por así decirlo, representan la serie completa: estando encuadernadas en sucesivos libros a razón de aproximadamente uno por semestre, adquirimos plena conciencia de que D. Carlos escribía semanalmente a Tanucci, y muy probablemente también a su hermano. Son esas posibles pérdidas las que explicarían las irregularidades en la distribución temporal de las conservadas en Parma. Así, las 11 primeras corresponden al periodo que media entre la llegada de D. Carlos y el fin de 1759; 47 fueron escritas en 1760; 37 en 1761, 49 en 1762; 35 en 1763; 34 en 1764; y 9 en los primeros meses de 1765. Afortunadamente, 1762 es el año más completo, lo que nos permite salvar los inconvenientes que podría haber producido la referida pérdida de las expedidas a Tanucci en el primer semestre de ese año. Siempre –salvo las contadas ocasiones en las que no las tenía ante sus ojos por el retraso de los correos– el rey acusaba recibo y efectuaba breves alusiones al contenido de las cartas que ambos corresponsales le iban remitiendo. En el caso de D. Felipe, sus cartas llegaban regularmente datadas tres domingos antes del día de la contestación; es decir, que la dilación habitual en la respuesta de Carlos a Felipe era de 16 días, con lo que podemos contar que se necesitaba en torno a un mes para que el emisor de una carta tuviese en sus manos la respuesta.11 Por lo que hace a Tanucci, sus cartas tardaban en llegar habitualmente cinco días más que las de Parma.
El profesor M. Barrio efectuó una descripción de los grandes temas abordados en las cartas a Tanucci que, con los matices del caso, resulta de aplicación para las cartas a D. Felipe. De acuerdo con el carácter de éstas, destaca en primer lugar todo lo relacionado con la vida familiar (estado de salud y enfermedades, matrimonios, defunciones...). Prácticamente, toda la familia desfila por las páginas de la correspondencia, y de ello podemos extraer algunas claras impresiones respecto del carácter del propio rey, así como de sus relaciones con sus más directos familiares. Las cartas manejadas no desmienten la imagen de un Carlos III metódico y de invariables costumbres, apasionado de la caza hasta lo increíble pero consciente cumplidor de sus responsabilidades de gobierno, muy piadoso pero firme defensor de la dignidad regia. Ese rey, al que G. Anes dibuja elogiosamente como «concreto en su forma de expresarse, claro en manifestar su parecer y decidido cuando imponía su criterio».12 De hecho, la máscara de las fórmulas epistolares (quizá más empleada con D. Felipe que con Tanucci y sólo abandonada en situaciones excepcionales, como las de la muerte de sus respectivas esposas), no oculta sino que incluso potencia la figura de un hombre sinceramente afectuoso y preocupado por los suyos, pero que ejerce firmemente ante todos ellos (hijos, hermanos y sobrinos) su papel de cabeza y padre; un papel que tan solo cede –apenas lo necesario– ante la absoluta adoración que sentía por su venerada madre y señora, según los términos con los que invariablemente la menciona, y a la que no dejaba de visitar a diario. A fin de cuentas, cómo él mismo decía, a doña Isabel de Farnesio «después de Dios la devo todo».13 Esa actitud profundamente paternalista es muy evidente y se acrecienta en especial en la relación con su hermano Felipe. Hombre de carácter más débil, al frente de un Estado que necesitaba del constante apoyo de España y de la Casa de Borbón, la política de D. Felipe estaba evidentemente tutelada bajo la atenta mirada de Carlos III... y de la reina madre, que en todo lo relativo a Parma respaldaba, por supuesto, a su primogénito. A fin de cuentas, la correspondencia es familiar, pero el principal asunto que inspira estas cartas, amén de la perpetuación biológica, consiste en la conservación de sus dominios italianos. Por supuesto, la reina doña María Amalia ocupa también su lugar, mencionada sobre todo en lo referente a su delicada salud, hasta que su inminente muerte es comunicada a D. Felipe en una breve pero muy emotiva carta.14 No faltan las referencias a algunos otros hermanos: en concreto a D. Luis, por estos años compañero permanente de las cacerías de D. Carlos; y a doña María Antonia, esposa del rey de Cerdeña y por tanto duquesa de Saboya. Como es natural, también se menciona a los hijos de D. Carlos y D. Felipe, sobre todo al príncipe de Asturias y a María Luisa, cuyo proyecto de matrimonio está claramente dibujado en la correspondencia.15 De hecho, una vez se hizo público el compromiso, los preparativos de la boda (comenzando por el intercambio de retratos de los novios) acapararán cientos de renglones, muchos de ellos de una ñoñería sonrojante. Las menciones a la esposa de D. Felipe, sin embargo, son muy escasas dado que falleció el 6 de diciembre de 1759. También se alude a doña Isabel, la hija mayor de D. Felipe y esposa del entonces archiduque de Austria (futuro emperador José II), tanto por su boda como por su óbito ocurrido en noviembre de 1763.
Al hablar de la familia, no podemos olvidar a la rama francesa, con nuestro primo el rey a la cabeza, tratamiento con el que invariablemente se refiere a Luis XV. D. Carlos distaba de confiar en él, no tanto por la persona del Rey Cristianísimo, como por la influencia que juzgaba tenían sobre él sus ministros, con Choiseul a la cabeza.16 Por supuesto, no son los únicos personajes que aparecen en la correspondencia. Los propios ministros y estadistas (Wall y Grimaldi en España,17 Du Tillot en Parma y Tanucci en Nápoles), entre otros, así como una nutrida lista de embajadores y representantes políticos de todo tipo tienen también su mayor o menor plaza, sobre todo en la correspondencia con Tanucci. Lo que cabe resaltar, en cualquier caso, es que todas estas cartas ponen de manifiesto la –por otra parte bien conocida– existencia de otras correspondencias epistolares paralelas entre dichos ministros cruzadas de orden de sus respectivos señores. La existencia de este «segundo nivel» explica que en materia de ejecución de órdenes y actuaciones concretas, unas cartas como las de Carlos III a su hermano sean –con bastante más frecuencia de la que el lector desearía– poco concretas en múltiples asuntos, tanto como abundantes en sobreentendidos y remisiones a esas otras cartas: si queremos conocer a Carlos III, hemos de estudiar a fondo –en esta época– las cartas de Wall o de Grimaldi.
