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La organización, tarea primigenia
del bibliotecario y pilar de los servicios
ОглавлениеEl primer aspecto a tratar es la labor que el bibliotecario realiza a fin de servir a la sociedad, y que constituye la característica principal de la profesión: la organización. Tanto la de la información, como la organización de la institución encargada de proporcionar esa información.
La necesidad de preservar y difundir los registros legales y contables fue el punto de partida de las bibliotecas. La elaboración de registros en arcilla, concha, papiro u otros materiales o formas demandó que esos registros fueran ordenados para poder acceder a ellos. Surgió entonces una doble tarea: por un lado, conservar la información y, por el otro, tener acceso a ella; recuérdese que en la época antigua el bibliotecario organizaba los rollos de papiro y códices en recipientes –vasijas, cajas, cestas y ánforas– con la finalidad de recuperarlos cuando aquél a quien servía o los grupos sociales en el poder los requerían.
De ahí que las bibliotecas están estrechamente relacionadas con el orden que se da a la información sin el cual la biblioteca no sería tal, sino una acumulación de libros y otros materiales de difícil utilización. La ordenación en la biblioteca obedece a normas precisas que permiten distinguirla de una bodega y de una librería, en la que se acumulan materiales bibliográficos y se ordenan para su venta respectivamente.
La organización de la información es un componente fundamental en el ciclo de la información, tan importante como su selección, registro, preservación, recuperación y diseminación para la generación de nuevo conocimiento. Es vital señalar que la investigación, de cualquier tipo, no es el único fin al brindar acceso a la información; también lo son la educación, la recreación, el entretenimiento y los negocios, entre otros. El solo proceso de obtener la información y guardarla no es suficiente; la construcción de una colección, en cualquier formato, requiere que la información que ésta encierra pueda ser localizada de forma oportuna por el lector para que pueda disponer de ella y utilizarla en la resolución de sus problemas de información.
Así pues, es crucial reconocer que la organización es el pilar de los servicios bibliotecarios. Los catálogos han sido vistos como un conjunto de registros bibliográficos que describen las características de las colecciones que posee la biblioteca, pero se olvida que son las herramientas que han facilitado el acceso a la información. Acaso en nuestros días esta peculiaridad sea más evidente debido a que los catálogos modernos incluyen vínculos al texto completo. Ahora preguntémonos, ¿sin catálogos –en forma de libro, en fichas, microfichas o en línea– hubiera sido posible acceder a las colecciones de las bibliotecas? Me parece que la respuesta es evidente: no, o al menos no de manera eficiente ni efectiva.
Los objetivos sociales de preservar los registros de información y al mismo tiempo facilitar su consulta se mantienen como la base de la bibliotecología; podría decirse que, para lograr su propósito a lo largo de la historia, esta disciplina ha sufrido cambios de forma, mas no de fondo; que los instrumentos utilizados en sus actividades le han permitido ser cada vez más eficiente en el logro de sus objetivos, pero que la necesidad de reunir y divulgar la información es la misma desde hace siglos.
La profesión bibliotecaria ha afrontado retos y procesos que la han caracterizado en sus diferentes periodos; si bien tiene fama de ser una profesión conservadora, en realidad no lo es, ni en su enseñanza ni en su práctica. Posiblemente esa idea errónea surge de la percepción social del bibliotecario como la persona encargada de conservar los libros que integran las colecciones de una biblioteca. Sin embargo, el trabajo bibliotecario es mucho más que eso.
Reflexionar sobre las competencias y habilidades que debe poseer el bibliotecario para ofrecer eficientemente servicios nuevos y tradicionales resulta indispensable. La profesión bibliotecaria se ha conformado de tradiciones como la organización y preservación de información desde que ésta era producida en tablillas de arcilla, las cuales eran agrupadas por el asunto que trataban; por ejemplo, las que estaban relacionadas con la posesión de la tierra o con el pago de impuestos se reunían y guardaban, respectivamente, en los lugares destinados para ello. Con el paso del tiempo, se inició la práctica de escribir en los bordes una breve inscripción que permitía identificar el asunto y la tablilla que se estaba buscando. Recordemos a Calímaco y sus pinakes (tabillas), ejemplo de los primeros ejercicios de organización documental, y de la ampliación del acceso de los usuarios a la información. Cuando el papiro, producto de la planta que se encontraba en abundancia en la cuenca del Nilo, demostró sus propiedades, los documentos escritos en este material fueron enrollados y organizados por asunto en muebles de madera. La tradición se ha visto enriquecida por nuevos procedimientos, derivados de los avances tecnológicos de distinto tipo, que han impactado en la organización de la información, la conservación, la difusión y, fundamentalmente, en los servicios bibliotecarios.
