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EL GRADO CERO DE LA EDICIÓN

Escribir, publicar y leer en la Cuba del Periodo Especial

Michaëla Grevin MCF, Universidad de Angers

A principios de los años noventa, con el decreto del Periodo Especial, Cuba tiene que hacer frente a una crisis sin precedentes que pone en tela de juicio, por primera vez en su historia, las propias bases de la Revolución. Esta afecta a todos los sectores de la economía y, en particular, a la industria editorial, que, después de su apogeo en los años ochenta, se queda literalmente paralizada: el papel, tradicionalmente importado de la Unión Soviética, escasea dramáticamente. Los periódicos y las revistas de la isla casi ya no circulan; algunos incluso desaparecen: muchas revistas culturales, así como la mayoría de los periódicos de provincias que incluían interesantes suplementos culturales, dejan de publicarse. Al mismo tiempo, las editoriales cubanas reducen drásticamente sus tiradas y la mayoría rechaza ya nuevos títulos. Como bien lo resumió el escritor cubano Arturo Arango, «las editoriales, de repente, resultaron entidades muy parecidas al mítico astillero de la novela de Juan Carlos Onetti» (Arango, 2002: 84). Para tomar un ejemplo, la editorial José Martí, dedicada a publicar los textos políticos y a divulgar las obras de Martí, publicaba en 1989 entre 120 y 130 títulos; esta cifra se reduce a 20 en 1992 (Barthélemy, 2001: 18-19).

En estas condiciones, lograr hacerse publicar en Cuba es casi imposible. Sin embargo, esta caída brutal de las publicaciones no frenó la escritura, al contrario. No olvidemos que la joven generación de escritores cubanos llamada comúnmente los Novísimos se dio a conocer cuando, precisamente, el papel desaparecía. Algunos encontraron incluso soluciones bastante originales para paliar esta carencia: según la leyenda, Francisco López Sacha conocería de memoria todas sus novelas y sería capaz de recitar capítulos enteros cuando lo desafiaran.

Hay que esperar hasta los años 1995-1996 para notar una leve mejora en la vida editorial de la isla. En 2000, una institución tan importante como Letras Cubanas, especializada en la prosa narrativa, la poesía y el ensayo, no proponía más que 78 títulos (Barthélemy, 2001: 17-18). Incluso más de diez años después de la reactivación del sector editorial, las obras seguían editándose, en la práctica, en un centenar de ejemplares, a diferencia de los miles de ejemplares anunciados oficialmente, según nos lo confiaba Ángel Santiesteban en una entrevista realizada en febrero de 2006 en su apartamento del Vedado.

1. ADAPTARSE A LA CRISIS: DEL ADVENIMIENTO DE UN SISTEMA EDITORIAL ALTERNATIVO A LA INSERCIÓN EN LA ECONOMÍA DE MERCADO

Esta crisis reveló un fallo en el sistema editorial cubano: este sector, enteramente subsidiado por el Estado, se desarrolló de manera totalmente artificial, ya que vivió desconectado, durante tres décadas, del mercado editorial internacional. El propio Roberto Fernández Retamar, poeta, ensayista y director de la famosa revista Casa de las Américas, confesaba que «subsidiar los libros de manera tan importante era un artificio condenado a desplomarse». En su artículo «Escribir en Cuba hoy (1995)», Arturo Arango confiesa a su vez:

El Periodo Especial representó el derrumbe de un mecenas que actuaba, ahora lo sabemos, por encima de sus posibilidades y, por consiguiente, la cultura y sus gestores nos vimos enfrentados, por primera vez en más de tres décadas, a la necesidad de la autosuficiencia económica…(Arango, 2002: 85).

Antes de 1990, los subsidios del Estado eran tan generosos que el libro casi no le costaba nada al lector.1 Con la crisis nació la necesidad, para las editoriales, de volverse autónomas en el terreno económico. Para ello tuvieron que enfrentarse a las dificultades materiales integrándose, al mismo tiempo, en el nuevo circuito económico. La escasez de papel favoreció, primero, la publicación de textos cortos en un soporte de baja calidad. La falta de tiempo debido al imperativo de resolver los problemas cotidianos de supervivencia fomentó la elaboración y el consumo de relatos cortos, un formato más fácil de publicar en antologías o revistas.