Esto vale especialmente para los grandes asuntos políticos de la época. Como se ha dicho, el eje central de las cartas no es otro que asegurar las posesiones borbónicas en el marco de las complejidades de la política italiana y europea. En este sentido, quizá fueron las amenazas que pesaban sobre el ducado de Piacenza (parte integrante de los dominios de D. Felipe) las que más esfuerzos requirieron hasta 1763. Ya hace bastantes años que el profesor Palacio Atard –sin hacer uso de la documentación que estamos utilizando– se ocupó de estudiar la cuestión con detenimiento.18 Tuvo Carlos III que emplearse a fondo ante las reclamaciones del rey de Cerdeña sobre este territorio, lo que le exigió jugar con las veleidades de las distintas potencias y en particular con las dobleces de la posición francesa. Y para lograr tal fin, D. Carlos reclamó de su hermano una entrega absoluta y terminante, que le facilitase el entero ejercicio de la tutela sobre la posición de Parma en el concierto internacional. Es un concepto que el rey repite hasta la saciedad de diversas formas: en ocasiones con notables enfados,19 por lo general con suavidad y fórmulas bastante gráficas («como se dize aquí échame las cabras a mí, pues yo me las veré con ellos»20). El asunto se vino a resolver definitivamente, y de manera favorable para los intereses borbónicos, mediado el año 1763.21 Por otro lado, en este periodo inicial del reinado carolino las cuestiones relativas al regalismo reformista se hacen más notables en la correspondencia con Tanucci, tal como destacó M. Barrio;22 en cuanto a Parma, aunque aún están lejos de alcanzarse las cotas causadas por el famoso Monitorio –muerto ya D. Felipe–, sobran las alusiones a las dificultades que ya se estaban experimentado con Roma, si bien ninguno de los corresponsales parece conceder excesiva urgencia a estos problemas.23
El otro gran bloque de asuntos de naturaleza política internacional que aparece en las cartas es, sin duda, el relacionado con la Guerra de los Siete Años, la firma del Tercer Pacto de Familia, la entrada de España en el conflicto, las operaciones militares subsiguientes y la consecución de la paz. Por lo que hace a la correspondencia de Parma,24 sorprende que antes de comenzada –y aun después– las noticias de la guerra, tanto europeas como de ultramar, lleguen por lo corriente a ambos corresponsales a través de las gacetas europeas, razón por la cuál raramente las comentan, pues dan por entendido que el receptor de la carta ya las sabría por dicho conducto. Pero no por sabido, se nos hace menos sorprendente que, por ejemplo, Carlos III espere enterarse de lo sucedido en La Habana y Manila a través de fuentes inglesas y no propias... De hecho, las noticias de las colonias, adversas o favorables, llegaron siempre con el suficiente retraso como para resultar poco significativas: de la caída de La Habana (ocurrida en junio de 1762), D. Carlos no se hace eco hasta mediados de noviembre, lo que le da pie a comunicar a su hermano en la misma carta, y primeramente, que acababan de firmarse –el día 3– los preliminares de paz;25 la caída de Manila, ocurrida en octubre, no es mencionada hasta mayo del año siguiente, cuando la Paz de París ya estaba firmada desde febrero;26 incluso la victoria conseguida con la toma de la colonia del Sacramento y la derrota de los anglo-portugueses a finales de 1762 y principios de 1763, no llegó a conocimiento del rey hasta finales de marzo, lo cual «me tiene lleno de gozo por el honor de mis Armas, pues por lo demás ya no es del caso».27 De modo, que al igual que también hiciera con Tanucci, las relaciones más detalladas en las cartas a D. Felipe son las que hace de la campaña de Portugal, aunque sólo sea por la cercanía y la inmediatez de las noticias. Los preliminares de la campaña (con el seguimiento de la actitud del rey de Portugal), su inicio en abril, las operaciones que terminaron con la toma de Almeida, los problemas por los retrasos y la lentitud del ejército, el cambio de mando de Sarria a Aranda... son prolijamente descritas por el rey en un tono no exento de cierta ingenuidad heroica. Sin embargo, determinados hechos adversos son considerados de poca relevancia (así, la pifia sobrevenida en Valencia de Alcántara28) o relatados como victorias propias (como el combate de Vila Velha).29
Por lo demás, la versión de los sucesos relatada a D. Felipe tendrá sus propios matices si se compara con la enviada a Tanucci. A modo de ejemplo: aunque ya anticipada su preparación (por someras alusiones) en correos anteriores, la noticia de la firma del Pacto de Familia es comunicada a Tanucci y Felipe de Parma el mismo día de la ratificación.30 Sabedor el rey de que Tanucci no era partidario de tal alianza familiar, apenas le había conferido un escueto espacio en sus cartas al italiano.31 Cuando éste fue informado, tampoco reflejó excesiva alegría: en efecto, se abría así la puerta a la guerra con Inglaterra, que en sus cartas a ambos de 15 de diciembre de 1761, D. Carlos manifiesta ya declarada por la parte británica. En las cartas a D. Felipe, sin embargo, las alusiones a la preparación del Pacto son frecuentes, y una vez firmado el rey no ocultaba su satisfacción considerándolo «tan útil, y necesario para todos nosotros».32
EL CLIMA EN LAS CARTAS DE CARLOS III
Aspectos cuantitativos, problemas cualitativos
De las 222 cartas enviadas a D. Felipe de Parma por Carlos III, 204 contienen algún tipo de información sobre las condiciones del tiempo en las localizaciones desde donde fueron escritas (esto es, los Reales Sitios de Buen Retiro, El Pardo, Aranjuez, Granja de San Ildefonso y El Escorial).33 Gracias a las cartas enviadas a Tanucci –que contienen noticias similares34– hemos podido sumar información sobre el tiempo para otras 22 semanas,35 de modo que en conjunto, hemos completado referencias para 226 semanas diferentes: 6 de las 11 transcurridas desde la llegada del rey a Barcelona hasta fin de 1759; 46 de 1760; 46 de 1761; 47 de 1762, 40 de 1763, 32 de 1764, y 9 de las 14 primeras de 1765. Si el extravío de las enviadas a Tanucci en el primer semestre de 1762 no tiene la menor incidencia en la densidad de la serie, puesto que ese era el año mejor representado en las cartas conservadas en Parma, sí se observa que la no inclusión de las inéditas a Tanucci comporta un claro menoscabo a partir de la segunda mitad de 1763. No obstante, entre los años 1760 y 1763, hemos logrado información en porcentajes superiores al 75% de las semanas del año (llegando al 90% en 1762), y en torno al 60% para los restantes ejercicios. Ello pone de manifiesto la importancia de la serie desde el punto de vista de su cobertura temporal, que consideramos excepcional.
Cuestión diferente y problemática es la de la calidad de las informaciones suministradas. El rey (como también su hermano y, ocasionalmente Tanucci) efectúan indicaciones acerca del estado del tiempo y los fenómenos atmosféricos, pero evidentemente se trata de un conjunto de noticias suministradas por observadores individuales derivadas, no de una serie de datos instrumentales, sino de sensaciones o percepciones subjetivas.36 Es una consideración suficiente para tomar con precaución cualquier información de este tipo: como es sabido, un mismo valor meteorológico (v. gr.: la temperatura) puede generar en el sujeto percepciones muy variables, dependiendo del grado de humedad o del viento (el conocido wind chill o sensación térmica). Esta sensación puede acrecentarse o disminuir, y no poco, dependiendo del umbral personal de sensibilidad (que a su vez está en relación con factores como la edad, estado de salud, hidratación, experiencia personal o tipo de actividad habitual...). Por otra parte, los intereses personales, la formación, cultura, o incluso la posición social del observador, influirán de manera determinante en el modo en que refleje las percepciones meteorológicas.
Carlos III no fue, ni mucho menos, un científico; pero eso no resta interés a sus informaciones sobre el tiempo. Desde una atalaya única, y con una amplia formación, está en contacto con un amplio número de interlocutores capaces de transmitirle sus propias percepciones acerca del tiempo y de sus valores medios. A fin de cuentas, por mucho que prácticamente él sólo informe acerca del tiempo que experimenta en los Reales Sitios, de algún modo debe estar transmitiéndonos el resultado del consenso existente en sus círculos inmediatos acerca del tiempo que estaba haciendo en un momento concreto y de su necesaria comparación con los que se estimaban como valores medios esperables. En repetidas ocasiones, –como lo hace cualquier observador– el monarca indica precisamente qué cabe esperar de cada estación, y nos informa sobre si el tiempo está respondiendo o no a tales expectativas. Pero además, existen otros factores estrictamente personales. Así, hemos de tener en cuenta que D. Carlos se hallaba ausente de la Península Ibérica nada menos que desde 1731, razón por la cual su horizonte personal de referencia climática se hallaba situado tres décadas atrás, lo cual también pudo entrañar algunas peculiaridades en sus apreciaciones. Y sobre todo, cazador cotidiano y acostumbrado a soportar todo tipo de temperies, es de suponer que no fuese hombre especialmente pusilánime y sí observador avezado y sensible a la evolución del estado atmosférico. Quizá por eso, el monarca puso su interés no sólo en la habitual preocupación por las precipitaciones (tanto su ausencia, como su exceso), sino también en los valores térmicos, que le merecen anotaciones constantes: toleraba la lluvia –que le dificultaba sus cacerías– como un mal necesario para la agricultura; gustaba muy poco del calor, y prefería el tiempo fresco e incluso frío, aunque se le hiciese difícil de soportar.