Hacia el final del Imperio Romano, se produjo una serie de cambios, entre ellos el uso del pergamino, la iluminación de textos y el surgimiento de bibliotecas “públicas” que continuaron sirviendo a un grupo limitado y selecto de personas, pues la mayoría no sabía leer y escribir. Estas colecciones y otras nuevas se destinaron a las comunidades religiosas como las iglesias y los conventos, lo que provocó el surgimiento de las grandes bibliotecas religiosas en la Edad Media. En esa época, se fortalecieron la iluminación de libros, el arte de la caligrafía y la encuadernación, y surgió una nueva forma de conservar el conocimiento: el codex, una serie de páginas reunidas en forma de cuadernillo y cosidas entre sí en uno de sus extremos. Así se formó el libro, que permitió la escritura por ambos lados de las páginas y que era más fácil de manejar y de almacenar. Es necesario diferenciar entre copistas y bibliotecarios; los primeros se encargaban de copiar un texto o una iluminación, los otros de cuidar esos libros y permitir a los lectores el acceso a ellos. Entre los primeros, era posible que, aunque algunos fueran diestros copistas, no supieran leer ni escribir ni les interesara el tema que trataba el libro; entre los segundos estaban personas eruditas y bilingües, quienes estaban preocupados por la utilización de la colección.
Otra serie de sucesos condujo a la necesidad de crear nuevos sistemas de ordenación de la colección. A consecuencia de los movimientos democratizadores de los siglos xviii y xix, la lectura fue vista como una forma de liberar a los individuos. Se ha dicho que los Estados modernos llegaron a esta concepción después de experimentar tres transformaciones: la alfabetización, la industrialización y la democratización.
La alfabetización permitió que grandes masas de la población tuvieran acceso a la lectura, y con ello fue necesario que el Estado les proporcionara una forma de satisfacer su deseo de leer y acceder a la cultura y la educación; la industrialización ocasionó que una parte importante de la población rural migrara a los centros urbanos, en donde se localizaban las industrias, y que la lectura y escritura fueran consideradas útiles para poder progresar. Además, con el crecimiento del grupo de trabajadores industriales asalariados surgieron los sindicatos y los movimientos democratizadores que encontraron en la lectura un medio para la transmisión de sus ideales y principios.
En algunos países, como Estados Unidos, surgió primero un amplio movimiento para establecer bibliotecas de renta de materiales bibliográficos y posteriormente uno que propugnaba por el establecimiento de bibliotecas públicas financiadas por las autoridades gubernamentales locales o federales y la sociedad; ante esa demanda social, la biblioteca y el bibliotecario respondieron con nuevos servicios y nuevas habilidades.
A raíz del surgimiento de la biblioteca pública y de la necesidad de brindar servicio a un creciente número de usuarios, cambió el interés del trabajo bibliotecario; se abandonó el énfasis en las colecciones; en la mayoría de los casos se asumió como objetivo la satisfacción de las necesidades de la comunidad; se realizaron modificaciones en las bibliotecas, tanto en los edificios como en el mobiliario; se puso énfasis en que las bibliotecas se convirtieran en lugares agradables en los que la comunidad realizara una gran cantidad de actividades, y se abrieron al público las estanterías, lo que permitió que los lectores tuvieran acceso directo a los libros. Pero la apertura de las estanterías sólo tenía sentido si los libros estaban ordenados bajo un sistema que pudiera ser usado por todos, usuarios y bibliotecarios, pues tener la posibilidad de llegar a los estantes y no encontrar el libro que se buscaba, de poco servía.
Este cambio de paradigma es, a mi modo de ver, el más significativo que ha sucedido en el trabajo bibliotecario. Al reconocer que el núcleo de la actividad de la biblioteca es el servicio al lector o usuario y disminuir el interés en la colección, pronto se generalizó la posibilidad de que los lectores interactuaran con la colección, por lo que su organización es fundamental.