A partir de 1993 apareció en Cuba un sistema editorial alternativo que se desarrolló mucho fuera de la capital, en los años más difíciles de la crisis, basado en la difusión de opúsculos y libritos más adaptados a las nuevas condiciones de publicación. Se multiplicaron las plaquettes, publicaciones poco voluminosas, casi artesanales, rudimentarias, realizadas a menudo con papel reciclado para garantizar un espacio de expresión mínimo a los escritores de la isla. En el cuento de Arturo Arango «La Habana elegante», el poeta Julián del Casal, trasladado a finales del siglo XX, se ve reducido a publicar sus famosas Rimas en este formato particular. El contraste entre el valor literario de esta obra y la calidad mediocre de su publicación ilustra perfectamente el ocaso del mundo editorial cubano.

Una editorial hizo de este soporte particular su sello: son las Ediciones Vigía. Esta casa nació en Matanzas, en abril de 1985, de la necesidad que tenía un pequeño grupo de artistas locales de ver su trabajo impreso. La mayoría de ellos nacieron tras la era dorada de la edición en la isla, en un contexto en que las posibilidades de publicación para los jóvenes artistas en las editoriales nacionales iban decreciendo. Si, en aquel entonces, se publicaba bastante todavía en Cuba, los criterios de edición eran muy estrictos. Así, numerosas obras quedaban bloqueadas en los entresijos de la burocracia editorial.

Al principio, los recursos de esta editorial eran limitados: una máquina Roneo y una máquina de escribir, ambas prestadas. Son las únicas máquinas que utiliza Vigía desde su creación. Más que de cualquier herramienta, sus miembros se valen de sus manos y de su inventiva. Dirigidos por el poeta Alfredo Zaldívar, este puñado de jóvenes escritores movilizaron su imaginación y decidieron que con los restos de papel que podían encontrar o cualquier material que pudiera servir –como flores, hojas, tejido, residuos industriales reciclados, etc.– podían realizar unas plaquettes, estos libros «manufacturados e iluminados a mano», como se puede leer en el letrero de la editorial en Matanzas. Hoy en día siguen utilizando las técnicas de impresión más básicas, poniendo de relieve la importancia de la ejecución artesanal en la realización de sus libros. Sus publicaciones son policopiadas y las ilustraciones son recortadas y coloreadas a mano. La tinta, la pintura, los pinceles o el papel de calidad proceden de diversos donativos del extranjero. El proyecto estético de convertir el libro en una obra de arte rige la creación de Vigía. Cada obra se edita en 200 ejemplares numerados a mano y a menudo firmados por el autor. Aunque la editorial depende del Ministerio de la Cultura –ya que está instalada en el local de «La Casa del Escritor», una institución oficial–, decide lo que quiere publicar. Así, publica esencialmente poesía, cuentos, ensayos, libros infantiles, o sea géneros más bien cortos que se adaptan más fácilmente a una edición manual. Algunas obras editadas por Vigía se publican por primera vez. En este caso, la editorial privilegia los textos de los escritores oriundos de la provincia de Matanzas: así, Antonio José Ponte, nacido en Matanzas en 1964 y cuyas obras ya no se publican en Cuba –por razones principalmente ideológicas–, vio aparecer su ensayo Un seguidor de Montaigne mira La Habana en 1995.2 En cuanto a los otros textos que son reediciones, Vigía publica obras de escritores cubanos y extranjeros de renombre. Lo que era, al principio, una experiencia original, se convirtió con la crisis en una necesidad. La utilización de materiales poco costosos para confeccionar sus obras le permitió a esta singular editorial encarar con más «facilidad» la escasez de papel tradicional.3

La crisis no solo destruyó el mundo editorial en la isla. También impulsó la inventiva y la creatividad necesarias para su supervivencia. Así nacieron, en plena crisis, una decena de pequeñas editoriales provinciales que hacen maravillas con nada: podemos citar, entre otras, Sed de belleza (Santa Clara, 1994; se inscribe en la línea estética de Vigía), Capiro (Santa Clara, 1990), Mecenas (Cienfuegos, 1991) o Reina del Mar (Cienfuegos, 1996). Son ejemplos que demuestran la capacidad de adaptación de una parte del mundo editorial cubano en tiempos de crisis.

