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MÁS ALLÁ DEL NACIONALISMO

Españoles y mexicanos en Joaquín Mortiz

Aurora Díez-Canedo Flores Universidad Nacional Autónoma de México

En este texto retomo algunas ideas de un trabajo anterior que presenté en La Plata en 2011 en una mesa donde el tema era la absorción de las editoriales independientes por los grandes consorcios.1 Joaquín Mortiz, que nació como una editorial independiente en 1962, fue comprada por el Grupo Editorial Planeta en 1883. El sello existe todavía dentro de Planeta, pero su presencia y visibilidad en el panorama editorial mexicano han disminuido notablemente. Ligada al nombre y a la vida de su fundador, Joaquín Díez-Canedo, hoy es una editorial casi mítica. Algunas de sus primeras ediciones se han convertido en rarezas y se cotizan alto entre los coleccionistas y bibliófilos. Cuando Díez-Canedo murió, en junio de 1999, el encabezado de la sección de Cultura del periódico La Jornada decía: «Falleció Joaquín Díez-Canedo, el último Quijote editorial del país» (La Jornada, 1999: 21). En 2012 se cumplieron 50 años de la fundación de Joaquín Mortiz y el hecho pasó casi desapercibido.

Con la frase «remontando el nacionalismo», intento explicar cómo Joaquín Mortiz logró abrir, por medio de su catálogo, un espacio de relativa autonomía en el cual fue posible remontar prejuicios y barreras entre los exiliados españoles, por un lado, y, por otro, encauzar las inquietudes e intereses de escritores mexicanos más allá de una tradición y valores nacionalistas.

Utilizando la propuesta de Ignacio Sánchez Prado de «nación intelectual», me refiero a «un conjunto de producciones discursivas, enunciadas sobre todo desde la literatura, que imaginan, dentro del marco de la cultura nacional hegemónica, proyectos alternativos de nación» (2012: 129).

Mortiz abrió puertas a los escritores jóvenes de México de los años sesenta, la llamada «literatura de la onda», los cuales figuraron en sus colecciones al lado de otros consagrados, herederos de la novela de la revolución, como Agustín Yáñez, o en plena alza, como sería el caso de Carlos Fuentes, por mencionar dos nombres bien conocidos. En Joaquín Mortiz aparecieron primeras ediciones de autores como Juan Goytisolo, José Ángel Valente, Pablo de la Fuente, al lado de las de los exiliados en México de distintas generaciones, como Otaola, Max Aub, Agustí Bartra, Francisca Perujo, Federico Arana, entre otros, así como de simpatizantes con la causa de la II República, entre ellos, Ilya Ehrenburg, Andrés Iduarte y Octavio Paz. Al incluir en su catálogo a autores hispanoamericanos e importantes traducciones, el panorama de la literatura en México se internacionalizó.

Con el objeto de volver eficiente la distribución de los libros, Díez-Canedo creó la distribuidora Avándaro, con uno de sus socios, el encuadernador mexicano Jorge Flores del Prado.

Como diría Díez-Canedo en una entrevista del año 1993,

lo importante de un libro no es el autor, tampoco es el editor, lo importante del libro es el lector, y las editoriales pequeñas generalmente no tienen un buen aparato de distribución, así que no servirá de nada que publiquen un excelente libro si no tienen manera de hacerlo llegar a los lectores (1993: 58).2

Si bien a la rápida consolidación y el prestigio adquirido por la editorial Joaquín Mortiz desde sus inicios contribuyeron circunstancias económicas, políticas y sociales, hay que destacar el compromiso del editor con el que fue su país de acogida desde 1940, la intención de integrar en el contexto mexicano, de manera a veces muy sutil, los ideales, los nombres y las obras de la tradición de la España republicana. Especialmente significativa es la edición en la serie del Volador de El jardín de los frailes, de Manuel Azaña, publicada para conmemorar el trigésimo aniversario de la Segunda República, que lleva en el colofón la fecha 14 de abril de 1966 y tiene un memorable texto de contraportada que rescata lo que escribiera el crítico Enrique Díez-Canedo cuando esta obra se publicó por primera vez en 1926.