La agrupación u orden de los libros en los estantes de las bibliotecas se basa en la organización del conocimiento, y por ello se encuentra en desarrollo permanente; los esfuerzos por establecer una clasificación temática han acompañado al desarrollo científico especialmente a partir del siglo xvii. Son varios los sistemas de clasificación que han surgido. De entre ellos, posiblemente los más importantes son la Clasificación Decimal de Melvin Dewey, en 1876, que es la más popular entre las bibliotecas públicas y en la que se basó Paul Otlet y Henry La Fontaine para crear la Clasificación Decimal Universal (cdu) en 1905; más adelante, en 1933, Shiyran Ramarita Ranganathan publicó su clasificación Colonada, o Colon, como también se le conoce, y Henry Bliss hizo lo propio con su Clasificación Bibliográfica en 1940. A finales del siglo xix, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos dio inicio al desarrollo de su propio sistema de clasificación tomando en consideración las mejores clasificaciones. Este sistema de clasificación es muy utilizado entre las grandes bibliotecas, pero difícil de entender para el lector novato. Las anteriores son las clasificaciones generales más destacadas, pero además se desarrollaron otras especializadas en cada área del conocimiento; con el desarrollo de los sistemas de clasificación, se facilitó la localización de los libros en la estantería y el préstamo interbibliotecario, ya que dichos sistemas hicieron más sencilla la identificación de los libros.
Al basar la clasificación bibliográfica en la del conocimiento, fue posible que el lector pudiera recuperar la información que requería no de una sola fuente, sino de aquellas que yacían junto al libro buscado, así se aprovecharon aún más las colecciones. No obstante, surgió el problema de diferenciar libros que trataban el mismo tema y que eran de diferentes autores pero de igual nombre; es decir, homónimos. Así que se volvió la mirada a la Clasificación Expansiva de Cutter publicada en 1882, especialmente a lo que en inglés se llamó call number, que se componía de la clasificación más una serie de letras y números que simbolizaban el apellido del autor, lo que permitió la identificación del libro correcto y la creación del catálogo topográfico que representa la colección en la secuencia en la que se encuentran los materiales en la estantería.
Unido al sistema de clasificación y a la representación del autor, se agregó un elemento más, relacionado con la ordenación temática de los libros: los encabezamientos de materia, conocidos como catalogación temática. El registro catalográfico se complementó con palabras o frases sencillas que expresaban el tema del que trata la obra; de ahí que fuera posible conocer la totalidad de libros que tiene una biblioteca sobre un tema sin recurrir necesariamente a la clasificación, aunque existe una estrecha relación entre ésta y el primer tema que se le asigna a un libro.
La lista de encabezamientos de materia más conocida fue la publicada a partir de 1923 por Sears; no obstante, muchas bibliotecas desarrollaron sus propias listas a partir de los libros que adquirían, pero ante la ambigüedad, la sinonimia y los conceptos de garantía literaria y garantía de uso, entre otros, de los términos empleados, fue necesario construir lo que se denominó “catálogo de autoridades”, que es una serie de relaciones y referencias sobre los términos utilizados y no utilizados en la descripción temática de los materiales para la recuperación de la información.
Para complementar el orden que brindan los sistemas de clasificación bibliográfica señalados anteriormente, e incluso previo a ellos, se han desarrollado una serie de códigos para la descripción o catalogación de los documentos. Entre las normas catalográficas, se encuentran las Reglas Vaticanas, las Reglas de Catalogación de la ala, las Reglas de Catalogación Angloamericanas, las del Instituto Bibliográfico de Bruselas y, recientemente, las rda (Recursos, Descripción y Acceso, por sus siglas en inglés).
Acerca de la catalogación y los catálogos, sería imperdonable omitir el aporte de Charles Ammi Cutter. En sus Library Catalogues y Rules for a Dictionary Catalog (1904), Cutter proporcionó no sólo un manual para hacer un catálogo diccionario, sino que cuestionó la teoría de la catalogación que antes de él no se había considerado sistemática.
Por primera vez, se había elaborado un trabajo sobre la catalogación exhaustivo y exigente. Su aportación inicial consistió en sistematizar los objetivos de un catálogo, y la segunda en señalar que el catálogo debía cumplir con esos objetivos de forma económica tanto para el usuario como para el catalogador. Así se concluyó que los objetivos de un catálogo surgían de los tipos de consultas que los usuarios hacían a la biblioteca. Para Cutter, los principios básicos de un catálogo son:
[…] identifying individual books in order to help users locate them effectively as unique items (finding principle); grouping, that is, classifying the uniquely identified books into categories that users commonly sought (gathering principle); and supplying bibliographical information and other annotations that would enable users to effectively choose a book on the basis of the catalog entry itself (evaluating principle) (Miksa 1974, 373-374).
Es preciso considerar que a pesar de que Cutter fue un bibliotecario de finales del siglo xix, sus ideas han estado vigentes durante más de un siglo.