Adaptarse de manera original a la escasez de papel no fue el único imperativo para poder sobrevivir durante la crisis. Algunas editoriales tuvieron que cambiar radicalmente y reorientar sus publicaciones. Tal fue el caso de la editorial José Martí, de la que hablamos antes. Cecilia Infante, directora de la casa desde 1993, reconoció que «la necesidad [les] abrió nuevos horizontes» (Barthélemy, 2001: 18-19). Desde la crisis, esta editorial se dedica más a la literatura –que se exporta mejor– y publica ahora poesía, cuentos o novelas. Otro cambio importante: a partir de los años 1993-1994, todas sus obras –destinadas tanto a la exportación como al mercado nacional– empezaron a venderse en dólares.4

Vender los libros en moneda fuerte fue otra de las necesidades impuestas por la crisis a las editoriales. Ninguna escapó a este fenómeno, ni siquiera Vigía, que vende hoy en día la mayoría de sus obras en pesos convertibles para comprar el material mínimo necesario para su fabricación. Para sobrevivir al Periodo Especial, las editoriales cubanas tuvieron que adaptarse a una economía de mercado y entrar en una lógica comercial. Así, las librerías en dólares –que pasaron a ser librerías en pesos convertibles a partir de noviembre de 2004– conocieron un desarrollo importante desde su aparición en los años noventa. De todas las librerías que existían en La Habana y que vendían las obras en pesos cubanos, apenas quedan tres o cuatro. Por ejemplo, en La Moderna Poesía, la librería más grande de la capital, podemos encontrar los mejores libros de los mejores editores españoles; sin embargo, para el que compra en pesos, la oferta es mucho más reducida: las obras vendidas en pesos son viejos libros sobre la Revolución, clásicos del marxismo u obras de Martí. La mayoría de los cubanos puede contemplar allí las novedades literarias, pero no las puede comprar. Algunas editoriales hacen lo imposible para seguir publicando libros para el público que paga en pesos, pero se enfrentan a un problema crucial: de ahora en adelante, los editores deben pagar la impresión en pesos convertibles, una inversión que no están en condiciones de recuperar con el dinero de los compradores nacionales.

Acudir a las coediciones y coproducciones con editoriales extranjeras –sobre todo europeas y latinoamericanas– fue una solución posible para salir de la crisis. Desde principios de los años noventa, muchas obras pudieron publicarse en Cuba gracias a la multiplicación de estas joint-ventures. El editor extranjero se encarga de los gastos de impresión y los cubanos se ocupan del resto. Así, gracias a la financiación de autores y editores argentinos, pudieron parecer en 1994 los cien pequeños volúmenes de la colección Pinos Nuevos, editada por Letras Cubanas, para dar un espacio de expresión a los jóvenes escritores cubanos. Los argentinos financiaron la primera publicación de estos libros hasta entonces inéditos, mientras que el Instituto Cubano del Libro se encargó de las reediciones. Otras experiencias solidarias, como «Un libro para Cuba» de México o los proyectos de la fundación italiana Arci Nova, permitieron dinamizar de nuevo la producción literaria cubana.

Un poco después, la creación de un Fondo para el Desarrollo de la Cultura, que dedica parte de su presupuesto en divisas a este sector intelectual, contribuyó a la aparición de colecciones como La Rueda Dentada –de la Editorial Unión–, que publica textos poco voluminosos en un formato de libro de bolsillo. Los ganadores de los premios Casa de las Américas se publican también a menudo en joint-ventures, pero por la falta de dinero solo se otorgan cada dos años. A estas dificultades financieras hay que añadir el problema de la lentitud del proceso de edición. En la isla, hasta finales de la primera década del presente siglo, había que esperar casi un año antes de ver un libro premiado publicado: este sistema no es competitivo en comparación con los que existen en el extranjero, donde una obra puede publicarse en tres meses. Esta espera acarrea en Cuba un desajuste bastante importante entre el tiempo de la escritura y el tiempo de la publicación de la obra, sin contar los numerosos textos que permanecen inéditos, sobre todo en tiempos de crisis.

