Читать книгу Por qué nos encantan los sociópatas - Adam Kotsko - Страница 8

Оглавление

I. Los maquinadores

∼ En un episodio doble de South Park, la estrella de la serie, Eric Cartman, une fuerzas con Bart Simpson contra un enemigo común: su nuevo rival en el terreno de los dibujos animados irreverentes destinados al público adulto, Padre de familia. Después de un breve debate sobre cuál de los dos niños es más gamberro y merece por lo tanto liderar el asalto, Cartman se alza con el triunfo cuando confiesa que una vez le dio de comer a un compañero de clase un plato de chili cocinado con la carne de sus padres. Lo verdaderamente notable de este incidente es que el chili caníbal de Cartman no es la única baza que tenía a su disposición para derrotar a Bart. Con solo diez años de edad, este colegial tiene a sus espaldas una destacable carrera en el arte tumultuario. En un episodio lo vemos caminando entre fetos muertos, lo que le da la idea de fundar una empresa que se dedique a la venta de fetos y células madre. En otro, después de una apuesta, crea un grupo de música cristiana que alcanza una fama formidable, metiendo la palabra «Jesús» en canciones de amor populares y componiendo temas originales del mismo jaez (como, por ejemplo, «Quiero ponerme de rodillas y complacer a Jesús»), para descubrir, al final, que la industria de la música cristiana concede Discos de Mirra en vez del Disco de Oro que necesita para ganar la apuesta, lo que le lleva a exclamar ante un público de cristianos escandalizados: «¡Que te jodan, Jesús!». Y aún otro capítulo nos lo presenta más o menos instalado como maestro de adolescentes urbanos en peligro de exclusión social y actuando como modelo de conducta al estilo de James Escalante en la película Lecciones Inolvidables; con la salvedad de que Cartman les enseña a hacer trampas (¡la senda hacia el éxito reservada a los blancos!) en vez de cálculo.

Cuando no está tramando alguna maldad a gran escala, Cartman tampoco deja de hacer gala de su corrosiva personalidad. A semejanza de Archie Bunker, personaje de la época dorada de la ficción televisiva, Cartman toca todos los palos de la intolerancia. Es machista, como cuando se ríe de la idea del cáncer de mama pidiendo que le enseñen esas fantásticas «domingas asesinas». Es un racista redomado, como demuestra la saña con la que llama una y otra vez «negro del culo» al único niño negro de su clase (quien por cierto, en un sutil guiño, se llama en realidad Token).2 Pero ante todo es un antisemita, lo que le lleva a atormentar sin descanso a Kyle, su amigo judío, de quien desconfía siempre —y en un episodio, llevado por el entusiasmo después de haber visto La pasión de Cristo de Mel Gibson, llega a disfrazarse de Hitler y animar a los miembros de un club de fans de La Pasión a retomar la Solución Final—. También es un homófobo y clasista, como atestigua su diatriba contra los gays durante un episodio en el que se comporta como un paleto de pueblo sureño con la esperanza de llegar así algún día a convertirse en piloto de la nascar.

No contento con su suma de maldad y prejuicios, Cartman es también quejica, déspota y egoísta. Tiene una voz irritante y estridente y, además, en lo que suele ser una condena a muerte en el recreo de una escuela, tiene graves problemas de sobrepeso. Es presentado, en pocas palabras, como el personaje más aborrecible en todas las facetas que quepa imaginar y la mayoría de sus compañeros de clase, incluyendo a sus supuestos «mejores amigos», lo odian. Al mismo tiempo, Cartman es demasiado malvado para contentarse con complots que pueda llevar a cabo en solitario, y las más de las veces termina enrolando a no pocos adláteres. Estos seguidores pueden ser completos desconocidos, como cuando lidera a un grupo de aficionados a la recreación de batallas de la guerra de Secesión y los anima a retomar las hostilidades, haciendo retroceder a las fuerzas de la Unión en una campaña tan decisiva que el presidente Clinton se ve obligado a anunciar formalmente su derrota. También puede rodearse de aquellos que lo conocen mejor, como sus tres coprotagonistas principales, Kyle (a quien insulta todo el día porque es judío), Kenny (a quien atormenta todo el día porque es pobre), Stan (de quien está celoso porque es medianamente popular), o en episodios posteriores su compinche y pupas habitual, el patético Butters.

Habida cuenta de que en South Park las masas son retratadas de manera invariable como enjambres de mentecatos, es posible que los éxitos de Cartman engañando a la gente sean comprensibles, pero ¿cómo interpretar que sea capaz de manipular a personas que deberían tener más seso? ¿Cómo explicar el atractivo de este maquinador repulsivo, no solo para sus compañeros ficticios de pantalla, sino también para la audiencia de la serie e incluso para sus propios creadores? Se cuenta que Trey Parker y Matt Stone, la dupla detrás de South Park, se inspiraron en sus propias vidas para crear los personajes de Stan y Kyle, lo que no ha sido obstáculo para que hayan afirmado en varias ocasiones que Cartman es su favorito, una debilidad compartida por la mayoría de fans de la serie. ¿Cómo explicar, pues, la fascinación generalizada por este niño malhablado?