Sobre lo que significó una editorial como Joaquín Mortiz en su mejor época (1962-1982), las décadas de los sesenta y setenta, cito algunas opiniones representativas de dos generaciones en aquellos años:

La de José Emilio Pacheco (que publicó en Mortiz Morirás lejos, 1967; No me preguntes cómo pasa el tiempo, 1969, y El principio del placer, 1972):

Era la editorial justa en el momento preciso, la década de la que otro gran amigo de Joaquín Díez-Canedo, Robert Escarpit, llamó «la revolución del libro de bolsillo» y el surgimiento de los lectores […] que hicieron posible el auge de la narrativa hispanoamericana y su incorporación a la literatura universal (1999: 52-53).

La de Jaime Avilés, escritor y periodista, quien desde fuera entiende la función de esta editorial como una aportación al cambio cultural y político:

…don Joaquín Díez-Canedo fue lo suficientemente visionario al extender a los jóvenes escritores de los sesenta un rotundo certificado de adscripción a una sociedad tan cerrada como era la de entonces, en tiempos de Díaz Ordaz, avalando de este modo a esa generación destinada a caer en Tlatelolco, y a todas las generaciones que, después de recoger los cadáveres en la plaza, ocuparon un lugar muy distinto en la vida pública de México y cambiaron la vida privada rápidamente.

Si la literatura de la onda no reportó mayores beneficios a la literatura en sí misma, su aparición en una editorial tan prestigiosa como Mortiz, contribuyó sin duda a consolidar un espacio de mayor tolerancia social para los jóvenes y, si esto no sirvió para crear un sistema político más potable, al menos redujo el control autoritario que la iglesia y el estado ejercían sobre los jóvenes…(1992a: 58).

Por último, José Agustín, uno de los autores más representativos de la llamada «literatura de la onda» (publicó en Mortiz varios de sus libros más importantes), escribe:

En 1962, la literatura obtuvo un avance de importancia con la aparición de la Editorial Era [que] puso en circulación la traducción de Raúl Ortiz y Ortiz de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, editó a Gabriel García Márquez y a autores nacionales como Carlos Fuentes y Fernando Benítez…En los años cincuenta el Fondo de Cultura Económica, a través de la colección Letras Mexicanas, abrió el camino […] El panorama mejoró más aún en 1963, cuando Joaquín Díez-Canedo dejó la gerencia general del FCE y abrió la editorial Joaquín Mortiz, que en un principio nos dio obras de Gunter Grass, Agustín Yáñez, Elena Garro y Juan José Arreola, quien volvió a la literatura después de diez años para abrir la popular serie del volador con su novela «de voces», La feria (1990: 216).

1. ANTECEDENTES, PERSPECTIVA Y APORTACIONES DE UNA TRADICIÓN

Para entender el proyecto editorial de Joaquín Mortiz es necesario tomar en cuenta el propósito de la España republicana de revitalizar de manera equitativa las relaciones de España con Hispanoamérica en tanto una comunidad unida por el idioma, trabajo que se venía realizando desde los años veinte y treinta en España por medio de la crítica, la traducción, la edición y la difusión de las ideas en periódicos de tendencia liberal como El Sol y La Voz, y en revistas como el semanario España. Menciono estas publicaciones pues en ellas escribía Enrique Díez-Canedo; una de las secciones a su cargo en la revista de Ortega y Gasset era precisamente «Letras de América». En diciembre de 1935, en su discurso de ingreso en la Academia Española, Enrique Díez-Canedo, al tratar del desconocimiento y falta de información de la literatura americana en España y de la importante actividad editorial en países como Argentina y México, decía:

América tiene facilidades para conocer el libro español [mientras que] España no las tiene para conocer el americano…A ello se busca remedio actualmente; pero no se hallará del todo, ni jamás los tratados [oficiales] darán con él, mientras la iniciativa particular no haga lo que debe y trate el asunto en su aspecto mercantil, no ya como una obligación dudosa y pesada, sino como todo asunto mercantil debe serlo: como verdadero negocio. Ni será suficiente que una casa española, o muchas, establezcan sucursales en los países más ricos y mejores consumidores. Esto es seguir en la época colonial, ya dichosamente pasada…(1935: 17).