La última solución –que es, sin lugar a dudas, la más lucrativa para los escritores– para hacer publicar una obra en este contexto especial se encuentra más allá de las fronteras de la isla. De hecho, como el régimen castrista ya no puede encargarse solo de la producción, de la promoción y de la difusión de las obras, permite a los artistas, desde 1995, vender sus creaciones directamente en el extranjero, sin pasar por los canales gubernamentales tradicionales, acto que hasta entonces se juzgaba como un delito penal. Basta con recordar la imaginación que le fue necesaria a Reinaldo Arenas en los años setenta para sacar clandestinamente sus escritos de la isla y publicarlos en el extranjero, así como el precio que tuvo que pagar por aquel gesto.

Cuando la industria editorial cubana se desplomó, los escritores de la isla tuvieron que dirigirse hacia el extranjero para poder esperar publicar sus obras. A pesar de la recuperación de este sector, les cuesta vivir gracias a sus ediciones nacionales. Por ello, una de las primeras opciones que se les ofreció fue participar en los concursos literarios internacionales, que les permitían no solo ganar dinero, sino también verse publicados. En los años noventa, muchos fueron los escritores de la isla que probaron fortuna en estos concursos. Por ejemplo, no es baladí que ningún escritor cubano haya sido recompensado en el concurso de cuento y novela corta con más fama en la literatura iberoamericana, el Premio Juan Rulfo, desde su creación en 1984 hasta 1989, mientras que a partir de 1990, cuando se le otorga a Senel Paz por su cuento El bosque, el lobo y el hombre nuevo, los cubanos se convierten en figuras ineludibles de este concurso. Así, entre 1991 y 1995, Jesús Díaz, Arturo Arango, Reynaldo González, Miguel Mejides y Reynaldo Montero fueron recompensados. Al mismo tiempo, otros escritores cubanos se destacan en otros géneros literarios: José Pérez Olivares recibe el premio de poesía Rafael Alberti, Daniel Chavarría se lleva el premio Planeta-Joaquín Mortiz con su novela El ojo de Dyndimenio y Abilio Estévez es galardonado con el premio de teatro Tirso de Molina. En 1996, Leonardo Padura obtiene el premio Café Gijón en Madrid por Máscaras, la tercera novela de su tetralogía policiaca. Esta obra le permite ganar también el premio Dashiel Hammet en 1998. A finales de este mismo año, Eduardo del Llano recibe el premio Italo Calvo y publica su novela Arena en italiano. Abilio Estévez, con su primera novela Tuyo es el reino, traducida en varios idiomas y alabada por la crítica internacional, gana en Francia el premio del Mejor Libro Extranjero. Buscar un espacio editorial fuera de las fronteras de la isla se volvió una necesidad para todos estos escritores desde el Periodo Especial. Hoy, lograr una publicación en el extranjero, y más particularmente en España, se vive como una consagración por todos los cubanos, tanto de la isla como de la diáspora.

De esta manera, la literatura cubana, que hasta entonces había vivido al margen de los mercados internacionales, tuvo que enfrentar, por primera vez en treinta años, el reto de la competencia y la búsqueda de espacios editoriales sin haber sido preparada para ello. Asistimos, desde hace unos años ya, a un profundo cambio en el proceso editorial nacional: los criterios de mercado se están imponiendo con más fuerza cada vez en este sector. De ahora en adelante, la meta de las editoriales es generar beneficios para poder invertir libremente en la publicación de nuevos títulos o en la reedición, algo inimaginable hasta entonces en un sistema editorial en el que todo era dirigido, controlado y financiado por el Estado.