Consideraciones sobre el léxico meteorológico
Se hace también fundamental, en el estudio de este tipo de fuentes, comprender plenamente el lenguaje en que nos son transmitidas las informaciones. Este es uno de los puntos más delicados al abordar su análisis. Faltos de un vaciado completo de todos los epistolarios del monarca, hemos de dejar para futuros trabajos la elaboración de un corpus lexicográfico sobre términos meteorológicos que –por otra parte– tampoco existe para las fuentes españolas de la época, y cuya elaboración, sino urgente, consideramos necesaria para avanzar en estas investigaciones. El lector puede conocer el conjunto íntegro del vocabulario que Carlos III emplea en el anexo I, donde hemos transcrito en su integridad todas las citas de las cartas que estamos manejando. Es posible efectuar, no obstante, una primera ordenación tomando como base las definiciones que aporta el Diccionario de autoridades de la Real Academia.
La mayoría de los tipos de tiempo con los que Carlos III define la situación atmosférica parten del hecho de la existencia o no de precipitaciones. Así, en primer lugar aparecen aquellos que pudiéramos considerar como secos o sin precipitación, y que se referirían a un tipo general apacible o agradable. Son los que califica con los términos hermoso, bello, bueno, y compuesto, con sus correspondientes aumentativos, superlativos y comparativos; no obstante, pueden ir acompañados de calificativos sobre el estado térmico, generalmente cuando éste se aparta de valores de confort (v. gr.: hermoso aunque ha hecho calor, bueno pero frío). En raras ocasiones, el buen tiempo presenta sus inconvenientes: tan bueno que ya desearía que lloviera. Los tipos de tiempo variable o inseguro son cubiertos mediante los calificativos vario, descompuesto e inconstante; en ocasiones, los considera como situaciones de transición hacia mejor tiempo. Finalmente, aquellos que son calificados como malos, horribles y horrorosos, también con sus correspondientes aumentativos, y que se emplean para periodos de lluvia, generalmente intensa o persistente.
Si la precipitación es el factor principal con el que define el tipo de tiempo, Carlos III también emplea la caracterización por el estado térmico cuando éste se impone como rasgo más llamativo, bien por ser excesivo, bien por ser impropio de la estación. Así hallamos el tiempo frío (bien frío, bastante frío, como en invierno); fresco (por lo general, podemos asimilarlo a un tipo de temperatura agradable, si no ideal, aunque estos años con frecuencia se asocia también a episodios rayanos en el frío); templado, blando o dulce (raramente usado, y que se corresponde con ausencia de precipitación); y caliente (también infrecuente) o calor (éste con toda una larga cohorte de calificaciones (casi, no muy fuerte, no mucho, algo, algo más, bastante, muy fuerte, muy buen, feroz...).
Si, por así decirlo, tales son los tipos de tiempo comunes, en no pocas ocasiones, por separado o junto con los anteriores, el rey define la situación mencionando o destacando meteoros particulares: heladas, nevadas, escarchas, granizos, vientos, nieblas, tempestades... El interés de este tipo de anotaciones, frente al carácter genérico y más impreciso de las anteriores, se debe al hecho de resultar las más cercanas a lo que podríamos considerar como datos objetivos. Para cerrar esta breve mención a las cuestiones léxicas, deben tenerse en cuenta aquellas expresiones –bastante frecuentes– en las que el rey hace alusión a su idea de un tiempo medio para cada estación, y según ello juzga que algo es demasiado temprano o tardío, o propio de esa u otra estación (tiempo ya de otoño, o de primavera, como es natural en esta estación, se nos acabó el calor, como en invierno...).
Como se ve a través de esta rápida ojeada, tanto la terminología como los conceptos empleados por el rey a la hora de describir el tiempo atmosférico no salen de los usos propios del lenguaje común; lo cual no hace menos interesante la necesidad de la investigación lexicográfica a la que nos referimos, máxime cuando hemos podido comprobar, no sin sorpresa, las escasas acepciones climáticas que contiene el referido Diccionario de autoridades de la Academia.
Las jornadas reales
Como modo de entrar directamente en el contenido de la información meteorológica de los epistolarios manejados, y como factor a tener en cuenta pues sin duda introduce un matiz adicional, es básico recordar que, tratándose de una pues móvil, las cartas iban redactándose a lo largo del año en unos Reales Sitios que presentan caracterizaciones climáticas disímiles.
Las pautas que regían estas jornadas reales resultan bien conocidas, por lo que nos queda aquí precisar sus detalles durante el periodo estudiado. Ciertamente, el nuevo rey se aprestó a recuperar una itinerancia cortesana que había quedado interrumpida durante los últimos tiempos vividos por su viudo y enloquecido hermanastro. Salvo en el año 1760, en que la corte no visitó El Pardo ni El Escorial, y en que la estancia en San Ildefonso fue más breve de lo habitual –todo ello seguramente por el delicado estado de salud de la reina María Amalia37–, se hacen fácilmente reconocibles los inveterados ritmos de estos desplazamientos. Durante este periodo, la corte empezaba el año en el aún existente Palacio del Buen Retiro, donde se pasaban las festividades de Navidad, Año Nuevo y Reyes, para de inmediato marchar a El Pardo, sitio en el que transcurría la mayor parte del mes de enero y todo febrero.38 Marzo era un mes de transición que, bien se pasaba completamente en el Retiro (1760 y 1761), bien en El Pardo (1762), o bien en ambos sitios, dependiendo de las fechas de la Semana Santa.39 En todo caso, la corte estaba en El Retiro para las funciones de Semana Santa y Pascua,40 lo cual explica la variabilidad en el posterior desplazamiento a Aranjuez.41 La residencia a orillas del Tajo se alargaba regularmente hasta mitad de junio. Es cierto que en repetidas ocasiones, el rey indica que el regreso a Madrid se produce a causa del inicio del calor,42 pero no lo es menos que este traslado se verificó estos años con total regularidad, dentro de la estrecha horquilla comprendida entre los días 14 y el 18 de junio.43 No se trataba, por tanto, de un traslado causado por las especiales características con las que se pudo presentar cada año, sino de una fecha determinada con fijeza por el conocimiento de las características climáticas a largo plazo, así como por la costumbre. El mes siguiente se pasaba de nuevo en El Retiro madrileño, implícitamente reputado como lugar menos caluroso que el fondo del valle del Tajo, pero ya en expectativa de efectuar el traslado a San Ildefonso. Así pues, mediado julio se completaba la jornada más larga de la corte, que la llevaba desde Madrid al palacio de La Granja de San Ildefonso, en dos etapas en las que se pernoctaba en El Campillo (Escorial)44 y se alcanzaba el palacio de La Granja por el puerto de la Fuenfría. Al menos durante estos años, la reina madre doña Isabel de Farnesio y el infante D. Luis efectuaban el viaje con un día de antelación, aunque como el rey indica repetidamente, coincidían en el lugar de pernocta, de modo que así no pasaba día sin –según la propia expresión del monarca– poder postrarse a los pies de su madre. La fecha del traslado a San Ildefonso fue un poco más tardía durante los dos primeros años, respectivamente el 24 de julio en 1760,45 y el 23 de julio en 1761;46 pero en 1762 se adelantó al 14,47 en 1763 al 13,48 y en 1764 al 12.49 Para el primer año, los actos de la entrada pública del rey y los festejos a que dio lugar, celebrados en Madrid los días 13 de julio e inmediatos posteriores, explican el retraso.50 El progresivo adelanto de las fechas del desplazamiento a San Ildefonso puede indicar una voluntad clara del rey por esquivar el calor madrileño, al que en 1764 se refiere indicando en carta de 3 de julio que «ya nos burla de poco». Pero debe tenerse en cuenta que estos viajes necesitaban de una cierta preparación, como lo indica la anticipación (en torno a dos o tres semanas) con que D. Carlos llega a anunciarlos, de modo que además de la costumbre y la experiencia antes mencionadas, quizá pesaban otros factores relacionados con las preferencias personales del rey y su madre. En La Granja efectuaba la corte su estancia continua más larga, pues en estos años (salvo, como se ha dicho, el de 1760, en que se dio por terminada a mitad de septiembre a causa de las recomendaciones médicas sobre la salud de la reina doña Amalia) permanecían allí hasta entrado octubre: en 1764, la última carta datada en San Ildefonso lleva la fecha del 23 de ese mes, insólito retraso causado por los problemas de salud de doña Isabel, que le dificultaban el viaje de regreso, lo que combinado con un otoño gélido hizo que D. Carlos llegase a quejarse muy expresivamente del frío.51 De nuevo, el regreso a Madrid se efectuaba pasando por El Escorial, pero en este desplazamiento otoñal la corte hacía una parada de aproximadamente un mes en este Real Sitio.52 Finalmente, a mitad de noviembre tenía lugar el regreso a Madrid,53 donde transcurría al menos todo diciembre y –como ya hemos dicho– las festividades navideñas y de año nuevo. Una última novedad cabe apuntar en 1764: el 27 de noviembre, desde el Escorial, D. Carlos escribía que «el sábado primero del que viene si Él quiere nos hiremos a Madrid a abitar por la primera vez el Palacio nuevo»; un palacio que, por carta posterior, sabemos que encontró «muy bueno».54
Así pues, lo más llamativo en estas jornadas reales era precisamente el constante movimiento, de manera que difícilmente se permanecía más de tres meses seguidos en un mismo sitio. La estancia en La Granja era la que más se aproximaba a este límite; el Buen Retiro era el palacio más visitado, pero nunca se pasaba en él mucho más de un mes seguido. Junto con las estancias en El Pardo, se conseguía así que la presencia de la corte en Madrid o sus más directas inmediaciones alcanzase en torno al medio año; pero el otro medio se repartía entre Aranjuez (unos dos meses), El Escorial (aproximadamente un mes), y La Granja (en torno a tres meses).
