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El libro que el lector sostiene en sus manos, La memoria conmovida. Caminos hacia la poesía de José Ramón Mercado, es el pretexto de Adalberto Bolaño Sandoval para dar a conocer, mostrar, encaminar —en sus palabras— la obra del poeta sucreño José Ramón Mercado (JRM), con la esperanza de que se forme “una política del gusto y una apertura de resignificación a la obra de Mercado, constituyéndose otras miradas que reconozcan a un autor que muestra nuevos sentidos, nuevas significaciones, y, con ello, se replanteen otros horizontes para la poesía del Caribe”, como indica en su texto más adelante.

Fruto de una investigación académica conducente a obtener su maestría en Literatura Hispanoamericana y del Caribe, el texto es un excelente ensayo de apreciación que recoge la tarea del crítico literario más allá de simplemente dar a conocer la obra en cuestión. Al respecto, es interesante anotar cómo Bolaño “cumple” con la desiderata señalada en su momento por W.H. Auden1, uno de los más grandes poetas y ensayistas contemporáneos, cuando al referirse a la función del crítico literario señala, entre otras, la de acercar al lector a escritores y obras que desconocía, que no había leído con la debida atención, o la de lograr una mejor comprensión de la obra o develar los procesos internos de construcción artística, en fin, de manera contundente, “arrojar luz sobre la relación entre el arte y la vida”.

Y es sobre el arte y su relación con la vida en donde Bolaño incide: el paisaje, la memoria y la identidad, como vínculos entre la vida y la poesía, para replantearle a esta última nuevos horizontes en el Caribe, lo cual se consigue con creces a lo largo de las 410 páginas del relato crítico que hace Bolaño, a partir del paisaje y la memoria en la poesía de JRM. Estos dos términos, omnipresentes en la historia de la literatura, no podían ser más poéticos, entendidos como leitmotiv “transformadores” (poyéticos). En efecto, paisaje, —procedente del francés pays (campo), que originará también país, aludiendo a ‘territorio rural’, la parte de un territorio que puede ser observada desde un determinado lugar o al espacio natural admirable por su aspecto artístico—, está tan atado a la poesía del vate costeño, como a la de cualquier poeta —desde Homero hasta Cavafis, Hölderlin, Withman, Neruda—, solo que en el autor estudiado se magnifica porque se constituye en un personaje telúrico del cual no se puede desasir una poética del Caribe, por las implicaciones que tiene el poseer un cielo ilímite, una tierra sin confines y un mar sin horizontes.

La memoria, por su parte, mutada en poesía, permite que esta última acontezca de alguna manera como un nuevo modo de existencia, como una forma de relacionarse y concebir el mundo, como una acción política e incluso como un acto de poder. No en vano, desde los griegos, y aún en nuestros tiempos, el lenguaje poético continúa basándose en la alegoría e intenta hacer visible lo conceptual como una práctica de autoconocimiento que se crea y recrea una y muchas veces a través de la memoria.

A paisaje y memoria, el autor añade la identidad, entendida inicialmente como cierto aire de familia presente en otros poetas del Caribe, compañeros de viaje, en los que se advierte cierta identificación en las temáticas: “la familia, lo filial, el espacio”. Otra clase de identidad podría ser entendida también como igualdad, semejanza, compatibilidad, en fin, su naturaleza, el ser-de-ahí, la misma impronta, el sello característico del ser Caribe, una ontología que se entiende desde el mismo poeta y su relación con la tierra (el lar). En la lectura de los poemas más representativos del autor estudiado —lo que podría extenderse a toda su obra— se evidencia entonces una idiosincrasia Caribe clara, manifiesta inicialmente en el lenguaje, luego en el paisaje y también en los personajes, que permea, en fin, todo el ethos del poema. Es lo que hace afirmar a Bolaño que, en JRM “confluyen de manera atildada una geopoética donde el espacio como paisaje y la memoria y la identidad dialogan”.