2. EL IMPACTO DE LA CRISIS SOBRE LAS RELACIONES ENTRE EL ESCRITOR, LA OBRA Y EL PÚBLICO

Todos estos trastornos que afectaron al proceso editorial en Cuba tuvieron también consecuencias directas sobre las relaciones entre el escritor, su obra y el público. En los años ochenta, aun cuando el mundo editorial iba bien, la oferta de libros quedaba por debajo de la demanda. Así, podemos comprender la profunda frustración que engendró en los lectores cubanos la limitada difusión de las publicaciones en la isla desde los inicios del Periodo Especial. Editadas en unos centenares de ejemplares,5 vendidas la mayoría de las veces en divisas en las librerías estatales o en la plaza de Armas, las obras cubanas actuales son de difícil acceso para el lector de la isla. Desde que empezó la crisis, los escritores intentaron adaptarse a las nuevas reglas de una economía de mercado y empezaron a escribir obras que ya no se dirigían a los lectores nacionales, porque estos ya no podían comprarlas. Rogelio Rodríguez Coronel, crítico literario, subrayó esta ruptura que se ha producido entre el autor y su lector:

En los primeros años de los 90 se produjo también una esquizofrenia[…]en el sentido de que se producían obras narrativas y no iban al lector cubano. Si usted no iba al lanzamiento –que se vendía en pesos en esos momentos– inmediatamente el texto pasaba al circuito de divisas y usted se quedaba sin acceder a él, a no ser que se lo regalaran o lo buscara por otras vías. Ya eso pasa cada vez menos, pero en los años 93-94 era así (Rodríguez Coronel, 2001: 182).

Si bien este esquema tiende a desaparecer, sigue siendo difícil encontrar un libro en Cuba unos meses tras su aparición en las librerías. La oferta es insuficiente: cuando se publica un nuevo título, los cubanos toman al asalto las librerías.

Una vía más segura para comprar un libro reciente sigue siendo la Feria del Libro, que tiene lugar cada año en febrero en La Habana, antes de trasladarse a otras ciudades de la isla. El evento atrae a una muchedumbre impresionante: cientos de miles de cubanos se apretujan en La Cabaña, donde se celebra la Feria. La ventaja es que allí se pueden comprar novedades en pesos cubanos. La Feria es uno de los únicos lugares en Cuba donde se puede hallar un poco de variedad. Sin embargo, allí también es mejor llegar en los primeros días porque las existencias se reducen rápidamente y los libros más buscados no se quedan expuestos mucho tiempo en los estantes. Hace poco, las obras presentadas allí por primera vez casi ya no se podían encontrar en las librerías después, ya que la mayoría de los ejemplares se vendían en la Feria. Esto explica en parte por qué las librerías de la isla están tan desesperadamente vacías: los pocos ejemplares de las obras recientes que llegan a las librerías tras la Feria desaparecen generalmente tan rápido como llegaron. Sin embargo, los libros vendidos en esta ocasión, incluso en pesos cubanos, son bastante caros con respecto a los sueldos de la isla. Y ni hablar de los que se venden en CUC.6 Por ejemplo, en la Feria del Libro de 2007, el primer tomo de las memorias de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, costaba más de 6 CUC en uno de los estantes de las editoriales extranjeras, o sea un 60% del sueldo medio en Cuba. Esta situación, a la que hay que añadir las kilométricas colas –que también afectan a la Feria–, explican que muchos cubanos regresen a casa con las manos vacías.

Fuera del mes de febrero, los libros no abundan en las librerías de la isla. Para los visitantes extranjeros, entrar en las librerías reputadas de La Habana es siempre un choque: los estantes vacíos de la librería de una institución tan importante como la Casa de las Américas, de la Librería Internacional o de la Librería Bella Habana son algo deprimentes. Es imposible hallar allí obras literarias cubanas –y menos todavía extranjeras– actuales, unos meses después de su publicación. Esto se explica también por el hecho de que las reediciones son escasas, sobre todo cuando se trata de jóvenes autores: las editoriales suelen reeditar las obras de los escritores que ya adquirieron cierta legitimidad y que, por consiguiente, se van a vender en el mercado. Fue, por ejemplo, el problema que se planteó para la mítica antología de cuentos de Salvador Redonet, Los últimos serán los primeros: la tirada fue muy limitada y nunca se reeditó, aunque es una obra fundadora ya que marca la entrada de una nueva generación de escritores cubanos, los Novísimos, en el mundo de las letras.