Sin descartar otros factores, como las preferencias personales y comodidad del rey y su familia (no podemos olvidar a su madre), es indudable que las jornadas se adaptaban, a la postre, a las condiciones climáticas a largo plazo, por encima de las características específicas del año en curso. Desde luego, D. Carlos tenía perfecta conciencia de la diferencia de clima entre uno y otro de los Reales Sitios, y de lo que cabía esperar según la estación en cada uno de ellos. Así, el 7 y el 21 de julio de 1761 el monarca decía que, dado que no hacía demasiado calor en Madrid, en La Granja haría bastante fresco; el 27 de julio de 1762 achacaba al calor las tempestades que se habían producido sobre San Ildefonso; el 1° de marzo de 1763 esperaba que continuase bueno el tiempo, «como es ya natural en lo adelantada que está la estación»; el 7 de junio, desde Aranjuez, esperaba a que viniese el calor «de un día para el otro»; y el 6 de diciembre (siempre del mismo año) escribía desde el Buen Retiro anotando que le parecía natural el frío que hacía en ese momento de la estación; y reflexionando desde El Escorial –donde había hallado un tiempo más clemente– sobre el frío pasado el otoño de 1764 en San Ildefonso, escribía a su hermano: «Tienes muchísima razón en decir que San Ildefonso no es bueno para este tiempo, pues quanto es bueno para el Verano, es malo para éste».55
El clima en la primera mitad de los años de 1760, según Carlos III
Podemos considerar que la década de 1760 se corresponde con el periodo crítico en el que comienzan a hacerse evidentes las manifestaciones de la denominada «oscilación Maldà» (1760-1800), definida por Barriendos y Llasat56 «por una fuerte irregularidad interanual, episodios de signo contrario que se suceden en poco tiempo y alcanzando valores de gran intensidad»,57 con inversión en el comportamiento de los patrones barométricos de algunas estaciones del año (especialmente acusado en los veranos), y fuertes y persistentes patrones de circulación meridiana, con bloqueos anticiclónicos intensos y persistentes.58 Ya anteriormente, Font Tullot había caracterizado esta década como de transición a una nueva fase fría dentro de un siglo que en general se había mostrado mucho más benigno que el anterior.59 Como prueba, este autor se refería a las intensas heladas en el interior peninsular de diciembre de 1763; en cuanto a precipitaciones, Font mencionaba un claro aumento, comenzando por la vertiente mediterránea en la primera mitad de la década, y en la segunda en la Meseta. Sin embargo, no se habrían producido grandes sequías o avenidas fluviales en esos años. Esta imagen ha sido profundamente matizada en trabajos posteriores. Al margen de la identificación de la «Anomalía Maldà» efectuada por Barriendos y Llasat, A. Alberola ha llamado la atención sobre la intermitente sequía que desde comienzos de los años sesenta provocó una sucesión de malas cosechas y escasez de granos tanto en el interior peninsular como en el litoral mediterráneo, poniendo como claro ejemplo de sus consecuencias las graves crisis de subsistencias de 1762 y 1765, que vinieron acompañadas de la crisis de mortalidad más extensa e intensa de todo el siglo. Sequía extrema que convivió con episodios meteorológicos de signo contrario (precipitaciones intensas, inviernos rigurosos, pedriscos y heladas), como las heladas de diciembre de 1763, el gélido invierno de 1765-1766, abundantes nevadas, y un verano anómalamente frío en 1766 en todo el norte peninsular, entre otros muchos testimonios. Es bien conocido que, la mala cosecha de 1765 derivaría en los graves motines de 1766.60 En la vertiente mediterránea, Valencia y su huerta habían sufrido en 1761 durante cerca de seis meses intensas lluvias, fenómeno que se repetiría en el otoño de 1763 y al final de 1765, con violentas inundaciones a principios de 1766.61 Las dificultades meteorológicas, con el incremento de la variabilidad, no cesaron de aumentar en los años sucesivos.
¿En qué medida la correspondencia de Carlos III, hasta principios de 1765, responde a estos modelos?
Previamente a responder esta cuestión, y tras haber expuesto más arriba las precauciones que son del caso en el análisis de este tipo de fuentes –que por naturaleza son cualitativas–, la cuestión de su tratamiento cuantitativo ha cristalizado en un conjunto de debates y propuestas metodológicas ampliamente aceptadas en el ámbito de la climatología histórica. Por nuestra parte, emplearemos la concretada por M. Barriendos, elaborando índices hídricos y térmicos a resolución mensual con valores comprendidos entre –3 y +3.62
Una primera y llamativa nota viene dada por el hecho de que tan extenso conjunto de cartas no refleja ningún suceso de signo catastrófico o con graves consecuencias humanas o sociales. Así, no se efectúa –salvo en lo que se refiere a las operaciones militares en Portugal en la primavera y el verano de 1762, detenidas por intensas lluvias y desbordamientos de ríos–, la menor indicación a sucesos climáticos catastróficos o de extensión generalizada: sin ir más lejos, no hay la menor indicación a las referidas heladas ocurridas en el interior peninsular en diciembre de 1763, mes del que conservamos todas las misivas semanales.63
Hecha esta apreciación general, y siguiendo el método indicado, hemos trasladado las impresiones de Carlos III sobre el clima en los Reales Sitios a sendos cuadros (1 y 2), reducidos a escala mensual, donde respectivamente reflejamos precipitaciones y temperaturas.
CUADRO 1
Precipitaciones en los reales sitios (1759-1765)
Fuente: ASP, Carpette borboniche.
CUADRO 2 Temperaturas en los reales sitios (1759-1765)
Fuente: ASP, Carpette borboniche.
El rey alude a las precipitaciones (lluvias, nieves, granizo) por motivos contados. El más repetido: porque dificultaban sus cacerías. Esta –por así decirlo– queja, sólo cede cuando la ausencia puede perjudicar a las cosechas; en otras ocasiones, porque retrasaban los correos o hacían difíciles los desplazamientos; finalmente, porque suponían graves obstáculos a las operaciones militares ofensivas. A menudo, cuando habla de lluvias, el monarca añade que ha sido admirable para los campos. Pero no deja de resultar un mero formulismo: sólo en cuatro momentos manifiesta explícitamente que la falta de lluvias se había convertido en preocupante. Así ocurre en el otoño de 1760, cuando, superando la fórmula habitual, le dice a su hermano que: «ha estado muy lluvioso estos días, pero doy mil gracias a Dios por ello pues ha sido admirable para los campos que ya lo necesitaban» (47;64 la cursiva es nuestra). Idéntica expresión se repite en el otoño del año siguiente (90). Pero sobre todo en 1764, quizá el año más anómalo de todos los estudiados aquí. En abril decía: «Nos continúa el buen tiempo, pero desearíamos que lloviese algo, pues aría gran provecho para los campos, y assí espero que Dios nos envíe el agua si conviniesse» (191); como sabemos, la sequía dio lugar a la celebración de rogativas en abril y mayo de ese mismo año en Toledo.65 Pero es sobre todo en noviembre, cuando en tres cartas sucesivas escritas desde El Escorial (213, 214, 215) y en el contexto de un otoño especialmente frío, el rey expresa su claro deseo de que llueva, impetrándolo del mismo Dios en la última de ellas, para que «nos embíe presto el agua que se desea para los campos» (215).