A lo largo de 1935, Díez-Canedo dirigió Tierra Firme, la revista de la sección hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos de Madrid, de periodicidad trimestral, «puente cultural entre España y América» (Bernabeu Albert y Naranjo Orovio, 2008: 129) que en el texto de presentación del primer número asumía su misión [«actitud»] como «mediadora de buena fe». Es significativo que el título de esta revista resurja en México en 1944 para dar nombre a una de las colecciones del Fondo de Cultura Económica, cuando Daniel Cosío Villegas dirigía esta editorial. Enrique Díez-Canedo murió ese mismo año y su hijo Joaquín, que había llegado de España en 1940, trabajaba como corrector y revisor de traducciones en el llamado entonces departamento técnico del FCE. Es probable que la creación de la colección Tierra Firme haya sido una idea de Alfonso Reyes, cuyo nombre figura en el segundo número de la revista española correspondiente al año 1936 entre los seis integrantes de un «consejo directivo». Este cambio de un director a un consejo se debió a que Enrique Díez-Canedo había sido nombrado embajador del Gobierno republicano en Argentina a principios de 1936.3 Según Palmira Vélez (2007), a pesar de su efímera vida y de las dificultades por las que atravesó esta revista en vísperas de la guerra, su balance científico se puede considerar positivo.

Igualmente breve fue la gestión de Enrique Díez-Canedo al frente de la revista española, que se dio entre su regreso de Uruguay, donde se había desempeñado como ministro plenipotenciario de 1933 a 1934, y su salida a Buenos Aires como embajador desde finales de mayo de 1936 hasta febrero de 1937, país en donde le toca vivir el inicio de la guerra en España. Quizá por estas razones la de Tierra Firme es una de las etapas de la vida de Díez-Canedo menos conocidas, la que sin embargo lo vincula con la crítica historiográfica, la investigación histórica y los historiadores en un momento de «americanismo comprometido» (Vélez, 2007) que sin duda contribuyó a reforzar su conocimiento y visión de las relaciones entre España y América.

2. RELACIÓN ENTRE LAS REVISTAS TALLER Y HORA DE ESPAÑA

La primera revista en la que Enrique Díez-Canedo colaboró recién llegado a México fue Taller, la revista de Octavio Paz, donde publicó el artículo «Antonio Machado, poeta español» en febrero de 1939:

Yo le vi un año seguido, con gran frecuencia, en las capitales de guerra: Valencia y Barcelona. Decaído físicamente, conservaba indemne su espíritu y escribía con mayor regularidad que nunca…En la revista Hora de España presidía con sus artículos a un grupo de escritores jóvenes, enviándoles cada mes, para las primeras páginas, esas reflexiones que han acrecentado, hasta doblar el volumen, el de sus prosas, adscrito a un ficticio Juan de Mairena, para las ediciones futuras (1939: 195).

Taller (diciembre de 1938-1941) retoma la idea de «continuidad cultural» entre la generación de escritores jóvenes y los mayores, que constituía parte del programa de Hora de España (1937-1938), pues Octavio Paz, que había asistido en España al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas en Defensa de la Cultura (realizado en Barcelona, Valencia y Madrid del 4 al 17 de julio de 1937), se había acercado entonces al grupo de escritores que hacían aquella revista: Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Juan Gil-Albert, Emilio Prados, Antonio Sánchez Barbudo, Ramón Gaya y Arturo Serrano Plaja, entre otros. Varios de ellos, refugiados en México poco después, se integrarán en la redacción de Taller. Es el caso de Sánchez Barbudo, Ramón Gaya, Gil-Albert, Lorenzo Varela y José Herrera Petere.