Para los amantes de la literatura que pueden pagar en pesos convertibles, solo queda una solución: los viejos libreros de la plaza de Armas, que poseen todavía algunos tesoros por los que sacan mucho dinero. Para tomar un ejemplo, la antología de Redonet se vendía allí por más de 30 pesos convertibles.

Si parte de los libros recién editados en la isla no llegan hasta el lector cubano por todas las razones expuestas, ni hablar de las obras cubanas que fueron galardonadas y publicadas en el extranjero. A no ser que el escritor le regale un ejemplar, el lector cubano no podrá adquirirlo. Es el caso de las obras de Antonio José Ponte que se publicaron en España, en los Estados Unidos o en México. Su último libro de cuentos, Un arte de hacer ruinas y otros cuentos, publicado por el Fondo de Cultura Económica –una gran editorial mexicana–, no se puede encontrar en Cuba. El escritor conservó un ejemplar y les regaló los pocos que le quedaban a sus allegados. Así, un escritor de fama internacional como Ponte es casi un desconocido para los lectores de la isla.

Queda una última posibilidad para acceder a ciertos textos cubanos actuales: las publicaciones en internet. El problema es que, una vez más, el lector cubano no accede a ellos ya que no puede navegar libremente en internet. Las instituciones cubanas se esfuerzan, sin embargo, por difundir hoy ciertas revistas de papel en internet: en el campo de la literatura, podemos citar El Caimán Barbudo o La Jiribilla,7 dos revistas que tienen una edición papel y una edición electrónica en la que podemos leer cada semana un cuento. Desde luego, para verse publicado en este tipo de revistas –además, en un sitio oficial–hay que llevarse bien con las autoridades. No esperemos leer allí los escritos de Antonio José Ponte o de Pedro Juan Gutiérrez, por ejemplo. Sus textos se pueden encontrar en internet en las revistas dedicadas a la cultura cubana y editadas en el extranjero8 o en páginas personales elaboradas por los aficionados a su obra. Ciertos escritores de la isla construyeron su propio sitio web. Tal es el caso de Jorge Alberto Aguiar Díaz (JAAD), que se desplaza a menudo fuera de la isla y que creó su propio blog, en el que podemos leer algunos de sus cuentos.9 Amir Valle –excluido de la isla en 2006– puso en línea algunos de sus textos, una especie de popurrí de sus múltiples publicaciones.10 Este autor llegó incluso a publicar en conjunto algunas de sus obras en internet. De esta manera pudimos leer una de sus novelas, Muchacha azul bajo la lluvia, y su ensayo sobre la literatura cubana de los años noventa titulado Brevísimas demencias: la narrativa cubana de los 90.11 Así, la publicación de obras cubanas en internet se dirige más bien a los lectores que no viven en la isla y que desean tener una muestra de la producción literaria cubana actual.

La crisis de los años noventa hubiera podido provocar el derrumbe del sistema editorial cubano. Este sobrevivió, no obstante, gracias a la creatividad y a la adaptación de los editores nacionales, aunque la calidad de sus publicaciones se vio afectada por la drástica reducción de los recursos materiales y financieros invertidos en este sector. Se exploraron otras vías para hacer frente a la crisis: reorientar las publicaciones, vender los libros en divisas, privilegiar las coediciones con editoriales extranjeras…De esta situación caótica debemos retener una cosa a la hora de analizar la literatura cubana actual: esta no se puede aprehender en su totalidad. La imposibilidad de publicar todas las obras que fueron escritas en este periodo, la ausencia de reediciones de la mayoría de las obras recientes y su escasa difusión hacen que parte de la creación literaria cubana de hoy se nos escape.