En honor a la verdad, si atendiéramos sólo a las cartas, estas sequías habrían sido de breve consideración, pues las precipitaciones (en forma de lluvia o de nieve) no tardaron en producirse, si es que no da ya en el mismo correo la noticia de haberlo hecho, salvo en el caso de la de la primavera de 1764.66 De hecho, el extremo contrario, representado por el exceso de precipitaciones, no está ausente del epistolario, especialmente a comienzos de 1763, cuando desde El Pardo decía que: «Quitados tres días que hemos tenido buenos [desde su llegada allí] los demás ha llovido muchísimo», por lo que volvía a pedir a Dios que se compusiese el tiempo, «pues aquí ya se necesita para los campos» (149). En este caso, también sabemos que en febrero tuvieron lugar en Toledo rogativas pro serenitate.67
En cuanto al resto de los meses, ciertamente es imposible conocer exactamente las intensidad y la extensión de las precipitaciones mencionadas en las cartas, pero de los 65 meses comprendidos entre diciembre de 1759 y abril de 1765, en al menos 37 de ellos (el 57%) tiene lugar alguna lluvia o nevada, 17 de los cuales han sido trasladados a la tabla con un valor +1 debido a que el rey juzgaba que el agua caída había sido mucha, o a que las precipitaciones se repiten durante varias semanas.68 Si consideramos que de los restantes meses, en 6 no contamos con información suficiente (ya que sólo se conserva una carta mensual), por lo tanto tan sólo podríamos considerar que 22 de los 65 totales (el 34%) fueron enteramente secos. Siete de ellos se concentraron en 1760, que resultaría por tanto el año más seco, mientras que en 1761 julio es el único mes en el que no habría llovido. En el resto de los años, no se excede de los 5 meses sin precipitación, ni en ningún caso se suceden más de tres meses sin que ésta se produzca. Así pues, no transmite la correspondencia de D. Carlos la imagen de unos años especialmente secos, de donde la necesidad de contrastar esta fuente con otras adicionales.
Hemos insistido en que una de las peculiaridades que ofrecen los epistolarios manejados viene representada por la existencia de abundantes referencias a las temperaturas. Más aún si cabe, con las prevenciones metodológicas antes formuladas, consideramos que como en el caso de las precipitaciones –o en combinación con ellas– es posible identificar algunos episodios de indudable significación (cuadro 2).
En conjunto, se producen un total de 11 menciones a nevadas, bien en los lugares donde D. Carlos se hallaba, bien en las montañas cercanas. Nada especialmente llamativo, pues de hecho resultaría un promedio incluso inferior al de los días de nieve que en la actualidad puede tener una ciudad como Madrid, que en el último período internacional de referencia arroja una media de 4 días de nieve al año. Lo que sí llama la atención, en cambio, son las fechas de las nevadas, resultando algunas bastante tempranas o tardías. Así, se habla de ellas entre finales de octubre en La Granja (1764) y mediados de abril en Madrid y las cercanías de Aranjuez (1761).69 Lo que es más, se apreció «algo» de nieve en la sierra a finales de septiembre de 1762,70 y repetidas escarchas y «un dedo de hielo en los charcos» de La Granja a finales de septiembre de 1764: el mismo rey dice que es «demasiado temprano».71 El frío, ese año, fue persistente. Demorada la corte inusualmente en San Ildefonso por las indisposiciones de su madre, finalmente el rey tuvo que marchar, pues:
Ha querido [doña Isabel de Farnesio] que yo me viniese por no poder aguantar el frío que hazía en mi cuarto, lo que bien puedes creer que no huviera echo si no fuese por obedecerla como devo [...]. Espero en Dios que hayas tenido [...] un tiempo tan hermoso como el que tenemos aquí [...]; y te diré que en San Ildefonso nos nevó muy bien el sábado, y ayer aún hallamos algo de nieve en el puerto, y después volvió hallá a nevar un poco [...] De este lado [Escorial] azía un tiempo hermosísimo, y menos frío, y le continúa.72
Cabe destacar, sin embargo, que estos episodios no necesariamente fueron siempre acompañados por fríos intensos y persistentes. La del 30 de marzo de 1760, por ejemplo, fue la típica nevada primaveral, pues tras ella el tiempo se puso de inmediato «muy blando, y dulce» (20).
En el extremo opuesto, las olas de calor intenso o excesivo resultan aún más limitadas. Cabría destacar sobre todo dos: la de la segunda mitad de julio de 1761 en Madrid, con un calor calificado como «feroz» (78), que asociada con la falta de lluvias provocó gran cantidad de polvo en el camino a San Ildefonso (80); y la de mediados de agosto de 1763, traída por «un aire solano muy pesado» (176), que se dejó sentir en un lugar tan habitualmente fresco como San Ildefonso, aunque según D. Carlos, el que sufrían a las faldas de Peñalara no era nada con el que hacía en Madrid. Podríamos mencionar también el episodio de fines de julio de 1762 en La Granja, no por el calor, sino porque trajo consigo uno de los raros casos de desencadenamiento de tempestades, según explicaba el mismo monarca (124).
Pero no fueron, como ya parecían indicar los fenómenos extremos comentados, los periodos cálidos los que dieron el tono, según nuestra fuente, a la primera mitad de los años 60. Ciertamente, buena parte de los inviernos resultaron suaves, y las menciones a puntas de temperatura por encima de lo normal tampoco faltan a finales del invierno y al principio de la primavera (14, 15, 18, 225), pero entendemos que forman parte de la variabilidad normal de la estación. Ahora bien, llama la atención la sucesión de meses con episodios de excesivo fresco o frío (incluso para La Granja) que se dan en algunas primaveras pero sobre todo en los veranos y otoños, precisamente en algunos de los años donde también hemos identificado olas de calor: 1761, 1762 y 1763 registraron episodios de esa naturaleza en verano; y 1760, 1761, 1762 y especialmente 1764 en otoño. El resultado es que 27 de los 65 meses observados registrarían valores inusuales, de los cuales 22 estarían por debajo de lo normal, y sólo 5 por encima. Hemos procurado emplear criterios restrictivos, pero si el observador no era especialmente sensible al frío –y no tenemos porqué pensarlo– el resultado sería un periodo con una clara tendencia a producir bruscas oscilaciones extemporáneas de tiempo fresco y frío. El mes de junio de 1762 puede servir de ejemplo, no siendo ni mucho menos el único: tras haber hecho ya calor en su primera mitad, las temperaturas cayeron como consecuencia de unas lluvias, de modo que lo cerraron aún vestidos de paño (119), unas prendas que tendrían que vestir ese mismo año antes de que terminase septiembre debido a la pronta caída de las temperaturas (133).73 Una muestra adicional de estos comportamientos inhabituales la tenemos en la primera semana de noviembre de 1763, cuando el rey escribía desde El Escorial –en un párrafo que no deja de recordarnos el conocido texto del barón de Maldá sobre lo extraño de las tormentas que él sufría en 178674– diciendo que tenían «un tiempo malísimo de lluvias, y truenos» (181), algo bastante poco habitual en la actualidad en aquella zona, incluso en observatorios de montaña, como el de Navacerrada. Por cierto, no es la única ocasión en la que el monarca alude al miedo que doña Isabel de Farnesio sentía por las tormentas.75
Sobre el tiempo en Parma
Como se ha dicho, el epistolario de Carlos III con Felipe de Parma contiene referencias indirectas al tiempo reinante en Parma durante el mismo periodo, extractadas de las cartas que le enviaba su hermano desde los distintos enclaves por los que si iba moviendo, en un circuito similar al de las jornadas reales españolas, si bien a escala más reducida y flexible (Parma, Sala, Colorno y Castelnuovo). En conjunto, contienen este tipo de referencias 177 cartas de Carlos III.76 Diversos factores aconsejan no efectuar por ahora la explotación de esta información. Ante todo, tanto por el hecho de tratarse de información secundaria, como creer no cerrada la posibilidad de poder localizar las cartas originales de D. Felipe a su hermano, si bien nuestros esfuerzos por hallarlas en diversos archivos españoles (Palacio Real, General de Simancas, Histórico Nacional) han resultado por el momento infructuosos. Hay que tener en cuenta también la menor densidad de la serie, que con ser importante, está claramente por debajo de la referida a la Península Ibérica; incluso el umbral de sensibilidad personal del duque de Parma, un hombre que también practicaba la caza pero que gustaba de la ópera y de otros placeres más cómodos, ajenos a los de su austero hermano, lo que bien podía generar unas percepciones diferentes del tiempo. Por todo ello, hemos preferido limitarnos a poner a disposición un extracto de las citas que contienen las cartas de Carlos III sobre el tiempo que su hermano le decía que tenía en Parma (anexo 2).