Otro motivo que Paz traslada de Hora de España a su propia revista es el de evitar el arte subordinado a la propaganda demagógica y defender un arte responsable ante la sociedad y, a la vez, libre.4

En una carta dirigida al profesor holandés Johannes Lechner, Rafael Dieste, uno de los fundadores de Hora de España, se refiere a los «mayores» o «señores ilustres hospedados en la Casa de la Cultura», a quienes «había que asegurarles, por lo menos, vigor de asesoría para el momento de la reconstrucción de España» (Núñez, 2012: 69n).5

Enrique Díez-Canedo participó en esta importante revista de la Guerra Civil publicando poesía, crítica teatral y como miembro del consejo de colaboración desde enero hasta noviembre de 1938 (Jiménez León, 2011: 189-190). También en esos meses publicó en Barcelona, en el suplemento literario del Servicio Español de Información, el poema «Nueva oda a la Cibeles» y le explica a Alfonso Reyes en una carta: «para que no toda la poesía de guerra sea de tipo forzosamente popular» (Díez-Canedo Flores (ed.), 2012: 179). Puede considerarse este una muestra de creación libre y responsabilidad social.

Varios de estos escritores republicanos que llegaron a México como refugiados de la Guerra Civil española se incorporaron a las revistas, periódicos y editoriales de finales de la década de los treinta y principios de los cuarenta y fueron integrados a un proyecto cultural nacionalista incluyente, si bien no exento de prejuicios y antiguos resentimientos. La recepción en general fue benéfica y fructífera en los distintos ámbitos, pero en la retórica nacionalista de acogida a los republicanos e incluso a nivel intelectual en revistas de cultura se tendió a sublimar el ideario políticoideológico y los estragos materiales y morales que la guerra había causado en los exiliados.

Algunos de ellos publicarían años más tarde en la editorial Joaquín Mortiz. Es el caso de Luis Cernuda, Juan Gil-Albert, Arturo Serrano Plaja, Manuel Altolaguirre no pero sí su esposa, Concha Méndez. Entre los mexicanos, desde luego, Octavio Paz. Y, de manera póstuma en la colección Obras de Enrique Díez-Canedo, el padre del editor mexicano, de quien se publicaron ocho volúmenes de obra crítica entre 1964 y 1968, cuando no existía la digitalización ni el internet.

3. EL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Es bien conocida la labor de edición y traducción de importantes libros de economía, sociología, ciencia política, historia y filosofía que desempeñaron los españoles en el FCE. Seguimos leyendo las traducciones de Eugenio Ímaz, José Gaos, Ramón Iglesia, Wenceslao Roces, Florentino M. Torner, José Carner, Vicente Herrero, Javier Márquez, Tomás Segovia, por mencionar a algunos. Enrique Díez-Canedo tradujo La historia como hazaña de la libertad, de Benedetto Croce (1942), y La república de Oceana, de James Harrington (1987). En 1944, apareció su libro póstumo Letras de América, editado en el FCE con el pie editorial de El Colegio de México.6

Joaquín Díez-Canedo trabajaba en el servicio de información del ejército de Levante con Germán Bleiberg y el final de la guerra le tocó en Valencia. Sin embargo, no salió de España sino hasta agosto de 1940. En 1942 empezó a trabajar en el FCE.

De la época de oro del llamado departamento técnico de esta editorial, se conserva la descripción que hiciera José Moreno Villa en el suplemento México en la Cultura del periódico Novedades (abril de 1951, Joaquín Díez-Canedo era entonces jefe de producción), donde además hizo retratos del grupo de españoles que trabajaban del FCE:

Hay una clase de gente, aunque se pretenda abolir las clases, que se distinguen por una cosa que podríamos llamar bogar en el espacio, en una región vacía, donde no hay casi ruidos, interferencias ni contienda alguna. Una región, por decirlo de una vez, ideal. Esa clase de gente es la mía: a ella pertenecen todos mis amigos, sean de aquí o de allá, de Alemania o de la Cochinchina.

Voy bogando aquí en México desde hace catorce años entre amigos que son altos, medianos o bajos de estatura, adustos o afables, expresivos o reconcentrados, pero todos remeros, remeros en la región de las ideas y las formas donde el esfuerzo máximo se hace sin pensar en la recompensa inmediata ni en el aplauso…(1951: 5).