Para responder a esta pregunta, creo que será útil situar South Park en el género televisivo que hemos señalado en la escena que abre este capítulo: la animación para adultos. Eso significa, en primer lugar, relacionar South Park con su predecesor, Los Simpson, el fundador de la animación para adultos como género televisivo y, en particular, referir la figura de Cartman a la de Bart Simpson. ¿Por qué ha adquirido Cartman una posición tan central en South Park y Bart ha sido desplazado por su padre, Homer Simpson, como personaje central de Los Simpson? ¿Qué nos ofrece Cartman, qué fantasía satisface, y por qué ha triunfado donde Bart ha fracasado?

La decadencia del adorable diablillo

De niño, no me dejaban ver Los Simpson. Hasta cierto punto era comprensible: mis padres eran bastante conservadores y la cadena Fox se relacionaba en aquel entonces con un tipo de material más bien obsceno y subido de tono, quizá gracias a la popularidad de la serie Matrimonio con hijos. Sin embargo, cuando hoy miro los primeros capítulos, me cuesta mucho ver algo que mis padres hubieran censurado de haber visto la serie ellos también. Qué duda cabe de que Bart es un alborotador, y el contexto clase baja de la serie quizá se prestaba a conductas groseras que mis padres no habrían aprobado. Sin embargo, en líneas generales, las correrías de Bart eran tal vez menos subversivas que el caos desmadrado que se presentaba en un capítulo cualquiera de Daniel el travieso. De hecho, si lo comparamos a este último personaje, Bart resulta bastante aburrido. No es inteligente y carece por completo de la viveza de Daniel el travieso. Además, casi siempre le falta el coraje de la convicción en lo que respecta a sus actividades alborotadoras, pues a menudo se arrepiente de sus trastadas o incluso intenta atajar los planes maléficos que ha puesto en marcha.

Mal que les pese a las camisetas que proclaman a los cuatro vientos su orgullo de ser un mal estudiante, lo cierto es que, a tenor de las tramas de los episodios, Bart no deja de ser un chico bastante normal, por no decir mediocre. Bien es verdad que la serie tiene algún mérito si buscamos un retrato honesto de la infancia y los primeros capítulos que se centraban en los problemas de su hermana Lisa, más sensible y con una mayor curiosidad intelectual, a día de hoy siguen contándose entre los favoritos de los fans. Sin embargo, hacer gala de una inquebrantable honestidad no parece el camino más expedito para convertirse en la serie estadounidense más veterana en horario de máxima audiencia, galardón que Los Simpson cosechó en 2009. (El resultado más probable para un programa caracterizado por la honestidad, como es el caso de My So-Called Life —serie dramática ambientada en un instituto de secundaria—, es un éxito mundial de crítica, seguidores de culto entregados a la causa, cancelación de la serie después de una o dos temporadas, y ventas estables en dvd gracias a recomendaciones boca a boca de la «joya infravalorada».)

En este sentido, una presentación más o menos directa y sincera de cualquier cosa no le pega nada a unos dibujos animados. Como otros muchos niños, recuerdo perfectamente que prefería las series de dibujos y que me aburría con la mayoría de programas con actores de carne y hueso por la simple razón de que en los dibujos animados puede ocurrir lo más inesperado. ¡Un coche viejo y soso puede transformarse en un robot! ¡Enormes tortugas antropomorfas pueden aprender artes marciales y luchar contra el crimen! ¡Los conejos pueden devolverles el golpe a sus cazadores (muchas veces vestidos de mujer)! A menudo las series con actores de carne y hueso presentan elementos fantasiosos similares, pero la principal potestad de la animación es precisamente esa, ya que, a diferencia de las imágenes reales, puede reproducir directamente el milagro de la televisión y el cine: el milagro de una imagen que cobra vida. Los predecesores de Los Simpson en el género de la sitcom de dibujos animados, Los Picapiedra y Los Jetson, tenían el elemento fantasioso incorporado y su gracia se debía en gran medida al intento de reproducir la cotidianidad moderna en un contexto completamente diverso, como ilustra el uso de dinosaurios como electrodomésticos o la sensible criada robótica. Podemos ver a un niño de nuestros días metiéndose en problemas y quizá aprendiendo de ello una lección moral, pero usar dibujos animados para presentar un producto familiar de esta naturaleza sería una lástima.

Con el tiempo, los guionistas de Los Simpson parecieron darse cuenta de las limitaciones de situar a Bart como protagonista central de la historia y, en lo que se convertiría en un momento crucial en la historia de la animación para adultos, desplazaron paulatinamente el foco de interés hacia el padre de Bart, Homer Simpson. Hombre egoísta, ignorante y vago, muy dado a la bebida y también al maltrato infantil (el icónico «Pero serás...», seguido de la estrangulación), no parecía que la carrera de Homer como protagonista fuera a tener un largo recorrido. Y ello no solamente porque carezca de atractivo o por su aparente incompetencia para realizar correctamente cualquier actividad que no sea largarse al bar y defraudar todos los días a su mujer y a sus hijos. En principio, Homer debería ser tan aburrido como Bart, pero la vuelta de tuerca que los guionistas le dieron a la historia fue convertir al padre en un personaje émulo de Daniel el travieso, quien compensa su incompetencia mediante el poder adquirido por el hecho de ser un adulto; por ejemplo, tener dinero, poder conducir y hacerse acreedor de algún respeto y deferencia, aunque solo sea simbólico, por parte de los demás adultos.

Por qué nos encantan los sociópatas

Подняться наверх