El lector encontrará en dicho cuadro un conjunto de indicaciones que son las propias de un clima como el de Parma, templado pero con claras diferencias respecto a los propios del interior ibérico (Cfa frente a los Csa/Csb de los Reales Sitios). Eso sí, de ser fieles las citas efectuadas por D. Carlos, el clima parmesano de estos años estuvo sometido a unas acusadísimas oscilaciones, tanto en lo que se refiere a temperaturas como a precipitaciones. Ello contribuye, en primera instancia, a enriquecer en cierta medida el vocabulario empleado a la hora de caracterizar dicho clima, especialmente el adverso. Así, cuando se trata del mal tiempo invernal, puede calificársele como «terrible» o «perverso»; o si se trata del calor veraniego, como «insufrible», «horrible», «excesivo», que no dejaba «vivir ni de día ni de noche». También se incorporan fenómenos nuevos o que apenas tienen representación en las descripciones del tiempo en España, como nevadas que dejaban mantos de nieve de mayor espesor y duración, heladas persistentes del suelo, desbordamientos y avenidas fluviales... todo lo cual llegaba a forzarle a permanecer en casa durante semanas sin poder salir, o interrumpía seriamente las comunicaciones. Por supuesto, algunos de estos episodios fueron lo bastante notables como para llamar la atención de los observadores. Así, en 1760 el mucho frío de mayo, las inundaciones de septiembre y la tierra helada de diciembre; en 1761 el atraso de las cosechas por el exceso de lluvias seguido de un verano muy cálido; en 1762, el exceso de nieve y hielo, en marzo, que se conceptúa más propio del mes de enero, las crecidas fluviales en abril, el insólitamente frío mes de junio («como en invierno») y el superlativo calor de julio y agosto; en enero de 1763, la caída de media vara de nieve y su persistencia, así como los campos «como mares» del mes de junio; y en 1764, de nuevo el frío mes de junio (calificado como «raro» y que les forzó a andar aún vestidos de paño), la prematura nevada del 30 de septiembre (considerada también «muy temprana»), y de nuevo las inundaciones de noviembre. Los testimonios, que es necesario contrastar aún más que en el caso de las informaciones sobre España, parecen apuntar a unos veranos anómalos (bien por unos meses de junio muy frescos o húmedos, bien por los de junio y julio muy cálidos), así como a un comportamiento muy frío y simétrico al español en el caso del inicio del otoño de 1764.
A MODO DE CONCLUSIONES
Es evidente que, tal como el profesor Alberola ha puesto recientemente de manifiesto,77 los epistolarios ofrecen grandes posibilidades para los trabajos de climatología histórica, en primer término como fuente de diversos proxy-data. Sin duda, es difícil que ofrezcan la continuidad y la consistencia de los aquí presentados y en cuyo análisis vamos a continuar, pero la abundancia de este tipo de fuentes en los archivos españoles, apenas explotada, abre un camino que debe ser explorado sistemáticamente.
Sin duda, ello exigirá el desarrollo de herramientas –hemos señalado las lexicográficas– y una sistematización metodológica adaptada a las peculiaridades de esta documentación y de los procedimientos de cuantificación ya establecidos.
Del mismo modo, hemos querido también poner de manifiesto la absoluta necesidad de contrastar la información obtenida mediante los epistolarios con la proporcionada por otro tipo de fuentes, en primer término las propias documentales (rogativas, dietarios...), pues es indudable que por sí solos los epistolarios –aun con el grado de consistencia del que hemos manejado– están lejos de permitirnos efectuar, por sí solos, una caracterización climática de los periodos en que fueron escritos.
ANEXO 1 Citas textuales sobre el clima en los reales sitios según la correspondencia italiana de Carlos III (1759-1765)
Fuente: ASP, Carteggio Farnesiano e Borbonico Estero-Spagna. Los textos entre comillas corresponden a citas textuales de la correspondencia. (1)Se indican sólo las cartas enviadas a Tanucci en Nápoles. El resto son todas las remitidas a D. Felipe de Parma. (2)Se trata de cartas enviadas en el curso del viaje a la corte, datadas todas en Zaragoza.
ANEXO 2 Extracto de las anotaciones sobre el clima en Parma contenidas en la correspondencia italiana de Carlos III (1759-1765)
Fuente: ASP, Carteggio Farnesiano e Borbonico Estero-Spagna. Los párrafos entrecomillas corresponden a citas textuales de Carlos III. (1) La fecha de las cartas de D. Felipe de Parma la indica Carlos III al acusar recibo en la suya.
Notes
NOTA: Este estudio forma parte de los resultados del proyecto de investigación Riesgo y desastre natural en la España del siglo XVIII. Episodios meteorológicos extremos y sus efectos a través de la documentación oficial, la religiosidad popular y la reflexión científica (HAR2009-11928), financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovació del Gobierno de España y los fondos FEDER.
1. A. Alberola Romá: «No puedo sujetar la pluma de puro frío, porque son extremados los yelos: el clima en la España de los reinados de Felipe V y Fernando VI a través de la correspondencia de algunos ilustrados», Investigaciones Geográficas, 49 (2009), pp. 65-88.
2. G. Anes: «Prólogo» a Carlos III. Cartas a Tanucci (1759-1763), introducción, transcripción y notas a cargo de M. Barrio Gozalo, Madrid (1988), p. XI. El propio Anes, en un innegable tono vindicativo, añade que estas cartas «permitirán escribir una biografía del rey que restablezca la verdad y que esté libre de prejuicios y de ignorancias» (ibid, p. XXVIII).
3. Estos epistolarios han sido profusamente empleados en biografías recientes del rey, tales como las de M. A. Pérez Samper: La vida y la época de Carlos III, Barcelona (1998), o R. Fernández: Carlos III, Madrid (2001). El Archivo Histórico Nacional (AHN), en su sección de Estado, conserva –entre otras– la co rrespondencia cruzada entre el infante D. Luis y D. Carlos con su madre; en el Archivo General de Simancas (AGS), también en su sección de Estado, se halla la correspondencia entre Carlos III y Tanucci (de la que nos ocuparemos a continuación), de la reina María Amalia con el mismo Tanucci, de D. Carlos con su madre, del duque Fernando de Parma –sucesor de D. Felipe– con el mismo rey, así como la correspondencia cruzada entre ministros, tales como la de Wall a Tanucci, o la de Grimaldi con Du Tillot. En el Archivio di Stato di Parma (ASP) obran las cartas enviadas por doña Isabel de Farnesio a su hijo D. Felipe.
4. Estas cartas se hallan en AGS, Estado, libros 318 a 355 (falta el libro correspondiente a las cartas del primer semestre de 1762); vid. M. Barrio Gozalo, op. cit., p. 2.