Leído el libro como una rayuela, es posible avizorar cómo el paisaje, “en tanto representación humana del espacio, salta como punto de relación, encuentro y creatividad a través de la experiencia vivida del poeta” (indica Bolaño más adelante). Es un paisaje antropomorfo, que habla, que participa, un espacio que trasciende los lindes de la geo-grafía para que sea pensado como una “memoria de la experiencia”. A simple vista, se entiende tal memoria como parte activa y constitutiva de la historia entroncada con una mnemogeografía (una geografía de la memoria, como la denomina Bolaño) lo cual nos guía, a través de la palabra, a los orígenes, al territorio del creador. Como otro ser vivo, como personaje propio, el poeta se alía con él y, ya en sus entrañas, se apropia de ese paisaje, para hablar-lo, reflexionar sobre, interpretar-lo, traducir-lo. Tal labor no puede realizarse, aislada de la memoria, por lo que recordar (de re: nuevamente, y cordis: corazón) tal paisaje para transcodificarlo, transformarlo, contrae, de hecho, una explicación (un análisis, si se quiere) que el poeta elabora de ese paisaje a través de una hermenéutica ad hoc.

Lo que aclara el crítico es que lo que permite que lo anterior ocurra se debe a que simplemente la memoria siempre estuvo allí, ya sea que se entienda como los lugares de la memoria o la memoria de los lugares, con la justificación de que el poeta estaba allí para visibilizar el paisaje, los lugares, el territorio, la tierra, el lar nativo.

El papel de la memoria adquiere así una dimensión trascendental para que se instaure un giro hermenéutico de la poesía, palpable en la obra de JRM. Se dirá que es una constante en las poéticas universales. En efecto, lo es. Pero aquí se trata de una nueva dimensión, se trata, como lo anota Bolaño, de “dar importancia a la vida real de las gentes”, “por otorgar fundamento al relato en tanto representación”, y cita allí los casos de Candelario Obeso y Jorge García Usta, como conciencia y lenguaje redefinidos con base en lo regional. En su orden, JRM nos introduce en una saga, una tradición, con la presencia de personajes históricos o familiares, lo que da origen a una “poesía de la experiencia”. Memoria y hermenéutica religados en un encuentro de historia (tiempo), espacio (paisaje, lar, cosmos) y vida (vivencia, experiencia) para mostrar la presencia de una particular poética antropológica evidente en cualquiera de sus poemarios.

Con el telón de fondo de la obra de JRM, el texto de Bolaño alude a una historia posible de la poesía regional (y, por contera, de la colombiana) para llenar vacíos en tales estudios. Con base en autores connotados —Williams, Perus, entre otros—, nuestro crítico postula la exigencia (urgente, diríamos) de que se creen cánones regionales que impulsen los apoyos que desde la región se proyecten a la literatura nacional. La discusión se abre a partir del interrogante de si existe o no un canon nacional, a lo cual se responde afirmativamente. Pero a este canon se le puede intervenir, y, como señala Bolaño, “reabrirlo conlleva postular creaciones subversivas y minoritarias, desafiantes, mediante versiones artísticas que agudicen los sentidos, cuestionen, y, sobre todo, que alcancen su difusión ´nacional´, buscando, además, una renovación cultural”. El solo hecho de abordar el estudio de un autor como JRM es ya un comienzo para poner en marcha lo anterior, ya que analizarlo desde las perspectivas del paisaje, la memoria y la identidad exige, según Bolaño, la puesta en escena de una hermenéutica transdisciplinar en la que confluirían tanto la sociología, como la antropología, junto a la historia y la filosofía, atravesada, muy ampliada, y relacionada con la valoración estética. Como se trata de una apuesta nueva, los riesgos son muchos, pero insiste en que de eso se trata, de “buscar las conjunciones donde no las haya, declarar abierto lo plural y el diálogo. Aquí complejidad e inestabilidad significan, pues, búsqueda, encuentro y, seguramente, descubrimiento”.

En tales búsquedas, Bolaño desgrana inicialmente temas que son fundantes para una crítica de una poética del Caribe colombiano, tales como la mencionada identidad, pero pensada en clave distinta: una identidad imaginaria/imaginada. ¿Hasta dónde es posible reunir casa-experiencia-oralidad-memoria-entorno-familia?, el crítico nos lo muestra con ejemplos, a lo cual se añade una característica también interesante en el Caribe: la poesía del linaje, como representación poética de la memoria de la familia del poeta (presente también en los cantos vallenatos).

El libro de Bolaño trata de acicatear al lector para que asuma también, desde las primeras de cambio, los problemas que contraen los conceptos puntuales de su estudio: las identidades y la memoria, relacionadas por un hilo que ata las coincidencias en los temas que trata la poesía del Caribe en general con la propia poesía del Caribe colombiana, quizás bastante evidente en el paisaje, para proseguir con el examen de la poética de Mercado, observada desde una perspectiva generacional y geocultural, uno de los atractivos del estudio.