En 1961, Joaquín Díez-Canedo decidió dejar el FCE y fundar una editorial propia, dedicada principalmente a la literatura, rama que no estaba entre las prioridades del FCE.

Existían otras editoriales que publicaban literatura, como Editorial Libro-Mex, la Universidad Veracruzana, Novaro, Diógenes, Jus, Diana, Grijalbo, Costa Amic (esta última hasta 1976), el propio Fondo de Cultura Económica en colecciones como Letras Mexicanas; surgieron editoriales como ERA, fundada en 1960 también por refugiados españoles (Vicente Rojo, José Azorín y los hermanos Espresate), la cual contaba con una imprenta propia, y Siglo XXI, fundada en 1965 por Arnaldo Orfila Reynal cuando fue destituido de la dirección del FCE tras el escándalo que causó en México la publicación de Los hijos de Sánchez por considerarla una obra altamente ofensiva para el país. Aunque las líneas editoriales de estas dos últimas se enfocaban a las ciencias sociales, la historia y los testimonios, publicaron también obras literarias y su contribución en este terreno es hoy ampliamente reconocida. A diferencia de sus contemporáneas Era y Siglo XXI, Joaquín Mortiz nació con un proyecto decididamente literario, si bien su catálogo incluía libros de sociología y política, psicoanálisis, historia a un nivel de divulgativo y antropología.

Joaquín Mortiz se constituyó como una «sociedad anónima de capital variable». La principal aportación del capital fue de su suegro, el empresario y agricultor Alfredo Flores Hesse, representado en la sociedad por sus hijos Alfredo y Roberto Flores Zertuche; los encuadernadores mexicanos Jorge Flores del Prado y Francisco Suari Martí; el impresor Vicente Polo, y los editores catalanes Víctor Seix Perearnau y Carlos Barral Agesta.7 La confianza y afinidad de intereses con Díez-Canedo embarcó a Seix y Barral en un mismo proyecto: distribuir en México e Hispanoamérica los libros y materiales didácticos editados en España, la posibilidad de editar en Mortiz a autores prohibidos por la censura franquista, al mismo tiempo que Díez-Canedo promovería a los autores mexicanos en España. Esta combinación funcionó en contadas ocasiones. Lamentablemente, con la muerte prematura de Víctor Seix en 1967 y la separación de Seix y Barral poco después, la sociedad no duró mucho. Para 1974 habían vendido sus acciones de J. Mortiz.

4. COMPLICIDADES Y ESTRATEGIAS EDITORIALES

Uno de los objetivos que buscaban los editores catalanes y Díez-Canedo al asociarse era, los primeros, editar libros en México prohibidos por la censura, y el segundo, poder distribuir los libros mexicanos en España. Así, en J. Mortiz se publicó por ejemplo a Juan Goytisolo: Señas de identidad (1966) y Reivindicación del conde don Julián (1970) en la colección Novelistas contemporáneos; La isla (1969) en la serie del Volador y, por último, La resaca.8

Un caso memorable fue el de El tambor de hojalata, de Günter Grass, uno de los primeros títulos de Novelistas Contemporáneos (el núm. 4 de la colección), traducido y publicado en México en 1963.

Jaime Salinas (1925-2011), editor español hijo del poeta Pedro Salinas, bien conocido en España como editor de Alfaguara (también ligado a Alianza Editorial y que en 1956 entró a trabajar en Seix Barral), en una entrevista de octubre de 1999, poco después de que Joaquín Díez-Canedo muriera en México, cuenta la siguiente anécdota:

El que tenía que haber sido el primer editor español de El tambor de hojalata era Carlos Barral, que poco después de su publicación en Alemania firmó contrato con Steidel Verlag para los derechos de publicación en lengua castellana.