Por otra parte, las publicaciones periódicas se ordenaron en la estantería alfabéticamente por título y a continuación en forma cronológica; para que el lector supiera con qué recursos de este tipo contaba la biblioteca se ponía a su disposición un kardex, que era un registro estructurado de inventario (entradas) de los volúmenes y números recibidos por la biblioteca, el nombre se debe al uso de las tarjetas que se empleaban: Kardex 8, en alusión al nombre del fabricante. El empleo de este tipo de registro resultaba conveniente para la administración de las colecciones, pues además del uso ya mencionado, el bibliotecario con gran facilidad podía darse cuenta de qué números de la colección faltaban y reclamar su envío con oportunidad.
No sólo las bibliotecas han hecho esfuerzos por describir y difundir la información publicada, sino que la industria editorial también produce índices de libros y revistas que facilitan la descripción y acceso a la información, productos que son empleados principalmente por las bibliotecas en función de sus servicios. Los índices describen los artículos contenidos en una revista, con lo cual es posible identificarlos y recuperarlos por autor y por tema sin necesidad de consultar la publicación. El surgimiento de los índices fue seguido por productos más complejos que tenían como objetivo valorar la calidad de la investigación a través de criterios bibliométricos como el factor de impacto y el Índice H, entre otros.
En cada biblioteca, se elaboró un recurso de información adicional conocido como archivo vertical (vertical file) que incluía literatura gris, recortes de periódico y propaganda, entre otros; parecía un Internet sin computadora. En cada expediente se agregaba la información que, de manera formal o informal, recibía la biblioteca.
De regreso al ciclo de la información, toca ahora examinar el papel de la biblioteca y del bibliotecario en la preservación de los recursos documentales. La biblioteca ha tenido la aspiración de atesorar una colección lo más rica posible, y en su historia se observan ejemplos de personajes que hacían lo necesario para que su biblioteca tuviera la colección más amplia. Entre las medidas que tomaron, estuvieron la compra de libros, rollos y manuscritos; el decomiso de los materiales que llegaban a los puertos del reino, y la copia de los materiales que no se encontraban en sus colecciones.
Este esfuerzo de adquisición y conservación marcó el desarrollo de las colecciones y de las bibliotecas reales y monacales. La mayor importancia se daba a la colección, pues los bibliotecarios tenían como objetivo principal enriquecer los acervos de las bibliotecas. Se privilegiaba la colección sobre los usuarios y los servicios, así la biblioteca era valorada por la riqueza de los materiales que contenía y no por la calidad de los servicios que ofrecía. Es necesario remarcar esta característica de las bibliotecas que, aunque pocas, eran grandes para su tiempo, con acervos bibliográficos que contenían libros de gran valor. Esta peculiaridad hacía que el autor y el tema o temas de los libros carecieran de importancia, por lo que no se pensaba necesario el ordenarlos en forma temática.
De este hecho se deriva la identidad del bibliotecario como conservador de los materiales y como una persona a la que le interesan más los libros que los lectores. Esos fueron los retos y desafíos de aquella época y las habilidades requeridas estaban enfocadas al conocimiento y preservación de la colección. Desde este enfoque, en la colección se encuentra el motivo por el cual se han visto la labor del bibliotecario y la biblioteca como una actividad y un lugar en que lo más importante es la conservación de los materiales bibliográficos; no fue sino hasta el siglo xix que la orientación cambió drásticamente para poner en el centro de las actividades bibliotecarias a los usuarios y los servicios que ellos demandaban. A partir de este nuevo enfoque, surgieron los debates relacionados con los valores de los servicios bibliotecarios, y el bibliotecario enfrentó problemas éticos a los que no se había enfrentado cuando su trabajo se circunscribía al tratamiento de la colección.
A causa de la aplicación de las tecnologías, especialmente de los sistemas automatizados, del Internet y de los recursos electrónicos, se empezó a reflexionar sobre la actualidad de la organización de la información y de la función del bibliotecario; después de todo, las máquinas eran cada vez más eficientes. Es evidente que dejar que las máquinas, por inteligentes que fueran, asumieran la responsabilidad del bibliotecario, sería una gran equivocación. La organización de la información es una tarea inexcusable, es parte de lo que la sociedad necesita y espera de un bibliotecario.
La tecnología de la información se emplea en apoyo a la organización de la información para hacerla más eficiente y expedita, pero la descripción de la información sigue respondiendo a los criterios y normas que han usado los bibliotecarios durante siglos: se identifica al autor y el título de una obra, el tema o temas que trata y se indica su ubicación, independientemente de si se trata de una obra impresa o electrónica. Con ello se cumple la meta de almacenar y recuperar la información para el uso del lector.