Desandando un poco, Bolaño se adentra y encuentra también vetas interesantes para analizar en los procesos y lenguajes simbólicos y la mezcla con lo popular en el uso de imágenes que hace el poeta; en esa poesía metaliteraria y social, plena de autorreflexividad y de burla hacia la jerga capitalista; en la cultura popular y el discurso de la música del mestizaje en donde invita por igual a la gaita y el jazz, o en el camino de las hipérboles, los asuntos morales y la metapoética exagerada, en el poeta urbano y el retorno.

Otros aspectos tienen que ver con la reincidencia del paisaje y la memoria familiar, sin dejar a un lado la región y la matria como geosímbolos. Es también sugerente la presencia de la poesía del linaje, los poemas dramáticos y la noción de “paisaje conmovido”, congruente con la “memoria traumática” que impacta tanto al lector que se aproxima por primera vez al poeta sucreño.

El estudio, poemario por poemario, permite identificar caracteres propios de la poesía de JRM, direcciones, caminos. Quizás la clasificación permite al crítico parcelar la obra para adscribirle etiquetas, las cuales se validan en el propio análisis. No obstante, a lo largo de la obra total, es posible observar cómo se extienden tales caracteres a través de guiños retro y prospectivos. Por ejemplo, el tema de lo social, la autorreflexibilidad y la cultura popular de los poemarios iniciales en donde es posible encontrar una identificación o identidad latinoamericanista, y la aparición temprana de una memoria histórica y cultural, lo cual se reitera después en poemarios ulteriores. Pero el crítico nos muestra también que el lenguaje y las figuras retóricas armonizan con la poesía dialógica, la citada autorreflexividad, los personajes populares muy propios de la región, la muy de moda para la época antipoesía y el lenguaje intimista. No es sorpresa encontrar en JRM a la “poesía de la experiencia” española de la misma época, que empleaba a menudo el monólogo dramático y el correlato objetivo como técnicas líricas.

La memoria conmovida. Caminos hacia la poesía de José Ramón Mercado, permite, por la riqueza poética del autor analizado, que sea posible realizar un recorrido crítico desde el “paisaje conmovido” hasta la “memoria traumática”, subejes del paisaje, la memoria y la identidad. Temas en los que confluyen también otros conceptos como el espacio, el poder, la autoficción y la escritura. La idea es observar cómo en JRM se construyen conceptos tales como paisaje, espacio, conciencia histórica, alteridad, temporalidad, comunidades imaginadas, temas ontológicos, que posteriormente, a través de la expresión poética, articula las variables de identidad. Estaríamos entonces frente a otra dimensión de la poesía caribeña-colombiana, procedente de la poesía del Caribe con sus mitos fundacionales, con sus referentes sociohistóricos pero abiertamente diferente en la mirada y la expresión del mundo a través del arte.

Lo que plantea Bolaño —en sus propias palabras— es que la identidad narrativa está ligada al tiempo, a la historia, y en su expresión se encuentra ligada a la experiencia. Y si no hay pasado, no hay futuro porque “el pasado representa el fondo de nuestra identidad, la cual pasa de ser algo adscrito a una elección de carácter: elijo y me transformo y procuro realizarlo también con el mundo”.

Este libro de Bolaño es una apuesta crítica para pensar y repensar nuestra historia literaria regional y darnos cuenta de que somos parecidos pero distintos, y de que debemos comenzar por descubrir nuestros poetas, nuestros novelistas, nuestros cuentistas, algunos de los cuales, como el caso de JRM, ni siquiera han sido leídos alguna vez. Por lo anterior, esta es también una invitación del autor del estudio crítico para que lo leamos y comprobemos todos, algunos o ninguno de los asertos de este libro. Es, asimismo, la buena nueva de la irrupción de un género, que, como la crítica literaria, debería tener más cultores —sobre todo en nuestro patio— y no ser escasamente contados.

ELEUCILIO NIEBLES REALES

Profesor titular de la Facultad de Ciencias Humanas

Universidad del Atlántico

1. En Edmund Wilson, Obra selecta (Lumen, 2008). Auden, candidato al premio Nobel de Literatura en 1963, junto a Neruda y Seferis, quien lo ganaría finalmente.

La memoria conmovida

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