Eran los años sesenta y […] seguía en vigor la censura, que obligaba al editor a presentar en el Ministerio de Información y Turismo todo libro o manuscrito, donde era puesto en manos de los censores. […]

Seix Barral no tardó en recibir el correspondiente oficio denegando la publicación de El tambor de hojalata en España. Inmediatamente Carlos Barral se lo comunicó al editor alemán proponiéndole al mismo tiempo un traspaso del contrato a la editorial mexicana Joaquín Mortiz, dirigida por el exiliado español Joaquín Díez-Canedo, con el que Barral mantenía estrechas relaciones personales y profesionales que le habían permitido publicar más de un libro que le había sido denegado por la censura. Steidel Verlag no puso inconvenientes, Joaquín Mortiz encargó su traducción a Carlos Gerhard y poco después apareció en México la primera edición en lengua española de El tambor…Hubo que esperar a la muerte de Franco y la supresión de la censura para que Alfaguara, de la que yo acababa de hacerme cargo, llegara a un acuerdo con las editoriales alemana y mexicana para su publicación en España. La única condición que puso Joaquín Mortiz fue que le compráramos su traducción. En 1978 apareció, bajo el sello Alfaguara y por primera vez en España, El tambor de hojalata (1999b: 28).9

También la primera edición de El largo viaje, de Jorge Semprún, ganador del premio Formentor, fue impresa y hecha en México en 1965.10 La historia de esta edición la cuenta el propio Semprún en La escritura o la vida:

Resulta, en efecto, que la censura franquista ha prohibido la publicación de El largo viaje en España. Desde que el premio Formentor me fue otorgado hace un año, los servicios del ministro de Información del general Franco han estado haciendo campaña contra mí; han estado atacando a los editores que componen el jurado internacional –y muy particularmente al italiano Giulio Einaudi– por haber distinguido a un adversario del régimen, a un miembro de la «diáspora comunista». A raíz de lo cual, Barral se ha visto obligado a imprimir el libro en México, mediante el subterfugio de una coedición con Joaquín Mortiz (1995: 290-291).

En el otro sentido, es decir, de México a España, tal vez el caso más destacado fue el de la novela Los albañiles, del escritor mexicano Vicente Leñero, que en 1963, gracias a la intervención de Díez-Canedo ante Carlos Barral, obtuvo el premio Biblioteca Breve, el cual por primera vez se daba a un autor mexicano, y que fue publicada en Seix Barral (Leñero, 1994: 50-54). Esta novela había sido rechazada un año antes en el FCE.

En 1968, Joaquín Mortiz lanzó una colección con el mismo nombre y formato que la de la editorial Seix Barral de Barcelona: Nueva Narrativa Hispánica. El primer título fue Inventando que sueño, de José Agustín, emblemático autor mexicano representante de la literatura de la onda, con un libro anterior en la serie del Volador, De perfil, que llevaba para entonces varias reimpresiones.

5. LA POESÍA EN JOAQUÍN MORTIZ

A fines de 1962, junto con las tres primeras novelas de novelistas contemporáneos, dos mexicanas y una traducción (Las tierras flacas, de A. Yáñez; Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, y La compasión divina, de Jean Cau, premio Goncourt de 1961), aparecieron los primeros libros de poesía de la colección Las dos orillas: Desolación de la Quimera, de Luis Cernuda, y Salamandra, de Octavio Paz.

Paz había publicado en el FCE Libertad bajo palabra (1949 y 1960); Joaquín Díez-Canedo, que era entonces gerente de producción, había corregido las pruebas, escogido la tipografía y diseñado la portada para la colección Tezontle (Valender y Ulacia, 1994: 91), colección que no tenía un perfil claramente definido, donde entraban más bien los libros que no tenían cabida en el resto de las colecciones. Contento con el resultado, Paz le mandó poco después su poemario Salamandra con la intención de que se publicara también en Tezontle, pero en lo que el investigador Danny Anderson llama «una estrategia de afiliación diseñada para acumular prestigio para el nombre de la compañía apropiándose del capital simbólico asociado a los nombres de escritores exitosos» (1996: 7),11 Díez-Canedo convenció a Paz de que le diera su original para lanzarlo en la colección de poesía que tenía proyectada. Cabe aclarar que en esto todos estuvieron de acuerdo, incluso el entonces director del FCE, Arnaldo Orfila, que apoyaba la iniciativa de Díez-Canedo de crear una editorial literaria y no dependiente del Estado.