Por fin, pese a todo, este caos editorial quizá haya tenido un efecto beneficioso sobre la creación actual. Si, con la crisis, la relación entre el escritor y su público natural se astilló, pasó lo mismo con la relación que unía al escritor con el Estado. Como subraya Leonardo Padura:

…por primera vez desde el triunfo de la Revolución, una distancia se estableció entre el escritor y los aparatos de Estado. Estos controlaban toda la industria cultural. Frente a la parálisis de las editoriales cubanas, tuvieron que mirar hacia otros horizontes para publicar sus obras. El escritor ganó un espacio de libertad al conquistar un espacio en el extranjero (Barthélemy, 2001: 18-19).

Con una actividad editorial reducida al mínimo, los mecanismos de promoción y de control de la producción literaria se aflojaron. En este contexto especial, los escritores cubanos siguieron resistiendo y escribiendo. Para ellos, la situación era inédita: escribían sin siquiera pensar en una posibilidad de publicación. Jamás, sin duda, su libertad de creación fue tan grande.

BIBLIOGRAFÍA

ARANGO, Arturo: «Escribir en Cuba hoy (1995)», en Segundas reincidencias, Santa Clara, Capiro, 2002, p. 84.

BARTHÉLEMY, Françoise: «Cuba entre lassitude et fierté», Le Monde diplomatique, septembre de 2001, pp. 18-19, disponible en línea: <www.mondediplomatique.fr/2001/09/BARTHELEMY/15571> [consulta: 22/12/2008].

CHAVARRÍA, Daniel: «De qué depende el éxito. La producción artística y el mercado», Temas, XXXIII-XXXIV, La Habana, abril-septiembre de 2003, pp. 150-170.

RODRÍGUEZ CORONEL, Rogelio: «Venturas y desventuras de la narrativa cubana actual», Temas, XXIV-XXV, La Habana, enero-julio de 2001, pp. 166-192.

1.El testimonio del escritor Daniel Chavarría sobre este tema es revelador: «La gente se sorprendía cuando les decía que un libro mío de 450 páginas –estoy pensando en La sexta isla– costaba un peso y pico, y una cajetilla de cigarros, uno sesenta. Era una locura, ese mismo libro, publicado en España, cuando salió costaba diecisiete dólares» (Chavarría, 2003: 160).

2.Salvo este ensayo editado por Vigía, las únicas obras publicadas en Cuba de este autor son: un libro de poesía, Asiento en las ruinas, y un cuento, Corazón de skitalietz. La primera obra fue publicada por Letras Cubanas en 1997 y la segunda por Reina del Mar –una pequeña editorial de Cienfuegos– en 1998.

3.Gracias al coste reducido de producción de sus publicaciones y a su autogestión, Vigía pudo sobrevivir cuando todo el sistema editorial se vino abajo. Esta editorial lanzó incluso su revista literaria, costeada con sus propios fondos: La Revista del Vigía. Según el escritor Ronaldo Menéndez, Vigía publicaría la única revista literaria cubana de interés en la isla en la medida en que Unión se publica en México; La Gaceta de Cuba, de difusión bastante limitada, se publica gracias a fondos extranjeros, mientras que Casa de las Américas es una revista internacional.

4.Hoy se venden en pesos convertibles, lo que, para los cubanos, no cambia nada.

5.Recordemos que La Habana sola alberga 2,2 millones de habitantes. La población de la isla supera los once millones y la tasa de alfabetización alcanza el 96,9%.

6.CUC: peso cubano convertible.

7.Disponibles en línea en <www.caimanbarbudo.cu> y <www.lajiribilla.cu>.

8.Pensamos, por ejemplo, en la revista publicada en Madrid, Encuentro de la Cultura cubana (<www.cubaencuentro.com>) o en la revista publicada desde Dallas La Habana Elegante (<www.habanaelegante.com>).

9.Véase <jorgealbertoagiardiaz.blogspot.com>.

10.Disponible en línea en <www.amirvalle.com>.

11.Ambas obras fueron consultadas en marzo de 2006; ya no están disponibles en este formato.

Más allá de las palabras

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