5. ASP, Carteggio Farnesiano e Borbonico Estero-Spagna, busta 150. En lo sucesivo, salvo indicación en contrario, citaremos este fondo indicando sólo el lugar y la fecha de redacción. D. Carlos desembarcó en el puerto de Barcelona el 17 de octubre de 1759; la muerte de D. Felipe se produjo el 18 de julio de 1765. Debemos el hallazgo de esta correspondencia al profesor E. Giménez López.
6. M. Barrio Gozalo, op. cit., p. 2.
7. Durante el viaje entre Barcelona y Madrid, hubo cuatro fechas en las que el rey escribió el correo semanal a su hermano pero no a Tanucci (las del 17, 21 y 29 de octubre, y 6 de noviembre de 1759). Sin embargo, D. Carlos sí escribió a Tanucci el 25 de octubre y el 1° y 8 de noviembre. Ya establecido en los Reales Sitios –sin tener en cuenta el primer semestre de 1762, que supone la pérdida de 23 cartas a Tanucci– y hasta mitad de 1763, hubo 28 semanas en las que el rey escribió a Tanucci pero no (o se han perdido) a D. Felipe de Parma: 6 corresponden a 1760, 15 a 1761, y 7 a 1763.
8. Según opinión asentada por Danvila y Collado y seguida por Anes, todas las cartas a Tanucci son autógrafas, «de su puño y letra, claras y concisas» (G. Anes, op. cit., p. XIII). Hemos podido comprobar que la caligrafía es idéntica. Un pasaje en una enviada a Tanucci (Aranjuez, 12-abril-1763; Barrio, op. cit., n.° 156, p. 422) dejaría claro que era el propio rey quien las escribía: aquejado por una dolencia leve, la carta es muy breve pues «no quieren que oy escriva mucho, y me regañan». Sin embargo, el hecho de tratarse de copias a limpio, junto con el volumen de escritura que suponían, nos lleva pese a todo a no excluir la posibilidad de la intervención de un amanuense.
9. M. Barrio Gozalo, op. cit., p. 2.
10. Con cierta frecuencia, el rey se disculpa por ello con Tanucci, indicando que las escribe apresuradamente por falta de tiempo. No encontramos nada parecido en las enviadas a D. Felipe.
11. Esto explicaría ciertas reiteraciones de asuntos que con alguna frecuencia se producen en el curso del epistolario.
12. G. Anes, op. cit., p. XVI.
13. San Ildefonso, 29-septiembre-1761; una expresión semejante en: Aranjuez, 29-mayo-1764.
14. Buen Retiro, 23-septiembre-1760.
15. San Ildefonso, 12-agosto-1760.
16. «Pido a Dios de todo corazón quiera illuminar una vez a aquel pobre Rey, y sacarle de la zeguedad en que está haziéndole ver las cosas como son, y el estado en que están, y que le libre de la revolución que me dizes está para sucederle en sus Dominios, lo que espero de la infinita misericordia de Dios que no permita suceda jamás» (Aranjuez, 10-junio-1760); «y de esto verás claramente el tiento con que es menester hir con ellos, y no dejarse llevar de sus primeras instancias, pues van a ver si les salen, o no; y assí con un poco de paciencia, y buen modo se les haze conocer la razón, y venir a lo justo, lo qual te lo digo con la confianza que nos tenemos, y por la experiencia que tengo de ellos» (Escorial, 10-noviembre-1761); «de lo qual por el rey no lo dudo, pero de los otros sí, y assí puedes creer que me fiaré quanto convenga» (Buen Retiro, 8-julio-1760); «y tienes razón en no fiarte de ellos» (Buen Retiro, 16-junio-1761).
17. El cese de Wall, su sustitución por Grimaldi y la correspondiente remodelación del gabinete fue comunicada de este modo por Carlos III al duque de Parma: «Haviéndome pedido el pobre Wall, por su edad, y achaques que le descargue de sus empleos, he venido en ello por ver que la devilidad de su vista no le permite cumplir con ellos, como lo ha echo hasta aquí a mi satisfacción dejándole sus honores, entradas y sueldos; y he nombrado por mi Secretario de Estado a Grimaldi, y para Embajador a Francia a Fuentes, y la Secretaría de Guerra la he unido a la de Acienda, que es todo lo que tengo que poderte dezir de particular» (San Ildefonso, 6-septiembre-1763).
18. V. Palacio Atard: «Política italiana de Carlos III: la cuestión del Placentino», Hispania (Madrid), 4:16 (1944), pp. 438-463. También M. Barrio Gozalo, op. cit., pp. 7-9.
19. Ante un paso en falso de D. Felipe dado por su cuenta y riesgo, cediendo a las iniciales presiones francesas, Carlos III le decía: «Dios te lo perdone, como el no avérmelo dicho luego que te sucedió para ver cómo lo podía remediar, y hazer lo que yo deseava de mantenerte, y a tus hijos lo que posees, pues aora con tu respuesta me saldrán siempre con que ya lo tenían echo, y que tienen tu contentamiento, con lo qual, y dejándome solo qué es lo que yo puedo hacer» (Aranjuez, 6-mayo-1760).
20. Aranjuez, 21-abril-1761.
21. «Gracias a Dios llega el correo de Grimaldi con la total conclusión de las cosas ya firmadas según yo lo deseava, lo qual te dejo considerar el sumo gozo que me causa, pues he obtenido lo que tanto deseava de verte pacífico posesor de lo que tienes, y yo ya fuera del cuidado que me causaba asta lograrlo» (Buen Retiro, 21-junio-1763).
22. Op. cit., pp. 4-7.
23. «No te puedo explicar el sumo sentimiento que me causa el ver lo que me dizes de que después de la última conferencia que avían tenido en Roma los Cardenales delegados sobre tus negocios Eclesiásticos, se aya visto claramente que no tiran sino a engañarte, y no azer nada; por lo que te veías obligado a hazer una memoria, o sea especie de manifiesto en que agas ver la justicia de tus razones, y el mal modo de proceder de la Corte de Roma, y empezar a obrar por ti mismo en quanto tus derechos te lo permitan canónicamente; pues te aseguro que huviera deseado que todo se huviese compuesto como se devía amigablemente, y a tu satisfacción, y que no te huviesen obligado a lo que me dizes, pero estoy bien seguro saviendo tus intenciones que no te apartarás de los Cánones, ni que arás la menor cosa que sea contra tu conciencia, y sin estar bien asegurado de ella después de averlo pensado, y madurado bien; y con la confianza que nos tenemos te diré que mientras que dure el ministerio presente en aquella Corte, no es tiempo de tratar con ella, y que lo mejor es hir tirando adelante lo mejor que se puede, que es el método que he tomado para aquí, hasta que Dios nos dé ocasión más oportuna, que es todo lo que creo deverte dezir deseando tu bien como el mío» (Aranjuez, 12-junio-1764).
24. El tratamiento de estos asuntos en la correspondencia con Tanucci en M. Barrio Gozalo, op. cit., pp. 9-16.
25. Escorial, 16-noviembre-1762. También en la de la misma fecha a Tanucci.
26. Aranjuez, 10-mayo-1763.
27. Buen Retiro, 29-marzo-1763.
28. «Nos han sorprendido, y echo prisioneros cinco compañías de Milicias, y una de Dragones en Valencia de Alcántara, lo que sólo he sentido porque se hayan dejado sorprender, pues por lo demás bien ves que no es nada» (San Ildefonso, 7-septiembre-1762).
29. Escorial, 12-octubre-1762.
30. G. Anes, op. cit., p. XVII; M. Barrio Gozalo, op. cit., p. 13.
31. Barrio Gozalo, op. cit., p. 12.
32. San Ildefonso, 15-septiembre-1761.
33. Corresponden 6 a 1759, 41 a 1760, 35 a 1761, 47 a 1762, 34 a 1763, 32 a 1764 y 9 a 1765.
34. No se observan discrepancias notables, como cabía esperar, en la información sobre el tiempo que se proporciona a Tanucci. Si cabe, tenemos la impresión de que es menor que la facilitada a D. Felipe, aunque sólo el futuro vaciado exhaustivo de las cartas a Tanucci permitirá confirmarlo.