6. ANTECEDENTES DE «LAS DOS ORILLAS»

Antes de la guerra, en Madrid, en 1935, había empezado a estudiar la carrera de Letras Españolas y la carrera de Derecho. En la primera mitad de 1936, con un grupo de amigos entre quienes se contaban Francisco Giner de los Ríos, Agustín Caballero, Carmen de Zulueta y otros, hacía una revista en la facultad de Letras titulada Floresta de prosa y verso. Joaquín Díez-Canedo cuenta que Juan Ramón Jiménez, a quien él admiraba como poeta y era además gran amigo de su padre, los ayudaba: «nos llevaba a la imprenta. Ahí nos aconsejaba sobre los papeles y sobre la edición en general de la revista» (Valender y Ulacia, 1994: 72-73). Esa revista tenía características tipográficas y de diseño muy parecidas a las revistas que editaba Juan Ramón Jiménez, como Índice, , Sucesión, etcétera. De Floresta de prosa y verso salieron siete números, de enero a julio, y quedó interrumpida cuando estalló la guerra.

En México, Joaquín se inscribió en la Universidad para terminar la carrera de Letras, pero no llegó a recibirse. Entre sus maestros se contaba Agustín Yáñez, novelista y secretario de Educación, que publicaría varios libros en J. Mortiz. Al mismo tiempo, hacía traducciones para tener algún ingreso y daba clases en una secundaria. En 1942 entró a trabajar en el FCE, cuando dirigía esta editorial Daniel Cosío Villegas. Tradujo Las corrientes literarias de la América hispánica, de Pedro Henríquez Ureña. Allí pasó por distintos puestos, desde el más modesto de atendedor, y llegó a ser gerente general con Arnaldo Orfila Reynal. «Contribuí a enriquecer el Fondo al sugerir e impulsar la serie de Letras Mexicanas, lo cual fue, a la postre –explica Díez-Canedo–, el motivo de que me apartara del Fondo puesto que a los directores les interesaba menos que otras líneas» (Pacheco, 1984: 60).

En los años cuarenta, Díez-Canedo diseñó y llevó a cabo la edición y dirección, junto con Francisco Giner de los Ríos, de la colección Nueva floresta en la editorial mexicana Stylo. Esta colección prefigura Las dos orillas, cuyo propósito era, en palabras de Díez-Canedo, «editar lo mejor de la poesía de ambos lados del Atlántico, es decir, tanto la hispanoamericana como la española» (Valender y Ulacia, 1994: 93). Diez títulos aparecieron en Nueva floresta:

Juan Ramón Jiménez: Voces de mi copla, 1945.

Alfonso Reyes: Romances (y afines), 1945.

Enrique González Martínez: Segundo despertar y otros poemas, 1945.

Pedro Salinas: El contemplado. Tema con variaciones, 1946.

Luis G. Urbina: Retratos líricos, 1946.

— A lápiz, 1947.

Juan José Domenchina: Exul umbra, 1948.

Alí Chumacero: Imágenes desterradas, 1948.

Xavier Villaurrutia: Canto a la primavera, 1948

Juan Ramón Jiménez: Romances de Coral Gables (1939-1942), 1948.

A mediados de esta misma década, en febrero de 1945, Joaquín Díez-Canedo publicó bajo el título Epigramas americanos un libro que reunía los epigramas escritos por su padre desde 1927, durante un primer viaje a Chile (publicados en su momento en Madrid en 1928), más otros epigramas mexicanos escritos ya como refugiado en México. Con el pie editorial de «Joaquín Mortiz editor» apareció esta edición que conserva características tipográficas y de diseño parecidas a las publicaciones de Juan Ramón Jiménez de los años veinte, la revista Floresta y la colección Nueva floresta, un nombre evocador y que a la vez refleja el espíritu de renovación de los españoles refugiados en México durante los primeros años.