35. Corresponden 5 a 1760, 11 a 1761 y 6 a 1763.
36 Dicho sea de paso, no deja de llamar la atención que, en el siglo del empirismo sensista, todo un rey se afane tanto en transmitirnos sus impresiones meteorológicas.
37. El 9 de septiembre de 1760, desde San Ildefonso, Carlos III escribía que, después del último episodio de tercianas que había sufrido la reina, «los médicos han juzgado por conveniente que para su restablecimiento la aga mudar de aire». En consecuencia, partieron de inmediato para Madrid.
38. En 1764 se alteró la práctica habitual, pues pasaron en El Pardo la primera quincena de febrero; en la segunda, se regresó al Buen Retiro; y de nuevo a El Pardo en la primera quincena de marzo. Es posible datar exactamente alguno de estos traslados. En 1761, el traslado a El Pardo fue el 7 de enero (Buen Retiro, 30-diciembre-1760); el mismo día en 1765 (Palacio Real Madrid, 1-enero-1765).
39. V. gr. en 1763, en que debido a lo temprano de la Semana Santa, se reintegraron al Retiro el 18 de marzo (AGS, Estado, libro 323, ff. 73-79, Carlos III a Tanucci, El Pardo, 15-marzo-1763; Apud M. Barrio Gozalo, op. cit., P. 413).
40. Así lo indica explícitamente en su carta de 23-marzo-1763, Pardo; y en la de Palacio Real Madrid, 19-marzo-1765. A modo de ejemplo, la Pascua de 1765 cayó el 7 de abril; ese año el regreso a Madrid desde El Pardo se efectuó el 23 de marzo, y el traslado a Aranjuez el 10 de abril (Pardo, 19-marzo-1765; Palacio Real Madrid, 2-abril-1765).
41. En estos años, las fechas de la Pascua variaron entre el 22 de marzo (1761) y el 22 de abril (1764); todas las primeras cartas datadas en Aranjuez son correspondientemente posteriores a la de la Pascua del año respectivo.
42. Cartas desde Aranjuez de 10-junio-1760, 1 y 8-junio-1762, y 12-junio-1764.
43. Los días de junio fueron: el 14 en 1760; el 15 en 1761; el 16 en 1762; el 18 en 1763; y el 16 en 1764.
44. La mención explícita de El Campillo como lugar de descanso en este viaje aparece en carta escrita desde el Buen Retiro, 12-julio-1763.
45. Buen Retiro, 15-julio-1760.
46. Buen Retiro, 7 y 21 de julio de 1761.
47. Buen Retiro, 29 de junio y 13 de julio de 1761.
48. Buen Retiro, 12-julio-1761.
49. Buen Retiro, 3-julio-1761.
50. San Ildefonso, 5-agosto-1760.
51. El Escorial, 30-octubre-1764.
52. Como se ha dicho, en 1760 el regreso fue anticipado a mitad de septiembre y sin detenerse en El Escorial. En 1761, el viaje al Escorial tuvo lugar el 7 de octubre (Granja, 29 septiembre y 6 octubre 1761). Para el resto de los años no tenemos la fecha precisa, pero las primeras cartas datadas en El Escorial corresponden al 13 de octubre de 1761, 12 de octubre de 1762, 11 de octubre de 1763 y 30 de octubre de 1764.
53. Disponemos de las fechas exactas de este traslado para 1761, que lo fue el 14 de noviembre (Escorial, 10-noviembre-1761); 1762, que lo fue el 24 de noviembre (Escorial, 23-noviembre-1762); y 1764, que lo fue el 1° de diciembre (Escorial, 27-noviembre-1764).
54. Palacio Real Madrid, 4-diciembre-1764.
55. El Escorial, 27-noviembre-1764.
56. M. Barriendos y C. Llasat: «The case of the ‘Maldà’ Anomaly in the Western Mediterranean Basin (AD 1760-1800): An example of a Strong Climatic Variability», Climatic Change, 61 (2003), pp. 191-216 (versión española: «El caso de la anomalía “Maldà” en la cuenca mediterránea occidental (1760-1800). Un ejemplo de fuerte variabilidad climática», en A. Alberola y J. Olcina (eds.), op. cit., pp. 253-286. Citamos por esta versión).
57. Ibidem, p. 282.
58. Ibidem, pp. 282-283.
59. I. Font Tullot: Historia del clima en España. Cambios climáticos y sus causas, Madrid, 1988, pp. 99 y 102.
60. A. Alberola Romá: Quan la pluja no sap ploure. Sequeres i riuades al País Valencià en l'edat moderna, Valencia, 2010, pp. 168-170; Id.: «Clima, crisis y reformismo agrario en tiempos del conde de Floridablanca», Mélanges de la Casa de Velázquez. Nouvelle série, 39(2), 2009, pp. 107-110.
61. Id.: Quan la pluja..., pp, 107-108.
62. M. Barriendos: «La climatología histórica en el marco de la antigua monarquía hispana», Scripta Nova. Revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, 53 (diciembre 1999), <http://www.ub.edu/geocrit/sn-53.htm>. Un ejemplo de reflexión metodológica y de tratamiento de una fuente documental, en este caso dietarios, en M. A. Martí Escayol: «“Esto advartesch per la espariencia dels qui vindran”. Dietaris, percepció de desastre i gestió de risc natural», en A. Alberola y J. Olcina (eds.), op. cit., pp. 77-129.
63. Bien es cierto que contamos con un vacío entre la del 27 de diciembre de 1763 y la del 24 de enero de 1764.
64. En adelante, citamos remitiendo al número de orden que corresponde en el anexo 1.
65. Agradecemos esta información, facilitada por M. Barriendos.
66. Esto debe ser tenido en cuenta a la hora de asignar el valor correspondiente en la tabla: aunque en ese mismo mes llueva, la expresión de la preocupación por la sequía lleva a trasladar un valor negativo a la celda.
67. Información también facilitada por M. Barriendos.
68. Se advierte, por tanto, que algunos meses consignados con 0, en tanto que meses normales o sin datos, pueden contener alguna precipitación moderada.
69. Por otra parte, el número medio de días de nieve en Madrid ha sido igualmente 0 para el mes marzo, aunque en los valores extremos marzo y abril han registrado nevadas. Por lo demás, Madrid conoció el que quizá ha sido chubasco de nieve más temprano el 12 de octubre de 1975.
70. Con el solo fin de ofrecer una referencia, indicaremos que para los valores normales el número medio de días de nieve en el puerto de Navacerrada (1.894 m.s.n.m.) para el periodo internacional de referencia 1971-2000 ha sido de 1 para el mes de septiembre y de 3 para el mes de octubre.
71. En cuanto al hielo, el número medio de días de helada en Segovia (estación más próxima con registros completos para el periodo internacional de referencia, aunque a una cota algo menor), ha sido de 0 en septiembre, tan sólo 1 en octubre, y 6 en noviembre; en cuanto a valores extremos, la temperatura mínima absoluta registrada en Segovia fue de 0.8° el 18 de septiembre de 1994, y de –3.2 el 22 de octubre de 1991, mientras que el mismo mes del año siguiente ostenta el máximo de días de nieve (3)
72. El Escorial, 30-octubre-1764.
73. Son los únicos ejemplos en los que se expresa este indicador, pero el 10 de mayo del año siguiente, también en Aranjuez, aún andaban con las chimeneas encendidas (163).
74. Barriendos y Llasat, op. cit., p. 269.
75. Los únicos episodios que se refieren a tempestades figuran en las cartas de 9 de junio de 1761 (73), 27 de julio de 1762 (124) y 8 de noviembre de 1763 (181). Suponemos que la «fuerte piedra» que cayó en Madrid a fines de junio de 1763, matando a bastantes pájaros, iría acompañada de tormenta, aunque D. Carlos no lo especifica (170).
76. Puesto que en cinco de ellas, D. Carlos acusaba recibo de dos de su hermano, en principio al menos 182 cartas de D. Felipe mencionarían el tiempo reinante en Parma: 8 de 1759, 34 de 1760, 31 de 1761, 43 de 1762, 27 de 1763, 32 de 1764 y 7 de 1765.
77. A. Alberola: «No puedo sujetar la pluma...», op. cit.