José Luis Martínez, estudioso de la literatura mexicana, historiador y director del FCE de 1977 a 1982, recordando a Joaquín Díez-Canedo, a quien conoció en la Facultad de Filosofía y Letras recién llegado de España, dijo en un texto escrito después de la muerte en 1999 del que fuera su gran amigo: «Joaquín Díez-Canedo se hizo un gran editor para honrar la memoria de su padre. Su primer libro es quizá su obra maestra, los Epigramas americanos de Enrique Díez-Canedo» (2002: 236).

Sin restarle valor a lo dicho por José Luis Martínez, para quien, habiendo sido alumno de don Enrique Díez-Canedo en la Facultad de Filosofía y Letras, la edición de 1945 fue sin duda emblemática, más que un libro en específico, la «obra maestra» –parafraseando a Martínez– de Joaquín Díez-Canedo fue un proyecto a más largo plazo, como fue la construcción de un novedoso, generoso y comprometido catálogo editorial, pensando no solo en enriquecer el nivel cultural del país que lo había acogido, sino en que, eventualmente, su obra tendría resonancia en España.

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VARGAS, Hugo: «Ser editor: disgustos y alegrías. Entrevista a Joaquín Díez-Canedo», Quimera, 116, 1993, pp. 55-59.

VÉLEZ, Palmira: «Tierra Firme o el americanismo comprometido (1935-1936)», en La historiografía americanista en España. 1755-1936, Madrid, Iberoamericana Vervuert, 2007.

1.Aurora Díez-Canedo: «Joaquín Mortiz. Un canon para la literatura mexicana del siglo XX», en Natalia Corbellini (ed.): Diálogos trasatlánticos. Memoria del II Congreso Internacional de Literatura y Cultura Españolas Contemporáneas, 3-5 de octubre de 2011, vol. IV, Mercado Editorial, disponible en línea: <http//congresoespanyola.fahce.unlp.edu.ar>.

2.Joaquín Díez-Canedo en la entrevista realizada por Hugo Vargas en 1993. Respuesta a: «Parece que las editoriales pequeñas están condenadas a ser absorbidas por los grandes grupos editoriales».

3.El consejo directivo lo formaban: Américo Castro, Enrique Díez-Canedo, Genaro Estrada (mexicano), Fernando Ortiz (cubano), Alfonso Reyes y Ricardo Rojas (argentino).

4.Véase el artículo de César Núñez: «Más allá de la política: España y los españoles en la revista Taller (1938-1941)», Literatura Mexicana XXIII.2, 2012, pp. 63-93.

5.Carta de Rafael Dieste a Jan Lechner, 3 de abril de 1970, citada por César Núñez (2012).

6.Bajo el cuidado editorial de Daniel Cosío Villegas.

7.Copia de las actas de la editorial Joaquín Mortiz, 1966. Archivo particular de Joaquín Díez-Canedo (s/f). En este mismo año, Abel Quezada adquirirá las acciones de Vicente Polo.

8.Juan Goytisolo: La resaca, México, Joaquín Mortiz (Biblioteca Paralela). Ficha del Catálogo general 1981: «Publicada en París en 1958, esta es una de las obras menos conocidas de Juan Goytisolo y un antecedente inmediato de su novelística posterior, en donde ya se apuntan elementos de su visión dramática e irónica con que se propone desmitificar distintas ilusiones de la realidad española, e intenta llenar los vacíos estéticos de la novela española anterior a los sesentas» (1981: 52).

9.Actualmente, la edición de El tambor de hojalata en la colección Punto de Lectura del Grupo editorial Santillana conserva la traducción de Carlos Gerhardt.

10.En el taller de otro exiliado, Elicio Muñoz, de editorial Galache.

11.Es una de las tres estrategias de acumulación de capital simbólico que Anderson identifica en su estudio: la de afiliación de escritores reconocidos y exitosos, la de visibilidad mediante la construcción de un catálogo con varias colecciones y la de distinción, que incorpora a escritores en la evaluación confidencial y cuidadosa de los manuscritos. (Traducción de la autora.)

Más allá de las palabras

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